El amigo y colega Juan Carlos Celis se lamenta en un comentario de mi operación para “reducir populismo a popular”. Tal reducción no puede deducirse del contexto de mi cartica de 400 palabras, de la misma manera que no puede confundirse el concepto en un texto persuasivo que en uno argumentativo. Ya Lenin se había defendido de algunos contradictores pidiéndoles que no confundieran sus textos de propaganda con tesis filosóficas.
Decir “el populismo es popular” es, a lo sumo, señalar una característica del fenómeno sin ninguna pretensión de exhaustividad. Digamos que es una banalidad, pero es la expresión más corriente cuando se habla de populismo. Ludovico Incisa da una definición general de populismo diciendo que es una fórmula política en la que el pueblo es la “fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia”. Para Gino Germani una de sus características clave es la “movilización e integración” del pueblo*. Para Ernesto Laclau denota la presencia de un proceso de construcción del pueblo vinculado directamente con una lógica política por fuerza antagónica**.
Sin embargo tal banalidad, en mi autoindulgente comentario, o tal reducción, en la adusta crítica de Celis, bastaría para cuestionar la caracterización de Uribe como populista (Uribe que no construye “pueblo” sino “patria”) y para invitar a discernir fenómenos viejos como la demagogia o nuevos como la telepolítica como formas que pueden aparecer en diversas corrientes políticas sin que por ello debamos confundirlas. El “esfuerzo del concepto” que razonablemente demanda Celis es asimétrico. En este caso quienes quieren renovar la definición de populismo y defender una interpretación alterna a la que ha dominado en América Latina tienen la obligación de ofrecer mejores definiciones y convencer a las comunidades académicas correspondientes de que las usen.
*Bobbio, N., N. Mateucci y G. Pasquino (1997). Diccionario de Política. México: Siglo XXI. **Laclau, E. (2005). La razón populista. México: FCE.
miércoles, 29 de abril de 2009
viernes, 24 de abril de 2009
Carta abierta a Rodolfo Arango
Estimado Rodolfo:
Quiero continuar el intermitente diálogo filosófico que traemos ya desde hace algunos años. No será ahora a propósito de los derechos humanos sociales o las teorías de la justicia sino sobre la disyuntiva política para las próximas elecciones y, esto, por tu columna en El Espectador (16.04.09).
Siento una alegría juguetona cuando te oigo hablar de disyuntiva, “antagonismo ideológico” y aquello de que “la política agonista requiere alternativas discernibles”. Se trata de un caso adicional acerca de cómo los proclamados anti-schmittianos no pueden eludir la política adversarial (Mouffe) ni escapar al criterio de lo político. Es una alegría puramente teórica y banal en épocas en que las definiciones de la política basadas exclusivamente en los consensos, la comunidad ideal de comunicación y el pensamiento único liberal han caído en desuso.
Me refiero en primer lugar a las disyuntivas referidas a la agenda que son guerra-paz, populismo-reformas estructurales, desigualdad-inclusión. Hay una falsa disyuntiva entre guerra y paz que ya ha sido aclarada por la literatura y, lo que es más importante, por la población. Halcones y palomas ya no funciona. Además, el panorama colombiano ha cambiado significativamente: esquematizando, en lo político estamos en posconflicto, mientras en lo militar el enemigo son las bandas del narcotráfico. Populismo, ¿qué es populismo? El populismo es popular y buena parte de los políticos contemporáneos pueden ser llamados populistas, eso no dice nada. El asunto parece ser más bien de eficacia, quién es capaz de hacer “grandes cosas” (Maquiavelo). Varios de los aspirantes que vos criticás como Fajardo y Mockus han hecho grandes cosas en lugar de hacer discursos pomposos sobre reformas estructurales (hay algo ya problemático en esto de “estructuras”). Por último, ¿quién en Colombia está en contra de la inclusión? Nadie, es un falso problema, el asunto es cuáles son los medios más adecuados para lograrlos.
Hablemos ahora de las disyuntivas en cuanto a las opciones políticas. Izquierda y derecha no es hoy el dilema. Esa frontera no separa opciones respecto a los principales problemas del país. ¿Violencia? Es difícil discernir ya quién ha sido más feroz. ¿Corrupción? Los partidos tradicionales son la mamá grande de la corrupción, pero la izquierda no puede lanzar una sola piedra. ¿Ideología? En Colombia todos los partidos constituidos son filosóficamente liberales. Izquierda y derecha tampoco separan a la población, la mayoría de la gente no se adscribe a partidos y vota por consignas y personas. El mundo le cambió las preguntas a los discursos tradicionales de la derecha y la izquierda y ahora tienen poco que decir. Preguntá en Medellín, Barranquilla, Cali y Cartagena quiénes votaron por sus alcaldes: todos, gente de muy diversa laya; incluso en Bogotá la derecha liberal votó por Moreno. En términos estrictamente tácticos, si Colombia se ha derechizado poner el debate izquierda-derecha simplemente es suicidarse, cosa que puede hacer el científico pero no el político (Weber).
Una conclusión: lo que vos llamás “centro” es el único competidor serio y viable del uribismo. Un consejo: no te lucen esas descalificaciones criminalizantes contra Fajardo.
Quiero continuar el intermitente diálogo filosófico que traemos ya desde hace algunos años. No será ahora a propósito de los derechos humanos sociales o las teorías de la justicia sino sobre la disyuntiva política para las próximas elecciones y, esto, por tu columna en El Espectador (16.04.09).
Siento una alegría juguetona cuando te oigo hablar de disyuntiva, “antagonismo ideológico” y aquello de que “la política agonista requiere alternativas discernibles”. Se trata de un caso adicional acerca de cómo los proclamados anti-schmittianos no pueden eludir la política adversarial (Mouffe) ni escapar al criterio de lo político. Es una alegría puramente teórica y banal en épocas en que las definiciones de la política basadas exclusivamente en los consensos, la comunidad ideal de comunicación y el pensamiento único liberal han caído en desuso.
Me refiero en primer lugar a las disyuntivas referidas a la agenda que son guerra-paz, populismo-reformas estructurales, desigualdad-inclusión. Hay una falsa disyuntiva entre guerra y paz que ya ha sido aclarada por la literatura y, lo que es más importante, por la población. Halcones y palomas ya no funciona. Además, el panorama colombiano ha cambiado significativamente: esquematizando, en lo político estamos en posconflicto, mientras en lo militar el enemigo son las bandas del narcotráfico. Populismo, ¿qué es populismo? El populismo es popular y buena parte de los políticos contemporáneos pueden ser llamados populistas, eso no dice nada. El asunto parece ser más bien de eficacia, quién es capaz de hacer “grandes cosas” (Maquiavelo). Varios de los aspirantes que vos criticás como Fajardo y Mockus han hecho grandes cosas en lugar de hacer discursos pomposos sobre reformas estructurales (hay algo ya problemático en esto de “estructuras”). Por último, ¿quién en Colombia está en contra de la inclusión? Nadie, es un falso problema, el asunto es cuáles son los medios más adecuados para lograrlos.
Hablemos ahora de las disyuntivas en cuanto a las opciones políticas. Izquierda y derecha no es hoy el dilema. Esa frontera no separa opciones respecto a los principales problemas del país. ¿Violencia? Es difícil discernir ya quién ha sido más feroz. ¿Corrupción? Los partidos tradicionales son la mamá grande de la corrupción, pero la izquierda no puede lanzar una sola piedra. ¿Ideología? En Colombia todos los partidos constituidos son filosóficamente liberales. Izquierda y derecha tampoco separan a la población, la mayoría de la gente no se adscribe a partidos y vota por consignas y personas. El mundo le cambió las preguntas a los discursos tradicionales de la derecha y la izquierda y ahora tienen poco que decir. Preguntá en Medellín, Barranquilla, Cali y Cartagena quiénes votaron por sus alcaldes: todos, gente de muy diversa laya; incluso en Bogotá la derecha liberal votó por Moreno. En términos estrictamente tácticos, si Colombia se ha derechizado poner el debate izquierda-derecha simplemente es suicidarse, cosa que puede hacer el científico pero no el político (Weber).
Una conclusión: lo que vos llamás “centro” es el único competidor serio y viable del uribismo. Un consejo: no te lucen esas descalificaciones criminalizantes contra Fajardo.
miércoles, 15 de abril de 2009
Colcha de retazos II
El colega Oscar González ha leído la colcha de retazos en clave de eclecticismo. Se trata de combinar y mezclar ideas con más intenciones de eficacia que de construir sistemas muy elaborados y bien compuestos. No gozó de buena fama el eclecticismo en filosofía ni tampoco aquellos que son considerados sus representantes: Antiseri y Reale expulsaron a Cicerón de su Historia del pensamiento filosófico y científico, nadie lee a Orígenes (salvo Enrique Serrano) ni a Antíoco de Ascalón.
En los aprendizajes del catecismo marxista, como debía suceder en todos los catecismos, la palabra eclecticismo era condenatoria. Señal de impureza, mestizaje de ideas, hibridación de ideas incompatibles. Todas las ortodoxias condenaron a la colcha de retazos y la convirtieron en imagen de lo mal hecho, por manos toscas y con materiales innobles.
González se acordó de Goethe: “Pero ecléctico lo es todo aquel que de aquello que lo rodea, de aquello que en torno suyo sucede, asimilase lo que a su naturaleza conviene; y en este sentido puede apellidarse ecléctico cuanto llamamos educación y progreso, ya en teoría, ya en la práctica”*. Pero Goethe no pudo cambiar la historia, menos aún como personaje excéntrico en medio de tantas luces.
*“Miscelánea –Máximas y reflexiones- Del Archivo de Macaria”.
Johann. W. Goethe. Obras completas. Tomo I. Madrid. Aguilar de Ediciones. 1950. Pág. 357.
Recopilación, traducción, Estudio preliminar, Prólogos y Notas de Rafael Cansinos Assens.
En los aprendizajes del catecismo marxista, como debía suceder en todos los catecismos, la palabra eclecticismo era condenatoria. Señal de impureza, mestizaje de ideas, hibridación de ideas incompatibles. Todas las ortodoxias condenaron a la colcha de retazos y la convirtieron en imagen de lo mal hecho, por manos toscas y con materiales innobles.
González se acordó de Goethe: “Pero ecléctico lo es todo aquel que de aquello que lo rodea, de aquello que en torno suyo sucede, asimilase lo que a su naturaleza conviene; y en este sentido puede apellidarse ecléctico cuanto llamamos educación y progreso, ya en teoría, ya en la práctica”*. Pero Goethe no pudo cambiar la historia, menos aún como personaje excéntrico en medio de tantas luces.
*“Miscelánea –Máximas y reflexiones- Del Archivo de Macaria”.
Johann. W. Goethe. Obras completas. Tomo I. Madrid. Aguilar de Ediciones. 1950. Pág. 357.
Recopilación, traducción, Estudio preliminar, Prólogos y Notas de Rafael Cansinos Assens.
viernes, 3 de abril de 2009
Colcha de retazos I
La colcha de retazos es un producto híbrido de la pobreza, la dignidad y la creatividad. Las amas de casa pobres del campo o de los pueblos que no podían acceder a los costos de los cubrelechos no se conformaron con dejar sus camas desnudas y decidieron cubrirlas con una colcha elaborada con el retal de los sastres y modistas, los sobrados de rico y pedazos salvados de prendas destruidas por el trabajo y el tiempo. Vimos desde niños, al menos de la generación del Frente Nacional (1957) hacia atrás, estos útiles domésticos que hoy se llaman genérica y elegantemente “linos”. Piezas falsamente regulares hechas de mosaicos de tela de formas inverosímiles y el inventario más desordenado y amplio de colores.
Contado así este relato, se pueden entender todas las implicaciones filosóficas, sociales y políticas que tiene la metáfora colombiana de la “colcha de retazos”. En Colombia se dice “colcha de retazos” con una connotación negativa para hablar de algo incoherente, elaborado con pobres materiales y sin plan ni mano maestra. La metáfora fue usada por los críticos para denostar la Constitución de 1991 y se usa con frecuencia para atacar medidas administrativas, cuerpos legales o teorías.
La colcha de retazos ha cobrado su revancha. Hoy no existe ningún producto accesible en el mercado colombiano que compita con la calidad artesanal y el atractivo estético de la colcha de retazos y es muy difícil encontrar uno más costoso por el lujo y la faena que incorporan. La metáfora peyorativa de la colcha de retazos es producto del pensamiento moderno para el cual la coherencia, la riqueza y la ilustración de personas singulares eran la garantía de simetría, verdad y eficacia. Hoy la colcha de retazos puede ser la bandera del pensamiento posmoderno que descree de la armonía, la homogeneidad y defiende el conocimiento y las obras elaboradas cooperativamente.
Contado así este relato, se pueden entender todas las implicaciones filosóficas, sociales y políticas que tiene la metáfora colombiana de la “colcha de retazos”. En Colombia se dice “colcha de retazos” con una connotación negativa para hablar de algo incoherente, elaborado con pobres materiales y sin plan ni mano maestra. La metáfora fue usada por los críticos para denostar la Constitución de 1991 y se usa con frecuencia para atacar medidas administrativas, cuerpos legales o teorías.
La colcha de retazos ha cobrado su revancha. Hoy no existe ningún producto accesible en el mercado colombiano que compita con la calidad artesanal y el atractivo estético de la colcha de retazos y es muy difícil encontrar uno más costoso por el lujo y la faena que incorporan. La metáfora peyorativa de la colcha de retazos es producto del pensamiento moderno para el cual la coherencia, la riqueza y la ilustración de personas singulares eran la garantía de simetría, verdad y eficacia. Hoy la colcha de retazos puede ser la bandera del pensamiento posmoderno que descree de la armonía, la homogeneidad y defiende el conocimiento y las obras elaboradas cooperativamente.
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