lunes, 29 de junio de 2015

Coma inducido

La Mesa de Diálogos en La Habana parece estar en cuidados intensivos. La última noticia la trae María Jimena Duzán basada en fuentes elusivas, dadas sus referencias al estado anímico y físico de los negociadores, así como al trato entre ellos. Su conclusión: “No es un secreto que el proceso de paz está enfrentando su peor crisis y que su fragilidad es bastante alta” (“Crónica de un proceso en crisis”, Semana, 20.06.15).

El proceso está amenazado de languidecer. Las Farc nunca se han parado de una mesa de negociaciones; las han destruido a punta de emboscadas en 1987, de peticiones delirantes en 1992 y parece que ahora quisieran hacerlo destruyendo plantas de tratamiento de agua en Algeciras (El Espectador, 09.06.15) y del “daño ambiental más grande que ha tenido el país en los últimos 10 años” en Tumaco (El Tiempo, 25.06.15). Sin embargo, no estamos en 1987 ni en 1992. Están negociando en medio de las condiciones más malas para ellos de los últimos 30 años.

El drama en que estamos es doble. Las Farc no quieren acabar el proceso pero tienen muy poca imaginación política para saber terminarlo bien y a tiempo. El objetivo de la guerrilla de enfocarse en el logro de un cese al fuego bilateral, es casi suicida. Cambiaría el propósito de la negociación de terminar el conflicto por el seguimiento a una tregua improbable de cumplir. El embellecedor que algunos analistas le han aplicado a las treguas unilaterales anteriores no pudo ocultar sus dificultades. Sería como meter el proceso en un coma inducido del que, con seguridad, despertaríamos peor de lo que estamos hoy.

El gobierno parece atrancado en sus fórmulas y es incapaz de generar acuerdos, promover consensos alrededor de la Mesa y ganarse el apoyo de la población. Propuestas no le han faltado: César Gaviria lanzó una idea sobre justicia que acaba de morir con la Comisión de la Verdad; Álvaro Uribe sugirió fórmulas de concentración con guerrilleros armados; la Alianza Verde planteó una ingeniosa salida que le garantiza respaldo al proceso pero le pone fecha. Lo más audaz que se escucha en el santismo es tener más paciencia (Alfonso Gómez Méndez, “Entre la paz y la guerra”, El Tiempo, 16.06.15). La izquierda está presa; Iván Cepeda no piensa sino que va a Cuba a que le digan qué pensar.

Estamos en el momento ideal para que aparezcan los terceros necesarios que ayuden a superar esta fase crítica y llevar el acuerdo a buen término. El profesor de Columbia University Aldo Civico convocó al protagonismo del sector empresarial (“Proceso de paz y sector privado”, El Espectador, 02.06.15). Los movimientos sociales deben pasar de las ilusiones a las propuestas. El Vaticano podría ayudar con más que una visita papal. ¿Francisco de Roux y la Compañía de Jesús? ¿Mujica? ¿Lula? ¡Alguien!

El Colombiano, 28 de junio

viernes, 26 de junio de 2015

Dos tópicos eticopolíticos y otros afectos

La Comisión Institucional de Ética de la Universidad de Antioquia tuvo la deferencia de invitarme a preparar una selección de textos que fueron publicados bajo el título Dos tópicos eticopolíticos y otros afectos (Colección Visiones, 2015).

Dicha selección fue acompañada con curia por Felipe Restrepo David y se organizó, por sugerencia del editor, en cuatro secciones: "De política y otras contingencias", "Profesión fe", "Álbum personal" y, la conferencia que da origen al título, "Dos tópicos eticopolíticos".

El libro se presentó recientemente en la Universidad de Antioquia y es distribuido por la Comisión.

lunes, 22 de junio de 2015

Taurete

En El testamento de María (Colm Tóibín, Lumen, 2014) hay una presencia implícita. No es permanente, ni obsesiva, se limita a un taurete (los citadinos de diccionario en mano dirán taburete; los demás siempre hemos dicho taurete por estos lares). Un taurete que María mantiene en la sala de su casa y que no deja tocar. Hay un momento de indignación cuando Juan o Mateo –que la interrogan pensando solo en la utilidad de sus declaraciones– quieren cogerlo para sentarse. Es el taurete de José.

El escritor irlandés se ocupa tangencialmente de la probable vida doméstica de la sagrada familia. José no es más que esposo y padre pero tampoco es menos. Hace 500 años Teresa de Jesús intentó recuperar la figura de José para el santoral y la exégesis cristianos. No parece haber tenido mucho éxito. La iglesia católica relegó a José a la condición de carpintero y se lo regaló a los trabajadores, para después perderlo ante los mayores bríos del credo socialista y la sacralización del día de los trabajadores.

Tal vez sea este el mayor fracaso teológico del cristianismo. Durante la modernidad el cristianismo ha insistido –con acierto creo yo– en la importancia de la institución familiar, pero la familia teológica nació coja: la madre fue elegida por Dios, el hijo es Dios mismo y el padre, ni siquiera es padre, es un advenedizo sin voz ni acto. Tratando de realzar el carácter amoroso del Nuevo Testamento, la iglesia concentró toda la capacidad del amor en María. Juan Pablo II, incluso, la equiparó a la trinidad. Después, esta concepción se decantó en el imaginario popular en el dicho “madre solo hay una, padre es cualesquier…”.

Les dejo este asunto a los teólogos y a los sacerdotes. A mí el cristianismo me interesa como institución social, como creencia que define los términos en que gran parte de nuestra sociedad interpreta el entorno e interviene en él.

La metáfora del taurete es perfecta para representar a un padre presente, protector y dialogante; activo pero no imponente; tutor pero no conductor; maestro pero no jefe. Nuestra sociedad se está quedando sin padres. La violencia y las disfuncionalidades de la familia tradicional van dejando expósitos a gran parte de los niños y jóvenes que crecen entre nosotros. Las luchas (muchas de ellas pertinentes) de las mujeres contra el machismo y el patriarcalismo adquirieron visos radicales y execraron la figura del padre, la mayoría de las veces.

El largo proceso espontáneo de formación de normas y roles familiares y sociales, de creación de imaginarios y lenguajes, implicó una densa compresión del significado de la paternidad y de su función y responsabilidad ante la familia y la sociedad. Hoy, la figura paternal está sometida a un proceso de destrucción simbólica y física con resultados muy negativos para todos.

El Colombiano, 21 de junio

viernes, 19 de junio de 2015

Cuesta llegar a la caverna

Dos mujeres que se desconocen se citan en alguna estación del metro de Madrid. La una es de Sincelejo (Colombia) y la otra de Jaén (España). Se encontraron en internet, pues la primera está tratando de comprar dos boletas para un par de compatriotas que no conoce y la segunda, con remordimiento, está tratando de duplicar los euros que invirtió dos meses atrás con el sueño inicial de ir a ver a Nick Cave, convertido ahora en la meta de copar un poco más el refrigerador.

El encuentro de dos mujeres desconocidas se transformó después en el de dos parejas desconocidas que se presentan en un restaurante gallego, la noche en la que el Real Madrid va a salir eliminado por la Juventus en la semifinal de la Champions. En la mesa hay un interrogante: ¿quién es ese artista sin renombre que vende sus conciertos con seis meses de anticipación, obliga a un par de colombianos que quieren oírlo a hacer maromas transoceánicas y hace sollozar a una mujer que se desprende con lástima de dos horas de emoción?

En un tiquete mal impreso dice Nick Cave. Al lado izquierdo en letras de 10 puntos, viernes 22 de mayo, 21 horas; en mayúsculas Palacio de los Congresos, en minúsculas, en 8 puntos Campo de las Naciones. Eso lo vemos el viernes 22 de mayo, a las 20 horas cuando escuchamos a alguien gritar "It's not here" y salimos al Paseo de la Castellana a tomar un taxi y el taxista no sale hacia el sur, hacia el otro probable palacio de los congresos, sino hacia el noroccidente, en dirección al tercer palacio de los congresos (en la misma ciudad), señalado en una línea de 8 puntos en una boleta impresa de baja calidad.

lunes, 15 de junio de 2015

Adiós a la verdad

Adiós a la verdad. Así tituló el filósofo italiano Gianni Vattimo uno de sus libros publicados en este siglo (Gedisa, 2009). El título es provocador, como estila Vattimo, pero no traiciona, ni distorsiona sus tesis. No es un recurso comercial para atrapar incautos. Para los neófitos es bueno hacer explícitas algunas posiciones de Vattimo: es católico, fue admirador de Chávez y cree que “el único ideal posible es el comunismo” (filosofiahoy.es). Las tesis de su libro son dos: no hay verdad absoluta, solo interpretaciones; “la verdad es enemiga de la sociedad abierta y de toda política democrática” (p. 22). Ambas son duras, pero la segunda es más dura porque es concreta. Vattimo dice estar de acuerdo con el planteo original del gran pensador liberal Karl Popper y yo me declaro de acuerdo con ambos.

Esta reflexión filosófica ha tenido alguna resonancia en el campo de las doctrinas y los mecanismos habituales en las transiciones a la paz, sobre todo en África y América Latina. Por ejemplo, Iván Orozco Abad estableció las diferencias entre verdad histórica, memoria y verdad judicial y exploró sus relaciones (“Justicia transicional en tiempos del deber de memoria”, Temis, 2009). Daniel Pécaut planteó que los trabajos de memoria exigen un “relato histórico ampliamente reconocido” (“La experiencia de la violencia”, p. 186). Arlene Tickner dice que “la verdad (entre comillas) es social, histórica y políticamente contingente” (El Espectador, 09.06.15).

Dicho esto nos quedan un problema y una aclaración. El problema es que todo lo dicho antes pertenece al ámbito de los expertos y eso que no de todos; muchos disentirán con los enunciados expuestos. Pero el ciudadano del común piensa y actúa conforme a un marco mental más antiguo y fuerte, el de que la verdad sí existe y de que “la verdad nos hará libres”, marco creado por el cristianismo y que se repite semanalmente en los púlpitos de todo el país adonde no llegan los libros de estos eruditos ni esta columna.

La aclaración, que también es un problema, es que la verdad es y ha sido siempre un terreno de disputa. En la modernidad clásica la solución fue decisionista: la verdad la establece la autoridad, así como la justicia la dicta el juez. Esto ya no es así. En estos tiempos la lucha política también es lucha por los conceptos, las interpretaciones y las verdades. Que nadie se llame a engaño, la Comisión de la Verdad acordada en La Habana será una arena de confrontación. Los optimistas pueden ver en ella una oportunidad para la reconciliación, los pesimistas otro motivo de discordia.

La periodista Marta Ruiz advirtió hace unos meses contra la idea de “una iluminación colectiva” y llamó a que nos preparáramos para “un conjunto de piezas rotas que no encajan. Versiones ambiguas, contradictorias, inaprensibles” (Arcadia, 23.09.14). Ruego porque seamos capaces.

El Colombiano, 14 de junio.

lunes, 8 de junio de 2015

La tierra no es plana

Hace ya una década el periodista de The New York Times Thomas Friedman publicó un libro titulado La tierra es plana: una breve historia del siglo XXI. La impostura se nota en ya en el título; ¡hacer una historia de cuatro años como si fuera un siglo! La tesis es vieja, lo nuevo era la metáfora. Y esta pretende indicar que la manida frase “mundo globalizado” es una verdad absoluta que implica que estamos como en una inmensa mesa donde todos estamos al mismo nivel y donde no hay jerarquías funcionales.

Es un sueño que se reeditó en 1990 con la idea de que la virtualidad, el mercado, algunas ideas y algunos valores como la democracia y los derechos humanos ya estaban instalados definitivamente, y que las fronteras, las diferencias y el poder de los Estados eran trastos viejos, materia de historiadores.

Hasta que llegaron China, Osama Bin Laden, Irak y la crisis financiera del 2008 diciendo que no. Los cosmopolitas radicales de finales del siglo XX se quedaron sin aliento y sus libros orgásmicos sobre la homogeneidad del mundo y las especulaciones sobre una administración global, con reglas ecuménicas y valores universales perdieron vigencia más rápido que las biografías de los famosos jóvenes (sean Justin Bieber o James Rodríguez).

Después de las intervenciones a Google, parecía que el último bastión de la globalización era la Fifa, con más socios que las Naciones Unidas, con un objeto más atractivo que las guerras en la esquina oriental de Europa y el cementerio acuático del Mediterráneo, y con un poder que mandaba a callar a todo el mundo. Hace poco una pequeña intervención del Estado español sobre los derechos televisivos mereció una amenaza de expulsión de la Uefa.

Hasta que llegó el Tío Sam y mandó a parar. La intervención de la fiscal estadunidense Loretta Lynch derribó de uno solo manotazo la jerarquía de ancianos decrépitos, mafiosos y corruptos, que dirige las competiciones del deporte más hermosamente imperfecto que ha inventado la humanidad. De nada les valió su asociación con los más ricos del mundo –trasnacionales, mafias y petromonarquías– ni las monsergas contra el racismo y a favor del juego limpio.

Uno quisiera que la lupa de la señora Lynch llegara hasta Colombia. Aquí no hay que trabajar mucho. Los libros de Fernando Araújo Vélez, Mauricio Silva, incluso, el último de Roberto Saviano tienen los datos. Sería maravilloso ver como “gente de bien” les lavó el dinero a los capos y como algunos de los viejos ídolos de la pelota tienen pies de barro y de sangre y de clorhidrato de cocaína.

Coda: ¿Investigarán al Deportivo Cali por la pancarta “Gracias a Dios no soy paisa”, expuesta en su estadio el pasado miércoles? El semestre pasado la Dimayor hizo sacar una del Atanasio que criticaba a Postobón.

El Colombiano, 7 de junio

martes, 2 de junio de 2015

En busca de la caverna

En contra de Platón, somos muchos los que no queremos salir de la caverna. Más aún, nos parece deseable perdernos en la caverna. Dejemos a un lado el juego filosófico. Ante una oportunidad única, dado lo raro que un residente sudaca se encuentre en Europa y lo escaso que es ver a Nick Cave rodando, era indispensable salir a buscarlo. Buscar a Cave, así la boletería se hubiera agotado seis meses antes de su presentación en Madrid. Teníamos que ir en busca de la caverna.

Todos los anuncios conducían al Palacio de los Congresos. Ante la información, uno coge el plano de la ciudad e inmediatamente identifica el Palacio de los Congresos, al frente del estadio Santiago Bernabéu y al lado de un pequeño parque (o algo así) Joan Miró. Un extraño desconfía en lugares poco familiares, así que se asegura y le pregunta a un taxista, al conserje del hotel, a un mesero, si hay otro Palacio de los Congresos y le dicen que sí, que al sur siguiendo por el Paseo de la Castellana, hay otro, donde se reúnen los políticos y los representantes electos del pueblo español (suponiendo que eso exista).

Entonces llegamos al Palacio de los Congresos a las 7:30 de la tarde, hora y media antes de la cita. Los alrededores están desolados; está muy temprano se dice uno. Poco a poco se asoman algunos buscadores. Extraños. Señoras que más bien parecieran buscar una presentación posterior de Julio Iglesias. Muchachos y muchachas desabridos, más propios en las inmediaciones de una actuación de Miguel Bosé. Una pareja de adultos con camisetas del personaje, tranquilizan. Un crítico había dicho que desde la muerte de Elvis el rock ya no iba en una sola dirección, así que uno se explica que esta fauna diversa pueda estar, en efecto, preludiando un concierto de Nick Cave. Hasta que alguien nos saca del marasmo y grita: ¡No es aquí!

lunes, 1 de junio de 2015

Súper

En los regímenes presidencialistas, como el nuestro, las evaluaciones de los gobiernos suelen ser homogéneas y marcadas por el estilo y el talante del jefe de la rama ejecutiva. Los juicios terminan siendo muy simplistas. El ejecutivo es muy complejo y siempre hay desequilibrios entre los presidentes y sus equipos. En las últimas tres décadas hemos tenido en Colombia buenos equipos sin presidente (Barco), malos equipos con presidente (Uribe) y algunos equilibrados (Gaviria).

La mediocridad de Santos tiende a castigar la buena gestión de algunos de sus funcionarios. Acaba de salir Diego Molano, tal vez el mejor ministro de su ramo en mucho tiempo; Juan Carlos Pinzón lo hizo bien, a pesar de su lenguaje; Cecilia Álvarez también; muchos coinciden en darle altas calificaciones a Alejandro Gaviria. Más ocultos aparecen otros funcionarios en un Edificio Colombia asolado por el vandalismo del fiscal y el procurador. Uno de ellos es el Superintendente de Industria y Comercio.

La constitución política se limita a nombrar las superintendencias y en la realidad siempre han aparecido más grises aún. Es difícil que un colombiano bien informado recuerde la gestión, buena o mala, de un superintendente como sí recordamos a algunos procuradores, por ejemplo. En este gobierno no parece ser el caso, al menos por la gestión de Pablo Felipe Robledo. En poco más de dos años el abogado Robledo está demostrando que una superintendencia puede ser una entidad eficaz en su función pública, en este caso, la salvaguarda de los derechos de los consumidores, protección de la libre competencia y defensa de “los derechos fundamentales relacionados con la correcta administración de datos personales” (sic.gov.co/drupal).

A las superintendencias que les toca meterse con los grandes la cosa no les queda fácil; véase si no el triste papel de los superintendentes financieros que terminan en el desprestigio, hasta donde dure este en Colombia, por la falta de agallas para hacer bien su tarea o denunciar los bloqueos habituales que sufren. En los últimos años la de industria y comercio, en cambio, se ha metido con Claro, Colmotores, Familia y Carvajal, entre otras. Sancionó un grupo de empresas productoras de pañales que no contentas con beneficiarse de los beneficios de la Ley Páez conspiraron para aumentar artificialmente los precios a los colombianos. Después identificó otro grupo al que los medios llamaron “el cartel de los cuadernos” y que operaba del mismo modo. Se atrevió a meterle la uña a las operadoras de celulares, en especial, al poderoso grupo de Carlos Slim.

Sería bueno tener informes más detallados que muestren cómo culminan los procesos, si las empresas pagan las sanciones y, lo más importante, si cambian sus conductas y si los actos administrativos tienen impacto ejemplarizante. Qué bueno, además, que una gestión sin estridencias pero valiente cuente con imitaciones en el sector público.

El Colombiano, 31 de mayo