En 1981 Karl Popper (1902-1994) afirmó que “la tolerancia ya no parece un problema en los países democráticos de Europa, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda”. Con ello quería decir que la idea de la tolerancia estaba suficientemente afirmada en el mundo occidental (Latinoamérica no contaba). A renglón seguido advertía sobre el peligro que podía suponer una especie de exceso de tolerancia.
Como tantos otros notables pensadores cuando se ponen en trance oracular, Popper se equivocó escandalosamente. Bastó que cayera el Muro de Berlín para que la discriminación general se apoderara de Europa. La xenofobia emergió del breve sopor al que fue sometida después de la guerra. Viejas formas de discriminación como la religiosa y la económica, retornaron. Otras se presentaron como ideas legítimas; tal la discriminación sanitaria.
La convicción popperiana de que la tolerancia ya era un principio aceptado, simplemente, estaba errada. El problema en el mundo contemporáneo es que esa idea de Popper parece dominar el inconciente colectivo, hasta el punto de que la palabra tolerancia ha desaparecido del lenguaje político y social. Suena a palabra vieja, desgastada, trivial y poco eficaz. No es cierto allá, donde se creen civilizados, y lo es menos acá.
En Colombia país de gramáticos, en el que supuestamente ha existido una mayoría política liberal, apenas sí existe. Prácticamente la única obra que destaca este concepto es el “Manual de Tolerancia” de Héctor Abad Gómez (1921-1987), editado póstumamente. Si dejamos los libros y vamos al mundo, el panorama es peor. Ya en otra columna había citado los datos sobre intolerancia política que recoge Latinobarómetro; además, los informes de la “Red de ciudades cómo vamos” sobre discriminación superan el 70% en todos los ítems consultados.
Popper volvió sobre un problema clásico de la tolerancia cual es qué debemos hacer con los intolerantes. Su respuesta sigue siendo vigente; debemos tolerar a los intolerantes hasta un límite que es el uso de la violencia. La apelación a la violencia es la frontera de lo admisible, así que es probable que alguien defienda ideas que nos parecen equivocadas y lo haga en términos terribles a nuestros oídos, pero mientras no recurra a la violencia estará de este lado de la línea. Es difícil encontrar violentos que usen palabras dulces, pero aunque así fuera estarían en el campo de lo intolerable.
Resuelto este punto, el pensador austriaco formuló tres principios:
1. Es posible que yo esté equivocado y que usted tenga razón.
2. Discutamos las cosas racionalmente.
3. Aunque no nos pongamos de acuerdo, podríamos ir aclarando las cosas.
El primer punto puede ser glosado por Pierre Bayle (1647-1706): aunque una verdad esté probada, nadie puede ser obligado a aceptarla. El tercero podría tener una aclaración de Isaiah Berlin (1909-1997): aunque no tengamos muchas cosas claras podemos hacer acuerdos parciales.
El Colombiano, 14 de abril
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