Sin insinuar ni siquiera un poco su valoración, Jean Daniel (El País, 10.09.10) afirmó que el posmodernismo era una resistencia a las agresiones modernas. Se trata de una observación aguda después de tres décadas de verse como impostura, esteticismo y, cuando más, crítica.
El posmodernismo encarna una oposición a la modernidad, principalmente en sus excesos. Una oposición activa y viva manifiesta en los movimientos sociales pacifistas, ecologistas y feministas que son vistos desde la década de 1960como reaccionarios (opositores al progreso) por parte de los modernos radicales. Oposición que se articula hoy contra el eurocentrismo, el pensamiento único, el ocultamiento moderno de la espiritualidad.
Daniel parece enfocarse en la agresión moderna contra los “valores reflexivos”. Estos valores serían: el silencio, la soledad, la lentitud, el escrúpulo, la discreción. Héctor Abad Faciolince (El Espectador, 19.09.10) le añadiría el tiempo, sin el cual la soledad y la lentitud, pierden vigencia.
viernes, 24 de septiembre de 2010
lunes, 13 de septiembre de 2010
Cayetano Betancur: Sobre política
Cayetano Betancur
(Copacabana, Antioquia, 27 de abril de 1910 – Bogotá, 31 de enero de 1982).
Filósofo, ensayista y profesor universitario. Catedrático de lógica, metafísica, ética, filosofía del derecho e historia de la filosofía, entre otras asignaturas, durante el periodo en que se inicia la secularización y normalización de la actividad filosófica en Colombia. Su actividad docente la desempeñó en las principales universidades de Medellín y Bogotá. Fundador y director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia, y de la revista Ideas y valores, del mismo claustro. Entre sus libros publicados se destacan Ensayo de una filosofía del derecho (1937, 1959), Introducción a la ciencia del derecho (1953), Sociología de la autenticidad y la simulación (1955), Bases para una lógica del pensamiento imperativo (1968) y Filósofos y filosofías (1969). Otras publicaciones suyas pueden encontrarse en las revistas académicas y en los diarios y semanarios colombianos.
Este volumen de textos de Cayetano Betancur halla justificación suficiente en la relevancia del autor en el discurrir del pensamiento colombiano del siglo pasado, la poca disponibilidad de una parte significativa de su obra y la relativa novedad de la temática que pretende unificar los escritos que aquí se presentan. A propósito de esto último, el editor académico de esta obra ha creído encontrar en la política un campo importante de la reflexión de Betancur, que a veces se traslapa con reflexiones jurídicas y sociológicas, o con estudios sobre obras y autores, pero que también emerge bajo la forma de preguntas propiamente políticas.
Esta obra es la contribución de la Universidad Eafit a los festejos con ocasión del centenario del natalicio de una de las figuras intelectuales más importantes de la filosofía colombiana.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
El malestar en la conciencia
Hay una cosa que se llama la “conciencia pública” que, a pesar de parecer etérea, es fundamental en cualquier sociedad. Y no sólo en las sociedades tradicionales, como algún cínico moderno podría alegar. También en las sociedades contemporáneas en las que incluso se le ha dado status jurídico.
Obviamente, en la conciencia pública todos tenemos alguna participación. Pero hay unos que tienen más responsabilidades, por ejemplo, los medios de comunicación y los representantes populares. Los menciono porque en las últimas semanas ambos han sido protagonistas de hechos que se discutieron poco, pero a mi manera de ver son un síntoma de los males del país.
Todos nos dimos cuenta de la publicación de un nuevo libro sobre Pablo Escobar, firmado por una hermana suya, y destinado a construir otra justificación de los actos que Colombia sufrió durante más de una década. Lo que no se ha contado suficientemente, es que esta empresa tuvo mecenas. Se trata de Felipe López Caballero, hijo y nieto de expresidentes, dueño y jefe de Publicaciones Semana, empresa que publica el tridente de medios impresos más influyente del país.
El señor López publicó el libro y se encargó de publicitarlo, para que el mundo entero recordara que Escobar no era tan malo. Mientras se juzgan los hechos del Palacio de Justicia, financiados por el narcotráfico, y mientras el país sufre todavía los embates de la violencia mafiosa, López arma un tinglado dirigido a limpiarle la cara al mafioso. Bueno. En Colombia es ilegal lavar activos pero no lavar imagen, ¿pero es moral?
Dos semanas después y setenta cuadras al sur, en Bogotá, el Congreso de la República se sentó a elegir los nueve nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral. Hay que recordar dos o tres datos relevantes de esta elección. El congreso tiene una mayoría aplastante del 80% de la llamada “unidad nacional”, los únicos partidos independientes respecto a esta mayoría son el Verde y el Polo, y además está el hasta ahora incómodo y cuestionado PIN.
Ni el acuerdo de verdes y amarillos, ni el PIN tenían los votos para alcanzar un asiento en el Consejo. Por lo tanto, quien escogía al noveno miembro no era la propia minoría en competencia sino la mayoría de la “unidad nacional”. Pues bien, el honorable congreso de la nueva época, el emblema de la “unidad” y de la “nación”, escogió al PIN. Dos mensajes quedan claros: la nueva mayoría desconoce a las minorías ciudadanas de personalidad política como la izquierda polista y el centro verde; la nueva mayoría le ha dado reconocimiento a quien hasta la semana pasada fuera apenas su hijo bastardo: el PIN.
Curiosamente, la curul del PIN en el Consejo Nacional Electoral la ocupará un señor de apellido Plata. Yo esperaría que la revista Semana titulara así: “El proyecto de unidad nacional se casa con el PIN”. Semana también podría titular: “El congreso vota por plata”, perdón, “el congreso vota por Plata”. Sarcasmo aparte, mientras en Medellín nos matan las balas del narcotráfico, en Bogotá le tienden la alfombra roja a la élite mafiosa.
Publicado en El Colombiano, 06.09.10.
Obviamente, en la conciencia pública todos tenemos alguna participación. Pero hay unos que tienen más responsabilidades, por ejemplo, los medios de comunicación y los representantes populares. Los menciono porque en las últimas semanas ambos han sido protagonistas de hechos que se discutieron poco, pero a mi manera de ver son un síntoma de los males del país.
Todos nos dimos cuenta de la publicación de un nuevo libro sobre Pablo Escobar, firmado por una hermana suya, y destinado a construir otra justificación de los actos que Colombia sufrió durante más de una década. Lo que no se ha contado suficientemente, es que esta empresa tuvo mecenas. Se trata de Felipe López Caballero, hijo y nieto de expresidentes, dueño y jefe de Publicaciones Semana, empresa que publica el tridente de medios impresos más influyente del país.
El señor López publicó el libro y se encargó de publicitarlo, para que el mundo entero recordara que Escobar no era tan malo. Mientras se juzgan los hechos del Palacio de Justicia, financiados por el narcotráfico, y mientras el país sufre todavía los embates de la violencia mafiosa, López arma un tinglado dirigido a limpiarle la cara al mafioso. Bueno. En Colombia es ilegal lavar activos pero no lavar imagen, ¿pero es moral?
Dos semanas después y setenta cuadras al sur, en Bogotá, el Congreso de la República se sentó a elegir los nueve nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral. Hay que recordar dos o tres datos relevantes de esta elección. El congreso tiene una mayoría aplastante del 80% de la llamada “unidad nacional”, los únicos partidos independientes respecto a esta mayoría son el Verde y el Polo, y además está el hasta ahora incómodo y cuestionado PIN.
Ni el acuerdo de verdes y amarillos, ni el PIN tenían los votos para alcanzar un asiento en el Consejo. Por lo tanto, quien escogía al noveno miembro no era la propia minoría en competencia sino la mayoría de la “unidad nacional”. Pues bien, el honorable congreso de la nueva época, el emblema de la “unidad” y de la “nación”, escogió al PIN. Dos mensajes quedan claros: la nueva mayoría desconoce a las minorías ciudadanas de personalidad política como la izquierda polista y el centro verde; la nueva mayoría le ha dado reconocimiento a quien hasta la semana pasada fuera apenas su hijo bastardo: el PIN.
Curiosamente, la curul del PIN en el Consejo Nacional Electoral la ocupará un señor de apellido Plata. Yo esperaría que la revista Semana titulara así: “El proyecto de unidad nacional se casa con el PIN”. Semana también podría titular: “El congreso vota por plata”, perdón, “el congreso vota por Plata”. Sarcasmo aparte, mientras en Medellín nos matan las balas del narcotráfico, en Bogotá le tienden la alfombra roja a la élite mafiosa.
Publicado en El Colombiano, 06.09.10.
jueves, 2 de septiembre de 2010
El huracán Lila
Lila Downs se presentó en Medellín, la noche del 1 de septiembre, en un Teatro Metropolitano con las graderías a tres cuartos de la capacidad y, eso, contando con buena parte de la boletería distribuida por cortesía. La verdad: mucha gente, al fin y al cabo, ¿cuántos discos habrán vendido o quemado en la ciudad de la artista mexicana? Un buen indicador es que no se consiguen discos piratas de la artista de Oaxaca.
El riesgo de los organizadores no era menor. ¿Qué canta Lila Downs? ¿Folklor? ¿Indie fusionado? ¿Simplemente pop? Algunos podían sentirse amenazados de ranchera y otros de rock. Al final, una mezcla de generaciones y gustos muy extraña en Medellín, lo que no deja de ser interesante porque devela cierta apertura musical en una ciudad que ha sido de sordos, tradicionalmente.
Después de 85 minutos de concierto, que parecieron dos horas, por la intensidad, todas las dudas previas perdieron sentido. Lila Downs fue un huracán, con una voz cuyos bajos envidiaría un hombre y los altos una mezzosoprano, buena banda de respaldo y un repertorio que se desplazó por buena parte del paisaje mexicano... ante todo, conmovedor. Los viejos salieron asombrados y los jóvenes eufóricos.
El riesgo de los organizadores no era menor. ¿Qué canta Lila Downs? ¿Folklor? ¿Indie fusionado? ¿Simplemente pop? Algunos podían sentirse amenazados de ranchera y otros de rock. Al final, una mezcla de generaciones y gustos muy extraña en Medellín, lo que no deja de ser interesante porque devela cierta apertura musical en una ciudad que ha sido de sordos, tradicionalmente.
Después de 85 minutos de concierto, que parecieron dos horas, por la intensidad, todas las dudas previas perdieron sentido. Lila Downs fue un huracán, con una voz cuyos bajos envidiaría un hombre y los altos una mezzosoprano, buena banda de respaldo y un repertorio que se desplazó por buena parte del paisaje mexicano... ante todo, conmovedor. Los viejos salieron asombrados y los jóvenes eufóricos.
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