lunes, 12 de diciembre de 2016

Cuidadores de jardines

Después de años, páginas y lágrimas de estudiar esta ciudad puedo concluir que Medellín se jodió a fines de los años setenta y empezó a salvarse hacia el 2005. El fracaso se incubó durante veinte años, entre 1960 y después, cuando creíamos que todo iba muy bien. La recuperación comenzó 20 años antes –como suele ser– en medio de la negra noche. Todo lo que sucedió tiene responsables, imposibles de individualizar, porque en nuestro mundo imperfecto solo el bien parece tener claros derechos de autor.

El bien es modesto, humilde. A estas alturas del 2016 amargo debo recordar la obra de algunos cuidadores de pequeños jardines. Personas, grupos, que han perseverado en un trabajo amoroso y constructivo, y que fueron luz durante los tiempos más duros y atroces, han sido ejemplo de dedicación a una misión en la que se realizan y ayudan a sus vecinos a comprender, compadecer, colaborar.

Quiero enaltecer al Grupo Suramérica creado hace 40 años, cuando empezaron a manifestarse los síntomas de la tragedia. Fruto de su época, de la idea romántica del patriotismo latinoamericano, cuando la pretendida música continental se apegó al folklor nacional, en especial de los países del Cono sur. Suramérica es un ejemplo de disciplina, constancia y apego a un trabajo orillado por los gustos dominantes y por aquellos aprestigiados por la contracultura, los míos. El liderazgo y el afecto que Carlos Mario Londoño ha puesto en este proyecto son dignos de reconocimiento.

Quiero celebrar al Colectivo Teatral Matacandelas creado en 1979. Yo los recuerdo, sin precisión, en Envigado. Nadie puede imaginarse tan grande asimetría entre las ganas de hacer teatro de los antioqueños y la escasa visibilidad de nuestros autores, actores y maestros, cuéntese a Gilberto Martínez, José Manuel Freidel o Siervo García. Matacandelas se aproxima a cuatro décadas de trabajo infatigable sin la sombra protectora del dinero, la política o los apellidos. Cristóbal Peláez sigue siendo su timonel.

Quiero festejar el trabajo de Punto Seguido cuya aparición data también cerca de 1979. Punto Seguido es una revista de poesía sometida a las contingencias propias del arte no oficial ni comercializable. Aun así puede exhibir 60 números, una cifra respetable para cualquier tipo de publicación. Con todo y lo que se denigra del espíritu utilitario antioqueño es difícil encontrar más poesía profesional en otro lugar de Colombia. Sin la dedicación de John Jaime Sosa y la sombra constante de Carlos Bedoya no existiría.

La juventud de varias generaciones de antioqueños ha pasado por algunos o todos estos corazones. Proyectos locales sin provincianismo, proyectos destinados a crear compasión en medio del odio y de la rabia, proyectos radicales porque –como las raíces– se han mantenido aferrados a la tierra, a la convicción, a la vocación y al arte, con minúsculas. Ellos, entre muchos otros, han creado nichos de sosiego para ayudar a sostenernos.

El Colombiano, 11 de diciembre

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