Las protestas y movilizaciones en Envigado contra el metroplús empezaron hace un mes y ya tuvieron su primer logro: detener la tala masiva de árboles en la Avenida El Poblado, en el tramo entre La Frontera y la nueva zona gastronómica del área metropolitana.
La reacción entró por la conciencia ambiental. En estos tiempos, la mayor parte de la gente y en especial los jóvenes, le dan tanta o más importancia al cuidado del ambiente que a las promesas vagas del desarrollo. Los administradores de Metroplús y Envigado demostraron su descomunal ignorancia en la materia. Ofrecieron arbustos de metro y medio para remplazar árboles de 4 y 5 metros. Subestimaron el conocimiento ciudadano que sabe que un árbol no es igual a otro, que unos embellecen y otros no, que unos atraen aves y otros no, que unos sombrean más y otros menos.
Al lado del importante tema ecológico está el paisajístico, que debería entrar en la agenda de los debates con los tiburones del cemento. Hay pocas obras públicas en el área metropolitana más feas que el metroplús y pocas avenidas tan bellas como la de El Poblado hacia el sur.
Sin embargo, tengo que insistir, como lo dije en una columna anterior titulada “No más metroplús en Envigado” (22.04.12), en que hay otros asuntos gravísimos detrás del proyecto. El primero es la quiebra de la lógica de todo el sistema de trasporte masivo del Valle de Aburrá, que tiene una columna vertebral que es el metro hacia cuya ruta deben converger las demás intervenciones creando la “espina de pescado”. El segundo es la redundancia del metroplús del sur con el metro, pues es un trayecto paralelo y a una distancia muy corta. El tercero, desconoce las características socioeconómicas de Envigado donde, por desgracia, nadie dejará el auto particular por montarse a un articulado.
Existen otros problemas no menos graves. El oneroso costo del proyecto, que saquea los bolsillos de los contribuyentes y llena las cuentas de los constructores. El trayecto en mención tiene apenas 900 metros y cuesta la bicoca de 18 mil millones de pesos, pero terminará costando –como pasa siempre– un 20% o más de lo proyectado.
Y después, la funcionalidad. Esa plata, es plata muerta. El trayecto 2A ni siquiera se ha licitado. Cuando se acabe toda la obra habría que esperar a que se hicieran los trayectos hasta La Aguacatala para ir en metroplús a coger el metro en esa estación, en lugar de cogerlo en las estaciones cercanas. Pasarán años con una pista para que los adolecentes play se desaburran corriendo sus motos deportivas y cuatrimotos por una pista desolada.
La administración de Envigado, que se opuso irracionalmente y contra el bienestar público, a la construcción del metro hoy apoya, irracionalmente y contra el bienestar público, el esperpento del metroplús.
El Colombiano, 23 de junio
miércoles, 26 de junio de 2013
viernes, 21 de junio de 2013
Padres vulnerables
Una de las consecuencias indeseadas del movimiento cultural feminista, que no es lo mismo que la revolución social de las mujeres, ha sido el ocultamiento de la condición de muchos hombres, especialmente de los más pobres y vulnerables, que han terminado siendo ignorados social y políticamente, y excluidos de las políticas públicas.
Los hombres han caído en el poco confortable lugar de los grupos que no merecen protección –máxime si no son parte de una minoría étnica o sexual– y aunque sean pobres. Encima, el inconciente colectivo castiga a un tipo particular de hombre: al padre. Madre no hay sino una, padre es cualquiera, se dice. Contra toda la evidencia etnográfica, se acusa a los padres de ser los inoculadores exclusivos de la violencia de los hijos o de sus otros atributos antisociales.
Estamos ante un tema espinoso. Tan mal estamos, que se puede correr el riesgo de la estigmatización cuando se habla a favor de los hombres y de los padres. Sometido a ese y otros riesgos, y tratando de ser poco especulativo, hablaré de los hombres jefes de hogar.
Gracias a la colaboración del economista Daniel Cuartas, de la Universidad Eafit, me he dado cuenta de la realidad que describiré con algunos datos.
En Medellín hay 328,393 hogares sin madre o padre (uniparentales); de ellos 136,283 hogares están bajo la jefatura de un hombre, es decir, el 41,5%. Esto significa que los discursos oficiales, las políticas públicas y los programas privados de bienestar que se enfocan exclusivamente en las madres cabeza de familia están ignorando prácticamente la mitad del problema. Aunque la participación porcentual de los padres solos bajó un poco, desde el 2009 hasta el 2011 tuvimos casi diez mil hogares nuevos con un único jefe hombre. De los hogares con jefe hombre el 43,8% son pobres. El tamaño de la familia uniparental con jefe hombre es de casi tres personas, más bajo que la familia con jefe mujer.
No estoy en capacidad de decir por qué está ocurriendo este fenómeno. Las familias uniparentales siguen creciendo en Medellín (en 2011 eran el 46% del total), pero las explicaciones tradicionales como la violencia o la migración laboral no parecen dar cuenta de la magnitud insospechada de las familias donde solo existe el padre. Intuitivamente, podría decirse que las mujeres están abandonando voluntariamente los hogares en mayor proporción que los hombres.
Por ahora lo que me interesa es mostrar un fenómeno social oculto, señalar un nuevo segmento social vulnerable (el de los padres cabeza de familia, especialmente los 59,192 padres solos y pobres que viven en Medellín) y mostrar que la política pública posmoderna crea nuevas franjas de excluidos por el solo hecho de que tienen menos voz, menos representación y son menos glamorosos para los discursos políticamente correctos.
El Colombiano, 16 de junio
Los hombres han caído en el poco confortable lugar de los grupos que no merecen protección –máxime si no son parte de una minoría étnica o sexual– y aunque sean pobres. Encima, el inconciente colectivo castiga a un tipo particular de hombre: al padre. Madre no hay sino una, padre es cualquiera, se dice. Contra toda la evidencia etnográfica, se acusa a los padres de ser los inoculadores exclusivos de la violencia de los hijos o de sus otros atributos antisociales.
Estamos ante un tema espinoso. Tan mal estamos, que se puede correr el riesgo de la estigmatización cuando se habla a favor de los hombres y de los padres. Sometido a ese y otros riesgos, y tratando de ser poco especulativo, hablaré de los hombres jefes de hogar.
Gracias a la colaboración del economista Daniel Cuartas, de la Universidad Eafit, me he dado cuenta de la realidad que describiré con algunos datos.
En Medellín hay 328,393 hogares sin madre o padre (uniparentales); de ellos 136,283 hogares están bajo la jefatura de un hombre, es decir, el 41,5%. Esto significa que los discursos oficiales, las políticas públicas y los programas privados de bienestar que se enfocan exclusivamente en las madres cabeza de familia están ignorando prácticamente la mitad del problema. Aunque la participación porcentual de los padres solos bajó un poco, desde el 2009 hasta el 2011 tuvimos casi diez mil hogares nuevos con un único jefe hombre. De los hogares con jefe hombre el 43,8% son pobres. El tamaño de la familia uniparental con jefe hombre es de casi tres personas, más bajo que la familia con jefe mujer.
No estoy en capacidad de decir por qué está ocurriendo este fenómeno. Las familias uniparentales siguen creciendo en Medellín (en 2011 eran el 46% del total), pero las explicaciones tradicionales como la violencia o la migración laboral no parecen dar cuenta de la magnitud insospechada de las familias donde solo existe el padre. Intuitivamente, podría decirse que las mujeres están abandonando voluntariamente los hogares en mayor proporción que los hombres.
Por ahora lo que me interesa es mostrar un fenómeno social oculto, señalar un nuevo segmento social vulnerable (el de los padres cabeza de familia, especialmente los 59,192 padres solos y pobres que viven en Medellín) y mostrar que la política pública posmoderna crea nuevas franjas de excluidos por el solo hecho de que tienen menos voz, menos representación y son menos glamorosos para los discursos políticamente correctos.
El Colombiano, 16 de junio
viernes, 14 de junio de 2013
Historia dual (sobre las Farc)
El presidente de la Confederación General de Trabajadores de Colombia –CGT– denunció amenazas contra los dirigentes de su central por parte de las Farc. El congresista Alfonso Prada, desconcertado, le dijo a un noticiero de televisión que le parecía muy raro que la guerrilla pudiera atacar las organizaciones populares. Es la imagen de dos relatos en pugna acerca de la historia oficial de esa guerrilla.
Los hechos, las estadísticas y las investigaciones rigurosas le dan la razón al sindicalista y dejan en cuestión al congresista.
Veamos la investigación del profesor Andrés Suárez para Urabá (Identidades políticas y exterminio recíproco: masacres y guerra en Urabá, 1991-2001). Muestra que en 28 masacres cometidas por las Farc murieron 207 personas, de ellos 99 trabajadores sindicalizados, 49 pobladores urbanos y 34 campesinos. En un artículo de 2008, Suárez puntualiza que en el mismo periodo el 23% de las masacres con sevicia habían sido cometidas por la guerrilla. Con todas las dificultades para atribuir autoría en una base de datos, la Escuela Nacional Sindical registra 12 sindicalistas del magisterio asesinados por las Farc.
En su trabajo “Tendencias del homicidio político en Colombia, 1975-2004”, Francisco Gutiérrez Sanín sostiene que, además del politicidio contra la Unión Patriótica, ocurrió otro contra los miembros de Esperanza, Paz y Libertad. Según los datos de Suárez el 91% de los militantes de este grupo de izquierda democrática fueron asesinados por las Farc. Adicionalmente, Gutiérrez contabiliza 53.431 homicidios políticos, casi el 48% fuera de combate y muestra un amplio espectro de víctimas políticas, aunque se conocía la filiación de solo el 7%.
Otros factores de victimización en la guerra colombiana son el secuestro y las víctimas por minas antipersona. La primera con alta incidencia de las guerrillas, como lo confirma el trabajo de Fabio Sánchez y otros (2007, 108). Las minas, por su parte, son una tecnología de muerte prácticamente monopolizada por la guerrilla y especialmente por las Farc.
La opinión del poblador, común y corriente, de cualquier región del país respalda estas afirmaciones, como puede verse a través de las encuestas de opinión. Sin embargo, la posición del congresista Prada no es desdeñable. Representa a un sector de la clase política y los intelectuales de tendencia que han tratado de mantener a toda costa una visión altruista y rosa de la guerrilla.
No habrá paz con una historia oficial impuesta que ignore la enorme responsabilidad de la guerrilla en la tragedia humanitaria colombiana. Esa es la gran expectativa con la inclusión del tema de las víctimas en la agenda de La Habana y la confianza que trasmiten los comisionados gubernamentales en la negociación.
Los que tratan de ocultar la violencia guerrillera contra la gente humilde, los que le echan tierra a masacres como la de los guardianes del Inpec en Caquetá, entorpecen un acuerdo digno.
El Colombiano, 9 de junio
Los hechos, las estadísticas y las investigaciones rigurosas le dan la razón al sindicalista y dejan en cuestión al congresista.
Veamos la investigación del profesor Andrés Suárez para Urabá (Identidades políticas y exterminio recíproco: masacres y guerra en Urabá, 1991-2001). Muestra que en 28 masacres cometidas por las Farc murieron 207 personas, de ellos 99 trabajadores sindicalizados, 49 pobladores urbanos y 34 campesinos. En un artículo de 2008, Suárez puntualiza que en el mismo periodo el 23% de las masacres con sevicia habían sido cometidas por la guerrilla. Con todas las dificultades para atribuir autoría en una base de datos, la Escuela Nacional Sindical registra 12 sindicalistas del magisterio asesinados por las Farc.
En su trabajo “Tendencias del homicidio político en Colombia, 1975-2004”, Francisco Gutiérrez Sanín sostiene que, además del politicidio contra la Unión Patriótica, ocurrió otro contra los miembros de Esperanza, Paz y Libertad. Según los datos de Suárez el 91% de los militantes de este grupo de izquierda democrática fueron asesinados por las Farc. Adicionalmente, Gutiérrez contabiliza 53.431 homicidios políticos, casi el 48% fuera de combate y muestra un amplio espectro de víctimas políticas, aunque se conocía la filiación de solo el 7%.
Otros factores de victimización en la guerra colombiana son el secuestro y las víctimas por minas antipersona. La primera con alta incidencia de las guerrillas, como lo confirma el trabajo de Fabio Sánchez y otros (2007, 108). Las minas, por su parte, son una tecnología de muerte prácticamente monopolizada por la guerrilla y especialmente por las Farc.
La opinión del poblador, común y corriente, de cualquier región del país respalda estas afirmaciones, como puede verse a través de las encuestas de opinión. Sin embargo, la posición del congresista Prada no es desdeñable. Representa a un sector de la clase política y los intelectuales de tendencia que han tratado de mantener a toda costa una visión altruista y rosa de la guerrilla.
No habrá paz con una historia oficial impuesta que ignore la enorme responsabilidad de la guerrilla en la tragedia humanitaria colombiana. Esa es la gran expectativa con la inclusión del tema de las víctimas en la agenda de La Habana y la confianza que trasmiten los comisionados gubernamentales en la negociación.
Los que tratan de ocultar la violencia guerrillera contra la gente humilde, los que le echan tierra a masacres como la de los guardianes del Inpec en Caquetá, entorpecen un acuerdo digno.
El Colombiano, 9 de junio
miércoles, 5 de junio de 2013
Medellín, no tan leve
El “Informe de Calidad de Vida de Medellín, 2012”, que produce el proyecto cívico “Medellín cómo vamos”, se presentó públicamente el pasado viernes 24 de mayo. Como miembro del Comité Técnico del proyecto tengo la impresión de que las mejores noticias para la ciudad provienen de los resultados sociales globales. Por eso me llamó la atención el entretítulo de El Colombiano: “Leves mermas en desigualdad y pobreza” (25.05.13). Después de varias décadas de merodear estos temas, me pregunté ¿qué tan leves? ¿comparadas con qué?
La primera comparación necesaria en estos análisis es contra el propio desempeño a lo largo del tiempo. Tanto en pobreza como en desigualdad, Medellín quebró una barrera histórica al equiparar o superar por primera vez en tres décadas los promedios de las trece áreas metropolitanas del país.
La segunda comparación es con las demás ciudades colombianas. Entre 2008 y 2012 Medellín es la única ciudad del país que mejoró los promedios urbanos. Cali desmejoró en desigualdad y Bogotá se mantuvo en el promedio. Esto significa que sólo Medellín tuvo un comportamiento mejor que el del promedio nacional.
La tercera comparación es continental. En pobreza urbana, las mayores reducciones de pobreza urbana para periodos de 4 años en América Latina se produjeron en Argentina (11%), Perú (7%) y Panamá (4%); Medellín tuvo una reducción del 7,3%. Según pobreza, hoy Medellín se parece a Costa Rica que tiene la tercera menor pobreza urbana del continente; hace seis años nos parecíamos más a México, que ocupaba el sexto lugar (ONU-Hábitat, 2012).
Según el informe mundial de Naciones Unidas sobre el estado de las ciudades, la desigualdad se ha incrementado en las ciudades de los países miembros de la OECD hasta nueve veces en las últimas tres décadas; incluso en los países nórdicos el factor de incremento alcanza las seis veces. Es una buena noticia que Medellín haya disminuido su índice de desigualdad por ingresos, y es mejor si tenemos en cuenta que su desempeño supera el nivel nacional y el urbano. Hace cinco años Medellín era la ciudad más desigual del país y hoy no lo es.
Más importante aún es que Medellín tiene hoy menos desigualdad espacial. La desigualdad por ingresos es agregada y se calcula para el área metropolitana. Cuando se mira la desigualdad sobre el territorio encontramos que la brecha entre las comunas con mayor calidad de vida y las de menor, se ha ido cerrando. Las comunas Santa Cruz, Buenos Aires, Popular, San Javier y Manrique fueron las de mayores avances en la ciudad. Aunque otras siete tuvieron buenos desempeños, la ciudad debe hacer más esfuerzo en Villa Hermosa, Doce de Octubre y Aranjuez.
En síntesis, poca levedad. La tarea que se ha hecho en los últimos diez años ha sido significativa, aunque grandes sean los retos que quedan por delante.
El Colombiano, 2 de junio
La primera comparación necesaria en estos análisis es contra el propio desempeño a lo largo del tiempo. Tanto en pobreza como en desigualdad, Medellín quebró una barrera histórica al equiparar o superar por primera vez en tres décadas los promedios de las trece áreas metropolitanas del país.
La segunda comparación es con las demás ciudades colombianas. Entre 2008 y 2012 Medellín es la única ciudad del país que mejoró los promedios urbanos. Cali desmejoró en desigualdad y Bogotá se mantuvo en el promedio. Esto significa que sólo Medellín tuvo un comportamiento mejor que el del promedio nacional.
La tercera comparación es continental. En pobreza urbana, las mayores reducciones de pobreza urbana para periodos de 4 años en América Latina se produjeron en Argentina (11%), Perú (7%) y Panamá (4%); Medellín tuvo una reducción del 7,3%. Según pobreza, hoy Medellín se parece a Costa Rica que tiene la tercera menor pobreza urbana del continente; hace seis años nos parecíamos más a México, que ocupaba el sexto lugar (ONU-Hábitat, 2012).
Según el informe mundial de Naciones Unidas sobre el estado de las ciudades, la desigualdad se ha incrementado en las ciudades de los países miembros de la OECD hasta nueve veces en las últimas tres décadas; incluso en los países nórdicos el factor de incremento alcanza las seis veces. Es una buena noticia que Medellín haya disminuido su índice de desigualdad por ingresos, y es mejor si tenemos en cuenta que su desempeño supera el nivel nacional y el urbano. Hace cinco años Medellín era la ciudad más desigual del país y hoy no lo es.
Más importante aún es que Medellín tiene hoy menos desigualdad espacial. La desigualdad por ingresos es agregada y se calcula para el área metropolitana. Cuando se mira la desigualdad sobre el territorio encontramos que la brecha entre las comunas con mayor calidad de vida y las de menor, se ha ido cerrando. Las comunas Santa Cruz, Buenos Aires, Popular, San Javier y Manrique fueron las de mayores avances en la ciudad. Aunque otras siete tuvieron buenos desempeños, la ciudad debe hacer más esfuerzo en Villa Hermosa, Doce de Octubre y Aranjuez.
En síntesis, poca levedad. La tarea que se ha hecho en los últimos diez años ha sido significativa, aunque grandes sean los retos que quedan por delante.
El Colombiano, 2 de junio
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