Ninguna teoría del poder político está basada exclusivamente en la fuerza, así la fuerza sea lo que distingue al político de otros poderes como el económico o el ideológico. El poder siempre ha de tener un elemento intangible que algunos llaman poder simbólico, otros poder blando, unos más poder inmaterial. Tanto los teóricos realistas como los idealistas aceptan que son componentes de este tipo de poder el “honor, prestigio, autoridad moral, normas, credibilidad, legitimidad” (Ylva Blondel, The Power of Symbolic Power, 2004). La canalización de las emociones sociales hace parte de esos recursos.
El gran ejemplo de nuestra época es Nelson Mandela, su persona y sus actos, durante la transición surafricana. Después de leer a John Carlin o de ver Invictus no parece exagerado decir que la actitud de Mandela ante el equipo de rugby durante el torneo mundial jugó un papel definitivo en la deposición de la hostilidad entre blancos y negros. Más que el acuerdo mismo y los apretones de manos con Frederick de Klerk. El mérito de la gestión de Belisario Betancur durante el malogrado proceso que empezó en 1984 fue la atención prestada al elemento simbólico: volando o clavada en bayonetas, la paloma entró al lenguaje común. Todavía recuerdo el majestuoso concierto de Mikis Theodorakis en Bogotá interpretando su versión del Canto General; un guiño a la izquierda.
Cuando se haga el balance del proceso entre el Gobierno y las Farc quizá el más deficitario de los elementos sea el simbólico. Era previsible dado el prosaísmo de las Farc, caracterización de Daniel Pécaut, y el del presidente Santos, responsabilidad mía. Dice el Real Diccionario de prosaico: “falta de cualidades poéticas”, “insulso”. Incapacidad para inspirar y motivar, resumo.
La dirigencia de las Farc todavía hace gala de la declaración de que no se desmovilizan sino de que se transforman (El Colombiano, 29.05.17). Son incapaces de comprender los gestos, pongamos, de Carlos Pizarro que entendió que la foto de la entrega de armas era un acto honorable con la sociedad, envolvió su pistola en una bandera de Colombia y cambió su boina de comandante papito por un sombrero de iraca. A los pocos meses el M-19 obtenía el mayor porcentaje de votos para la izquierda en unas elecciones en toda la historia.
Ciertamente Santos ha demostrado que carece de las cualidades básicas para el manejo de las emociones políticas. Más grave aún, creo que no tiene conciencia de la importancia del poder simbólico. La paz se gana en los corazones y las mentes de la gente de manera más decisiva que en las votaciones en el congreso o en las sentencias de la Corte Constitucional o con plata (¿se acuerdan de toda la que se botó en la campaña “Soy capaz”?). Incluso una ciudadanía saludablemente escéptica habría respetado el entusiasmo que nunca tuvo lugar.
El Colombiano, 4 de junio
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