La primera mitad del siglo XX fue, sin dudas, el periodo más belicoso y sangriento de la historia mundial. Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial en 1945 algunos cambios se perfilaron más claramente: la comunidad de Estados creó mecanismos para prevenir y solucionar las guerras interestatales, el interés nacional se vio desplazado por las ideologías y las identidades como motivación central de los choques armados y el cambio técnico hizo probable la amenaza de la destrucción de la especie y del planeta.
Las nuevas sensibilidades a favor de la convivencia y la paz han elevado, por fortuna, los umbrales de tolerancia a la violencia, pero a veces desdibujan los logros de las últimas décadas. Los diversos tipos de guerra han disminuido constantemente en los últimos 60 años, según los datos de las universidades de Michigan y Uppsala. En un exitoso libro, el sicólogo canadiense Steven Pinker ha demostrado convincentemente que vivimos el periodo menos violento en la historia de la humanidad (2011).
Sin embargo, tres fenómenos bélicos han emergido como rasgos de la época. Las guerras civiles enmarcadas en luchas por construcción del Estado, cambio de régimen o consolidación de un poder subnacional. Las guerras que los Estados occidentales llevan a cabo en Asia y África en nombre de la comunidad internacional. La acción de grupos muy pequeños y, a veces, individuos que aprovechan la popularización de las tecnologías de violencia.
El economista Paul Collier intentó simplificar las motivaciones de las guerras contemporáneas en codicia y agravio (2004), pero la antigua simplicidad sigue afirmando que las guerras son multicausales y que esas causas son cambiantes, difíciles de identificar y pocas veces relacionables con las soluciones. Finalmente, la vida social es irreductiblemente conflictiva y el humano es un ser peligroso.
La guerra es una de las actividades más humanas. El utopismo pacifista ha sido una ilusión, muchas veces contraproducente. Parece más indicada la modestia de los ideales que propuso Norberto Bobbio y cuyo lema podría hallarse en el escritor Italo Calvino: “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
El Colombiano, 6 de febrero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario