lunes, 30 de mayo de 2016

Asimetrías de la compasión

Llevamos –cuando escribo esto (viernes)– una semana sin saber nada de Salud Hernández. Me inhibo de comentar las salidas en falso de las autoridades, incluyendo el Presidente. Sentí un desasosiego hasta que un columnista de los portales Las2orillas y Entre notas rosa me lo diagnosticó: “Más indignante que el secuestro es ver la posición de mucha gente de izquierda que no puede ocultar la alegría que les produce la desgracia de Salud” (Iván Gallo, “¿Por qué se alegran del posible secuestro de Salud Hernández?”, 24.05.16). Cuenta que ya se creó un hashtag invocando la muerte de la periodista.

La tribulación es vieja. En Colombia las víctimas no están en el centro de nada, están en los márgenes. Simplemente porque la sociedad no se siente deuda de las víctimas; así, en general. Las víctimas o no duelen (hay casos) o duelen solo a una familia o a algunos sectores. Duelen si existe entre ellas y los dolientes una afinidad política, social, sentimental. No duelen porque sean personas, porque tengan alma o rostro, ni mucho menos porque sintamos con ellas una identidad tal como la nacionalidad.

Debo recordar aquí que la palabra deudo, significa pariente. En las sociedades primitivas solo es deudo el pariente, pero en las sociedades civilizadas se es deudo de grupos más grandes de personas. Gente sin nexos de sangre llora en el Vietnam Wall, el Ground Zero, el museo de Auschwitz, porque existe un sentido de humanidad compartida. En las sociedades divididas, hasta las lágrimas tienen partido. Los ejercicios recientes de memoria adolecen del mismo problema hasta el punto de generar la sensación de que aquí solo es víctima y doliente una parte de la sociedad. Una reproducción del paternalismo.

Cualquiera puede entender que un asesinado o un secuestrado demanden un apersonamiento de los más cercanos de entre el prójimo. Pero al prójimo, en toda cultura y en todo tiempo, se le pide algo más. El dolor difiere por la cercanía, la compasión no debe serlo porque somos capaces de imaginar. No obstante, en Colombia la compasión se apacienta en parcelas pequeñas y exclusivas. Por ello no es extraño que a su lado retoñen la desconfianza y el rencor. Así se alimenta la indiferencia e imposibilita todo lazo comunitario. ¿Es posible pensar, mientras las cosas se mantengan así, en la reconciliación?

En la academia recibo críticas hace casi dos décadas porque suelo hablar de guerra civil. Pero las asimetrías de la compasión que se ven a diario en el país confirman, de modo más fehaciente que cualquier base de datos, el grado de fragmentación de nuestra sociedad. La escisión múltiple que nos aqueja y que tardará lustros en superarse. Es cierto. Un acuerdo en La Habana no resuelve este problema, pero más cierto aún es que sin ese acuerdo no existirán las condiciones para intentarlo.

El Colombiano, 29 de mayo.

miércoles, 25 de mayo de 2016

En la caverna

El Campo de las Naciones es un lugar desierto a las 8 y media de la tarde (sí, todavía es la tarde en el mayo madrileño). Espantan. Propicio para un concierto cuyo público sean jóvenes desenfrenados y peligrosos. Espantan a pesar de que aquel tiquete mal impreso dice que las puertas se abren a las 19:30 y Nick Cave aparece a las 21:00 h. Por su parte, este Palacio de los Congresos es un escenario bello con paredes y pisos de madera, y una silletería ídem forrada en tela, que se va llenando de adultos que pintan canas y otros con tinturas.

En el escenario cuelgan largos telones que luego irán tiñéndose de colores con los juegos de luces, más bien sobrios durante el concierto. El escenario es amplio. A mano izquierda –entrando– Warren Ellis se reservó casi un tercio para disponer un montón de trebejos que incluyen guitarra, flauta, violín y percusiones varias. Detrás, a su derecha, Barry Adamson y sus teclas; en el medio Martin Casey con su bajo y en el otro extremo Thomas Wylder con su batería. Es una de las tantas configuraciones de los Bad Seeds a lo largo de tres décadas. Al frente un piano de cola y el micrófono para Cave. Micrófono alámbrico que se contorsionará mucho menos que el australiano que lo sacude.

Nick Cave es una mezcla de punk y crooner. Su figura es muy parecida a la que resultaría de Harry Connick Jr. parado ante un espejo convexo de dos metros de altura con las debidas distorsiones en la frente, que ocupa media cara, y las maldadosas comisuras de los labios. Si el punk quiere patear los estómagos (digo así por perspectiva de género, más que por pudor) y los crooner se proponen acariciar los corazones, Cave hace una combinación dolorosa: patea corazones. Fue el 25 de mayo del 2015. Hace un año.

lunes, 23 de mayo de 2016

Se buscan mediadores

Se dice, con razón, que Colombia está viviendo un periodo de alta polarización política. Es un signo de los tiempos en la política occidental. Basta mirar España, Alemania o Inglaterra, o escuchar a Bernie Sanders hablar de la señora Clinton, para no mencionar al dueño de Miss Universo que quiere vivir en la Casa Blanca. Lo mismo en Suramérica. Eso no quiere decir que se trate de una fatalidad y que las cosas no puedan hacerse de otro modo.

Las noticias de la semana pasada son la repetición agravada del festival de la injuria en que Uribe y Santos han convertido a la política colombiana. A la idea descabellada de la resistencia civil, Santos respondió con una cadena de insultos leídos ante el congreso del Partido Liberal. La gran diferencia es que Santos es el presidente de la república, lo que antaño suponía algo que llamaban la “majestad del poder”. En ese escenario, lució excepcional y casi heroica la mesura de César Gaviria, su sentido crítico.

La política democrática está hecha para canalizar las contiendas y las disputas a través de mecanismos institucionales, y para fijarle calendarios a los momentos de fragor y de decisión. Es parte de la esencia de los políticos democráticos saber perder. Esa fruición por la movilización permanente, la impugnación sistemática y la deslegitimación del poder, no pertenecen al bagaje de la democracia liberal y representativa. No parece haber en la coalición de gobierno ni en la oposición liderazgos que recuperen la cordura. Y todo indica que César Gaviria está sin oxígeno.

Fuera de los partidos y las instituciones públicas las cosas apenas están mejores. Los medios de comunicación no parecen entender a cabalidad el significado de la palabra medio. Cuando se dice medio se dicen muchas más cosas que el prosaico formato. El papel de los medios es hacer una mediación: explicar, interpretar, preguntar, dar espacio a los críticos. Pero, creería, que en circunstancias como las que vivimos también deberían contribuir a la moderación. En su lugar, ayudan a convertir el escenario público en un ring de combates marciales mixtos.

Buena parte de las revistas y noticieros se han ido convirtiendo en agentes de propaganda del gobierno u oficinas de prensa de la oposición. Se han descarado en la parcialidad. Por la fácil, ocultando, silenciando; con temeridad, sesgando y cargando las tintas. La propaganda es mala, incluso aquella que se hace a favor de las buenas causas. La propaganda nada tiene que ver con la formación y la pedagogía. Al final, es contraproducente.

No quiero sobreestimar el papel de los intelectuales y de las organizaciones civiles pero allí es donde se ven más destellos de sensatez. Destellos. Sigue siendo muy difícil que se defiendan los puntos de vista con apertura y actitud falibilista. Pero allí hay voces para escuchar y amplificar.

El Colombiano, 22 de mayo

martes, 17 de mayo de 2016

CARTA ABIERTA

Con preocupación hemos constatado que la posibilidad de firmar un acuerdo de paz con las FARC y con el ELN ha radicalizado las posiciones y exacerbado los ánimos de quienes intervienen a favor o en contra del mismo. Si bien el debate sobre el proceso de paz es importante, legítimo y necesario, la discusión se ha convertido en un intercambio de agravios y descalificaciones cuyas consecuencias serán nocivas para el futuro del país y un pésimo precedente para las prácticas que adoptemos en próximos debates. Como ha ocurrido varias veces en el pasado, ese tipo de lenguaje ofensivo incita a la intolerancia y contribuye a la reactivación de la violencia y del conflicto armado.

Las personas que firmamos esta carta no compartimos las mismas ideas políticas. Nuestras divergencias no solo se refieren al actual proceso de paz, sino también al rumbo social y económico del país. Entre nosotros hay representantes de todas las posiciones del espectro político, consideradas de derecha, centro o izquierda o incluso de quienes no adhieren a una posición política particular. No obstante, a pesar de nuestras diferencias compartimos algunas ideas fundamentales, como la defensa de los principios democráticos, el respeto por las reglas esenciales de honestidad, tolerancia y lealtad argumentativa en el debate político, el repudio por las soluciones que implican el uso ilegítimo de la fuerza y el abuso de las instituciones, así como la convicción de que estamos en un momento crucial de la historia nacional que va a determinar el país en el cual vivirán nuestros hijos y nuestros nietos.

Por eso, en esta hora clave de la historia del país, los aquí firmantes hacemos un llamado a todas las partes involucradas en el debate político, incluidos aquellos que participan en las redes sociales, en los foros públicos, los medios de comunicación y en la conversación política de todos los días, a moderar el lenguaje, a discutir de manera razonada, a respetar el derecho del adversario a pensar distinto y a defender su punto de vista, sin descalificarlo ni ofenderlo, ni atribuirle perversas intenciones.

Invitamos pues a toda la sociedad colombiana a participar en la controversia pública con honestidad, respeto a las instituciones democráticas y tolerancia con la contraparte, a pensar en nuestro país con una perspectiva de mediano y de largo plazo, en donde las generaciones futuras tengan un lugar mejor para vivir y un buen ejemplo de las prácticas propias de un diálogo democrático, y a reconocer, con las experiencias del pasado, que la violencia homicida, la guerra sucia y el conflicto armado también son el producto del escalamiento del lenguaje agraviante.

Adriana Mejía Hernández, Directora ONG - Alfredo Gómez-Muller, Profesor universitario - Alfredo Molano, Columnista e investigador social - Alvaro Tirado Mejía, Escritor y analista político - Ana María Ibañez, Decana universitaria - Armando Montenegro Trujillo, Asesor independiente - Beatriz Uribe Restrepo, Empresaria - Carlos Caballero Argáez, Economista y columnista - Carlos Manrique, Filósofo y Profesor universitario -
Carlo Tognato, Profesor universitario - Claudia Jiménez Jaramillo, Asesora independiente - Daniel García-Peña, Analista político - Eduardo Posada-Carbó, Profesor universitario - Fidel Cano, Periodista - Gonzalo Córdoba, Periodista - Héctor Abad Faciolince, Escritor - Jaime Bermúdez Merisalde, Asesor independiente - Jorge Giraldo, Académico - Jorge Humberto Botero, Dirigente gremial - Juan Camilo Cárdenas, Profesor universitario - Juan Diego Mejía, Escritor - Juan Gabriel Tokatlián, Profesor universitario - Juan Gabriel Vásquez, Escritor - Juan Manuel Echavarría, Artista - Juan Manuel Roca, Poeta - Laura Quintana, Profesora universitaria - León Teicher, Empresario - Leopoldo Múnera Ruiz, profesor universitario - Luis Ernesto Mejía Castro, Asesor independiente - María Victoria Llorente Sardi, Directora ONG - Mario Hernández, Médico y profesor universitario - Mario Jursich, Editor - Mauricio Archila, Historiador y profesor universitario - Mauricio García Villegas, Profesor universitario - Padre Pacho de Roux, Sacerdote y líder social - Piedad Bonnett, Poeta y novelista - Pilar Reyes, Periodista - Rafael Aubad López, Director ONG - Ramiro Valencia Cossio, Asesor independiente - Salomón Kalmanovitz, Profesor universitario - Santiago Gamboa, Escritor - Santiago Montenegro Trujillo, Dirigente gremial - Sergio Fajardo Valderrama, Dirigente político - Víctor Manuel Moncayo, Ex rector universitario

lunes, 16 de mayo de 2016

Cartas

Si las cartas parecen haber desaparecido de la vida cotidiana y se han degradado en mensajes electrónicos o –peor– modo Twitter, pueden subsistir como medio de expresión política. Funcionan en la versión virtual de Change.org y pueden hacerlo en forma implícita como manifiestos públicos, sin ánimos de grandilocuencia, sin el peso que heredaron de las epístolas evangélicas o independentistas o artísticas (Pablo, Bolívar, Van Gogh, casos).

El cuatro de mayo empezó a circular en algunos medios una carta firmada por 44 personas –yo, entre ellas. La carta hace “un llamado a todas las partes involucradas en el debate político, incluidos aquellos que participan en las redes sociales, en los foros públicos, los medios de comunicación y en la conversación política de todos los días, a moderar el lenguaje, a discutir de manera razonada, a respetar el derecho del adversario a pensar distinto y a defender su punto de vista, sin descalificarlo ni ofenderlo, ni atribuirle perversas intenciones” (El Tiempo, “Carta de intelectuales, empresarios y directores de ONG al país”, 04.05.16). No sobra subrayar el carácter heterogéneo de la lista de firmantes.

No conozco muchas reacciones a este llamado. Solo una respuesta del comandante de las Farc Timoleón Jiménez, fechada dos días después. Esta otra carta concuerda en que “el lenguaje ofensivo incita a la intolerancia y contribuye a la reactivación de la violencia” y declara que “vamos [las Farc] a la lucha política convencidos de la posibilidad de hacer reales la democracia, la convivencia pacífica, la confrontación civilizada de ideas. El nuevo país que soñamos para nuestros hijos requerirá del más elevado respeto entre adversarios políticos”. Yo grabaría estas palabras sobre piedra (estará en la nube, en que confían tantos).

La conexión entre la cultura política y las guerras civiles no ha sido un gran tema de estudio, pero tiene antecedentes. Ejemplos: The Rethoric of Conflict and Compromise de Don Edward Beck (2014), un trabajo sobre la Guerra de Secesión en Estados Unidos; otro, Las ideas en la guerra (Debate, 2015), de mi autoría. En el primero se relaciona la polarización política con la emergencia bélica; en el segundo, la justificación de la violencia y el recurso de las armas. El mensaje es el mismo, las palabras importan y crean condiciones para acciones trágicas.

Las cartas son apenas un grano en el mar de la retórica social. Sus autores aspiran siempre a que tengan capacidad persuasiva, influencia. Ha sido Eduardo Posada Carbó el promotor de la idea de que una carta aparecida en 1992, dirigida por Gabriel García Márquez y otras figuras a las Farc, marcó un hito en la ruptura de los intelectuales con la lucha armada. Cabría ilusionarse con la idea de que esta carta, la del 2016, señale la ruptura de los ideólogos con los discursos de la ilegalidad, la ruptura y el odio.

El Colombiano
, 15 de mayo.

lunes, 9 de mayo de 2016

Día del trabajo

El Leicester City acaba de coronarse campeón de la liga de fútbol más atractiva, entretenida y vista del mundo, ahorrándonos dos fines de semana de angustia (insoportable otro partido como contra el West Ham o el de los Spurs en Chelsea). Se realizó así el sueño de todos los aficionados del mundo, excepto los del Tottenham Hotspur y uno que otro lucido. Antes de cumplirse se prodigaron columnas de opinión, reportajes, crónicas y entrevistas que destacaron lo inusual del acontecimiento y acudieron a metáforas de milagros, cuentos de hadas y redención de pobres.

No falta razón para ello. Según las estadísticas norteñas, en ninguna competencia deportiva se había llegado al parámetro de cinco mil a uno en las apuestas (el anterior había sido mil a uno, del equipo olímpico de hockey de Estados Unidos). Las historias son aún más deslumbrantes que los números. Desde James Vardy, que corría en el entretiempo de sus partidos de cuarta división para cumplir horario en una fábrica, hasta Claudio Ranieri, quien llegó a la vejez después de dirigir los clubes más grandes y adinerados de Europa sin ganar un torneo importante.

Pero la enseñanza esencial de la hazaña del Leicester es otra distinta a la de Cenicienta. El equipo de los zorros azules juega con aplicación pero sin belleza, con táctica pero sin mucha técnica (excepto Kante y Mahrez, quizás), con entrega pero sin brillo. No se trata de la revelación de un bello secreto bien guardado y es improbable que repita su logro en cualquier competencia en el futuro cercano. La lección que yo quiero extraer de esta noticia coincide con la fecha de la consagración: el día del trabajo.

Es cuestión de disciplina y entrenamiento. Se puede lograr sin talentos estelares pero con oficio, sin pedigrí pero con experiencia. Para obtener un logro tan sobresaliente, empero, el trabajo duro no basta (esa es otra fábula): se necesita algo de suerte, competencia abierta, gestión deficiente de los adversarios, grandes dosis de fe y solidaridad. Una nómina corta como la del Leicester pudo superar un torneo largo y pesado gracias a que no tuvo lesiones notables, sus rivales se desmoronaron por sus propios errores y ellos crecieron en confianza.

Es difícil que el trabajo persistente y bien hecho lleve a alguien a realizar una hazaña como estas o a romper probabilidades de una en varios miles. Las historias edificantes de los grandes emprendedores están llenas de trabajo pero sobre todo de ingenio, sentido de la oportunidad y mucho respaldo. Pero sin el trabajo persistente y sencillo es imposible una vida decente, sin carencias básicas, con sentido de la dignidad. Y el objeto de las instituciones sociales –públicas y privadas– es garantizar que el trabajo honesto tenga su recompensa, protegerlo ante las calamidades y crearle un ambiente propicio para que sea gratificante.

El Colombiano, 8 de mayo

lunes, 2 de mayo de 2016

La conversadera

Este diario publicó hace poco un reportaje sobre las iniciativas de la alcaldía de Medellín para la recuperación del centro de la ciudad. El periodista Gustavo Ospina vertió en su trabajo el especial consejo de una señora que vende minutos en el Parque de Berrío para mejorar la seguridad en la ciudad: “que los policías hablen menos por celular”, dijo entre otras cosas (“Al Centro le llegó su hora”, El Colombiano, 24.04.16).

Debo decir que en más de diez años de estar inmerso en debates sobre seguridad ciudadana, en diversas latitudes, nunca había escuchado nada parecido. Pero doña Zoila (seudónimo atribuido por el periodista) no está loca. Un estudio recientemente citado por Time indicó que los accidentes viales se habían incrementado debido al descenso en los precios de la gasolina y al uso masivo de teléfonos por parte de los conductores. Nadie ha hecho los cálculos de cuánto se pierde por productividad gracias a la obsesión comunicativa propiciada por las facilidades que brindan los dispositivos móviles. Lo único, para Colombia, es que la Corte Constitucional –que dizque todo lo sabe– ya se pronunció contra la intención de algún empleador de regular el uso de los aparatos por parte de los empleados. Nadie sabe cuántas amistades y otros lazos se han desbaratado porque del otro lo único que existe son el bulto y dos pulgares machacantes.

Hace más de 130 años, el geógrafo alemán Alfred Hettner (1859-1941) pasó por Colombia y dejó testimonio de sus impresiones –en este caso bogotanas (Viaje por los Andes colombianos). En algunos párrafos se expresa con ironía sobre gente que no parece ir a ninguna parte, solo hacer corrillos para charlar; en otros se despacha con ira por la demora que supone hacer cualquier transacción, siempre mediada por intercambios verbales largos e inoficiosos. El rasgo es viejo; lo nuevo es la tecnología y la ubicuidad.

El intelectual colombiano Nicolás Buenaventura escribió un libro sobre la importancia de la comunicación interpersonal para la constitución del tejido social (La importancia de hablar mierda, Apertura, 1993). Pero desde Esopo la humanidad sabe que la lengua es, a la vez, lo mejor y lo peor que hay en el mundo. El diálogo, la comunicación, la conversación, per se, no tienen el poder taumatúrgico que tantos charlatanes suelen atribuirles. Abunda la cháchara. Es frecuente que cuando dos personas hablan el único resultado sea dos monólogos. Y que en reuniones y conferencias medren las deposiciones y escaseen las exposiciones.

En el mundo académico está probado que hablar largo es fácil y que lo arduo y notable es hablar corto. Para hablar corto hay que saber; perorar con profusión lo hace cualquiera. En la vida diaria sabemos que muchas veces –Beckett dixit– nada comunica mejor que el silencio. Y la sabiduría enseña que la brevedad perdura: morales, proverbios, aforismos.

El Colombiano, 1 de mayo