miércoles, 29 de enero de 2014

Nadaísmo al contraataque

El nadaísmo contraataca. Con motivo del hipotético cumpleaños de Gonzalo Arango (18 de enero de 1931) se realizaron actos en 20 ciudades y 4 países; en el segundo semestre del año pasado Eduardo Escobar publicó Cuando nada concuerda (Siglo del Hombre, 2013); y se avecina el cincuentenario de la muerte de Fernando González, supuesto inspirador del movimiento.

Cuando nada concuerda alude, en la solapa, a Eduardo Escobar como “socio-fundador” –apelativo más propio para un club social– y resalta en el diseño de carátula la palabra “nada”. Con razón. El libro tiene varios subtextos uno de los cuales es la historia del nadaísmo, otro la autobiografía de un nadaísta eterno. El texto revela el santoral nadaísta dominado por las obras de Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre, apenas por encima de Gonzalo Arango y Charles Bauledaire.

Escobar muestra sus particulares afectos literarios por Vladimir Nabokov y, de manera cordial, por Gabriel García Márquez. También sus inquinas y disgustos. Estos últimos siempre tambaleando entre la calidad literaria y las temeridades políticas. Louis-Ferdinand Céline y García Márquez se salvan por la primera, Pablo Neruda se condena por la segunda, Sartre pierde el siglo por las dos pero Escobar lo salva por puro amor.

El libro despliega una crítica cultural a nuestra sociedad yendo más allá de los discursos clasistas y tercermundistas que plagan la hora y media de la rescatada conferencia del 83° cumpleaños de Gonzalo Arango Grandeza y miseria de la literatura. Hace una deliciosa recreación del debate sobre Dios en el milenio y añade argumentos a la crítica del fundamentalismo político y las simetrías entre nazismo y comunismo.

Permanece el temperamento nadaísta de querer escandalizar con asuntos de sexo y drogas, aunque sin rock and roll. Y es que el libro Escobar pone de presentes las distancias que tenemos los de la generación del setenta con algunos representantes de las anteriores. Estos nadaístas tan afrancesados y tan eruditos y, muchos de ellos, tan lejanos de la cultura popular, en especial de sus pilares de rock, fútbol, televisión y Hollywood. Dicho de otro modo, ellos representados por jipismo y nosotros por los punk.

Al final resulta un libro entretenido, sugestivo, bien escrito, provocador al estilo del siglo pasado. Y más allá de las diferencias, las distancias y los anacronismos, mantiene viva la pregunta por la pertinencia del nadaísmo. Y es que, además del apostolado que Escobar hace por su movimiento, ver montones de veinteañeros escuchando las especulaciones que hacía de viva voz Gonzalo Arango hace 50 años tiene que mover al cuestionamiento. Como tiene que hacerlo la popularidad de Fernando González entre los jóvenes.

El sentido del nadaísmo, creo yo, es su espíritu contestatario, ingenuamente trasgresor, sistemáticamente inconforme, un espíritu que vivifica la sociedad en medio de las penumbras creadas por la ofensiva neoconservadora.

El Colombiano, 26 de enero

viernes, 24 de enero de 2014

Respeto

Después de Space, diciembre y enero, siguieron los colapsos en la ciudad. Colapsó la recolección de basuras en diciembre, algo pocas veces visto en la “tacita de plata”. Ahora colapsó una porción de la banca que sostiene las vías del metro y con ella el trasporte masivo en el sur del valle de Aburrá. Estos últimos merecen que se genere una reflexión sobre el papel de las empresas públicas en este tipo de contingencias. En el centro del problema de las basuras está Empresas Varias y en el del metro, la empresa EMTVA más conocida como Metro de Medellín.

El impacto de estas anomalías sobre la ciudadanía fue grandísimo, con secuelas de diverso tipo sobre la salud, la convivencia, la movilidad, el trabajo y el bolsillo de muchos habitantes del área metropolitana y, entre ellos, muchos de los menos favorecidos. ¿Por qué no doy cifras? Porque no hay. Ese es el primer problema.

Los administradores de estas empresas trataron de subestimar el tamaño del daño y de sobreestimar la eficiencia de sus acciones remediales. Y no hicieron públicos los antecedentes. Ya la prensa nacional había alertado sobre el tema de basuras (“Líos con las basuras, ¿ahora en Medellín?”, Semana, 12.12.13). Y la EMTVA ya sabía que había problemas con la canalización del río.

Ante una ciudadanía respetuosa y comprensiva, calmada en sus denuncias y en sus reacciones, los administradores de Empresas Varias y, sobre todo, del Metro de Medellín han actuado con poca trasparencia, suministrando la mínima información y sin ningún espíritu de autocrítica ni consideración hacia los usuarios y ciudadanos.

Más aún. Las pocas palabras que escuchamos de ellos ofenden la inteligencia. El Gerente de Emvarias dijo que la culpa era de diciembre, pero ¿fue que diciembre se le apareció de improviso? ¿Por qué, si sabe que en diciembre hay más basura, no hizo lo que correspondía? El Metro dijo en un comunicado que no tiene ninguna responsabilidad sobre la banca, pero ¿acaso sus rieles están sobre el aire? ¿Si no tiene responsabilidad por qué le enviaron hace un año al Área Metropolitana un informe sobre “socavación del río”? ¿Y si este informe llegó al Área porque esta dijo que fue un aguacero de la semana pasada?

Los gerentes de las empresas públicas y de los institutos descentralizados son servidores públicos. Manejan organizaciones de las cuales los ciudadanos somos los dueños y nos deben tratar como tales. No hablo solo de respeto en el sentido de la cortesía y de la deferencia que se debe tener para con cualquier ser humano. También en el sentido del respeto que el servidor público le debe al ciudadano común, respeto que debe expresarse en información, explicaciones, reconocimiento de los errores, resarcimiento de los daños. No solo a los jefes que los hayan nombrado o a sus juntas.

El Colombiano, 19 de enero.

miércoles, 15 de enero de 2014

Mala educación

Colombia ha tenido gobiernos preocupados por la educación como los de los radicales, Núñez, Pedro Nel Ospina y López Pumarejo. Otros pueden exculparse debido a urgencias como la guerra, los desastres o las crisis. También están los carentes de visión. El gobierno de Juan Manuel Santos ya aseguró su puesto en este último grupo.

El escándalo se produjo a fines del 2013 cuando se conoció el informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, según las siglas en inglés). Colombia se derrumbó 10 puestos respecto al informe de 2009, colocándose de 62º. entre 65 países. Hubo rasgamiento de vestiduras, algunos análisis y una declaración gubernamental: la ministra de educación dijo que los resultados del gobierno se verían en 10 años (La República, 04.12.13).

La verdad monda y lironda es que los resultados de la gestión de Santos se ven ya. Y no solo por el descalabro de los resultados PISA, ni por el fiasco en que terminó el proyecto de reforma a la educación. Según la Unesco el gasto público en educación como porcentaje del PIB descendió en el primer año del gobierno Santos en 0,4%. El gasto por alumno también disminuyó en este gobierno: levemente en primaria (-0,7%) y en secundaria (-0,6%). Y drásticamente en la educación superior: menos 6,6%, un recorte del 20% en la inversión estatal por estudiante.

Esta política acentúa la tendencia que indica que en Colombia el gasto privado en educación es cada vez más alto. Ya en el 2000 el gasto de las familias colombianas en educación alcanzaba el 38,4% de la inversión del país y el aporte de familiar en la educación superior estaba entre los más altos del continente, apenas detrás de Chile y Argentina. El gasto privado en 2011 representó aproximadamente la mitad del gasto total en el nivel de educación superior (Mesas Temáticas Diálogo Nacional hacia la construcción de una Política Pública de Educación Superior, 20.05.13).

¿Cuál fue la actitud del gobierno Santos ante el aporte familiar a la educación? Castigarlo. La reforma tributaria del 2012 eliminó los gastos en educación como posible deducción del impuesto a la renta, castigando a las familias de clase media por el esfuerzo para mejorar la educación de sus hijos. Algo así como: no financio la educación de tus hijos y tampoco reconozco lo que haces por educarlos.

A mí no me extraña. Hace cuatro años el candidato Santos se enfrentó a su contrincante Antanas Mockus en la segunda vuelta con un pequeña treta. Llamarlo “profesor” en los debates públicos. Los analistas del discurso político hicieron sus delicias con este epíteto. “Profesor” era una manera de decirle inútil, charlatán. No es raro que el candidato que usó el sustantivo “profesor” como un adjetivo degradante sea después el Presidente que ha despreciado la educación.

El Colombiano, 12 de enero.

viernes, 10 de enero de 2014

Diomedes en antología

Hay dos clases de ignorantes: los atrevidos y los humildes. En materia de vallenato los ignorantes atrevidos abundan. Se les abona la vergüenza que les da admitir que no les gusta el vallenato, aunque después borren todo con aquel "pero, el bueno es el vallenato clásico". La expresión "vallenato clásico" no incluye nada; básicamente busca excluir el vallenato como LA música nacional y confinarlo a su ámbito original; a un folklor cualquiera como el torbellino o el mapalé.

Como ignorante que sabe lo que no sabe, me puse en la tarea de revisar mi precaria biblioteca sobre el vallenato para identificar el lugar de Diomedes Díaz como COMPOSITOR en la historia del vallenato. Ninguna de estas curadurías tiene menos de quince años:
a) Pilar Tafur (1995) selecciona 60 "mejores vallenatos", entre ellos, tres de Diomedes: "Cantando", "te quiero mucho" y "Brindo con el alma".
b) Pilar Tafur y Daniel Samper (1997) en su antología "100 años del vallenato", escogen 100 temas que incluyen: "Cantando" y "Brindo con el alma".
c) Jaime Araújo Cuello (1999) en "Los 100 mejores vallenatos" -antología escorada hacia Emiliano Zuleta, a quien le reserva diez cupos- incluye tres temas de Diomedes: "Bonita", "Mi muchacho" y "Mi primera cana".

A primera vista parece poco pero en contexto, y apenas en la mitad de su carrera artística, ya aparecía en el Top Ten de los compositores vallenatos.

Se supone que la composición dignifica pero la música popular es más que composición. En una entrevista, ya famosa, con Ernesto McCausland en 1991 le dijo "yo soy INTÉRPRETE", respondiendo a la pregunta por su condición artística. De tal modo que si nos vamos a los temas clásicos del vallenato que son tales por haber pasado por las manos de Diomedes las cifras se multiplican y El Cacique se va volviendo más y más grande.

viernes, 3 de enero de 2014

Diomedes y el buenismo

La muerte de Diomedes Díaz me sirve para dos propósitos vinculados estrechamente. El primero, hacer constar mi admiración por el artista; el segundo, procurar una reflexión sobre el buenismo.

Diomedes Díaz es un artista excepcional reconocido así por aquellos a quienes les corresponde decir eso: la crítica, los colegas y el público. Como simple melómano –lego en los asuntos del vallenato– me limito a rendirle un tributo y a decir que El cacique de La Junta es el primer responsable de que un aire folklórico regional se convirtiera en la auténtica música nacional. Colombia nunca tuvo una música propia asimilada en todas las regiones y por todos los sectores sociales hasta que Diomedes y otros impusieron el vallenato.

Mi reflexión sobre el buenismo tiene que ver con las opiniones de aquellos que, queriendo condenar la vida de Diomedes, enuncian un juicio negativo sobre su valor artístico. El locutor de Blu Radio Felipe Zuleta les dio voz a los buenistas condenando al guajiro cuando su cuerpo todavía estaba tibio. Llamo buenismo al enfoque que pretende integrar indisolublemente las facetas de la vida de una persona –en especial, la íntima y la profesional– y el subsecuente afán por pronunciar condenas públicas.

Me hizo recordar un comentario de Laureano Gómez sobre Porfirio Barba Jacob. La conclusión de Gómez después de revisar la obra del poeta fue que, aunque su calidad no era desdeñable, no era meritoria por tratarse de la creación de un homosexual. Laureano fue taxativo y pretendía salvarnos aseverando que nuestro vate mayor “es indigno de figurar entre las lecturas de personas normales y decentes” (Darío Jaramillo Agudelo, 1983). Los buenistas de hoy pueden decir que las personas normales y decentes no deben gozar de la música del intérprete de Sin medir distancias.

Hay dos errores fundamentales en el razonamiento de los buenistas. El primero fue ampliamente examinado por Isaiah Berlin durante el siglo pasado. Se trata de ignorar que los fines de la vida son múltiples y variados, y que muchos de esos fines son incompatibles entre sí. No somos ángeles –ya lo sabía san Agustín– y nuestras faltas van en una contabilidad distinta a la de nuestros méritos.

El segundo fue magníficamente explicado por Norberto Bobbio y constantemente apelado por los pedagogos (Adela Cortina, “Ser ético”, El Colombiano, 29.12.13.). Según este enfoque los fines que le dan sentido a una actividad determinada de la vida configuran los medios que se consideran idóneos para alcanzarlos. Evaluamos la obra de un artista por la manera como realiza un sentido de la estética y como logra plasmar su expresión según los medios de su ámbito.

La parábola de Barba Jacob se repite: Diomedes Díaz seguirá siendo escuchado y permanecerá en el imaginario popular durante mucho tiempo; sus jueces serán ignorados.

El Colombiano, 5 de enero