miércoles, 27 de agosto de 2014

Regateo

La práctica del regateo es universal aunque es evidente que está más extendida en los países con menos capitalismo y con mercados menos amplios e intensos. Son famosos los estudios sobre las reglas informales en los bazares del norte de África y Oriente Medio, pero muchas de las cosas que allí se encuentran también son frecuentes entre nosotros.

El regateo comercial es un juego en el que las partes saben que el precio inicial es muy alto y que el pulso se libra alrededor de algún punto intermedio que deja sicológicamente satisfechas a las partes. En los países vigorosamente capitalistas el regateo está planeado y dirigido por los vendedores mediante un calendario amplio de promociones, saldos y ofertas. Para el comprador, el regateo se restringe a la búsqueda de las mejores oportunidades, alerta sobre cupones y temporadas.

Perdidas muchas de las viejas oportunidades para el regateo, este se ha venido desplazando a ámbitos insospechados. El clientelismo, por ejemplo, es una práctica de regateo periódico pero limitado. Las expectativas son altas en las épocas preelectorales pero cuando el vencedor está asegurado toda la capacidad de decisión se concentra en él y el cliente queda a merced de que le cumplan la palabra.

En el mundo ancho y variado de la corrupción las condiciones son más parejas para los involucrados, pero solo porque la doble vía del intercambio es más densa. En las prácticas corruptas las ofertas de lado y lado son más importantes para las contrapartes y el forcejeo puede ser realmente duro. Las ganancias bilaterales son más evidentes y, mientras menos competidores existan, más áspera será la negociación.

Quedan otras prácticas patéticas en la vida cotidiana como la de la comida. Es ya una escena común en los restaurantes y en las filas de los establecimientos masivos de comida el regateo del comprador, ya no por el precio sino por el producto: cámbieme el arroz por más ensalada, la cebolla por habichuela, sopa sí pero medio plato. Posiblemente en los hogares esto sea peor.

El regateo es una cara que puede ser informal o ilegal, en algunos casos sicótica, de aquello que la cultura de la humanidad ha venido puliendo desde hace milenios y que conocemos como negociación –principalmente en lo privado– y diplomacia –exclusivamente en lo público. En aquellos tiempos antiguos los chinos eran tan sutiles y prácticos como brutales y alucinados eran los griegos.

Regateo, negociación, diplomacia, son variantes civilizadas respecto al simple engaño, la violencia o la fuerza. Y están llenas de derivaciones y especialidades hasta el punto que se han codificado ya en escuelas de conciliación y mediación, de resolución de conflictos locales y sociales, de relaciones internacionales, de paz –la palabra abusada–, con sus respectivas profesiones. Pensar en este refinamiento ayuda a sobrellevar el fastidio cotidiano que produce el regateo.

El Colombiano, 24 de agosto.

martes, 19 de agosto de 2014

Noria guajira

La Guajira tiene carbón, pero los niños se mueren de hambre; tiene la costa más larga del país sobre el mar Caribe, pero no tiene agua; tiene votos pero no tiene un solo senador; le dio el 56% de los votos a la unidad nacional y el 71% a Santos, pero no tiene gobierno; Maicao tiene la mezquita más grande América Latina, pero estoy seguro que a La Guajira le queda poca fe.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) dice que en La Guajira murieron 4.151 niños menores de cinco años entre 2008 y 2013, 278 por desnutrición (Semana, 11.08.14). Los datos oficiales –que aun groseramente subestimados son vergonzosos– confirman que 2013 fue el peor de los últimos años en mortalidad infantil por hambre y la mayoría de ellos no se murieron en las rancherías alejadas sino en Riohacha mismo (Departamento Administrativo de Planeación de La Guajira, 23.01.14).

Este 2014 está siendo peor aún, hay más niños muertos y el círculo del hambre se estrecha pues el ganado muere en masa. Son siete mil cabezas según información entregada por ganaderos a la Defensoría del Pueblo. La mortalidad por hambre es la mayor vergüenza para un país y para un gobierno. Pero no es menos grave que el 95% de los niños estén muriendo de enfermedades comunes, resultado del abandono del sistema de salud, las autoridades locales y las propias comunidades.

La Guajira también tiene Vicepresidente de la República o el Vicepresidente tiene departamento, no se sabe. Lastimosamente el intermediario de esta posesión política, Kiko Gómez, está en la cárcel “acusado de varios homicidios y relaciones con bandas armadas” (Semana, 19.07.14). Gómez había obtenido 35 mil millones del sistema de regalías para un supuesto Plan de Alimentación y Nutrición de La Guajira. El plan está y los cadáveres también, pero la plata desapareció. El Vicepresidente no ha sentido la necesidad de darle explicaciones a nadie y Cambio Radical, menos. Al fin y al cabo, la ciudadanía los premió en junio.

A pesar de que La Guajira tiene un déficit de 65 mil millones de pesos, la gobernación montó un espectáculo de autocomplacencia hace un año, en medio de la mortandad. Declaró a Uribia como municipio modelo en las inversiones del Sistema General de Regalías y anunció que “tiene el Festival Nacional de la Etnia Wayuu totalmente financiado” (Boletín de Prensa 192 de 2013). Uribia es el segundo municipio con mayor mortalidad infantil en La Guajira y es bastión electoral de Ñoño Elías, el gran elector de Juan Manuel Santos (La Silla Vacía, 31.03.14).

Ante la tragedia, la imaginación de la tercera vía, el adiestramiento en los protocolos de la OCDE, el repertorio reformista del presidente Santos, se movilizaron, alcanzaron su mayor rendimiento y finalmente encontraron la solución genial y definitiva: mandan botellones de agua.

El Colombiano, 17 de agosto.

jueves, 14 de agosto de 2014

Lecturas recomendadas

En su nueva condición de bibliotecario -uno que no es ciego, como creyó que debería ser- Héctor Abad Faciolince me hizo una invitación para proponerle un pequeño plan de lectura al público, especialmente a la comunidad que habita o frecuenta la Universidad Eafit.

El límite, 20 libros. Mi intención, hacer una selección contemporánea (la excepción es Moby Dick) y variada. Varios meses después de haberla hecho, acaba de ser publicada, y la mantengo. Siempre habrá cambios. Las listas de lecturas oportunas son más variables que las de canciones.

La presentación institucional del programa dice: "El autor recomienda es una de las actividades de promoción de lectura que realiza la Biblioteca de EAFIT. Cada mes exhibimos los libros que algunos autores reconocidos nos han recomendado. En esta ocasión, del escritor y columnista Jorge Alberto Giraldo, presentamos un listado de 20 de sus libros preferidos".

"Estos libros están exhibidos y a disposición de los lectores en una estantería especial en la entrada principal de la Biblioteca. Los usuarios pueden prestar o leer en la Biblioteca los libros exhibidos".

Ver la lista en:
http://blogs.eafit.edu.co/biblioteca/?p=2527

miércoles, 13 de agosto de 2014

Examen de sangre

Aunque el reporte sobre delitos menores tiene inundados los medios de comunicación, sobre todo la televisión, no es de esperarse que toda agresión física a un ciudadano tenga notoriedad pública. Si no hay cámara policial que le haga el trabajo gratis al medio, ni modo. Si no hay armas, ni muertos ni detenidos, menos aún.

Si la condición del ciudadano agredido es la de ser profesor, las características del hecho no califican significativamente la situación. En el medio colombiano la docencia no es una labor profesional especialmente estimada. Ni desde el Estado, ni desde la familia. Tampoco por el estudiante promedio, que confunde el derecho a la educación con una prerrogativa suya frente al maestro. Así que golpear a un profesor no constituye, por sí mismo, un agravante especial.

Hasta aquí llega el caso hipotético, pero estas presunciones se cumplen para el hecho que quiero comentar. El 31 de julio pasado fue agredido por dos personas, y después amenazado por una tercera, el profesor Hernando Muñoz Sánchez dentro del campus de la Universidad de Antioquia. La razón: pedirle a un par de personas que no estacionaran su moto en zona peatonal.

Hubo condenas a la agresión por parte de la facultad a la que pertenece Muñoz Sánchez y también de la asociación de profesores. Según el boletín de la Facultad de Educación, un directivo de la Facultad de Derecho se abstuvo de terciar en el asunto poniendo en pie de igualdad la versión de uno de los agresores –un estudiante de su unidad académica– y la del agredido. Una muestra fehaciente de la manera cómo se pueden formar abogados sin moral, pensando solo en términos jurídicos. Un agresor no es igual a un agredido, independiente de los pormenores de una querella judicial.

También debo argumentar que si bien todas las personas son iguales en dignidad, hay relaciones sociales en las cuáles se produce una diferenciación que debe ser tenida en cuenta. Cumplidas las condiciones básicas del respeto a la dignidad y los derechos del otro, en la calle un ciudadano no es igual a un policía, en un hospital un paciente no es igual a su médico. Hay una investidura especial que la sociedad le otorga a una persona para el debido cumplimiento de sus funciones. Tampoco en un claustro educativo un estudiante es igual a un profesor.

Se trata de un delito menor, sin duda. Es menor, por desgracia, incluso en el contexto de la Universidad de Antioquia, mi alma mater. Pero el silencio, la indiferencia, la connivencia con los trasgresores cotidianos y los pequeños y medianos delincuentes que se enseñorean en el campus, deben terminar. Y la forma como propios y extraños se han apropiado del bien público que constituye la universidad, también.

Mi solidaridad con el colega Hernando Muñoz.

El Colombiano, 10 de agosto

miércoles, 6 de agosto de 2014

Declaracionitis

El periodista español Miguel Ángel Bastenier señaló cuatro defectos del periodismo en castellano y, especialmente, latinoamericano. Ignoro el porqué de esa preocupación tan específica, pero es muy diciente. Uno de esos defectos lo llamó “declaracionitis” para referirse a la falta de seguimiento por parte de los periodistas a los administradores públicos, pero podríamos añadir a los privados, respecto a sus anuncios. El otro es el oficialismo que, prácticamente, va de la mano del primero (El País, 07.0614).

En Colombia es una vía fácil para todos, administradores y periodistas, la de gestionar declaraciones. Ante un problema la primera ocurrencia imaginativa es sacar una declaración, un anuncio como suelen titular aquí. Y las obligaciones, como las rendiciones de cuentas, se convierten en una rueda de prensa más y en boletines que se trascriben al medio, sin mayores preguntas y sin ninguna verificación o control. Se trata del lamento por el declive del periodismo investigativo que puede ser ocasionado por muchos factores, entre ellos la escasa cultura ciudadana de control sobre los actos de los gobernantes y la manera promiscua como la prensa se relaciona con los políticos, incluyendo por supuesto la pauta publicitaria.

Pero más grave aún es el problema de la declaracionitis en el sector público. En una famosa conferencia que está cumpliendo cien años de pronunciada (Vieja y nueva política), el filósofo español José Ortega y Gasset dijo que una de las características de la nueva política tenía que ser la eficacia. Repetía de ese modo viejas estipulaciones hechas repetidamente por los pensadores políticos. Se creía que sin eficacia el gobernante no podía preservar el poder, que la fuerza o la corrupción solas o combinadas no podían contener los efectos de la ineficacia ante la población.

Hoy Colombia es un caso en que algunos gobiernos, y claramente el gobierno nacional, viven de hacer declaraciones. Los personajes más importantes del despacho son el jefe de prensa y los amanuenses. Es como si la “fábrica nacional de discursos” –que inventara mi paisano Cimifú– se hubiera trasladado al Palacio de Nariño y a las oficinas de otros dignatarios locales.

El caso más patético de declaracionitis es el nuestras calamidades climáticas. Cuando aún no se han ejecutado los recursos anunciados para atender la emergencia invernal de hace tres años y cuando buena parte de los casi dos millones de afectados siguen sufriendo las consecuencias de las inundaciones de ese entonces, ya se les vino la sequía encima. La respuesta del gobierno fue sacar una declaración. Pocos días después este diario tituló con ironía, “Anuncios de Santos no calman la sed guajira” (El Colombiano, 26.07.14).

Paciencia. Viene el 7 de agosto, con otra banda presidencial y miles de anuncios más. Y páginas de tinta, decibeles e imágenes, mediante las cuales el oficialismo le hace el juego a la declaracionitis.

El Colombiano, 3 de agosto.