lunes, 30 de noviembre de 2015

Subsidios y posconflicto

El populismo es una especie política con una trayectoria ya casi centenaria. A pesar de ello son todavía insuficientes los estudios sobre el tema al punto que un experto reconoce la dificultad de explicarlo (Loris Zanatta, El populismo, 2015). Una posible definición diría que el populismo es clientelismo a gran escala basado en un esquema de subsidios a la población, comprada así para la movilización política permanente y la creación de una base electoral amarrada y servil. Esa política suplanta la creación de trabajos decentes y le niega a los bienes básicos la calidad de derechos. Hace poco, Cecilia López hizo un análisis de esta política y muestra las críticas que ya está haciendo la Cepal (“Subsidios e informalidad”, El Tiempo, 16.11.15).

El caso del chavismo en Venezuela ilustra los problemas de esta manera de atender los problemas sociales. Durante los primeros años la pobreza bajó, pero después volvió a niveles peores que los de 1999. Además la combinación de subsidios con rentismo petrolero y ataque a la producción, está dejando al país en la miseria y el desespero. Aunque en grado menor, Colombia también aplicó este modelo. Solo que disperso, sin propaganda y usado electoralmente, sobre todo, por los jefes locales de todos los partidos. Ahora Germán Vargas Lleras, con chequera, casas gratis y disfrazado de albañil, se proyecta como una especie de Nicolás Maduro a la colombiana. Además, con una conducta guiada por el “todo vale” (La silla vacía, 26.08.15).

El gobierno nacional está empezando a revisar algunas de estas políticas porque, como dice López, “no gradúan a nadie”, es decir, nadie sale de la pobreza con ellas a pesar de los recursos que se invierten y de los enormes costos de transacción que generan. Solo el programa de “Familias en Acción” se lleva medio punto del producto interno bruto. La exministra señala que hay relación entre la informalidad y la aplicación de subsidios, lo que demostraría la precariedad del país en materia de creación de empresas modernas y responsables. Las malas políticas de subsidios incluyen problemas técnicos de diseño e identificación de beneficiarios y, lo peor de todo, enormes sumas que llegan a gente (muchas veces corporaciones o sectores económicos completos) que no las necesitan.

De cara a la implementación de los acuerdos de La Habana, se hace más urgente aún revisar esta política. El establecimiento de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial dice estar encaminado a la eliminación de la pobreza extrema rural, pero la sostenibilidad de ese acuerdo depende de que se cree un entorno propicio para la generación de ingresos y la creación de riqueza en las regiones periféricas. El recurso al subsidio debe ser focalizado y transitorio. Y el reto es que los pobres rurales dejen de serlo a partir de esfuerzos productivos, no de subsidios.

El Colombiano, 29 de noviembre

sábado, 28 de noviembre de 2015

Las ideas en la guerra: entrevista de La silla vacía

"Los intelectuales criticamos a los demás, pero no nos miramos a nosotros": Jorge Giraldo

Por: Juanita León, Jue, 2015-11-26 17:03

Las ideas en Colombia suelen ser desdeñadas. Tanto periodistas como analistas vivimos concentrados en los sucesos y los personajes detrás de ellos, y poco exploramos la responsabilidad de las ideas que los llevan a seguir un camino u otro.

Sin embargo, como lo demuestra Jorge Giraldo, en su libro recién publicado Las ideas en la guerra, los intelectuales terminan teniendo un rol determinante en la creación de los marcos de referencia con los que se interpretan los momentos históricos y las acciones de los personajes que los provocan.

Este decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades de la U. Eafit, y miembro de La Silla de la Paz, hace una dura crítica a aquella intelectualidad colombiana que, con sus ideas, legitimó la lucha armada como el medio principal -casi que único- para reclamar una participación en el poder. La Silla lo entrevistó ayer.

Leer la entrevista [copiar y pegar]:
http://lasillavacia.com/historia/los-intelectuales-criticamos-los-demas-pero-no-nos-miramos-nosotros-jorge-giraldo-52470

lunes, 23 de noviembre de 2015

Apocalipsis

Así se titula el último libro en vida de Oriana Fallaci (1929-2006), la gran reportera del siglo XX. Se trata del largo epílogo de una entrevista a sí misma –El apocalipsis (2005) es el título exacto– y de la tercera entrega de su manifiesto frente a la ofensiva islámica contra Occidente. Las dos primeras se titularon La rabia y el orgullo (2001) y La fuerza de la razón (2004).

Desde una perspectiva feminista, criticó tempranamente la cultura en el Lejano Oriente en un libro que se tituló El sexo inútil (1961). Cuando llegó el Once de Septiembre, ella ya había estado en Vietnam y Beirut, desnudó a Arafat y a Gadafi, y desafió al ayatolá Jomeini. Si su trilogía desconcertó, fue a quienes conocían solo sus denuncias de la situación occidental. Su enfrentamiento al islamismo radical fue visto como xenófobo y, por ello, las buenas gentes no lloraron su muerte.

Ahora Europa, París otra vez, –como en los motines del 2005 o en el ataque a Charlie Hebdo– vuelve a poner en evidencia las limitaciones de la política occidental, la perversión de algunos intelectuales y la estupidez del hombre de la calle; todas ellas escarnecidas por la autora de Un hombre a lo largo de su carrera.

El Occidente secular ha mostrado su incapacidad para tratar con la religiosidad contemporánea y, sobre todo, su torpeza para hospedar culturas diversas, sin desconocerlas ni permitir que disuelvan sus instituciones que los acogen. La geopolítica occidental en Oriente no toca a los Estados patrocinadores del terrorismo islámico ni asume que mientras la yihad ataca en Europa, el mundo musulmán vive una guerra civil.

Mientras tanto, pensadores europeos erigidos en apóstoles de la violencia cobran una celebridad propia de futbolistas y cantantes pop. Tal es el caso del intelectual esloveno Slavoj Zizek. Todavía estaban tibios los cadáveres de la guerra yugoslava cuando Zizek empezó a vender libros pregonando que también se debe matar a un buen hombre, solo que a él se le mata con una buena bala de un arma buena (Sobre la violencia, 2009, p. 53).

Y dejo para el final al inefable hombre de la calle, al de la conversación de café, los 140 caracteres de Twitter, los reenvíos de Facebook, algunas firmas descuidadas en los periódicos. Los estúpidos que salieron a cazar excusas al aire, como pispirispis, para justificar la masacre, compadecer a los asesinos, acusar a las víctimas y posar de irreverentes atacando los valores y las instituciones de Occidente.

Esos rasgos desnudan la frivolidad en que ha caído la cultura en Occidente y dentro de ella, cierta política, cierto periodismo, alguna filosofía y toda la opinadera vacua. Las divisas con las que Francia convenció al mundo hace más de dos siglos son mera palabrería: Libertad, ¿qué es?, igualdad ¿de consumo?, fraternidad ¡qué risa!

El Colombiano, 22 de noviembre

lunes, 16 de noviembre de 2015

Calcomanías

Cuando uno se acostumbra a la búsqueda del sentido –un hábito propio de estudiantes de filosofía– puede terminar especulando sobre trivialidades o atribuyéndole significado a cosas que simplemente están allí, sin muchas razones y que apenas prueban que los seres humanos somos descuidados, arbitrarios y no muy racionales. Me pasa cuando me muevo en el trasporte público que permite la observación del detalle callejero.

Uno de los enigmas sin importancia de las calles de Medellín, o de cualquier ciudad del mundo, son las insignias que los conductores ponen en sus automóviles. ¿Por qué pegar anuncios o figuras baratas en objetos lujosos? ¿Por qué exhibirlos? ¿Son manifiestos, declaraciones de fe, expresiones de admiración? La pregunta más elemental es por qué el dueño de un automóvil hace propaganda gratuita a una marca cualquiera. Porque está claro que a los que pegan la manzanita que Steve Jobs le robó a The Beatles no les pagan por hacerle propaganda a Apple.

Las calcomanías de animales parecen más inocuas. Veo carros con mulas, ¿qué querrá decir eso? ¿Es terco? ¿Compró el carro con un trabajito (de mula)? ¿Admira el ganado equino en su versión modesta? Vacas, ¿es de signo tauro? ¿Conduce como ídem? Me suena. Caballos, ¿quiere? ¿Tiene un caballo? ¿Muchos? ¿Su caballo tiene pegada una calcomanía de su carro?

Las religiosas son muy contraproducentes. Hay una aplicación linda de la Virgen, en un corazón de cuentas con un perfil como dibujado en estilo manga. Hay rostros de Jesús y el pez con su santo nombre. El problema es que enseguida ve uno al conductor infringiendo todas las normas, insultando a los demás, sacando una pistola por la ventanilla (pasa), y enseguida se pregunta qué tiene que ver el símbolo con el tipo que va al volante.

Hay unas inequívocas. Los taxis (principalmente) con la cara de Pablo Escobar, que se puede combinar con cualquiera de las anteriores sin ningún problema. Vi, no hace mucho, una volqueta amarilla (por fortuna olvidé la placa) con Pablo en un lado y el Che en el otro. Espectacular. La alienación de las ilegalidades, la figuración de la combinación que nos puso en crisis durante tres décadas. Me sirvió para un breve intercambio con el escritor Juan Villoro sobre este nexo que los mexicanos, por fortuna, todavía no conocen.

¿Necesitamos una semiología de las imágenes en los automóviles? Alguien podría hallar allí rasgos de la cultura urbana. O a lo mejor los tipos solo están tapando rasguños, decoloraciones, huecos, con sus calcomanías baratas.

André Glucksmann: acaba de morir el pensador francés, figura menor pero visible de la intelectualidad europea en el último medio siglo. Un espíritu libre incubado en el marxismo, que en 1975 derribó el muro comparando nazismo y estalinismo. Cuarenta años después muchos colombianos y latinoamericanos no han llegado a ese estado de madurez.

El Colombiano, 15 de noviembre

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Las ideas en la guerra: Gustavo Duncan

Gustavo Duncan

EL Tiempo, 5 de noviembre de 2015

En la revolución se impusieron las ideas de quienes legitimaban la lucha armada como el medio principal para reclamar una participación en el poder, no obstante la existencia de opciones pacíficas y democráticas.

Jorge Giraldo, el autor de Las ideas en la guerra (Edit. Debate, 2015), en el proceso de escritura se tropezó con la siguiente anécdota, narrada por Nicolás Buenaventura. En una ocasión en que Gilberto Vieira, secretario del Partido Comunista, visitó un campamento de las Farc, al terminar su discurso un guerrillero, de evidente origen rural, le increpó porque al final si la revolución triunfaba la tierra no iba a ser de ellos, los campesinos, sino del Gobierno. A lo que Vieira respondió: “Es que el Gobierno va a ser usted mismo”.

La anécdota no apareció en 'Las ideas en la guerra', el autor no encontró el lugar propicio para introducirla, pero bien hubiera podido aparecer en cualquier parte porque contiene la esencia del libro. Giraldo plantea que en la prolongación y en la ferocidad del conflicto en Colombia jugaron un papel central las ideas de actores concretos que influyeron sobre las opciones y trayectorias tomadas por la insurgencia.

No solo fue que la revolución se antepuso a cualquier tipo de reforma que hubiera aliviado las condiciones materiales de la población que la guerrilla reivindicaba, como aquel guerrillero que increpó a Vieira cuando le confirmó que el tema de la tierra debía esperar a la victoria total. Fue también que se impusieron las ideas de quienes legitimaban la lucha armada como el medio principal para reclamar una participación en el poder, no obstante la existencia de opciones pacíficas y democráticas.

Lo interesante del libro de Giraldo es que estas decisiones están plasmadas en las mismas voces de la dirigencia comunista. A través de una exhaustiva recopilación de documentos de los distintos partidos e insurgencias, se revela cómo el país no estaba condenado por su estructura socioeconómica a una guerra de guerrillas de varias décadas, sino que fue una decisión deliberada de una dirigencia política. Tanto así que las voces de dirigentes revolucionarios opuestos a la violencia fueron desechadas. En ocasiones, como en el caso de José Cardona Hoyos, asesinadas por sus propios compañeros.

Esa es la otra virtud del libro. Giraldo rescata a aquellos intelectuales que, a pesar de toda la presión y la corriente de los tiempos, se mantuvieron firmes en contra del baño de sangre que iba a sacudir al país. Personajes como Francisco de Roux, Francisco Mosquera, Jorge Orlando Melo, Fernando Guillén y Mockus son, con justicia, reivindicados.

lunes, 9 de noviembre de 2015

María Patricia

Desde antiguo, la teoría política oscila entre la valoración del peso de las instituciones y el de las personas en la gestión pública. Durante el siglo XX, dominó una interpretación impersonal que fue controvertida por Isaiah Berlin (1909-1887) quien insistió en la importancia del papel de los individuos en la historia, con razón, creo yo. Son muchos los casos de instituciones que no han sobrevivido a sus líderes o de líderes que han destruido las instituciones que los albergaron. Por eso dediqué columnas al trabajo exitoso del alcalde Gaviria y del gobernador Fajardo.

Hoy hablo de María Patricia Giraldo, alcaldesa de San Carlos. Una mujer campesina de la vereda Santa Rita, donde hizo su primaria. Terminó el bachillerato en una institución de Hogares Juveniles Campesinos. Desplazada por la violencia en 1998, hizo el esfuerzo de estudiar derecho y especializarse en Medellín.

María Patricia volvió a San Carlos y fue personera municipal entre 2008 y 2010, durante la administración de Francisco Javier Álvarez, desempeñando una labor que contribuyó a que su comunidad se hiciera acreedora al Premio Nacional de Paz 2011. En ese año se postuló a la alcaldía y gracias a su triunfo se convirtió en la primera mujer en acceder por vía electoral al cargo en el municipio, evento que no han vivido las principales ciudades del país, ni Medellín, ni Antioquia.

El liderazgo de María Patricia, la continuidad en las últimas administraciones (falta por ver la siguiente), el acompañamiento de Medellín, Antioquia, la nación y varias organizaciones civiles, han permitido que San Carlos se convierta en la mejor práctica de posconflicto en el país. Habría que añadir que –a su vez– el oriente antioqueño es la región colombiana que más logros puede exhibir en materia de superación de los efectos de la guerra y que sus lecciones deben estudiarse para la fase posterior al acuerdo que saldrá de La Habana.

Después de padecer el repertorio completo de calamidades de la guerra, San Carlos es pionero y ejemplo en materia retorno de desplazados (14 mil), identificación de desaparecidos (una cuarta parte de los reportados) y desminado humanitario (zona libre de minas). También fue objeto de un trabajo de reconstrucción de memoria histórica por parte del Centro Nacional y otros dos ejercicios, de un proyecto de reparación colectiva del territorio y de un proceso exitoso de generación de confianza entre la fuerza pública y la ciudadanía. La alcaldesa quiere despedirse impulsando un programa de turismo de paz y reconciliación.

Deja la alcaldía con optimismo por los posibles frutos del proceso de paz, pero muy preocupada por diversos obstáculos que se avizoran como la corrupción, el acceso al poder público por parte de personajes que priorizan su interés particular y los discursos radicales que circulan entre la sociedad civil. Ejemplo y motivo de admiración esta mujer.

El Colombiano, 8 de noviembre.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Las ideas en la guerra: Iván Garzón

Iván Garzón Vallejo

El Espectador, 3 de noviembre

La guerra en Colombia se ha prolongado, entre otras cosas, porque no hemos desarrollado una cultura cívica de rechazo a la violencia política. Dirigentes políticos que apoyaron la lucha armada —en el Partido Comunista— e intelectuales que difunden lugares comunes que justifican el recurso a las armas han sido responsables de ello. Así lo plantea Jorge Giraldo Ramírez en el libro Las ideas en la guerra (Debate).

Ya en su informe para la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas el filósofo había expuesto una tesis controversial (teniendo en cuenta la mitad de los informes): el conflicto ha persistido porque las Farc han decidido mantener su lucha revolucionaria para así conservar su propia existencia política. El libro, por lo tanto, es una explicación de esta tesis, y para ello muestra cómo en el concierto de las guerrillas latinoamericanas las Farc sobresalen por su obstinación en la lucha armada —a la que se plegó el Partido Comunista—, a su reconocida falta de representación de los campesinos y los sectores populares, y a su incapacidad para leer las oportunidades del contexto nacional —el Frente Nacional, procesos de paz fallidos y la Constituyente de 1990—, el latinoamericano —ninguna guerrilla venció a regímenes democráticos sin apoyo popular— y el internacional —el fracaso del socialismo real y la transición de la izquierda europea a la socialdemocracia— para combatir por las reformas desde el ámbito civil.

Rebeldes en busca de una revolución imposible en un país con una democracia prácticamente ininterrumpida que hizo las reformas a pesar de ellos, han contado sin embargo con un ambiente intelectual que ha justificado su terco e infructuoso recurso a las armas. Que acá los cambios son marginales, que el conflicto tiene causas objetivas, que el Frente Nacional cerró el sistema político y excluyó a la izquierda, que Cuba tiene un modelo social y educativo ejemplar aunque sin libertades, o que los revolucionarios son héroes altruistas además de potenciales mártires son ideas que han contribuido a legitimar la anacrónica longevidad de nuestro conflicto o su naturalización: que siempre está ahí.

En contraste, Giraldo Ramírez señala la fuerza del ejemplo de siete intelectuales y políticos: Cayetano Betancur, Francisco Mosquera, Carlos Jiménez Gómez, Estanislao Zuleta, Jorge Orlando Melo, Francisco de Roux y Antanas Mockus, que rechazaron la violencia y enfrentaron con valor civil la utopía revolucionaria.

Además de la lección de historia del socialismo colombiano en el contexto latinoamericano, de la aguda crítica al dogmatismo y sectarismo de la izquierda armada y del diálogo entre realismo político y republicanismo liberal que inspiran a su autor, este libro propone ideas que, si son recibidas por sus posibles destinatarios, podrían cambiar el curso del conflicto armado: éste es el momento propicio para dar el paso a la vida civil (negociadores de las Farc); una paz sostenible requiere un Estado fuerte y una política de amigo-enemigo no violenta (clase política y policy makers); es un deber moral asumir un compromiso ético en contra de la violencia (intelectuales y dirigentes de izquierda), y hay que construir una sociedad civil fuerte y participativa cimentada en una cultura de tolerancia y legalidad (ciudadanos).

lunes, 2 de noviembre de 2015

De Antioquia me gusta

Las ceibas bongas de la Serranía de Abibe (si no las han acabado de tumbar) y la serranía con neblina; la ruda amabilidad de la gente, que ya escasea; la arepa, blanca, plana, simple, la amarilla también; la pintura minuciosa y poco reconocida de don Alejandro Serna; el ceviche de chicharrón en “La curva del gordo” en Amagá; el Atanasio Girardot lleno y vestido de rojo; Buenos Aires (corregimiento de Andes), que le hace más honor al nombre que la ciudad argentina; Caracolí con el domo plateado que se veía desde el tren; el río Cauca, café, angosto, hondo; el rigor y el compromiso de Cayetano Betancur; las iguanas que se calientan en los techos de zinc de Caucasia; los Farallones del Citará, volubles y majestuosos; el ají de los catíos de Dabeiba; Débora Arango; el Deportivo Independiente Medellín, escuela de sentimientos, el decano del fútbol colombiano, la razón para pasar un fin de semana en la urbe; el chorizo de “Los comerciales” en Don Matías; El Peñol, el que está bajo la represa; los embera; Envigado el viejo, donde crecimos, estudiamos, trabajamos (no el de ahora); el pensamiento díscolo y la prosa espontánea de Fernando González; el ferrocarril, que lo acabaron; los fríjoles con chicharrón, no la bandeja paisa; Gonzalo Vidal que era caucano y se oye todo el año en el himno y el Viacrucis; el personaje de Dalila Sierra en el poema de Jaime Jaramillo Escobar, y todos los personajes y todos los poemas del mismo poeta; Jardín todo, con montañas, gentes, quebradas, pájaros y jóvenes que lo van a mejorar; el sentido de la justicia que ya mostraban un fiscal Escobar y un juez Ferrer hace 120 años, según una crónica de Jorge Mario Betancur, y que ahora está embolatado; la madre Laura, aunque ya sea santa y tenga telenovela; el sabio Manuel Uribe Ángel y toda su obra; María Cano, antes de que la sepultaran en vida; Marsella, sobre todo subiendo; Medellín, dura, diversa, acogedora (pero con menos ruido); los nadaístas erráticos, divertidos y soberbios por necesidad; el río Nechí con babillas navegando en troncos; el valle del Penderisco, con Urrao y demás; Ramón Hoyos, Cochise y todos los ciclistas profesionales, más los aficionados, menos los que se dopan; el rock de acá y todo lo que ha salido de él; Santa Elena, por un recuerdo; Sucre, corregimiento de Olaya; la toponimia española del Bajo Cauca y el Nordeste, la indígena del Occidente y la bíblica del Suroeste; los tule con su cosmogonía orgullosa y sus apellidos europeos; Urabá, lleno de negros, banano, humedad, belleza; el río Verde de los Montes y también el río Verde, sin apellido, pero con piedras grandes; los gurres de San Vicente, es decir, el monumento y los ancestros; Zaragoza en general. Quedan faltando buenas y hay muchas cosas que no me gustan.

El Colombiano, 9 de agosto

Tótem y tabú

De forma escueta e imprecisa el dualismo entre tótem y tabú, que propuso Sigmund Freud en 1913, puede llevarse al que existe entre los objetos que se veneran como sagrados –tótem– y aquellos otros, referidos sobre todo a prácticas, que se consideran prohibidos –tabú–. Freud usó la metáfora a partir de las sociedades primitivas pero todas las épocas tienen sus tótemes y sus tabús, incluyendo la moderna que intentó vanamente abolirlos todos.

La filosofía contemporánea planteó la emergencia de la técnica como un nuevo dominio sobre el hombre (en algunos casos podría decirse, contra el hombre). Al respecto, véase el pensamiento de Martin Heidegger o el de Danilo Cruz Vélez, entre nosotros. Un intelectual español plantea el carácter religioso de la relación actual con los dispositivos electrónicos (Félix de Azúa, “Religiosos”, El País, 27.10.15). De otro lado, políticos y filósofos están tratando, desde mediados del siglo XX, de establecer el homicidio y la guerra como tabúes de hoy.

Respecto al primer asunto las imágenes cotidianas son patéticas. Recuerdo la situación de un padre joven almorzando con su hijita de unos ocho años en un restaurante de centro comercial. El hombre se pasó una hora sin mirar ni a la comida ni a la hija, embelesado en su teléfono inteligente. (Embelesado aplica, hace poco me percaté de que los muchachos usan el teléfono como espejo, a falta de vidrieras.) Gasté mi hora mirando a la pobre niña desarraigada del afecto paterno por la obsesión con el chat. Los dispositivos móviles, el computador, se han convertido en los objetos totémicos de esta generación que les atribuyen –como el hombre primitivo a un palo mal pintado– unos poderes que no tienen. El tótem del oso no era el oso, tampoco su fuerza.

Respecto al intento de convertir la violencia física en un tabú, los resultados son muy modestos, a despecho de las mil páginas que se gastó Steven Pinker para mostrar éxitos (“Los ángeles que llevamos dentro”, 2012). En Colombia escucho menos aplausos para Antanas Mockus cuando dice que la vida es sagrada que los que le dan a un profesor de Los Andes por decir lo contrario.

El gran éxito actual para hacer un tabú es la prohibición de la comida. Hoy todo da cáncer o da cáncer y engorda. Los científicos que trabajan para la Organización Mundial de la Salud se comportan como todo especialista que pierde de vista el contexto y la complejidad de todo problema: como unos pendejos. Podrían decir –lo cual es verdad – que da más cáncer respirar en cualquier ciudad grande del mundo que comer chorizo a granel, pero pelear con la cadena del automóvil es tan complicado como dejar de respirar.

Así las cosas, los productos de Apple son tótemes y los de las casas de morcilla de Envigado, tabús.

El Colombiano, 1 de noviembre