LA PRESENCIA DE LAS REGIONES
Darío Ruiz Gómez
El centralismo colombiano único y nuclear destruyó, mediante una división territorial en abstracto, las voces y experiencias socio-culturales de las distintas regiones de un país rico en diversidad cultural, en fauna y flora, en expresiones musicales, técnicas constructivas, tal como lo había constatado la Expedición Botánica con la presencia de José Celestino Mutis y su magistral trabajo de clasificación de plantas e incorporación a la cultura de Occidente de imágenes singulares donde la creatividad de los dibujantes plasmaba lo que llamaría el espíritu de cada planta, hoja, tallo o sea el trasfondo climático de llanuras y altas montañas, de la orilla de los ríos o de los barrancos. Tarea que Codazzi retomará con el mismo aliento científico que Foucault señala en la obra rigurosa de Linneo con su cuadro del conocimiento y la taxonomía de clasificaciones.
El espíritu de la Ilustración que entendía que la construcción de una nación debía partir del previo conocimiento palmo a palmo de cada región en particular para que cada región sumara experiencias a ese concepto de Estado en que, bajo el horizonte de la libertad, se prosiguiera la tarea de reconocimiento de geografías, de habitantes y costumbres convertidos en ciudadanos(as) por encima de diferencias de razas y credos religiosos, tal como lo llegó a señalar Rousseau. ¿No fue este mismo espíritu de identificación desde una geografía y sus particularidades territoriales el que condujo a John Muir, a Thoreau, a reconocer en la vivencia de los grandes bosques y ríos norteamericanos, el origen y punto de arranque para la construcción de una nueva sociedad? ¿Existiría una noción de ser del antioqueño, como recordaba Juan Luis Mejía, si ese punto de arranque y de origen no nos lo hubieran dado una obra magna como La geografía de Antioquia de Manuel Uribe Ángel o investigaciones como La flora sonsonesa de Joaquín Antonio Uribe? Recuerdo que en una vereda de Marmato una losa recuerda el paso de Humbold, el fundador de la Universidad alemana, depósito de todas sus clasificaciones -muchas de ellas con Bonpland- de nuestra flora, de los grandes cambios climáticos, de estas orografías, todo bajo, repito, el iluminado cielo proyectado por la Ilustración.
Cuando observo en los canales regionales de T.V. a diferentes grupos de historiadores que han recuperado la importancia de la historia local y la tarea de admirables grupos de investigadores de la flora, la fauna, de especialistas ilustres en planificación regional, pienso que en el momento en que la estructura política del país se vuelva a identificar con estas realidades verificadas in situ y no continuemos bajo la visión abstracta del centralismo, no solo bogotano sino el de las capitales de los diferentes departamentos, cuando recabo en la obra de un genio científico como Víctor Manuel Patiño y su historia de las plantas, del concepto de cultura, del paisaje como construcción, pienso entonces que los distintos puntos de arranque para la recuperación del país nacional que no es otra cosa que la certificación de este sinnúmero de historias locales, de testimonios invisibilizados por el totalitarismo y la pereza intelectual, debe empezar ahora mismo bajo la perspectiva única del reconocimiento real de la autonomía de las regiones, la única además que puede sacarnos de las criminales polarizaciones a que estamos sometidos regresando a la más atávica de las violencias .
P.D.: Oyendo en Jardín este fin de semana unos conciertos de los adolescentes de la Escuela de Música, con su magistral ejecución de obras de suma complejidad, volví a entender el llamado de Goethe de que la cultura moderna debe partir de la experiencia de la aldea hacia lo universal.
Nota: Darío Ruiz y Juan Luis Mejía, entre otros (ver el programa), participaron en la séptima versión de Narrativas Pueblerinas, dedicada a los 160 años de fundación de Jardín.