Hace pocos meses Estados Unidos había restablecido relaciones diplomáticas con Libia. El año pasado la justicia británica negoció con el régimen de Gadafi la repatriación sin pena cumplida del autor de la masacre de Lockerbie (270 personas muertas). España, Francia e Italia se convirtieron en cajeros de la fortuna que Gadafi y sus hijos les han robado a los pueblos de Libia. Y toda Europa en la sede de los congresos multitudinarios de difusión del pensamiento del “hermano líder”.
El año la Asamblea General de la ONU –ese portaestandarte magnífico de los ideólogos del gobierno global– eligió los 47 miembros del Consejo de Derechos Humanos (párrafo 7, Resolución 60/251) y el régimen del coronel ocupó uno de los cinco escaños africanos con el voto de 155 países. El 1 de marzo de 2011 decidieron suspenderlo.
Uno entiende que ese tridente de prohombres latinoamericanos que conforman Castro, Ortega y Chávez aplaudan y respalden a Gadafi. Pero su apoyo moral y sus discursos demagógicos son nada en comparación con el apoyo europeo al dictador, con el silencio estadounidense y con la complacencia de medio mundo. Los crímenes contra la humanidad se limpian con petróleo.
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