Tengo recuerdos de algunas tertulias de Manuel Mejía Vallejo en el parque de Jardín sobre la carrera Córdoba, al pie del Hotel Jardín que era el único en los tiempos ya viejos de fines de los años setenta y principios de los ochenta, antes de que la guerra espantara a todo el mundo. Juntaban mesas de algún negocio y se bebían la conversa una veintena de invitados. Aquello era exactamente en la diagonal opuesta a la casa donde pasó su infancia el escritor antes de irse a Medellín a estudiar.
Los paisajes y las gentes, los apegos y las violencias de buena parte de la obra de Mejía Vallejo están en Jardín y en lo que se ve desde allí, que es muy extenso. No muchos saben que Balandú es Jardín, que la casa de las dos palmas queda en la vereda Santa Gertrudis –donde era la finca familiar– y que los páramos y farallones son el Citará. No importa, la ignorancia en estos temas es gratuita.
Hablar en Jardín en el 2017 de Mejía Vallejo es fortuito. Pero la oportunidad llevó a la idea de convertir el pueblo en un escenario de conversación sobre la literatura regional, que de alguna manera es toda: el secreto del escritor está en convertir a Elsinor o a La Mancha en el mundo o al mundo en Yoknapatawpha o en Macondo. Así que bajo la denominación de “Narrativas pueblerinas” se quiere crear un espacio anual para el solaz literario. Veremos hasta cuándo aguanta la idea.
La iniciativa provino de los amigos de la casa de huéspedes Gallito de las Rocas y de la Corporación Cultural de Jardín, y fue apoyada por las universidades Eafit y de Antioquia y la Alcaldía del municipio. Será el próximo fin de semana, entre el 4 y el 6 de agosto. Nos acompañarán Juan Luis Mejía, Eduardo Escobar, John Saldarriaga y Raymond Williams en las conferencias; Haide Jaramillo y Olga Alicia Parnett con una exposición sobre “La arquitectura en la obra de Mejía Vallejo” y el profesor Edwin Carvajal Córdoba presentando el libro de la Editorial Universidad de Antioquia Manuel Mejía Vallejo: Aproximaciones críticas al universo literario de Balandú. Habrá música con la banda de la Escuela de Música y el compositor Fred Danilo Palacio.
A ver si dejamos de quejarnos del tipo de turismo, del centralismo de Medellín, de la monotonía de tinto y aguardiente, de no poner a trabajar el cerebro y de dedicarle el espíritu a más cosas. A ver si nos ponemos a contar que en el campo no solo llueve café; que han llovido cuentos, novelas, canciones, poemas, guiones. Que muchos de los grandes narradores de este país han sido pueblerinos hablando de sus ríos y montañas, y los que no, terminan hablando de un pueblo, así sea Medellín.
El Colombiano, 30 de julio
lunes, 31 de julio de 2017
lunes, 17 de julio de 2017
Bajirá
Las fronteras territoriales tienen sentido desde que aparecieron los Estados nacionales. Como aprendimos en el colegio, el territorio es uno de los componentes del Estado y las fronteras marcan los límites físicos de la soberanía y el punto en el cual otra soberanía empieza. El primer equívoco de la discusión sobre la adscripción departamental de Belén de Bajirá es ese; las fronteras departamentales son apenas convenciones administrativas y nada tienen que ver con los atributos de la soberanía, menos aún en una república unitaria como Colombia. Aunque es una información difícil de constatar, dudo que en algún país del mundo se presencien este tipo de litigios internos, ridículos a más no poder.
Conozco sí casos de disputas internacionales. La más célebre en América gira en torno a las Islas Malvinas o Falkland Islands según el pretendiente. Se trata de una disputa moderna que los argentinos tratan de resolver con mapas y los británicos con consultas populares. En la Europa nórdica hay varios territorios con estatus especiales que se derivan de un trato posmoderno de las diferencias. El archipiélago Åland pertenece a Finlandia pero su población es de etnia sueca, se administra autónomamente bajo la soberanía finlandesa pero es zona desmilitarizada y algunas de sus leyes están protegidas por el tratado de la Unión Europea. En este modelo la soberanía se diluye y todas las decisiones parten del bienestar de la población.
La discusión que se ha presentado en torno a Bajirá y tres corregimientos de Turbo pasa por el Igac, el congreso, la procuraduría y las gobernaciones pero nadie le pregunta a los pobladores de la región. A nadie le interesa qué piensan o qué quieren. Nadie los tiene en cuenta o casi nadie: el Gobernador de Antioquia amenazó con quitarles los servicios básicos de salud, educación y demás. ¡Eso es pensar en grande!
Hace 35 años los habitantes de Bajirá salían a Apartadó o a Medellín y contaban la historia de un caserío administrado por las Farc, donde no se podía usar pelo largo, se empadronaba y controlaba los proveedores de las carnicerías y las tiendas. En los años noventa entraron los paramilitares y convirtieron el pueblo en la puerta terrestre de acceso al norte del Chocó y el bajo Atrato. Nunca se habló entre las autoridades antioqueñas o chocoanas de Bajirá. No se publicaron proclamas, ni se recogieron firmas, ni se pegaron calcomanías en los carros. Nadie lloró ni se desgarró las vestiduras como ahora.
Para perfeccionar el sainete empecemos por aceptar los delirios de los chocoanos y antioqueños que se quieren independizar de Colombia. Y dejemos que Bajirá y el sur de Turbo sean otro Estado independiente. Como Liechtenstein entre Austria y Suiza, por ejemplo. Y digámosle a Trump que haga su muro entre la república del Chocó y el Estado federal de Antioquia.
El Colombiano, 16 de julio.
Conozco sí casos de disputas internacionales. La más célebre en América gira en torno a las Islas Malvinas o Falkland Islands según el pretendiente. Se trata de una disputa moderna que los argentinos tratan de resolver con mapas y los británicos con consultas populares. En la Europa nórdica hay varios territorios con estatus especiales que se derivan de un trato posmoderno de las diferencias. El archipiélago Åland pertenece a Finlandia pero su población es de etnia sueca, se administra autónomamente bajo la soberanía finlandesa pero es zona desmilitarizada y algunas de sus leyes están protegidas por el tratado de la Unión Europea. En este modelo la soberanía se diluye y todas las decisiones parten del bienestar de la población.
La discusión que se ha presentado en torno a Bajirá y tres corregimientos de Turbo pasa por el Igac, el congreso, la procuraduría y las gobernaciones pero nadie le pregunta a los pobladores de la región. A nadie le interesa qué piensan o qué quieren. Nadie los tiene en cuenta o casi nadie: el Gobernador de Antioquia amenazó con quitarles los servicios básicos de salud, educación y demás. ¡Eso es pensar en grande!
Hace 35 años los habitantes de Bajirá salían a Apartadó o a Medellín y contaban la historia de un caserío administrado por las Farc, donde no se podía usar pelo largo, se empadronaba y controlaba los proveedores de las carnicerías y las tiendas. En los años noventa entraron los paramilitares y convirtieron el pueblo en la puerta terrestre de acceso al norte del Chocó y el bajo Atrato. Nunca se habló entre las autoridades antioqueñas o chocoanas de Bajirá. No se publicaron proclamas, ni se recogieron firmas, ni se pegaron calcomanías en los carros. Nadie lloró ni se desgarró las vestiduras como ahora.
Para perfeccionar el sainete empecemos por aceptar los delirios de los chocoanos y antioqueños que se quieren independizar de Colombia. Y dejemos que Bajirá y el sur de Turbo sean otro Estado independiente. Como Liechtenstein entre Austria y Suiza, por ejemplo. Y digámosle a Trump que haga su muro entre la república del Chocó y el Estado federal de Antioquia.
El Colombiano, 16 de julio.
lunes, 3 de julio de 2017
Robarles a los ladrones
El caso del fiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno revela las dimensiones que la corrupción ha tomado en Colombia. La muestra más palpable –que debería ser noticia mundial– es que sea precisamente una de las autoridades encargadas del control de la corrupción la que aparezca en un caso aberrante por el tamaño y la velocidad del enriquecimiento ilícito del funcionario. Y porque había sido recién nombrado a pesar de antecedentes dudosos.
Moreno se enriqueció antes de llegar a la Fiscalía mediante un mecanismo muy peculiar: extorsionando a políticos incriminados por parapolítica o por corrupción. El ambiente se creó cuando un número muy alto de políticos se volvieron multimillonarios de la noche a la mañana gracias a los mecanismos que propicia el régimen político. Los ladrones saben donde está el dinero y no hay víctima más susceptible al chantaje que aquella que no puede recurrir a la autoridad porque sus haberes no son legales.
Este fenómeno de depredación endogámica tiene un antecedente conocido en el crimen organizado. Empezó en los años ochenta, probablemente, con las extorsiones de Pablo Escobar contra los exportadores de cocaína que tenían un poder intimidatorio inferior al suyo. Y prosiguió después de la muerte del capo como mecanismo de redistribución de la riqueza entre los dueños del negocio y los especialistas de la violencia, de monopolizar las herencias de los narcos y recuperar bienes en manos de testaferros.
Ya se han escuchado rumores sobre el uso probable de este mecanismo en las próximas elecciones. Se dice que uno de los precandidatos está aprovechando su influencia en el sistema judicial para extorsionar a los políticos regionales. El trato consistiría en garantizarles impunidad a cambio de que pongan las maquinarias electorales al servicio de su candidatura presidencial. Puros rumores pero, dada la situación, con rasgos de credibilidad.
Que la corrupción es un simple epifenómeno del régimen político lo demuestra el hecho de que a Moreno no lo descubrió ninguna autoridad nacional porque el control y la justicia forman parte del engranaje. Su sindicación provino de un caso que se está juzgando en los Estados Unidos. Lo mismo que pasó con Odebrecht; si la justicia brasileña no investiga y denuncia estaríamos en el silencio de los ingenuos.
En las últimas tres décadas se han dado varias explicaciones para el desbordamiento de la corrupción en Colombia: el narcotráfico con su capacidad de alterar los mercados y la competencia política; las privatizaciones que convirtieron de la noche a la mañana a pequeños políticos en medianos empresarios; el crecimiento económico asociado a actividades rentistas más que productivas. No me cabe duda de que la reelección presidencial ha sido el factor más reciente de estímulo a la corrupción. Y el resultado de la trama no es solo pecuniario. Los dos últimos presidentes sacaron réditos políticos y alteraron la separación de poderes.
El Colombiano, 2 de julio
Moreno se enriqueció antes de llegar a la Fiscalía mediante un mecanismo muy peculiar: extorsionando a políticos incriminados por parapolítica o por corrupción. El ambiente se creó cuando un número muy alto de políticos se volvieron multimillonarios de la noche a la mañana gracias a los mecanismos que propicia el régimen político. Los ladrones saben donde está el dinero y no hay víctima más susceptible al chantaje que aquella que no puede recurrir a la autoridad porque sus haberes no son legales.
Este fenómeno de depredación endogámica tiene un antecedente conocido en el crimen organizado. Empezó en los años ochenta, probablemente, con las extorsiones de Pablo Escobar contra los exportadores de cocaína que tenían un poder intimidatorio inferior al suyo. Y prosiguió después de la muerte del capo como mecanismo de redistribución de la riqueza entre los dueños del negocio y los especialistas de la violencia, de monopolizar las herencias de los narcos y recuperar bienes en manos de testaferros.
Ya se han escuchado rumores sobre el uso probable de este mecanismo en las próximas elecciones. Se dice que uno de los precandidatos está aprovechando su influencia en el sistema judicial para extorsionar a los políticos regionales. El trato consistiría en garantizarles impunidad a cambio de que pongan las maquinarias electorales al servicio de su candidatura presidencial. Puros rumores pero, dada la situación, con rasgos de credibilidad.
Que la corrupción es un simple epifenómeno del régimen político lo demuestra el hecho de que a Moreno no lo descubrió ninguna autoridad nacional porque el control y la justicia forman parte del engranaje. Su sindicación provino de un caso que se está juzgando en los Estados Unidos. Lo mismo que pasó con Odebrecht; si la justicia brasileña no investiga y denuncia estaríamos en el silencio de los ingenuos.
En las últimas tres décadas se han dado varias explicaciones para el desbordamiento de la corrupción en Colombia: el narcotráfico con su capacidad de alterar los mercados y la competencia política; las privatizaciones que convirtieron de la noche a la mañana a pequeños políticos en medianos empresarios; el crecimiento económico asociado a actividades rentistas más que productivas. No me cabe duda de que la reelección presidencial ha sido el factor más reciente de estímulo a la corrupción. Y el resultado de la trama no es solo pecuniario. Los dos últimos presidentes sacaron réditos políticos y alteraron la separación de poderes.
El Colombiano, 2 de julio
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