En surcos de colores (2024) no solo es un libro que todo colombiano debe leer sino también uno de los pocos libros que cualquier colombiano entenderá, en parte, y con el cual cualquier colombiano se identificará, también parcialmente. Escrito por Jaime Andrés Monsalve a partir de una iniciativa de Rey Naranjo Editores, el libro es, hasta el presente, el vademécum que requería la música colombiana; una selección de 150 álbumes de autores e intérpretes colombianos, acompañada de unas minuciosas referencias que multiplican por seis el catálogo.
Monsalve se cura en salud asegurando que se trata de una escogencia "caprichosa", guiada por sus personales gusto e información. Ciertamente, la lectura del índice produce una impresión caótica, abarcadora pero azarosa. Las reseñas breves y el diseño -que recuerda las mejores épocas de las selecciones de Rolling Stone- proporcionan un placer visual y una información detallada sobre la música grabada en el país.
No ahondaré en los flancos débiles del trabajo: la inclusión del Himno Nacional, la ignorancia de la música más étnica, los devaneos con la música académica, las concesiones al presentismo. Simplemente anotaré su principales vacíos.
Cuando el crítico se concentra en el disco prensado los primeros perdedores pueden ser los compositores. Y en este libro quedaron en los márgenes algunos de los mejores: José Barros, Orlando Valderrama "El Cholo", Tobías Enrique Pumarejo y Gustavo Gutiérrez Cabello, por solo mencionar los principales. Ningún caso tiene excusa pues las disqueras, o ellos mismos, se encargaron de emprender compilaciones que recogen parte de su obra. Se podría discutir el rango de autores como Tartarín Moreira o Tito Cortés, pero la popularidad de sus canciones, su perdurabilidad e, incluso su trascendencia geográfica, los harían indispensables en un recorrido de este tipo. Se desconoce la influencia de alguien como Israel Motato, padre -si hay alguno- de lo que ahora se llama erráticamente el género popular.
Hay omisiones dolorosas como "Colombia paloma herida" de Jorge López Palacio & Lilienthal (1984) o cualquiera de las grabaciones de Bertha Hooker, la artista de Providencia. Si alguien pretende darle cierto valor al chuchucu paisa, esa adaptación bizarra de la música bailable venezolana, pues pierde la vergüenza y de una vez incluye a El combo de las estrellas en lugar de darle preeminencia a la versión tardía y pequeñoburguesa de Puerto Candelaria. Pero también hay, y muchas, omisiones que se agradecen.