Mi primer encuentro con la obra de Daniel Pécaut fue hace 45 años. Yo era un joven sindicalista de 20 años que acababa de abandonar sus estudios de historia para dedicarse a la militancia social. Los inconformes de Ignacio Torres Giraldo y Política y sindicalismo en Colombia, de Pécaut, fueron los libros más atractivos de mi nuevo curso vital aunque este último fue un desafío que me sobrepasó en aquel momento. Mi primer encuentro físico con Daniel ocurrió a principios de los años noventa cuando me visitó en la Escuela Nacional Sindical en busca de los viejos dirigentes sindicales antioqueños, y ansioso por actualizarse sobre el estado del movimiento. Ambos contactos fueron la apertura de una amistad académica marcada por su tranquila agudeza, y de ellos derivo sus lecciones.
La lección intelectual tiene que ver con nuestra común formación básica en filosofía, campo en el cual Pécaut desarrolló una maestría para articular tareas conceptuales, teóricas y valorativas con su práctica de la sociología, la historia del presente y el análisis político. Daniel desarrolló sus investigaciones a partir de un repertorio conceptual sólido que se mantiene desde 1973, sorprendentemente, y que afinó desde entonces. Viejas nociones clásicas, transformadas en sus manos, como orden o lo político enriquecieron los estudios histórico-políticos colombianos, y otras más nuevas, como lo simbólico, constituyeron una novedad que estableció lazos con la antropología y la semiología. La obra de Pécaut despliega y sustenta un conjunto de tesis fuertes que ya conforman una teoría criolla sobre el devenir colombiano: la complementariedad del orden y la violencia, la debilidad de una simbólica nacional, el prosaísmo de la violencia, la negación del populismo, la pobreza de las ideas políticas en el país, entre otras. En cuanto al aspecto valorativo, no se queda en las teorías meso ni en el plano interpretativo sino que ofrece una evaluación, unos juicios de valor, que iluminan su análisis y que se presentan con elegancia y sobriedad, ejercicio complejo y constructivo en un ambiente intelectual poco diestro en el debate abierto y constructivo.
Más allá de su compromiso con los problemas del país y con sus ámbitos académico e intelectual, destaco sus lecciones personales más afectivas: la generosidad en la enseñanza y la socialización del conocimiento (en las ONG o en la Universidad Eafit), la apertura para realizar nuevas preguntas e integrar a su bagaje nuevos problemas (narcotráfico, violencia urbana, mafias, memoria), y la delicadeza y amabilidad en la expresión de las contradicciones (sobre guerra civil o populismo, en mi caso).
Mi gratitud hacia un maestro que siempre se presentó como un colega cordial y modesto.
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