Supimos –a las carreras– que hubo un nuevo acuerdo entre las delegaciones del Gobierno nacional y las Farc. También a las carreras hubimos de cotejar el texto del 24 de agosto y el del 14 de noviembre. A las carreras vinieron los delegados de las partes a Colombia a tareas respectivas para poder garantizar que esto termine bien. Pero hay sectores políticos y de opinión que no quieren la prisa y que envían el mensaje de que el tiempo no importa. No es cierto. Hoy lo más importante es el tiempo.
Por distintas razones, todas incontrolables por alguna de las partes, el calendario de la negociación se topó con otros calendarios que pueden ser incompatibles o introducir dificultades importantes en el proceso de desmovilización de las Farc: fin del periodo de gobierno, elecciones presidenciales, legislaturas, elecciones en Estados Unidos, fiestas y vacaciones, la próstata del jefe de Estado… El país, como el acróbata atrevido, tiene siete pelotas en el aire y todavía no agarra ninguna.
El tiempo importa porque Colombia puede quedar ad portas de que las Farc se desintegren y en lugar de una larga fila para la desmovilización de unos miles de combatientes nos queden de herencia 20 bandas criminales dispersas y sin control de ningún tipo. Dilatar más significa correr más riesgos y, a no ser que ese sea un propósito inconfesado, deben evitarse. Esta es la responsabilidad que deben asumir los dirigentes que tienen en sus manos la llave para que el nuevo acuerdo se pueda convertir pronto en una realidad para el país.
A quienes se han tornado meticulosos con la letra pequeña, la exégesis y la volátil imaginación con el texto del nuevo acuerdo hay que recordarles que el texto no lo es todo. Esa es la experiencia nacional y mundial. El texto es la base, pero la parte crucial del asunto se juega en la implementación, en las instituciones y en el resultado de las tensiones económicas, jurídicas y políticas que se desplegarán en los 10 años del tribunal y los 15 de la intervención rural.
Ese puntillismo notarial, de teólogo medieval o funcionario estalinista, que han mostrado las Farc parece reproducirse ahora por algunos partidarios del no. Moverían a risa las disquisiciones gramaticales y hermenéuticas que muestran los discutidores del acuerdo si no fuera porque nos pueden llevar a nuevas espirales de violencia en regiones que ya han sufrido en demasía y porque pueden ahondar las fracturas que ya se notan en las élites políticas, económicas e intelectuales.
Después del plebiscito quedó claro que: el gobierno escuchó a todos los sectores que propusieron modificaciones, los plenipotenciarios las asumieron como propias en La Habana, el nuevo texto es mucho mejor que el anterior. Después de este esfuerzo veremos quienes buscan la reconciliación y quienes quieren mantener abierto este frente de guerra.
El Colombiano, 20 de noviembre
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