Las estrategias políticas y electorales que promueven la polarización tienen muchas cosas en común: la explotación de las emociones, la oposición entre el bien y el mal, la absolutización de la enemistad, la inflexibilidad en las posiciones, el radicalismo en las palabras y en los actos. Y -desde la izquierda o la derecha- el obstáculo es el mismo: el centro político. Los representantes del centro político son el blanco preferido de los extremistas, que solo se reconocen mutuamente.
Los bandos que ven en la polarización su mejor forma de crecer y de aumentar sus probabilidades de triunfo necesitan destruir el centro. Esto se sabe bien en la táctica militar. Hay que barrer el terreno entre los dos ejércitos, hay que destruir todo aquello que no pueda ser controlado ni usufructuado por ellos, y así crear una tierra de nadie (“No man’s land”). Mientras ese espacio intermedio sea más grande y más vivo, menor será la posibilidad de escalar el conflicto y reducirlo a una pura forma dual, a un problema exclusivo de dos.
El centro político tiene contenido. Baste mirar las ejecutorias de Barack Obama y compararlas con las posturas de Sanders y Trump (parecidas en política económica) o leer los acuerdos de la coalición alemana. En el país, la Coalición Colombia se construyó alrededor de un programa de 20 puntos, con más de cinco subpuntos en cada uno. Cuando un analista u observador dice que el centro no tiene programa o que su candidato, Sergio Fajardo, no fija posición, está mintiendo o hablando sin informarse. Los promotores de la polarización incitan a la demagogia y el bochinche para que los candidatos del centro entre en los territorios en que mejor se mueven.
Pero lo más atractivo del centro está en la forma de hacer política. Norberto Bobbio (1909-2004), uno de los más importantes pensadores del siglo pasado, afirmó que en la política contemporánea son más importantes los medios que los fines. Con ello quiso apuntar a dos cosas: a los medios para alcanzar los fines, pero también a las formas de hacer política. Bobbio planteó que en estos tiempos una de las demarcaciones cruciales es la que existe entre moderados y radicales. Y hay radicales a la derecha y a la izquierda. Los radicales de los dos lados se alimentan de la necesidad de protección que demandan grupos poblacionales asustados o muy establecidos. Los radicales se presentan como hombres fuertes; son la flor y la nata del machismo en lo personal y el autoritarismo en lo social.
Los líderes centristas son el antídoto contra los males contemporáneos sobre los que cabalga el radicalismo de izquierda y derecha: apelan a la razonabilidad de la gente, reconocen múltiples matices en los puntos de vista y diversidad de posibles soluciones, son moderados en el lenguaje y en la acción, tienen adversarios pero no enemigos.
El Colombiano, 25 de marzo
lunes, 26 de marzo de 2018
viernes, 23 de marzo de 2018
Colombia: Strengthen the Political Center
The political and electoral strategies that promote polarization have many things in common: the exploitation of emotions, the opposition between good and evil, the absolutization of enmity, inflexibility in positions, radicalism in words and acts And they -from left or right- have one obstacle in common: the political center. Representatives of the political center are the preferred target of extremists, who only recognize each other.
The sides that see polarization as their best way to grow and increase their chances of victory need to destroy the center. This is well known in military tactics. We must sweep the land between the two armies, we must destroy everything that can not be controlled or usufructuated by them, and thus create a no man's land. As long as that intermediate space is bigger and more alive, the smaller the possibility of escalating the conflict and reducing it to a pure dual form, to an exclusive problem of two.
The political center has content. Suffice it to look at the executions of Barack Obama and compare them with the positions of Sanders and Trump (similar on economics) or read the agreements of the German coalition. In the country, the Colombia Coalition was built around a 20-point program, with more than five sub-points in each. When an analyst or observer says that the center does not have a program or that its candidate, Sergio Fajardo, does not set a position, he is lying or talking without informing himself. Polarization promoters incite demagoguery and boom for the center's candidates to enter the territories in which they move best.
But the most attractive part of the center is in the way of doing politics. Norberto Bobbio (1909-2004), one of the most important thinkers of the last century, affirmed that in contemporary politics, means are more important than ends. With this he wanted to point to two things: the means to achieve the ends, but also the ways of doing politics. Bobbio said that in these times one of the crucial demarcations is that between moderate and radical. And there are radicals to the right and to the left. Radicals on both sides are fed by the need for protection demanded by frightened or well-established population groups. Radicals are presented as strong men; they are the flower and cream of machismo in the personal and authoritarianism in the social.
Centrist leaders are the antidote to the contemporary evils on which left and right radicalism rides: they appeal to the reasonableness of the people, they recognize multiple nuances in the points of view and diversity of possible solutions, they are moderate in the language and in the action, they have adversaries but not enemies.
The sides that see polarization as their best way to grow and increase their chances of victory need to destroy the center. This is well known in military tactics. We must sweep the land between the two armies, we must destroy everything that can not be controlled or usufructuated by them, and thus create a no man's land. As long as that intermediate space is bigger and more alive, the smaller the possibility of escalating the conflict and reducing it to a pure dual form, to an exclusive problem of two.
The political center has content. Suffice it to look at the executions of Barack Obama and compare them with the positions of Sanders and Trump (similar on economics) or read the agreements of the German coalition. In the country, the Colombia Coalition was built around a 20-point program, with more than five sub-points in each. When an analyst or observer says that the center does not have a program or that its candidate, Sergio Fajardo, does not set a position, he is lying or talking without informing himself. Polarization promoters incite demagoguery and boom for the center's candidates to enter the territories in which they move best.
But the most attractive part of the center is in the way of doing politics. Norberto Bobbio (1909-2004), one of the most important thinkers of the last century, affirmed that in contemporary politics, means are more important than ends. With this he wanted to point to two things: the means to achieve the ends, but also the ways of doing politics. Bobbio said that in these times one of the crucial demarcations is that between moderate and radical. And there are radicals to the right and to the left. Radicals on both sides are fed by the need for protection demanded by frightened or well-established population groups. Radicals are presented as strong men; they are the flower and cream of machismo in the personal and authoritarianism in the social.
Centrist leaders are the antidote to the contemporary evils on which left and right radicalism rides: they appeal to the reasonableness of the people, they recognize multiple nuances in the points of view and diversity of possible solutions, they are moderate in the language and in the action, they have adversaries but not enemies.
lunes, 19 de marzo de 2018
No nos une el amor sino el espanto
La política es conflictiva; de eso no cabe ninguna duda. Pero el conflicto político tiene que tener una base de unidad. Álvaro Gómez Hurtado la llamaba (1919-1995) el “acuerdo sobre lo fundamental”. Ese acuerdo puede expresarse en la constitución política, debería afincarse en la cultura que hace que seamos una comunidad política –distinta de las demás– y que, a veces, llamamos sentimiento nacional. Este sentido de unidad estuvo roto en el país por la guerra, la de mitad de siglo y la más reciente, eso se entiende.
Sin embargo, lo que presenciamos ahora tiene poco que ver con la disputa política normal y reglada que se conoce en casi todo el mundo. Estamos en presencia de un estilo tóxico de hacer política y de plantear las diferencias que tenemos acerca de cómo y hacia dónde debemos encaminarnos como sociedad. Acostumbrados a hacer política electoral con un enemigo interno a la vista, algunos líderes se empeñan en descalificar a los adversarios como si no estuvieran haciendo uso legítimo de los mecanismos democráticos.
Se trata de una manipulación mezquina y peligrosa del miedo, como sentimiento humano y emoción social. Miedo a De la Calle porque se sentó con las Farc y logró que se desmovilizaran y miedo a Fajardo porque tiene el apoyo de Jorge Robledo, como si la trayectoria política de ambos no fuera suficiente fuente de confianza. Miedo a Petro porque representa, por supuesto, un populismo retardatario. En condiciones parecidas, en 1970, Álvaro Gómez decía que no se justificaban “el agravio o el desafío” y que había que basar toda la lucha política en la “confianza en uno mismo”. ¡Cómo cambian los tiempos y los líderes!
Y, además, está la explotación del odio. El odio que Álvaro Uribe ha atizado contra Santos y el odio con el cual el presidente y sus seguidores le corresponden a Uribe y a sus partidarios. Es el retorno de la vieja política de rencillas entre élites, que estuvo a punto de destruir el país, una, dos, tres y más veces.
Hace ocho años parecía vergonzosa la manera como Uribe y Santos trataban a Antanas Mockus. No pudiéndolo acusar de alianzas con la guerrilla ni con Chávez, se dedicaron a descalificarlo. “Caballito discapacitado” fue el estigma descarado que le puso Uribe. Santos –asesorado por JJ Rendón– lo descalificó llamándolo profesor; bueno para enseñar y malo para hacer. Pues bien, aquel episodio lamentable dirigido a impedir el triunfo de una alternativa distinta a las tradicionales, parece hoy poca cosa ante el ambiente de opinión creado y del cual los principales responsables son Uribe y Petro.
Jorge Luis Borges creía que a los habitantes de Buenos Aires no los unía el amor sino el espanto. Hay quienes quieren unir a una mayoría colombianos a punta de miedo, odio y maledicencia contra los demás.
El Colombiano, 18 de marzo
Sin embargo, lo que presenciamos ahora tiene poco que ver con la disputa política normal y reglada que se conoce en casi todo el mundo. Estamos en presencia de un estilo tóxico de hacer política y de plantear las diferencias que tenemos acerca de cómo y hacia dónde debemos encaminarnos como sociedad. Acostumbrados a hacer política electoral con un enemigo interno a la vista, algunos líderes se empeñan en descalificar a los adversarios como si no estuvieran haciendo uso legítimo de los mecanismos democráticos.
Se trata de una manipulación mezquina y peligrosa del miedo, como sentimiento humano y emoción social. Miedo a De la Calle porque se sentó con las Farc y logró que se desmovilizaran y miedo a Fajardo porque tiene el apoyo de Jorge Robledo, como si la trayectoria política de ambos no fuera suficiente fuente de confianza. Miedo a Petro porque representa, por supuesto, un populismo retardatario. En condiciones parecidas, en 1970, Álvaro Gómez decía que no se justificaban “el agravio o el desafío” y que había que basar toda la lucha política en la “confianza en uno mismo”. ¡Cómo cambian los tiempos y los líderes!
Y, además, está la explotación del odio. El odio que Álvaro Uribe ha atizado contra Santos y el odio con el cual el presidente y sus seguidores le corresponden a Uribe y a sus partidarios. Es el retorno de la vieja política de rencillas entre élites, que estuvo a punto de destruir el país, una, dos, tres y más veces.
Hace ocho años parecía vergonzosa la manera como Uribe y Santos trataban a Antanas Mockus. No pudiéndolo acusar de alianzas con la guerrilla ni con Chávez, se dedicaron a descalificarlo. “Caballito discapacitado” fue el estigma descarado que le puso Uribe. Santos –asesorado por JJ Rendón– lo descalificó llamándolo profesor; bueno para enseñar y malo para hacer. Pues bien, aquel episodio lamentable dirigido a impedir el triunfo de una alternativa distinta a las tradicionales, parece hoy poca cosa ante el ambiente de opinión creado y del cual los principales responsables son Uribe y Petro.
Jorge Luis Borges creía que a los habitantes de Buenos Aires no los unía el amor sino el espanto. Hay quienes quieren unir a una mayoría colombianos a punta de miedo, odio y maledicencia contra los demás.
El Colombiano, 18 de marzo
lunes, 12 de marzo de 2018
Vidrios polarizados
Dos camionetas están enfrentadas en una calle estrecha, estrechada más aún por una fila de carros parqueados. Suenan los pitos, como si fueran insultos en morse amplificado. Obstinados, nadie cede. Uno apaga su motor, el otro se pega de su pito como si hubiera muerto sobre la cabrilla. Empiezan a escucharse improperios a voz en cuello. Uno se baja, el otro también; se encaminan al enfrentamiento. En fracciones de segundo reconocen mutuamente a un colega cercano, se disculpan y se van.
La historia es real. La persona que me la contó y la protagonizó, reflexionó: eso pasa con los vidrios polarizados; no vemos al otro como persona, nos mantiene en el anonimato y cuando ocurren ambas cosas perdemos la sensibilidad, el trato tranquilo, la capacidad de razonar, nos llenamos de furia, nos atornillamos en nuestra insignificante posición y lubricamos esta tonta soberbia.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk sugiere que los individuos contemporáneos no vivimos en el mundo, vivimos en una serie consecutiva de burbujas en las que nos encerramos, y nos protegemos (aislamos) de los demás. El carro es una. La conducta de una persona normal al volante –especialmente con vidrios polarizados– es muy diferente a la que demuestra en espacios sociales en los que se requiere el contacto sensorial, anímico, físico, humano.
Pero no estoy hablando de automóviles. Otras burbujas de encierro y ruptura con la socialización son el apartamento, el centro comercial, los mundos virtuales mediatizados por los dispositivos electrónicos. Todas están burbujas tienen sus propios vidrios polarizados. La diferencia en grados de socialización entre una unidad residencial y un vecindario barrial, entre un parque y un centro comercial, entre una tienda y un supermercado, entre el chat y la conversación en un café son abismales, tanto en cantidad como en calidad.
Esta falta de presencia personal afecta nuestros niveles de conocimiento, empatía, razonabilidad y solidaridad. Una de las mayores pérdidas es la que tiene que ver con la conversación. Cada burbuja genera ensimismamiento, entropía en la reflexión. La persona posmoderna se está convirtiendo en una oficina de pronunciamientos; un afán de sentar posición, de emitir juicios, nos carcome, sin que medie ningún tipo de información calificada, verificación de fuentes, preguntas, búsqueda de otras versiones. Nos anestesiamos ante la voz, la opinión y la postura del distinto.
Las burbujas contemporáneas crean un fenómeno que en distintas disciplinas sociales llamamos endogeneidad. La endogeneidad puede generar muchos errores producto de la repetición y el reciclaje, en este caso, de prejuicios y opiniones. La burbuja es un salto atrás en la evolución: como si volviéramos a casarnos con las hermanas. La endogeneidad produce bebés con cola de marrano, como en Cien años de soledad. Las llamadas redes sociales producen opiniones con cola de marrano. Decir marranadas, hacer marranadas, es una expresión regional arcaica que cobra sentido hoy.
El Colombiano, 11 de marzo
La historia es real. La persona que me la contó y la protagonizó, reflexionó: eso pasa con los vidrios polarizados; no vemos al otro como persona, nos mantiene en el anonimato y cuando ocurren ambas cosas perdemos la sensibilidad, el trato tranquilo, la capacidad de razonar, nos llenamos de furia, nos atornillamos en nuestra insignificante posición y lubricamos esta tonta soberbia.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk sugiere que los individuos contemporáneos no vivimos en el mundo, vivimos en una serie consecutiva de burbujas en las que nos encerramos, y nos protegemos (aislamos) de los demás. El carro es una. La conducta de una persona normal al volante –especialmente con vidrios polarizados– es muy diferente a la que demuestra en espacios sociales en los que se requiere el contacto sensorial, anímico, físico, humano.
Pero no estoy hablando de automóviles. Otras burbujas de encierro y ruptura con la socialización son el apartamento, el centro comercial, los mundos virtuales mediatizados por los dispositivos electrónicos. Todas están burbujas tienen sus propios vidrios polarizados. La diferencia en grados de socialización entre una unidad residencial y un vecindario barrial, entre un parque y un centro comercial, entre una tienda y un supermercado, entre el chat y la conversación en un café son abismales, tanto en cantidad como en calidad.
Esta falta de presencia personal afecta nuestros niveles de conocimiento, empatía, razonabilidad y solidaridad. Una de las mayores pérdidas es la que tiene que ver con la conversación. Cada burbuja genera ensimismamiento, entropía en la reflexión. La persona posmoderna se está convirtiendo en una oficina de pronunciamientos; un afán de sentar posición, de emitir juicios, nos carcome, sin que medie ningún tipo de información calificada, verificación de fuentes, preguntas, búsqueda de otras versiones. Nos anestesiamos ante la voz, la opinión y la postura del distinto.
Las burbujas contemporáneas crean un fenómeno que en distintas disciplinas sociales llamamos endogeneidad. La endogeneidad puede generar muchos errores producto de la repetición y el reciclaje, en este caso, de prejuicios y opiniones. La burbuja es un salto atrás en la evolución: como si volviéramos a casarnos con las hermanas. La endogeneidad produce bebés con cola de marrano, como en Cien años de soledad. Las llamadas redes sociales producen opiniones con cola de marrano. Decir marranadas, hacer marranadas, es una expresión regional arcaica que cobra sentido hoy.
El Colombiano, 11 de marzo
lunes, 5 de marzo de 2018
Renovar el congreso
El Congreso de la República tiene una mala reputación merecida, pero es muy probable que su mala fama exceda el mal desempeño de sus funciones. El congreso tiene un poder menor en un régimen presidencialista y, más aún, con el presidencialismo colombiano. El más autoritario de los presidentes del Frente Nacional (Lleras) gobernó con 64 decretos presidenciales mientras Juan Manuel Santos, emitió 351 en un solo año. Los decretos menoscaban la función legislativa de los congresistas. El congreso también ha perdido poder respecto a las altas cortes. Esto quiere decir que deberíamos ser más equitativos en las críticas al sistema político.
La corrupción tampoco es un monopolio de los congresistas. Colombia entró en el siglo XXI al club de los países más corruptos del mundo de la mano de la bonanza petrolera y de una mala gestión por parte de los gobiernos de Uribe y Santos. Según Transparencia Internacional, estamos en el puesto 96 entre 182 países, en un grupo con Brasil, Panamá, Perú, Tailandia, Zambia e Indonesia. Transparencia destacó acciones contra la corrupción en nueves países de América, entre los que no está Colombia. En Suramérica, Brasil, Panamá y Perú ya acusaron a varios jefes de gobierno; en Colombia no. Los congresistas reciben cárcel, a los magistrados les dan incapacidades y el Presidente y los ministros, pasan muertos de la erre.
Claro, los congresistas no se ayudan. La mayoría son mediocres, poco diligentes y oportunistas. Pero siempre los hay destacados y laboriosos. Los partidos ayudan menos. En estas elecciones, en particular, la indigestión amenaza: hay muchos candidatos a Cámara por un partido en alianza con postulados de otro partido Senado. Los resultados desfigurarán más la representación.
No tengo dudas de lo buenos congresistas que fueron Sofía Gaviria, Álvaro Uribe y Roy Barreras, al lado de los estelares Claudia López y Jorge Robledo. Sin embargo, hoy más que nunca en las últimas décadas tendrá más sentido votar por proyectos que por personas. El 11 de marzo tendremos un escenario político definido por las alternativas que se están ofreciendo para el país en los próximos cuatro años.
Las resumo: una oferta clientelista, corrupta y dura, articulada por Cambio Radical y muchos piratas de otros partidos; una promesa de repetir lo mismo de hace diez años, sin Farc y sin Bush, liderada por el Centro Democrático; un proyecto de cambio moderado e institucional que representa la Coalición Colombia; y una promesa de revolcón, sin respeto a las reglas, que se pregona desde Colombia Humana.
El país se reventará después de cuatro años con más de lo mismo –Cambio Radical o Centro Democrático– y no soportará el salto al vacío de Colombia Humana. La mejor opción hoy es la que proponen los partidos y los candidatos de la Coalición Colombia. En particular, las listas de Alianza Verde. Iván Marulanda nos representará bien.
El Colombiano, 4 de marzo.
La corrupción tampoco es un monopolio de los congresistas. Colombia entró en el siglo XXI al club de los países más corruptos del mundo de la mano de la bonanza petrolera y de una mala gestión por parte de los gobiernos de Uribe y Santos. Según Transparencia Internacional, estamos en el puesto 96 entre 182 países, en un grupo con Brasil, Panamá, Perú, Tailandia, Zambia e Indonesia. Transparencia destacó acciones contra la corrupción en nueves países de América, entre los que no está Colombia. En Suramérica, Brasil, Panamá y Perú ya acusaron a varios jefes de gobierno; en Colombia no. Los congresistas reciben cárcel, a los magistrados les dan incapacidades y el Presidente y los ministros, pasan muertos de la erre.
Claro, los congresistas no se ayudan. La mayoría son mediocres, poco diligentes y oportunistas. Pero siempre los hay destacados y laboriosos. Los partidos ayudan menos. En estas elecciones, en particular, la indigestión amenaza: hay muchos candidatos a Cámara por un partido en alianza con postulados de otro partido Senado. Los resultados desfigurarán más la representación.
No tengo dudas de lo buenos congresistas que fueron Sofía Gaviria, Álvaro Uribe y Roy Barreras, al lado de los estelares Claudia López y Jorge Robledo. Sin embargo, hoy más que nunca en las últimas décadas tendrá más sentido votar por proyectos que por personas. El 11 de marzo tendremos un escenario político definido por las alternativas que se están ofreciendo para el país en los próximos cuatro años.
Las resumo: una oferta clientelista, corrupta y dura, articulada por Cambio Radical y muchos piratas de otros partidos; una promesa de repetir lo mismo de hace diez años, sin Farc y sin Bush, liderada por el Centro Democrático; un proyecto de cambio moderado e institucional que representa la Coalición Colombia; y una promesa de revolcón, sin respeto a las reglas, que se pregona desde Colombia Humana.
El país se reventará después de cuatro años con más de lo mismo –Cambio Radical o Centro Democrático– y no soportará el salto al vacío de Colombia Humana. La mejor opción hoy es la que proponen los partidos y los candidatos de la Coalición Colombia. En particular, las listas de Alianza Verde. Iván Marulanda nos representará bien.
El Colombiano, 4 de marzo.
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