Los titulares de las columnas de este diario son en mayúsculas, así que este título puede leerse bien de cualquier modo: SOS mugre o S.O.S. mugre, Sos mugre… bien, todavía queda margen para jugar con signos ortográficos: S.O.S. Mugre, SOS: mugre… basta de charla. La idea es lanzar una voz de emergencia pero también decir que la tacita de plata es un mugre y que sus habitantes –mayores consumidores de artículos de aseo del país– no dejamos de ser unos mugrosos.
La crisis ambiental de Medellín no es de hoy, solo que en marzo se hizo letal. No es de hoy pero llevamos al menos una década (hasta ayer) escuchando que las medidas ambientales son una demanda de los que nos oponemos al desarrollo, que restricciones que son casi universales van a quebrar a los comerciantes, que no es viable hacer empresa sin botar chorros de humo. Puras expresiones de la miopía particularista que impide tomar acciones colectivas.
Un diagnóstico serio se nos hizo hace seis años en el Latin American Green City Index. El informe, elaborado por ocho expertos mundiales para 17 ciudades de Latinoamérica, dijo que Medellín carecía de restricciones (sobrecostos monetarios) para circular por vías congestionadas y de carriles para carros con más de tres pasajeros (Juan Gómez lo intentó hace 20 años y lo iban crucificando). Medellín gasta demasiada electricidad para sus niveles de productividad. En ese entonces emitía poco dióxido de sulfuro pero ya sobrepasaba la muestra en cuanto a dióxido de nitrógeno y material particulado. El diagnóstico más doloroso decía que la ciudad tiene buena capacidad de monitoreo “pero no tiene habilidad para implementar su propia legislación ambiental” (p. 63).
No se identificó allí que toda la cadena de la industria de la construcción, en su gran mayoría, es muy contaminante pues trabaja con los parámetros de hace un siglo. El señor Adonaís Jaramillo del Colectivo Ambiental denunció hace poco la explotación de canteras en el occidente de la ciudad, no se hable de las ladrilleras y los constructores de vivienda y obras públicas. El martes pasado pude ver en Las Vegas, a la altura del Politécnico, al contratista de andenes cortando concreto sin normas de protección y regando jardineras con manguera en pleno racionamiento.
Tampoco se dijo que los alcaldes y la autoridad metropolitana tienen problemas para ejecutar medidas porque los grupos de presión los obstaculizan de manera ostensible e irresponsable, que si en la ciudad circulan vehículos sin revisión técnica es por la corrupción en las oficinas de tránsito, que si hay negocios contaminantes en funcionamiento es por ineficiencia o dolo de los funcionarios. Como suelo hacerlo, no dejo de interpelar la responsabilidad corporativa e individual porque cuando se respira veneno cualquier contribución y acción de autocuidado es valiosa en sí misma. La solución única, no existe.
El Colombiano, 3 de abril
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