domingo, 30 de noviembre de 2008

Taubes: La teología política de Pablo

Con 15 años de retraso se publica en español la obra póstuma y “testamento espiritual” de Jacob Taubes (1923-1987) titulada “La teología política de Pablo”* y correspondiente a un curso corto y exclusivo ofrecido en Heidelberg en enero de 1987.

Taubes señala de nuevo a san Pablo como fuente ineludible de la cultura occidental, coincidiendo con los esfuerzos de Émile Cioran (en clave antagónica), del cineasta Kryzstof Kieslowski (quien hace girar su trilogía alrededor de la Carta a los Corintios) o de Giorgio Agamben (quien se aplica al fundador del cristianismo en “El tiempo que resta”), para mencionar algunos ejemplos. El filósofo indica así la insuficiencia de pensarnos sólo desde la fuente griega y la pobreza de una secularización que emascula la trayectoria judeo-cristiana de Occidente, indicación que lleva a una crítica demoledora de la universidad que ignora el estudio de la Biblia.

Que se trate de una teología política es una declaración de la filiación del discurso con el pensamiento de Carl Schmitt. Antes de morir éste, Taubes le visitó en Plattenberg y pudo discutir durante varios días algunos capítulos de la Carta a los Romanos. Schmitt le despidió indicándole que no debiera morirse (Taubes ya padecía cáncer) sin exponer sus investigaciones. El resultado es este libro, al cual Cioran y otros contribuyeron con una edición minuciosa.

No extraña pues que el libro se complete con algunos textos reunidos bajo el título “Ad Carl Schmitt. Armonía de opuestos” que enfría en términos heracliteanos la voluntad de Taubes, que solía citar de oídas y hablar con pasión: “En amorosa disputa con Carl Schmitt”. Él –judío como se representaba Heine y como los representaba el renegado Marx– se sabía enemigo de Schmitt y ello no le impidió firmar sus cartas “amistosamente” y rendirle respeto ante la traumatizada intelectualidad alemana como la gran figura alemana del siglo al lado de Martin Heidegger. Como judío se decía “¿quién soy yo para juzgar?” y creía que había cosas más importantes que la ley: el amor, la misericordia y el perdón.

* Jacob Taubes, La teología política de Pablo, Madrid, Trotta, 2007. Trad. Miguel García-Baró.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Tinieblas

A propósito de la frase de Tocqueville, que usé como título del artículo “La marcha en las tinieblas”, surgen problemas derivados del uso ordinario de la palabra “tinieblas”. Obviamente, la cultura occidental la ha cargado con denotaciones negativas, colocando allí, juntos, el peligro, el adversario, el paisaje del miedo. Para propósitos menos tenebrosos solemos usar oscuridad, penumbra, noche y afines.

La intención de Tocqueville no era apocalíptica. Tampoco la mía en ese intento precario por proponer una imagen para el fin del entusiasmo liberal. Nunca he sido liberal y el agotamiento de un periodo de exaltación no se predica con alegría, tampoco. Simplemente es un intento de resaltar un nuevo periodo en el que las certezas graníticas, las verdades definitivas y las grandes palabras han vuelto a quedar sepultadas. No ya bajo el polvo físico de un muro emblemático, quizás sí bajo el de unas emblemáticas torres, pero algo más: las guerras de la impotencia en Asia Central, el derrumbe financiero, la inmoralidad del nuevo humanitarismo, la instrumentalización de las bellas ideas de la posguerra.

Dicho en palabras de Daniel Innerarity (El País, 07.10.2008) se trata de señalar que el tiempo que termina es el aquel caracterizado por “el arte de tener siempre la razón”. Un arte basado en la idea de la existía una verdad con mayúsculas, que era posible conocerla y que había un método apropiado para hacerlo, usando una conocida síntesis de Isaiah Berlin. El profesor español elabora un buen complemento diciendo que ese arte presumía que era posible eliminar la ignorancia.

Y no. A lo apunta la marcha en las tinieblas es resaltar la irreductible incertidumbre de estos tiempos, “por lo que debemos entenderla [la ignorancia], tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso”. Filosóficamente se comprende mejor la pertinencia del pragmatismo norteamericano, sobre la soberbio de la ilustración europea.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Tu verdadero peor enemigo

La historia escondida detrás de “Your Own Worst Enemy” (Bruce Springsteen, “Magic”, 2007), puede ser una historia íntima como la de “Una historia violenta” (David Cronenberg, 2005). Pero dejemos a un lado el ambiente hogareño que se nota en la canción y pensemos en ella como una historia política y hagamos dos glosas sin la pretensión de construir un argumento.

“Los tiempos llegaron a ser claros / cuando quitamos todos los espejos”. Si tenemos en cuenta que se está hablando de enemigos y de la nueva situación en la cual el peligro real se detecta en lo propio, cobra sentido este verso preciso. Había un tiempo claro en el cual el enemigo era otro distinto, estaba afuera, o simplemente había una línea divisoria precisa entre amigos y enemigos. En los tiempos en que el curso de las cosas está determinado por el afuera los espejos sobran, se cubren con sábanas, se guardan en los sótanos, desaparecen en el estropicio de los combates. Sin embargo algo ha sucedido para que esa línea se haya perdido; quizás hayamos ganado la guerra; quizás ya no tengamos enfrente lo malo, lo feo, lo falso, ordenado bajo la misma sigla; el de afuera ha perdido importancia.

En la nueva calma los espejos se han reinstalado y la tranquilidad de un adversario público viene a ser sustituida por la falta de certeza acerca del origen de nuestras preocupaciones. Cuando nos miramos al espejo podemos descubrir que el nuevo enemigo está al frente y que no es otro que nosotros mismos. Es el verdadero enemigo, “the own enemy”, tal vez porque el enemigo feroz de los tiempos sin espejos era sólo nuestra propia maldad encarnada en cuerpo extraño. ¿Por qué si el feroz adversario ha sido derrotado, nuestros males continúan? Parece ser que no era nuestro verdadero enemigo. Nuestro verdadero enemigo, al parecer, somos nosotros mismos. Que sea el peor es apenas una consecuencia, al fin y al cabo no hay peor enemigo que el enemigo íntimo. Y ninguno más íntimo que el que surge de una escisión interior.