La intervención de los empresarios en la política es tan necesaria como compleja. Su demanda social crece en tanto se haga notorio que la dirigencia política está enredada y que la situación general del país luzca precaria. Ambas condiciones aplican hoy y por ello no extraña que el tema se esté moviendo en reuniones privadas y medios de comunicación.
Bajo las premisas de que la actividad empresarial formal exige un estado de derecho y un entorno estable en el largo plazo, y de que la función de los gremios es de representación frente al estado, diré algunas generalidades.
La primera lealtad del empresariado es con el régimen político, encarnado en la constitución y los poderes del estado, incluyendo a las altas cortes y a los órganos de control. Una idea tan simple como esta conllevaría una política empresarial decidida respecto a la formalización de la economía (empezando por la tierra), la lucha contra la corrupción, la imparcialidad de la justicia y la separación de poderes. Si los empresarios no muestran unidad en estas causas es porque tienen problemas serios de acción colectiva o porque carecen del tipo de organismos que permitan claridad en el propósito y la acción.
El presidencialismo exacerbado en el siglo XXI no solo ha alterado el régimen político sino que ha llevado al empresariado a una posición obsecuente con los gobiernos. No todos los presidentes son estadistas y ningún gobierno es infalible. En este tiempo ya son muchos los casos de gobiernos destructivos como para no tomar distancia. Los afanes adaptativos del empresariado a veces menoscaban la visión estratégica. Eso le sirve poco al país y no le sirve de mucho a un presidente inteligente.
En política, no hay visión estratégica silenciosa; hay que hacer presencia en la esfera pública. En ella, hacer es decir; eso necesita liderazgos, bien sea individuales o corporativos. Y decir exige pensar. Los centros de pensamiento asociados al empresariado deben hablar en voz alta, de lo contrario, solo estarían duplicando el trabajo de las universidades. Esos centros están especializados, pero la especialización es fructífera cuando se efectúa dentro de una visión general. Esa visión general es la que no se nota, por decir lo menos. Sin líderes visibles ni fundaciones que suenen (y que truenen cuando se requiera) no habrá gran política desde el sector privado.
La primera condición de la política es la lealtad con el país. Lo contrario a la lealtad es la salida. Una forma de salir de la política es quedarse callados. Otra es huir. La situación de amplia movilidad de capitales y gran empresa colombiana multinacional ofrece las condiciones para que los capitalistas grandes y medianos decidan llevarse su plata a otra parte. ¿Para dónde? Sabrán ellos. La incertidumbre tiene tanto alcance que esas decisiones se parecen más a la conducta del avestruz.
El Colombiano, 7 de julio
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