En una semana iremos a unas elecciones muy importantes. Previstas las consecuencias, pueden ser tan cruciales como las del 1 de diciembre de 1957, para crear el Frente Nacional, o las del 9 de diciembre de 1990, para conformar la Asamblea Nacional Constituyente. Si preservamos la noción de que una generación cubre el arco de 25 años, las primeras fueron las elecciones de nuestros padres; las segundas, las de nuestros esposa y amigos; estas, las de nuestros hijos, alumnos, etcétera. Un legislador sabio hubiera ponderado el voto. Uno para los menores de 45 años, medio para los mayores de 80 y tres cuartos para los del grupo del medio. Pensándolo bien –imaginación y memoria de por medio– estas son las menos sencillas de las tres. Refrendar un acuerdo entre una guerrilla ilegítima y un gobierno desprestigiado, no es cosa de un acto reflejo.
Ante cualquier elección vital hay que balancear bondades y desventajas; pasa hasta para casarse. El acuerdo al que se llegó en La Habana me parece bueno en sus grandes líneas: las Farc se van a desmovilizar y adhirieron a la Constitución, el Estado debe copar la periferia, escucharemos verdades y habrá algunas condenas. No me gusta: que no haya sanciones políticas para los responsables de crímenes de lesa humanidad, que se haya castigado a los pequeños partidos democráticos y que coincidan los planes de desarrollo con las circunscripciones especiales. Otros asuntos clave quedarán pendientes para la implementación. Riesgos… aquellos políticos tradicionales que no tienen alma ni principios y los oportunistas.
Solo hay dos casillas para optar, pero mi voto será calificado. Sí, con alivio. Nos quitaremos de encima medio siglo de mitología acerca de una guerrilla feroz, a la que le importaron un bledo sus compatriotas, en especial los colonos y campesinos a quienes sometieron a una opresión brutal. Se eliminará el mayor factor de violencia en nuestra historia contemporánea, después de la desarticulación del cartel de Medellín y la desmovilización paramilitar. Tras una década de tranquilidad en el centro del país, les daremos una oportunidad a las pobres gentes de la periferia colombiana.
Será un sí sin gloria. Esta fue una guerra injusta, librada por una guerrilla sin apoyo popular, aunque con la complacencia de algunos intelectuales de vida muelle. Después de la oportunidad abierta en 1991 hubo menos justificaciones que nunca para perseverar en la guerra de guerrillas. Que seamos los últimos en llegar al desarme en el hemisferio, es un récord lamentable. Para la propia militancia comunista y los combatientes de las Farc el balance debe ser triste.
Me alarma el fanatismo de algunos partidarios del sí y del no. Nos queda confiar y fortalecer la mesura de la mayoría que, en este momento, se deja ver en los resultados de las encuestas. La vamos a necesitar en el futuro cercano.
El Colombiano, 25 de septiembre.
lunes, 26 de septiembre de 2016
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Diez canciones de Juan Gabriel
Es muy pretencioso escoger diez canciones del cantante y compositor más prolífico y exitoso de América Latina (si contamos solo desde la llegada de Cristóbal Colón). Además, con Juan Gabriel las selecciones siempre se hacen con electrocardiograma en mano y las listas pueden cambiar de una semana a la otra o de un estado de ánimo al otro. De todos modos, ahí van.
1. Se me olvidó otra vez. Ya es clásico de la ranchera. Lo supo precozmente Chavela Vargas. Y cuarenta años después, sigue sonando magnífica.
2. Abrázame muy fuerte. Es probable que tenga los versos peor armados de un tipo que, de verdad, sabía escribir. Otra cosa es cuando suena.
3. Si quieres. Es de esas canciones perdidas entre los regalos, las cosas que no grabó en estudio. Pueden ignorar la versión del disco con Eduardo Magallanes.
4. Mi fracaso. Mi convicción de que no me gustaba Juan Gabriel, fracasó cuando la escuché a fines de los setenta. Lo que siguió fue rendición.
5. El palo. Puro folklor en un álbum íntegro, redondo, que hay que escuchar como una ópera del romanticismo (en sentido filosófico) latinoamericano.
6. Con todo y mi tristeza. La monopolizaron en radio y conciertos Raphael y José Vélez. Parece hecha para el primero. Tan pulida y bonita que no se quedó con la ganas de grabarla.
7. Canta, canta. Parte de uno de los eslabones perdidos de la discografía, debido a las peleas con las disqueras, esta canción refleja su desenfado para expresar alegría.
8. Ya lo sé que tú te vas. El inventor de la balada ranchera hizo muchas memorables. Por ahora, esta otra, de uno de sus álbumes más recordados.
9. Así fue. Refundida en su catálogo, impuesta por Isabel Pantoja, mostró que la balada pervivía, los que no le pegan son los compositores.
10. Lo pasado, pasado. Se creía que José José podía ser el rival de Juan Gabriel, al menos en la balada. No hubo problema para entregarle una gran canción, ayudarle al éxito y seguir siendo el rey.
1. Se me olvidó otra vez. Ya es clásico de la ranchera. Lo supo precozmente Chavela Vargas. Y cuarenta años después, sigue sonando magnífica.
2. Abrázame muy fuerte. Es probable que tenga los versos peor armados de un tipo que, de verdad, sabía escribir. Otra cosa es cuando suena.
3. Si quieres. Es de esas canciones perdidas entre los regalos, las cosas que no grabó en estudio. Pueden ignorar la versión del disco con Eduardo Magallanes.
4. Mi fracaso. Mi convicción de que no me gustaba Juan Gabriel, fracasó cuando la escuché a fines de los setenta. Lo que siguió fue rendición.
5. El palo. Puro folklor en un álbum íntegro, redondo, que hay que escuchar como una ópera del romanticismo (en sentido filosófico) latinoamericano.
6. Con todo y mi tristeza. La monopolizaron en radio y conciertos Raphael y José Vélez. Parece hecha para el primero. Tan pulida y bonita que no se quedó con la ganas de grabarla.
7. Canta, canta. Parte de uno de los eslabones perdidos de la discografía, debido a las peleas con las disqueras, esta canción refleja su desenfado para expresar alegría.
8. Ya lo sé que tú te vas. El inventor de la balada ranchera hizo muchas memorables. Por ahora, esta otra, de uno de sus álbumes más recordados.
9. Así fue. Refundida en su catálogo, impuesta por Isabel Pantoja, mostró que la balada pervivía, los que no le pegan son los compositores.
10. Lo pasado, pasado. Se creía que José José podía ser el rival de Juan Gabriel, al menos en la balada. No hubo problema para entregarle una gran canción, ayudarle al éxito y seguir siendo el rey.
lunes, 19 de septiembre de 2016
Diez años sin Fallaci
Primero fue Entrevista con la historia, después Un hombre, al final su trilogía sobre la presencia hostil del islamismo en Occidente. Etapas fijadas desde las irregularidades de cualquier bibliografía que requiere salvar los peajes de traducciones, decisiones de publicación y azares de la distribución hasta llegar a un destino como Colombia. La obra de Oriana Fallaci (1929-2006) marcó a grupos de jóvenes urbanos que sospechaban del poder en los años setenta, admiraban la resistencia a las tiranías en los ochenta y no entendían qué pasaba en el siglo XXI.
Asombra el silencio alrededor de su figura. De ella, insuperable entre las entrevistadoras; la que le plantó cara al ayatolá Jomeini y a Kissinger, la que supo leer el nido viperino de Andreotti, la que no se dejó engañar por Arafat ni por el Vietcong. De ella, la reportera que contó la situación de las mujeres en Oriente, la que ametrallaron en Tlatelolco, la que se coló en una misión militar a Beirut. De ella, quien estuvo en la primera fila de todo acontecimiento significativo entre la segunda guerra mundial y la caída del muro.
Sus colegas periodistas están birlando el décimo aniversario de su muerte (16 de septiembre). Los escritores callan. Las editoriales no creen que suenen las cajas registradoras. No veremos pulular las fotos (que se arrepintió de haberse dejado tomar) con el rostro pétreo, desencantado, de la mujer que de niña se escabullía entre las tropas de ocupación para apoyar las acciones de la resistencia italiana, que era la línea de fuego de su familia, de su país y de la cultura de la ilustración toda.
Fallaci –la llamo por su apellido porque su nombre ya ha sido ocupado en mi vida– nunca dio rodeos para hablar, escribir, opinar, y lo hizo en circunstancias muy peligrosas y sobre personas muy poderosas. Su última obra tiene una apostilla que se llama El Apocalipsis, siguiendo la idea de Juan Evangelista, pero sin adivinanzas, circunloquios, ni sobreentendidos, dijo. Esa claridad, esa pulsión de transparencia obsesiva y, tal vez, imposible, pudo haber contribuido a la soledad de esta primera fase de su inmortalidad. Anarquista, pacifista, feminista, liberal, no es amada ni vindicada por los anarquistas, los pacifistas, las feministas ni los liberales.
Sus causas fueron la libertad, la no dominación, la autonomía individual, pero su saber dormido sobre el mundo musulmán despertó con la violencia del once de septiembre. Entonces se describió como una atea cristiana. Una personalidad individualizada con radicalidad que sabe que vive en una sociedad cristiana, ilustrada, abierta. Y ella, una de las más descarnadas críticas de las lacras del mundo occidental se sintió obligada a adoptar su causa y su defensa. En su ostracismo, ella, la más sola, solo pudo ser entrevistada por ella, la mejor reportera. ¿Por qué? “Porque tengo la muerte encima”.
El Colombiano, 18 de septiembre
Asombra el silencio alrededor de su figura. De ella, insuperable entre las entrevistadoras; la que le plantó cara al ayatolá Jomeini y a Kissinger, la que supo leer el nido viperino de Andreotti, la que no se dejó engañar por Arafat ni por el Vietcong. De ella, la reportera que contó la situación de las mujeres en Oriente, la que ametrallaron en Tlatelolco, la que se coló en una misión militar a Beirut. De ella, quien estuvo en la primera fila de todo acontecimiento significativo entre la segunda guerra mundial y la caída del muro.
Sus colegas periodistas están birlando el décimo aniversario de su muerte (16 de septiembre). Los escritores callan. Las editoriales no creen que suenen las cajas registradoras. No veremos pulular las fotos (que se arrepintió de haberse dejado tomar) con el rostro pétreo, desencantado, de la mujer que de niña se escabullía entre las tropas de ocupación para apoyar las acciones de la resistencia italiana, que era la línea de fuego de su familia, de su país y de la cultura de la ilustración toda.
Fallaci –la llamo por su apellido porque su nombre ya ha sido ocupado en mi vida– nunca dio rodeos para hablar, escribir, opinar, y lo hizo en circunstancias muy peligrosas y sobre personas muy poderosas. Su última obra tiene una apostilla que se llama El Apocalipsis, siguiendo la idea de Juan Evangelista, pero sin adivinanzas, circunloquios, ni sobreentendidos, dijo. Esa claridad, esa pulsión de transparencia obsesiva y, tal vez, imposible, pudo haber contribuido a la soledad de esta primera fase de su inmortalidad. Anarquista, pacifista, feminista, liberal, no es amada ni vindicada por los anarquistas, los pacifistas, las feministas ni los liberales.
Sus causas fueron la libertad, la no dominación, la autonomía individual, pero su saber dormido sobre el mundo musulmán despertó con la violencia del once de septiembre. Entonces se describió como una atea cristiana. Una personalidad individualizada con radicalidad que sabe que vive en una sociedad cristiana, ilustrada, abierta. Y ella, una de las más descarnadas críticas de las lacras del mundo occidental se sintió obligada a adoptar su causa y su defensa. En su ostracismo, ella, la más sola, solo pudo ser entrevistada por ella, la mejor reportera. ¿Por qué? “Porque tengo la muerte encima”.
El Colombiano, 18 de septiembre
lunes, 12 de septiembre de 2016
La paz realista 2
La conquista de la paz siempre requiere tres pasos: ganar la guerra –como sometimiento de la voluntad del enemigo (Clausewitz), negociar un acuerdo y construir las bases de la convivencia. Lo primero lo hizo Uribe, lo segundo Santos (si gana el Sí) y lo tercero lo hará el próximo presidente. Después del 2 de octubre, el objetivo será consolidar lo acordado. En el futuro este conjunto de procesos será visto como una labor de Estado y nadie podrá reclamar para sí solo ese mérito.
La paradoja en la que se encuentra Colombia es que por distintas razones estamos en condiciones menos buenas para la construcción de la paz que las que teníamos hace cuatro años, cuando se dio a conocer la agenda para la terminación del conflicto con las Farc. De un lado está la desaceleración económica que hará más exigente el esfuerzo para llevar el Estado a la periferia y del otro el desgreño con el cual Santos ha manejado el país en muchos ámbitos.
Son tres los principales errores de este sexenio. Primero, la imprevisión frente al tema del narcotráfico que permitió un crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos, que se han triplicado en los últimos dos años. Sostuvo la presión contra algunas bandas criminales pero ha mantenido la tradicional inoperancia ante el lavado de activos. Segundo, la carencia de liderazgo condujo al gobierno a la vía más fácil y más peligrosa para mantener la gobernabilidad: la conversión del clientelismo y la corrupción en reglas generales, no en desviaciones de la conducta presidencial. Hoy tirios y troyanos coinciden en que la corrupción es la principal amenaza para el cumplimiento de los acuerdos y para la estabilidad política del país. Tercero, el gobierno Santos profundizó el proceso de recentralización que trae el país desde hace más de 15 años, politizó los entes autónomos regionales y apoyó sin pudor a mandatarios regionales que no tienen ni la visión ni la voluntad de hacerse cargo de las tareas que demandarán las políticas públicas que se derivan del acuerdo de La Habana.
A esto se le suman los viejos pasivos de reformar la justicia y efectuar una reforma tributaria estructural. Desde la administración pública, Santos le dejará al próximo presidente la oportunidad que brindan los acuerdos pero, también, recursos menos idóneos de los que hubiera podido legar, de haber actuado con más responsabilidad y visión de mediano plazo.
Los mejores acumulados están en la sociedad civil. La generación de colombianos mejor preparados de la historia, como dice Claudia López. Universidades con más investigación y académicos menos banderizos. Gran parte del sector privado moderno con suficiente interés, experiencia social y voluntad como para actuar con asertividad en la nueva situación. Una masa crítica de fundaciones y organismos no gubernamentales más madura y consciente de la necesidad de ser eficaces.
El Colombiano, 11 de septiembre.
La paradoja en la que se encuentra Colombia es que por distintas razones estamos en condiciones menos buenas para la construcción de la paz que las que teníamos hace cuatro años, cuando se dio a conocer la agenda para la terminación del conflicto con las Farc. De un lado está la desaceleración económica que hará más exigente el esfuerzo para llevar el Estado a la periferia y del otro el desgreño con el cual Santos ha manejado el país en muchos ámbitos.
Son tres los principales errores de este sexenio. Primero, la imprevisión frente al tema del narcotráfico que permitió un crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos, que se han triplicado en los últimos dos años. Sostuvo la presión contra algunas bandas criminales pero ha mantenido la tradicional inoperancia ante el lavado de activos. Segundo, la carencia de liderazgo condujo al gobierno a la vía más fácil y más peligrosa para mantener la gobernabilidad: la conversión del clientelismo y la corrupción en reglas generales, no en desviaciones de la conducta presidencial. Hoy tirios y troyanos coinciden en que la corrupción es la principal amenaza para el cumplimiento de los acuerdos y para la estabilidad política del país. Tercero, el gobierno Santos profundizó el proceso de recentralización que trae el país desde hace más de 15 años, politizó los entes autónomos regionales y apoyó sin pudor a mandatarios regionales que no tienen ni la visión ni la voluntad de hacerse cargo de las tareas que demandarán las políticas públicas que se derivan del acuerdo de La Habana.
A esto se le suman los viejos pasivos de reformar la justicia y efectuar una reforma tributaria estructural. Desde la administración pública, Santos le dejará al próximo presidente la oportunidad que brindan los acuerdos pero, también, recursos menos idóneos de los que hubiera podido legar, de haber actuado con más responsabilidad y visión de mediano plazo.
Los mejores acumulados están en la sociedad civil. La generación de colombianos mejor preparados de la historia, como dice Claudia López. Universidades con más investigación y académicos menos banderizos. Gran parte del sector privado moderno con suficiente interés, experiencia social y voluntad como para actuar con asertividad en la nueva situación. Una masa crítica de fundaciones y organismos no gubernamentales más madura y consciente de la necesidad de ser eficaces.
El Colombiano, 11 de septiembre.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Rebelde de seda
Dice el veterano crítico español Diego Manrique que Juan Gabriel es más grande que su música (“Bigger than his music”, El País, 31.08.16). Una afirmación con cierta ambivalencia en tanto parece demeritar la obra enalteciendo la persona. Pero un devoto, como el intelectual mexicano Carlos Monsiváis, estaría de acuerdo. Monsiváis dijo que para Juan Gabriel lo más fácil había sido el éxito.
Después de que tanta gente se enterara de la biografía de Alberto Aguilera Valadez, por televisión, a pocos le quedan dudas. Al común de los mortales un décimo de los obstáculos y desventajas que tuvo Juan Gabriel los hubiera derrotado; mejor se hubiera quedado en Parácuaro vendiendo periódicos, en Juárez lavando carros o en el DF como corista en bares de mala muerte (todos esos oficios los desempeñó). O se hubiera detenido en su papel de compositor para estrellas consagradas o de baladista setentero o no hubiera luchado contra los mandones de la cultura mexicana para que le abrieran el Palacio de Bellas Artes en 1990.
Don Alberto –como le dice Juanes– no se detuvo. Orfandad, abandono, pobreza, elitismo, todo lo superó. Saltó los muros altos que le imponían su condición social y sus preferencias sexuales. Venció la resistencia de los intelectuales, al menos de los mexicanos. ¡Ay, los intelectuales! Los que responden con la frase refleja de que lo de ellos es la música clásica e igual no se soportan a Berg o a Varèse. Las excusas de la sordera y la ineptitud para el goce sensible.
Juan Gabriel llegó hasta el fin de los días ilustrando una antinomia moral que sugiere Hannah Arendt. Dijo la pensadora que lo opuesto del resentimiento es la gratitud. Hay pocos personajes públicos en este continente con más razones para el resentimiento, pero Juan Gabriel hizo de la gratitud su lección; desde las canciones, los mensajes en los conciertos, hasta sus entrevistas y la telenovela final de su vida que hubiera podido ser una epopeya. Murió tratando de usted; como Leonardo Favio, no le hizo concesiones al tuteo (y eso me encanta).
Agradecido y generoso era, pero no manso. Cuando tuvo que pelear con BMG, con Televisa, con Salinas de Gortari, lo hizo. Tal vez porque sabía que él era una institución, algo que los huéspedes del poder político o económico a veces olvidan cuando se enfrentan a los ídolos populares, sean ellos deportistas o cantantes pop, que son los héroes de nuestros tiempos. Monsiváis le inculcó –creo– y promovió eso de que era una institución.
¿Por qué institución? Porque “un ídolo es un convenio intergeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma” (Escenas de pudor y liviandad, Grijalbo, p. 266). Juan Gabriel rompió con suavidad; rebelde de seda.
El Colombiano, 4 de septiembre.
Después de que tanta gente se enterara de la biografía de Alberto Aguilera Valadez, por televisión, a pocos le quedan dudas. Al común de los mortales un décimo de los obstáculos y desventajas que tuvo Juan Gabriel los hubiera derrotado; mejor se hubiera quedado en Parácuaro vendiendo periódicos, en Juárez lavando carros o en el DF como corista en bares de mala muerte (todos esos oficios los desempeñó). O se hubiera detenido en su papel de compositor para estrellas consagradas o de baladista setentero o no hubiera luchado contra los mandones de la cultura mexicana para que le abrieran el Palacio de Bellas Artes en 1990.
Don Alberto –como le dice Juanes– no se detuvo. Orfandad, abandono, pobreza, elitismo, todo lo superó. Saltó los muros altos que le imponían su condición social y sus preferencias sexuales. Venció la resistencia de los intelectuales, al menos de los mexicanos. ¡Ay, los intelectuales! Los que responden con la frase refleja de que lo de ellos es la música clásica e igual no se soportan a Berg o a Varèse. Las excusas de la sordera y la ineptitud para el goce sensible.
Juan Gabriel llegó hasta el fin de los días ilustrando una antinomia moral que sugiere Hannah Arendt. Dijo la pensadora que lo opuesto del resentimiento es la gratitud. Hay pocos personajes públicos en este continente con más razones para el resentimiento, pero Juan Gabriel hizo de la gratitud su lección; desde las canciones, los mensajes en los conciertos, hasta sus entrevistas y la telenovela final de su vida que hubiera podido ser una epopeya. Murió tratando de usted; como Leonardo Favio, no le hizo concesiones al tuteo (y eso me encanta).
Agradecido y generoso era, pero no manso. Cuando tuvo que pelear con BMG, con Televisa, con Salinas de Gortari, lo hizo. Tal vez porque sabía que él era una institución, algo que los huéspedes del poder político o económico a veces olvidan cuando se enfrentan a los ídolos populares, sean ellos deportistas o cantantes pop, que son los héroes de nuestros tiempos. Monsiváis le inculcó –creo– y promovió eso de que era una institución.
¿Por qué institución? Porque “un ídolo es un convenio intergeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma” (Escenas de pudor y liviandad, Grijalbo, p. 266). Juan Gabriel rompió con suavidad; rebelde de seda.
El Colombiano, 4 de septiembre.
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