En tiempos nublados brota la discusión sobre la manera como la gente enfrenta los problemas y la tentación de definir los caracteres humanos: optimista/pesimista. Cuando las turbulencias son económicas es cuando más se nota que la economía es apenas una rama de la sicología: gobierno, empresarios y analistas se dedican a hablar de clima y expectativas; los ministros de hacienda no presentan balances, empiezan a hablar como consejeros sentimentales.
La principal equivocación de todos parece ser que creen que el humor de la gente puede mejorar si le embellecen los números: unas décimas más del PIB, un punto menos de inflación, un descenso de la tasa de interés, por lo regular como proyección o como meta. Pero resulta que los problemas de la economía nunca son exclusivamente económicos y casi siempre son políticos.
Un artículo reciente en The Economist (“Economic optimism is not just about the economy”, 06.06.17) intentó mostrar que las actitudes frente a la economía no están relacionadas con el entorno económico. La información provista por el Pew Research Centre muestra que las percepciones optimistas o pesimistas están directamente relacionadas con las simpatías políticas de los ciudadanos. Por ejemplo, en Venezuela la mitad de los chavistas cree que la economía venezolana va bien mientras solo el 89% de los opositores piensa lo contrario. En Estados Unidos, bajo condiciones económicas parecidas la visión de los ciudadanos cambió drásticamente debido al pesimismo de los demócratas.
Pero el contagio no siempre va de la política a la economía, muchas veces es al revés. De hecho, muchos politólogos creen que las crisis económicas son predictores de cambios de gobierno. Las cautelas y previsiones que suelen acompañar algunas visiones pesimistas más que simples reacciones al estado de cosas presente pueden ser el resultado de la manera como se está percibiendo el futuro (Seligman & Tierney, “We Aren’t Built to Live in the Moment”, The New York Times, 19.05.17).
En todo caso, el estado de la opinión pública, o el temperamento de un individuo, no está sujeto únicamente a los titulares de prensa o a los extractos bancarios. Quedan la visión de conjunto y el mensaje que reciban de sus líderes; si es que tienen. Porque ser líder no es ocupar un cargo: presidente, gerente, director técnico. Los líderes se caracterizan por tener una visión, un discurso aspiracional y un camino. En condiciones normales bastan las instituciones y las burocracias, pero en las situaciones excepcionales se requieren, además, líderes. Quizá el modelo por excelencia del líder sea Moisés.
El líder tiene el optimismo como deber. A él le compete mostrar perspectivas y alimentar la esperanza. Otra cosa pasa con los académicos o los observadores; a nosotros nos toca criticar, poner a prueba los consensos sociales, lanzar alertas, demostrar la capacidad de pergeñar razones que pueden cuestionar nuestras convicciones; y dudar.
El Colombiano, 11 de junio.
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