lunes, 28 de julio de 2014

V Congreso Colombiano de Filosofía

El calendario antioqueño entre julio y agosto se mueve, ya habitualmente, entre Colombiamoda y la Feria de las Flores, el glamour, la parranda y los respectivos negocios. En esta ocasión habrá una pequeña novedad pues esta semana se realiza en Medellín el IV Congreso Colombiano de Filosofía, organizado por la Sociedad Colombiana de Filosofía.

Las comparaciones son inadecuadas. El congreso de filosofía dura 4 días, que es menos de la mitad de lo que dura la feria, y convoca números modestos pero no despreciables: cerca de 800 personas se encontrarán esta semana. Y es probable que logre presentar tantas ideas como belleza en el evento de moda, aunque seguramente menos que la cantidad de borrachos en la feria.

Por primera vez se realiza el congreso de filosofía en Medellín y por primera vez la sede es compartida entre universidades. La Universidad de Antioquia y la Universidad Eafit hospedarán las mesas temáticas, simposios y plenarias. Amén de que, prácticamente, toda la comunidad filosófica del país se junta en el congreso, vendrá un destacado grupo de profesionales de Brasil –el país invitado – y llegará un buen número de estudiantes, incluso de bachillerato. Ponentes de otros 5 países han confirmado su participación.

A diferencia de los otros eventos, el congreso de filosofía tiene menos apoyos institucionales, pero eso no necesariamente indica por donde van las aguas en Antioquia. El número de estudiantes de filosofía en el departamento, en los distintos niveles, está cerca del millar; el autor más leído y editado en el último medio siglo es un filósofo (Fernando González); y la región cuenta con un número representativo de personajes de relevancia nacional en este campo que van desde Miguel Uribe Restrepo, hace 200 años, hasta Guillermo Hoyos, quien falleció en enero pasado.

El estereotipo del antioqueño dedicado al trabajo manual y al dinero convive con la realidad de una región rica en practicantes de las ciencias del espíritu y de las artes. Que tengamos alguna abundancia en músicos, escritores y, por qué no, estudiantes de filosofía, ayuda a matizar aquella caricatura. Para ejemplo de todos están las actividades institucionales –algunas de ellas relativamente populares– que organizan desde hace años las universidades de Antioquia y Pontificia Bolivariana.

Contra el sentido común que cree que los que estudiamos filosofía vivimos en las nubes, el congreso definió el tema de la paz como uno de sus ejes de reflexión, “convencidos que desde la filosofía y desde el estímulo al diálogo argumentado, el respeto por la diversidad y la necesidad de establecer consensos, nuestro aporte a la educación y a la elaboración de propuestas para una transformación social puede resultar decisivo”. En particular, la plenaria de clausura, el viernes 1 de agosto en la Universidad Eafit, discurrirá sobre la paz.

(Más información en: socofil.org y en las universidades organizadoras).

El Colombiano, 27 de julio

miércoles, 23 de julio de 2014

Prensados

Decía Juan Lozano y Lozano (1902-1980) que la prensa era “no el cuarto sino el primer poder de la república” (Ensayos críticos, 1934). Literalmente no hablaba de la prensa en general, sino del periódico El Tiempo en particular. Lozano fue ministro, dirigente liberal, director de Semana y columnista de El Tiempo por décadas, lo que ayuda a entender mejor la fuerza de su afirmación.

En la Colombia contemporánea es difícil atribuir todo ese poder a un medio y probablemente sea cierto que se trata de un tercer o cuarto poder, relativamente fragmentado pero con algunos medios muy poderosos aún. De las características de la prensa se presume como de una de las joyas de la democracia colombiana.

Sin embargo, hace años vivimos un proceso de deterioro que empezó con la toma directa que grandes grupos económicos hicieron de algunos de los principales medios de comunicación colombianos y del indelicado control que la familia del presidente Santos ha tenido en los últimos cuatro años de medios como Semana, El Tiempo y otros. Pocas voces advirtieron de estos peligros.

Algunas alertas se hicieron días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Pocas pero significativas. Alguna difusión tuvo la declaración de Juan Gossaín: “Nunca había visto una más penosa manipulación de la prensa”, “lo que está pasando es terrible, y el único perdedor es la opinión pública”. Sutiles e importantes fueron las opiniones de Enrique Santos Calderón –también periodista, pero además hermano del Presidente–, quien dijo: “Hoy se necesita un periodismo crítico e independiente. Lo que uno ve actualmente es cómo las grandes corporaciones financieras y bancarias se están apoderando de los medios en el mundo entero y los espacios cada vez son más reducidos” (El Tiempo, 15.05.14).

Si no hay independencia ni crítica, al menos suficientes, y si abunda la manipulación sería válido, en consecuencia, cuestionar la libertad de prensa y la calidad del periodismo en Colombia. Al menos en algunos grandes medios y, digámoslo, bogotanos o nacionales como les gusta presentarse. Hace poco El Espectador se preguntaba por la libertad, a raíz de la presión que la Casa de Nariño hizo para que el periodista Hassan Nassar saliera de Cablenoticias (El Espectador, 22.06.14).

Pero no se trata solo del gobierno, ni de algunos grupos económicos. También es una actitud ciudadana. Gossaín dice que el contrapeso del periodismo es la opinión pública. Pero cuando se acepta sin más que un hombre como Fernando Londoño pierda su espacio en El Tiempo, cuando se crucifica a un personaje como William Ospina por una columna en El Espectador, simplemente se advierte lo mal que estamos en materia de libertad, no solo en las instituciones sino en la ciudadanía.

La libertad, valor primigenio inscrito en el escudo y en la Constitución, tiene pocos dolientes en nuestro país.

El Colombiano, 20 de julio

miércoles, 16 de julio de 2014

Nuestro peor nosotros

A pesar de que algunos quieren mantener al fútbol y su afición en los terrenos puros del primitivismo, la tentación de intelectualizarlo se mantiene. Desde la famosa reflexión de Albert Camus hasta la reciente edición de Soccer and Philosophy. No solo el fútbol, el deporte en general: ciclismo, boxeo. Hay lecciones para gestores como las de Jorge Valdano y para políticos como la de Michael Ignatieff.

A propósito del Mundial algunos hemos intentado hablar de ética. Un buen artículo se refiere a “La moralidad interna del fútbol” (El Espectador, 05.07.14) en el que Rodrigo Uprimny extrae enseñanzas del deporte tales como la importancia de seguir las reglas, la base de solidaridad y cooperación que requieren los propósitos colectivos y la importancia de actitudes como entusiasmo y realismo para saber querer ganar y saber perder.

Todo iba muy bien con la euforia colombiana con la selección hasta el día del encuentro con Brasil. El partido empezó –según lo que vi en RCN y la repetición de DirecTV– bajo la sombra de la teoría de la conspiración, que goza de tanta popularidad a pesar de la falsedad que conlleva según cualquier teoría seria del conocimiento. Al final, la derrota se encubrió con ataques al arbitraje y con un manto de victimismo desaforado.

Al principio, uno le atribuye todo a la sangre caliente y al cráneo vacío de los comentaristas deportivos, pero con los días va leyendo columnas y titulares que racionalizan la reacción del mal perdedor y le van dando respaldo conciente a un montón de expresiones que configuran una especie de complejo de inferioridad asumido. Todo ello convertido ya en una actitud de revancha que se plasmó en una alegría postiza debido a la posterior e insólita derrota brasileña ante Alemania. De víctimas pasamos rápidamente a vengadores, repitiendo una mutación muy conocida en la historia colombiana.

Antes de aquel partido, Mauricio García Villegas se preguntaba si el fervor patriótico que producía la selección podría ser bien canalizado. Se inclinaba a creer que sí, “aunque todo esto que digo está lleno de incertidumbre” (El Espectador, 04.07.14). Una parte de la respuesta la obtuvo cuatro días después: la alegría se volvió rabia, la satisfacción fracaso, la gratitud venganza.

La respuesta a la inquietud de García es que las emociones por sí mismas no son negativas ni positivas, ni dañinas ni fecundas. La alegría, como el amor, también pueden matar; lo sabemos. Las emociones requieren mediaciones que permitan transformarlas en aprendizajes para una conducta responsable y constructiva. Los sentimientos tienen que ser, también, objeto de educación. La brecha entre la emocionalidad popular y los propósitos educativos debe cerrarse, para que episodios de sentimiento colectivo –duelo o alegría, ira o miedo– sirvan de motivo de reflexión y puedan convertirse en catalizadores de nuestros proyectos como sociedad.

El Colombiano, 13 de julio

miércoles, 9 de julio de 2014

Nuestro mejor nosotros

Nuestra corta pero brillante carrera de victorias deportivas individuales empezó a principios de los años setenta con Kid Pambelé y Cochise Rodríguez, y sigue con Nairo e Ibargüen. Pero desde que Colombia ganara dos campeonatos mundiales de béisbol a finales de la década de 1940 han trascurrido 65 años sin triunfos colectivos hasta ahora. Así que no es exagerada la alegría que está generando la selección de fútbol.

Es un triunfo parcial –hasta que la Copa Mundo no esté en la vitrina– pero es muy importante por razones deportivas y espirituales. Las deportivas saltan a la vista. En Brasil 2014 Colombia ha obtenido más logros que en las 4 participaciones mundialistas anteriores sumadas. Mayor número de partidos ganados, goles anotados, mejor posición en el torneo, individualidades sobresalientes. Nuestras hazañas ya no son los empates con la Unión Soviética (1962) y Alemania (1990).

Las espirituales son más importantes. Tenemos una generación de futbolistas que son, además, auténticos deportistas. Un deportista se distingue por el profesionalismo en el desempeño de su carrera, por la ejemplaridad en el respeto de las reglas de la disciplina y su dedicación al logro meritocrático. En Colombia, los futbolistas han sido talentos despilfarrados, han obtenido muy pocos logros y su fama deriva más de sus amistades políticas y mediáticas que de lo que han hecho en las canchas.

Esta generación es distinta. Jóvenes promisorios dedicados a perfeccionar sus cualidades atléticas y personales, que se han hecho un lugar en el mundo gracias a su esfuerzo, compitiendo a alto nivel en Suramérica o Europa y obteniendo metas resonantes. Es una combinación conmovedora de humildad y ambición. Gente que no saca excusas ni se cree mejor que los demás.

También es distinta en comparación con la última generación importante de futbolistas, la de los años noventa. Mientras de aquella los únicos triunfadores internacionales fueron Faustino Asprilla, Fredy Rincón y Adolfo Valencia, el equipo de ahora está integrado completamente por competidores globales que hablan dos idiomas, no les cae mal la comida extraña y no se arredran ante ningún rival.

Lo mejor. Los miembros del equipo actual están lejos de las influencias del narcotráfico, mientras en las nóminas anteriores no faltaban los presidiarios y otros que se salvaron de ir a la cárcel por los pelos. Los mundiales de 1990 y 1994 estuvieron arropados por los carteles de Medellín y de Cali, y ni siquiera el asesinato de Andrés Escobar –que básicamente sigue impune– cambió eso.

Mientras la selección Colombia de 1993 era un retrato del país, la selección del 2014 es mejor que el país. Nos siguen faltando dirigentes, orientadores, clubes que le den tanta importancia al deporte como al dinero. Pero el trabajo colectivo, la idoneidad y la rectitud de estos jugadores son un ejemplo para todos nosotros, especialmente para las élites.

El Colombiano, 6 de junio

miércoles, 2 de julio de 2014

Libros para cuartos

No sé cómo nos fue en octavos, pero la de 2014 ya es la mejor actuación de Colombia en un mundial de fútbol. Y entramos en esas últimas dos semanas extrañas de cuartos y semis durante las cuales hay que esperar días para ver un partido, anunciándose el final de la fiesta y la vuelta a la realidad, que esta vez no parecerá más dura.

Ya este viernes pasado vimos lo que es un día sin mundial. Y para esos días planos, llenos de expectativa y de pronósticos lo mejor es leer. Sin salirse del fútbol, por supuesto. Así que van unas cuantas recomendaciones.

Para conocer la vida de un hincha lo mejor es Fiebre en las gradas de Nick Hornby, escritor inglés, hincha del Arsenal y autor de varias novelas divertidas y plenas de sentido para los amantes del fútbol, el rock y los que no tenemos nostalgias de los sesenta. La primera parte del recién lanzado libro del periodista antioqueño Gonzalo Medina se dedica a los hinchas, Las barras, entre gambetas y zancadillas se llama.

Los que no desaprovechan la oportunidad de volverse serios, se pueden leer la Historia social del fútbol del historiador argentino Julio Frydenberg que pasa por los barrios populares del siglo XX hasta la prensa y la organización del deporte. Más corto y abstracto es el trabajo de un tal Peter Trifonas en cuyo título se expresa llanamente el asunto al que se dedica: Umberto Eco y el fútbol.

Los empíricos y cuantitativos tienen la tarea de conseguirse dos libros brasileños. Uno publicado hace pocos meses por dos periodistas paulistas, Longhi de Carvalho y Rodrigues, titulado Infográficos das Copas, ilustrado con datos simples y raros. El otro, también de un periodista paulista, Los 55 mejores juegos de las copas del mundo y que, con seguridad, es mejor que cualquiera de los de su tocayo Paulo Coelho.

Para los que creen –como yo– que el amor al fútbol se hace en los clubes hay dos libros recientes. Uno español, Cuando nunca perdíamos, en el que se le da vueltas al éxtasis reciente del barcelonismo a partir de relatos de quince escritores, entre los que se cuentan dos colombianos, bien infiltrados. El periodista y escritor antioqueño Guillermo Zuluaga Ceballos se vino para nuestro centenario con Mi Medallo: una pasión cosida al alma, sobre el equipo colombiano con más abolengo y libros que ningún otro.

Tan preocupados por el fútbol como por otras musas más clásicas hay otros dos, para terminar. de la Fútbol en el país música del periodista brasileño Beto Xavier, sobre las canciones dedicadas a equipos, jugadores y partidos. O Calcio la novela del colombiano Juan Esteban Constaín sobre el juego de pelota en la Italia del siglo XVI. El balón y el libro se la pueden llevar bien.

El Colombiano, 29 de junio