Un viejo conocido decía con el sarcasmo y la rudeza propia de los paisas más vernáculos que la mejor fórmula para educar a los hijos era “palo y lata”. Habrá que investigar la procedencia de estos localismos, pero es una traducción basta del universal lema “garrote y zanahoria”. Se sabe que es el lema del paternalismo que luce, a la vez, bueno y autoritario.
Estamos ante un gran tema explorado en las teorías de acción social, las relaciones laborales y la política. Cualquier historia de dictadores tropicales, desde el vanguardista patriarca de García Márquez hasta la presencia fugaz de Trujillo en Junot Díaz, le hace honor a esta visión. Imaginemos un análisis síquico de los admiradores de Fidel Castro o recordemos simplemente que el apelativo popular de Stalin era “padrecito”.
Quién creyera que en pleno siglo XXI en Colombia íbamos a tener nuestro propio “padrecito”. El apoyo que reciba en algunos sectores el procurador Alejandro Ordóñez puede explicarse como reedición de una tradición que dormitaba en el espíritu de muchos colombianos, la tradición paternalista. Pero el éxito de todo paternalismo descansa en la comprobación de una honestidad intachable y la demostración de que todo acto, por severo que parezca, se realiza por el bien del otro.
Eso nunca sucede. Al final todo paternalista devela un espíritu retorcido, como el de Abraham que iba a sacrificar a su propio hijo para cumplir un mandato de Yahvé. Lo mismo hemos descubierto con nuestro procurador. En una columna pasada (“Las preferencias del procurador”, El Colombiano, 8 de abril) creo haber demostrado que no estamos ante un juez imparcial. Recientemente Rodrigo Uprimny (El Espectador, 8 de septiembre) concluyó que si realmente el procurador obrara de acuerdo a la ley debería autodestituirse.
Desde entonces –y una vez desmontada la falacia de que la Corte Suprema era el súmmum de la sabiduría– diversos columnistas han venido desnudando la red clientelista que existe entre los magistrados y la procuraduría. Y que cada elogio proveniente de los círculos judiciales está bien respaldado por un puesto con salario suculento para esposos, hijos y hermanos.
El procurador no posee entereza moral ni legal. La única lógica perfecta que explica su administración es la clientelista y la única lógica de sus actuaciones es la sectaria. Su lema sería nómina (para mis amigos) e inhabilidad (para mis adversarios).
En este punto la pregunta del millón es por qué los partidos de la unidad nacional lo apoyan unánimemente (y a escondidas el partido liberal), por qué el presidente Santos lo ensalza, por qué estamos ante la reedición del misterio teológico de tener una terna compuesta por un solo individuo. La respuesta es sencilla: la procuraduría procura la zanahoria para los magistrados y la burocracia de la unidad nacional, y a la vez es el garrote para la ya de por sí débil oposición.
El Colombiano, 30 de septiembre
miércoles, 26 de septiembre de 2012
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Libros por Antioquia
Se acabó la Fiesta del Libro del 2012. Fiesta cultural con pocas figuras de alto nivel, lo que es un desafío porque a Medellín vienen continuamente y quieren venir decenas de personajes de primera fila internacional. Y muy poquitos libros. Pocas editoriales, ninguna novedad, excesivo localismo. Me atrevo a decir que había más títulos esta semana sólo en el Centro Cultural García Márquez en Bogotá.
A una Medellín que aspira a los Juegos Olímpicos juveniles no le queda bien que su fiesta del libro sea el equivalente a un campeonato de tejo. Dejemos esta crítica –que ojalá se tome para bien– para complementar un comentario que hice hace mes y medio sobre los libros que debíamos leer para seguir conociendo a Colombia. Ahora lo hago pensando en Antioquia.
La profesora vallecaucana de la Universidad de Antioquia Beatriz Patiño Millán publicó en 2011 “Riqueza, pobreza y diferenciación social en la Antioquia del siglo XVIII”. Una contribución a los estudios regionales que se puede leer ahora como homenaje a la historiadora fallecida este año (30 de marzo). La Alcaldía de Medellín publicó el libro de María Teresa Uribe “Un retrato fragmentado” (2011), cuya edición estuvo a cargo de la profesora Liliana María López y que recoge trabajos previos de difícil acceso realizados a lo largo de tres décadas por la insigne socióloga e historiadora. El profesor Michel Hermelin dirigió el trabajo que culminó en la edición de “Geografía de Antioquia”, editado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit en 2006, un trabajo de puesta al día casi único, dado su objeto.
La Universidad de Antioquia publicó el trabajo doctoral de Nicanor Restrepo Santamaría que apareció como “Empresariado antioqueño y sociedad, 1940-2004. Influencia de las élites patronales de Antioquia en las políticas socioeconómicas colombianas” (2011). El título no exige ninguna descripción adicional y llena un vacío monumental para la comprensión de nuestro pasado inmediato.
El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia acaba de presentar el libro “Ensayos sobre conflicto, violencia y seguridad ciudadana en Medellín, 1997-2007”, editado por los profesores Juan Carlos Vélez, William Fredy Pérez Toro y William Restrepo Riaza. Los trabajos reunidos ilustran procesos sociales regionales que son de gran interés y actualidad. Diversas unidades académicas de la Universidad Eafit y varios expertos nacionales se juntaron para elaborar el trabajo “Medellín: medio ambiente, urbanismo y sociedad” (2010) cuya edición en lengua inglesa y formato electrónico acaba de ver la luz.
Termino no con un libro sino con una colección dedicada a la obra de Baldomero Sanín Cano, editada bajo el cuidado del sociólogo Gonzalo Cataño y publicada por la Universidad Externado de Colombia. La importancia de Sanín es mayúscula en el contexto latinoamericano, y este trabajo de varios años nos deja sin excusas para no acceder al pensador de Rionegro.
El Colombiano, 16 de septiembre
A una Medellín que aspira a los Juegos Olímpicos juveniles no le queda bien que su fiesta del libro sea el equivalente a un campeonato de tejo. Dejemos esta crítica –que ojalá se tome para bien– para complementar un comentario que hice hace mes y medio sobre los libros que debíamos leer para seguir conociendo a Colombia. Ahora lo hago pensando en Antioquia.
La profesora vallecaucana de la Universidad de Antioquia Beatriz Patiño Millán publicó en 2011 “Riqueza, pobreza y diferenciación social en la Antioquia del siglo XVIII”. Una contribución a los estudios regionales que se puede leer ahora como homenaje a la historiadora fallecida este año (30 de marzo). La Alcaldía de Medellín publicó el libro de María Teresa Uribe “Un retrato fragmentado” (2011), cuya edición estuvo a cargo de la profesora Liliana María López y que recoge trabajos previos de difícil acceso realizados a lo largo de tres décadas por la insigne socióloga e historiadora. El profesor Michel Hermelin dirigió el trabajo que culminó en la edición de “Geografía de Antioquia”, editado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit en 2006, un trabajo de puesta al día casi único, dado su objeto.
La Universidad de Antioquia publicó el trabajo doctoral de Nicanor Restrepo Santamaría que apareció como “Empresariado antioqueño y sociedad, 1940-2004. Influencia de las élites patronales de Antioquia en las políticas socioeconómicas colombianas” (2011). El título no exige ninguna descripción adicional y llena un vacío monumental para la comprensión de nuestro pasado inmediato.
El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia acaba de presentar el libro “Ensayos sobre conflicto, violencia y seguridad ciudadana en Medellín, 1997-2007”, editado por los profesores Juan Carlos Vélez, William Fredy Pérez Toro y William Restrepo Riaza. Los trabajos reunidos ilustran procesos sociales regionales que son de gran interés y actualidad. Diversas unidades académicas de la Universidad Eafit y varios expertos nacionales se juntaron para elaborar el trabajo “Medellín: medio ambiente, urbanismo y sociedad” (2010) cuya edición en lengua inglesa y formato electrónico acaba de ver la luz.
Termino no con un libro sino con una colección dedicada a la obra de Baldomero Sanín Cano, editada bajo el cuidado del sociólogo Gonzalo Cataño y publicada por la Universidad Externado de Colombia. La importancia de Sanín es mayúscula en el contexto latinoamericano, y este trabajo de varios años nos deja sin excusas para no acceder al pensador de Rionegro.
El Colombiano, 16 de septiembre
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Consejos al margen de la mesa
Apareció por fin el resultado de 6 meses de conversaciones secretas entre el Gobierno nacional y las Farc. Termina así la llamada primera fase y pronto empezará la segunda. Me atrevo a dar unos consejos que pueden hacer que nuestra conducta contribuya a que esto termine bien:
1. Apoyar el proceso. Toda guerra tiene dos caras: la estratégica y la diplomática. La diplomacia siempre es una posibilidad y nadie debe desecharla. Las Farc le dijeron cuatro veces no a Uribe, según recordó Patricia Lara (El Espectador, 23.08.12). Ahora que dijeron sí, se crea una ocasión que hay que tomar.
2. No meterse a la mesa. Hay filas de cientos de lagartos tratando de meterse a la mesa y montones de ocurrentes proponiendo más temas, problemas, audiencias. En esa mesa no falta nadie y los temas son suficientes para ese escenario. Está el gobierno que representa al pueblo y están los adversarios.
3. Mantener una dosis de escepticismo. La gente tiene derecho a no creer que ahora haya un final feliz. Sería una insensatez salir a pintar palomas y a cantar el Himno a la Alegría. El escepticismo le quitará oxígeno a quienes quieren jugar con la negociación.
4. Presionar a las Farc. El 98% de los colombianos no queremos a las Farc. Nuestro deber es presionarlos para que cesen la violencia. En particular, que cesen unilateralmente los ataques a la población civil y a la infraestructura económica.
5. Fiscalizar el proceso. El incienso y las comisiones de aplausos sirven menos que las críticas. Hay que vigilar el proceso, darle insumos al Gobierno y exigir resultados. Estoy de acuerdo con la perspectiva de Juanita León y Martha Maya de que la posición de Uribe puede cumplir una función positiva (La silla vacía, 04.09.12).
6. Los pies en Colombia. Las conversaciones serán en Noruega y Cuba. Nosotros debemos mantenernos en Colombia, concientes de que tenemos problemas más serios que las Farc. Ni un solo minuto debe perderse en la vigilancia sobre lo que pasa con la salud, las pensiones, el desempleo, la educación, el medio ambiente.
7. No distraerse. El Gobierno concentrará unos esfuerzos en la negociación, pero el resto de la sociedad tiene que seguir haciendo su tarea. Uno de los efectos desastrosos de El Caguán fue que todo el mundo se paralizó esperando que allá se hiciera todo. El país tiene que seguir adelante con las Farc o sin ellas, con acuerdo o sin acuerdo.
8. No confundir los roles. Cualquier aprendiz de negociación conoce esta regla. Hay que mantener claras las diferencias entre las partes. Ellos son ellos y nosotros nosotros; cuando termine el proceso veremos. Por eso resulta inaudita la declaración del Ministro del Interior Fernando Carrillo saliendo a graduar de demócrata a Timochenko (Semana, 04.09.12).
Hay que hacer las tareas para que esto termine bien.
El Colombiano, 9 de septiembre
1. Apoyar el proceso. Toda guerra tiene dos caras: la estratégica y la diplomática. La diplomacia siempre es una posibilidad y nadie debe desecharla. Las Farc le dijeron cuatro veces no a Uribe, según recordó Patricia Lara (El Espectador, 23.08.12). Ahora que dijeron sí, se crea una ocasión que hay que tomar.
2. No meterse a la mesa. Hay filas de cientos de lagartos tratando de meterse a la mesa y montones de ocurrentes proponiendo más temas, problemas, audiencias. En esa mesa no falta nadie y los temas son suficientes para ese escenario. Está el gobierno que representa al pueblo y están los adversarios.
3. Mantener una dosis de escepticismo. La gente tiene derecho a no creer que ahora haya un final feliz. Sería una insensatez salir a pintar palomas y a cantar el Himno a la Alegría. El escepticismo le quitará oxígeno a quienes quieren jugar con la negociación.
4. Presionar a las Farc. El 98% de los colombianos no queremos a las Farc. Nuestro deber es presionarlos para que cesen la violencia. En particular, que cesen unilateralmente los ataques a la población civil y a la infraestructura económica.
5. Fiscalizar el proceso. El incienso y las comisiones de aplausos sirven menos que las críticas. Hay que vigilar el proceso, darle insumos al Gobierno y exigir resultados. Estoy de acuerdo con la perspectiva de Juanita León y Martha Maya de que la posición de Uribe puede cumplir una función positiva (La silla vacía, 04.09.12).
6. Los pies en Colombia. Las conversaciones serán en Noruega y Cuba. Nosotros debemos mantenernos en Colombia, concientes de que tenemos problemas más serios que las Farc. Ni un solo minuto debe perderse en la vigilancia sobre lo que pasa con la salud, las pensiones, el desempleo, la educación, el medio ambiente.
7. No distraerse. El Gobierno concentrará unos esfuerzos en la negociación, pero el resto de la sociedad tiene que seguir haciendo su tarea. Uno de los efectos desastrosos de El Caguán fue que todo el mundo se paralizó esperando que allá se hiciera todo. El país tiene que seguir adelante con las Farc o sin ellas, con acuerdo o sin acuerdo.
8. No confundir los roles. Cualquier aprendiz de negociación conoce esta regla. Hay que mantener claras las diferencias entre las partes. Ellos son ellos y nosotros nosotros; cuando termine el proceso veremos. Por eso resulta inaudita la declaración del Ministro del Interior Fernando Carrillo saliendo a graduar de demócrata a Timochenko (Semana, 04.09.12).
Hay que hacer las tareas para que esto termine bien.
El Colombiano, 9 de septiembre
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Tres hombres muertos
Algunas gentes e instituciones conmemoraron la semana pasada el terrible 25 de agosto en la Medellín de hace 25 años. Debieran haber sido más, sobre todo si queremos aprender algo de nuestra historia reciente y si pensamos que podríamos intentar mejorar nuestro porvenir.
Ese día hubo tres hombres muertos, asesinados para ser exactos, si mal no recuerdo en la calle Argentina, en el lapso de unas pocas horas. Hombres de tres generaciones distintas, procedencias sociales y perfiles políticos diferentes, incluso muy diferentes. Luis Felipe Vélez, Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. Sus diferencias ilustran bien lo que vivía Colombia en esos años y lo que seguiría viviendo hasta el presente –aunque ahora con menos frecuencia y notoriedad.
Héctor Abad Gómez era una autoridad académica cuya dedicación a la medicina social fue distraída solamente por el imperativo moral que emergía de la caótica política colombiana de la década de 1980. Abad Gómez era un liberal sin “vetas”, como alguna vez le escuché decir, y como tal un promotor práxico de las ideas de los derechos humanos y la tolerancia. El liberalismo de Abad fue la prueba ácida para el partido liberal. El Comité de Derechos Humanos se fundó en medio de la noche turbayista y su muerte fue durante el mandato de Virgilio Barco. En suma, Abad era demasiado liberal para el liberalismo colombiano. Un disidente.
Leonardo Betancur era más bien un socialista. Criado en el movimiento estudiantil de los años sesenta y setenta, uno de los cofundadores de la Escuela Nacional Sindical, militante heterodoxo de la izquierda y dirigente regional del movimiento Firmes encabezado por Gerardo Molina. También médico, primero discípulo y después colega de Abad Gómez, con él promotor del Comité de Derechos y durante el turbayato, “canero” como decía. Leonardo era un representante de la oposición civil y democrática.
Luis Felipe Vélez, maestro y dirigente sindical, presidente de Adida cuando fue asesinado. Militante del clandestino Partido Comunista Marxista Leninista, primero maoísta y después proalbanés, según los códigos impenetrables de la barahúnda izquierdista de la época. Un dirigente social, un civil en términos del derecho humanitario, por más que su militancia le creara una afinidad con el Epl. Un ejemplar de la rebelión.
Esa era la manera como el régimen político y la sociedad podían llegar a tratar a críticos, opositores y rebeldes. Después de un cuarto de siglo se puede afirmar rotundamente que hemos avanzado. Las palabras duras de lo que aquí llaman algunos, con cierta desmesura, polarización son de los más civilizado que hemos tenido.
Pero recordar a estos tres hombres tiene que servir para más. Para aprender a tener gobernantes distintos, movimientos y partidos alternativos; para aprender a debatir y convivir con personas de ideologías extrañas y con pasados azarosos. Sería una manera de prepararnos para lo que viene, si el gobierno no se equivoca demasiado.
El Colombiano, 2 de septiembre
Ese día hubo tres hombres muertos, asesinados para ser exactos, si mal no recuerdo en la calle Argentina, en el lapso de unas pocas horas. Hombres de tres generaciones distintas, procedencias sociales y perfiles políticos diferentes, incluso muy diferentes. Luis Felipe Vélez, Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. Sus diferencias ilustran bien lo que vivía Colombia en esos años y lo que seguiría viviendo hasta el presente –aunque ahora con menos frecuencia y notoriedad.
Héctor Abad Gómez era una autoridad académica cuya dedicación a la medicina social fue distraída solamente por el imperativo moral que emergía de la caótica política colombiana de la década de 1980. Abad Gómez era un liberal sin “vetas”, como alguna vez le escuché decir, y como tal un promotor práxico de las ideas de los derechos humanos y la tolerancia. El liberalismo de Abad fue la prueba ácida para el partido liberal. El Comité de Derechos Humanos se fundó en medio de la noche turbayista y su muerte fue durante el mandato de Virgilio Barco. En suma, Abad era demasiado liberal para el liberalismo colombiano. Un disidente.
Leonardo Betancur era más bien un socialista. Criado en el movimiento estudiantil de los años sesenta y setenta, uno de los cofundadores de la Escuela Nacional Sindical, militante heterodoxo de la izquierda y dirigente regional del movimiento Firmes encabezado por Gerardo Molina. También médico, primero discípulo y después colega de Abad Gómez, con él promotor del Comité de Derechos y durante el turbayato, “canero” como decía. Leonardo era un representante de la oposición civil y democrática.
Luis Felipe Vélez, maestro y dirigente sindical, presidente de Adida cuando fue asesinado. Militante del clandestino Partido Comunista Marxista Leninista, primero maoísta y después proalbanés, según los códigos impenetrables de la barahúnda izquierdista de la época. Un dirigente social, un civil en términos del derecho humanitario, por más que su militancia le creara una afinidad con el Epl. Un ejemplar de la rebelión.
Esa era la manera como el régimen político y la sociedad podían llegar a tratar a críticos, opositores y rebeldes. Después de un cuarto de siglo se puede afirmar rotundamente que hemos avanzado. Las palabras duras de lo que aquí llaman algunos, con cierta desmesura, polarización son de los más civilizado que hemos tenido.
Pero recordar a estos tres hombres tiene que servir para más. Para aprender a tener gobernantes distintos, movimientos y partidos alternativos; para aprender a debatir y convivir con personas de ideologías extrañas y con pasados azarosos. Sería una manera de prepararnos para lo que viene, si el gobierno no se equivoca demasiado.
El Colombiano, 2 de septiembre
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