Hacer rankings es una de las enfermedades de los melómanos. No hay llamados a la calma, ni a la apertura, ni relativismo que valga cuando esta tentación nos ataca. No hay que ser como Rob, el protagonista de “Alta fidelidad”, quien hace listas diarias y para todos los aspectos de la vida, pero un par de listas anuales son inevitables.
Cuando Bruce Springsteen cumple seis décadas, además de oír uno tras otro todos sus álbumes, uno vuelve a poner los gustos propios en una escala. Escala que era distinta hace veinte años y no sólo por la producción discográfica sino, sobre todo, por lo que pasa en la vida.
¿Los cinco mejores álbumes?
1. Darkness of the Edge of Town (1978)
2. Tunnel of Love (1987)
3. The Rising (2002)
4. Greetings from the Ashbury Park (1973)
5. The Ghost of Tom Joad (1995)
¿Las cinco mejores canciones?
1. The River (1980)
2. Thunder Road (1975)
3. Bobby Jean (1984)
4. I’ll Work for your Love (2007)
5. Hearts of Stone (1977)
martes, 29 de septiembre de 2009
sábado, 26 de septiembre de 2009
Bono vox, one Boss
Ya se sabe de la meticulosidad que exige organizar una gira de U2… y ella pone de presente la filosofía de la banda. La gira 2009 por Estados Unidos tuvo un detalle significativo, similar a la visita a Graceland en 1987 pero más festivo. Al fin y al cabo no es lo mismo rendir tributo al ídolo muerto que ensalzar al héroe vivo.
En la gira había una fecha y un lugar inamovibles: 23 de septiembre, New Jersey. La razón la sabían pocos. Bono haría subir al escenario a Bruce Springsteen el día de su 60º. cumpleaños. Lo demás puede ser contingente… que Springsteen cante “She’s the one” y que Bono coree “él es el único” o “él es el uno”.
De U2 sabemos sus deudas con The Clash, “la mejor banda de la historia” según sus palabras. Su devoción hacia Elvis, quien debía arrobar a cualquier niño en la década de 1960. En los últimos años, Bono ya había dado pistas de haber descubierto la magnitud del Boss. Un evangelio poco novedoso el mundo norteamericano y europeo, pero una verdad por descubrir en el trópico.
En la gira había una fecha y un lugar inamovibles: 23 de septiembre, New Jersey. La razón la sabían pocos. Bono haría subir al escenario a Bruce Springsteen el día de su 60º. cumpleaños. Lo demás puede ser contingente… que Springsteen cante “She’s the one” y que Bono coree “él es el único” o “él es el uno”.
De U2 sabemos sus deudas con The Clash, “la mejor banda de la historia” según sus palabras. Su devoción hacia Elvis, quien debía arrobar a cualquier niño en la década de 1960. En los últimos años, Bono ya había dado pistas de haber descubierto la magnitud del Boss. Un evangelio poco novedoso el mundo norteamericano y europeo, pero una verdad por descubrir en el trópico.
lunes, 21 de septiembre de 2009
Teoría contra la reelección
La mayor parte de los argumentos que se escuchan y leen contra la segunda reelección del presidente Álvaro Uribe provienen de la vesícula biliar y no del cerebro, de los escarbadores de los códigos y no de la política. Quienes esto hacen sólo dan coces contra el aguijón. Al menos después de siete años queda demostrado que ese camino sólo hace más fuerte al líder. Es bueno, por tanto, buscar por otros lados y como lo que a mí me interesa es la teoría política, pues por ahí intento.
Primero están las razones democráticas. Casi todas favorecen la reelección menos una, más importante por sus consecuencias que en sí misma, y es la de la alternación. Ciertamente la alternación permite refrescar, innovar, ensayar otros caminos, en la gestión pública.
Después vienen las razones liberales. En un país donde el espectro de la confiabilidad se quiebra entre las Fuerzas Armadas y el Presidente de un lado, y el congreso y los jueces por otro, apelar empíricamente al lustre de la división de poderes no parece muy productivo. Sin embargo, la idea de la protección de las minorías y el fortalecimiento de los mecanismos contramayoritarios en tiempos de mayorías aplastantes debe ser un argumento fuerte.
Me gustan más las razones del pluralismo. En un país dividido entre las verdades liberales y las católicas y ahora volcado hacia las verdades del proyecto uribista, el rescate del valor del pluralismo es fundamental. Sacudir a la opinión pública de esta pugna tan aburridora e improductiva entre los pro y los anti puede producir un reverdecimiento entre la intelectualidad y la opinión pública.
Por último están las razones comunitaristas. La segunda reelección amenaza con echar al traste con la unidad del país nacional y el país político. Aquí país nacional es, como en cualquier teoría política respetable, el país que se mueve: los gremios y los sindicatos, los empresarios y los medios, la iglesia católica y los académicos. En medio de la leonera regional esta escisión puede resultar muy nociva para el Estado y la sociedad colombianos.
Primero están las razones democráticas. Casi todas favorecen la reelección menos una, más importante por sus consecuencias que en sí misma, y es la de la alternación. Ciertamente la alternación permite refrescar, innovar, ensayar otros caminos, en la gestión pública.
Después vienen las razones liberales. En un país donde el espectro de la confiabilidad se quiebra entre las Fuerzas Armadas y el Presidente de un lado, y el congreso y los jueces por otro, apelar empíricamente al lustre de la división de poderes no parece muy productivo. Sin embargo, la idea de la protección de las minorías y el fortalecimiento de los mecanismos contramayoritarios en tiempos de mayorías aplastantes debe ser un argumento fuerte.
Me gustan más las razones del pluralismo. En un país dividido entre las verdades liberales y las católicas y ahora volcado hacia las verdades del proyecto uribista, el rescate del valor del pluralismo es fundamental. Sacudir a la opinión pública de esta pugna tan aburridora e improductiva entre los pro y los anti puede producir un reverdecimiento entre la intelectualidad y la opinión pública.
Por último están las razones comunitaristas. La segunda reelección amenaza con echar al traste con la unidad del país nacional y el país político. Aquí país nacional es, como en cualquier teoría política respetable, el país que se mueve: los gremios y los sindicatos, los empresarios y los medios, la iglesia católica y los académicos. En medio de la leonera regional esta escisión puede resultar muy nociva para el Estado y la sociedad colombianos.
martes, 1 de septiembre de 2009
Opinadores caricaturescos
Arcadia ha vuelto a publicar (No. 47), inusual e inteligentemente, una reciente columna de Alejandro Gaviria sobre la opinión escrita en los medios colombianos. Gaviria retoma un viejo trabajo de un intelectual inglés que establece una reflexión a partir de la antinomia entre “científicos” y “literatos”. Muy importante el debate al que convidó a seis columnistas de la prensa escrita del país. Después de haber leído a Gaviria uno se inclinaba por la expectativa de una respuesta sesuda, que pudiera enriquecer el tema, profundizarlo y encontrarle variaciones. Pero no.
Me sorprendió muchísimo que apenas la mitad de los interlocutores se dejaran retar por una insinuación provocadora que puede ser muy productiva para la discusión sobre el papel de los intelectuales públicos en Colombia. A Hommes y Abad, especialmente, se les nota que pensaron antes de sentarse a escribir, que revisaron algún apunte viejo o retomaron alguna consideración que tenían en remojo.
Lo de Yolanda Reyes es un desliz. Uno no puede cabalgar acusando de maniqueísmo un texto que en su primer párrafo anuncia que lo va a hacer es “caricaturizar una caricatura”. Así que opinar sin leer o escuchar bien aquello acerca de lo que se va a tratar es, al menos, una indelicadeza. A Alfredo Molano, cuando declara que “mi distanciamiento de la academia es cada vez mayor”, se le salió lo medieval. Y el señor Valencia, que cree que la mejora en los indicadores de desarrollo humano es incompatible con los pobres de San Juan de Arama, completa un panorama en el que la caricatura sugerida se vuelve realidad.
Debe sonreír Gaviria. Las caricaturas saltaron al papel para darle la razón.
Me sorprendió muchísimo que apenas la mitad de los interlocutores se dejaran retar por una insinuación provocadora que puede ser muy productiva para la discusión sobre el papel de los intelectuales públicos en Colombia. A Hommes y Abad, especialmente, se les nota que pensaron antes de sentarse a escribir, que revisaron algún apunte viejo o retomaron alguna consideración que tenían en remojo.
Lo de Yolanda Reyes es un desliz. Uno no puede cabalgar acusando de maniqueísmo un texto que en su primer párrafo anuncia que lo va a hacer es “caricaturizar una caricatura”. Así que opinar sin leer o escuchar bien aquello acerca de lo que se va a tratar es, al menos, una indelicadeza. A Alfredo Molano, cuando declara que “mi distanciamiento de la academia es cada vez mayor”, se le salió lo medieval. Y el señor Valencia, que cree que la mejora en los indicadores de desarrollo humano es incompatible con los pobres de San Juan de Arama, completa un panorama en el que la caricatura sugerida se vuelve realidad.
Debe sonreír Gaviria. Las caricaturas saltaron al papel para darle la razón.
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