lunes, 19 de marzo de 2018

No nos une el amor sino el espanto

La política es conflictiva; de eso no cabe ninguna duda. Pero el conflicto político tiene que tener una base de unidad. Álvaro Gómez Hurtado la llamaba (1919-1995) el “acuerdo sobre lo fundamental”. Ese acuerdo puede expresarse en la constitución política, debería afincarse en la cultura que hace que seamos una comunidad política –distinta de las demás– y que, a veces, llamamos sentimiento nacional. Este sentido de unidad estuvo roto en el país por la guerra, la de mitad de siglo y la más reciente, eso se entiende.

Sin embargo, lo que presenciamos ahora tiene poco que ver con la disputa política normal y reglada que se conoce en casi todo el mundo. Estamos en presencia de un estilo tóxico de hacer política y de plantear las diferencias que tenemos acerca de cómo y hacia dónde debemos encaminarnos como sociedad. Acostumbrados a hacer política electoral con un enemigo interno a la vista, algunos líderes se empeñan en descalificar a los adversarios como si no estuvieran haciendo uso legítimo de los mecanismos democráticos.

Se trata de una manipulación mezquina y peligrosa del miedo, como sentimiento humano y emoción social. Miedo a De la Calle porque se sentó con las Farc y logró que se desmovilizaran y miedo a Fajardo porque tiene el apoyo de Jorge Robledo, como si la trayectoria política de ambos no fuera suficiente fuente de confianza. Miedo a Petro porque representa, por supuesto, un populismo retardatario. En condiciones parecidas, en 1970, Álvaro Gómez decía que no se justificaban “el agravio o el desafío” y que había que basar toda la lucha política en la “confianza en uno mismo”. ¡Cómo cambian los tiempos y los líderes!

Y, además, está la explotación del odio. El odio que Álvaro Uribe ha atizado contra Santos y el odio con el cual el presidente y sus seguidores le corresponden a Uribe y a sus partidarios. Es el retorno de la vieja política de rencillas entre élites, que estuvo a punto de destruir el país, una, dos, tres y más veces.

Hace ocho años parecía vergonzosa la manera como Uribe y Santos trataban a Antanas Mockus. No pudiéndolo acusar de alianzas con la guerrilla ni con Chávez, se dedicaron a descalificarlo. “Caballito discapacitado” fue el estigma descarado que le puso Uribe. Santos –asesorado por JJ Rendón– lo descalificó llamándolo profesor; bueno para enseñar y malo para hacer. Pues bien, aquel episodio lamentable dirigido a impedir el triunfo de una alternativa distinta a las tradicionales, parece hoy poca cosa ante el ambiente de opinión creado y del cual los principales responsables son Uribe y Petro.

Jorge Luis Borges creía que a los habitantes de Buenos Aires no los unía el amor sino el espanto. Hay quienes quieren unir a una mayoría colombianos a punta de miedo, odio y maledicencia contra los demás.

El Colombiano, 18 de marzo

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