miércoles, 26 de febrero de 2014

Política grande

“Toda forma de gobierno depende de la constitución de la sociedad” y eso implica reconocer la influencia de las “costumbres, hábitos y disposiciones de los pueblos” sobre los gobiernos. Tal es una de las tesis centrales del libro Naturaleza y tendencia de las instituciones libres del pensador norteamericano Frederick Grimke.

Grimke se refiere a los estudiosos de la política que suelen concentrarse en lo que pasa en el gobierno y, si acaso, en el sistema político. Hace un par de siglos a eso se le llamaba la política de gabinete o, mejor aún, la pequeña política. Cuando el comentarista político se dedica a la noticia de ayer que será desmentida hoy por la tarde, cuando toda su ocupación pasa por trasferir al papel dos comentarios de coctel, lo que hace es empobrecer aún más la pobreza del oficio maniobrero de la política.

Por supuesto, hace más daño el gobernante que se dedica básicamente a la pequeña política: quitar y poner, contratar y regalar, prometer e incumplir, pensar en privado lo que no es capaz de decir en público. Claro que después de que triunfó en el mundo el principio de la soberanía popular, esto no se puede hacer olímpicamente. Podrá tenerse detrás un gran poder económico y otro mediático, pero nunca se podrá ignorar a la gente.

En ese punto fue cuando la pequeña política tuvo que ensancharse para convertir a los partidos políticos en simples grupos privados de presión y a los ciudadanos en clientes, todos ellos entendidos como sujetos a los que se puede comprar con mecanismos más o menos elegantes, dependiendo de la finura del mandatario. La corrupción es la señal distintiva del gobierno de la pequeña política.

En 1870 el intelectual y político colombiano Florentino González publicó su traducción del libro de Grimke. González prologa el libro desvelando las intenciones de semejante trabajo (son 680 páginas). Y enfatiza varios aspectos. El más evidente es que no se puede gobernar bien sin tener un contacto estrecho con la sociedad. Las encuestas pueden servir, los titulares de la prensa menos, una que otra reunión en palacio casi nada. La relación con la gente es insustituible. Y el gobierno más sensible siempre es el gobierno local, los gobiernos a control remoto son poco eficaces.

Pero, más importante aún, el pensador colombiano recalca que el poder social, “el poder del pueblo” dice él, tiene que actuar como un contrapeso, como un factor de equilibrio y de control a las acciones del gobierno. El modelo europeo que deposita las esperanzas de control en el congreso y en la justicia apenas es una división de funciones dentro del sistema político. Sería más interesante y más efectivo que hubiera un control “externo al gobierno” y ese control solo lo puede ejercer la ciudadanía activa y organizada. Esta es la política grande.

El Colombiano, 23 de febrero

miércoles, 19 de febrero de 2014

Túnel verde emocional

Hubo cambio en la gerencia de Metroplús en diciembre pasado y llegó la señora Adriana Palau. El cambio auguraba buenas cosas. Por la coyuntura problemática de Metroplús en sus conflictos por la Estación San Pedro, el túnel verde y la accidentalidad en sus flotas y en sus carriles. También por el perfil y la carrera de la señora Palau.

Sin embargo, la entrevista que concedió El Colombiano hace poco deja una gran sinsabor (“Túnel verde es un tema emocional y no ambiental”, 10.02.14). En primer lugar porque demuestra la tozudez de la empresa y de la administración de Envigado que quieren imponer su voluntad a rajatabla contra los vecinos, los ciudadanos y las organizaciones civiles, sin mediar argumentos ni alternativas. Y después por la fragilidad de los argumentos presentados.

La gerente de Metroplús subestima la posición de quienes estamos en contra de la destrucción del túnel verde diciendo que se trata de un asunto “paisajístico y emocional”, mientras la posición de la empresa está formulada “desde lo técnico y lo científico”.

Es un mal argumento porque se desconocen los pronunciamientos técnicos de ingenieros y expertos en movilidad sobre los problemas técnicos del trazado. Incluso los ciudadanos sostienen, intuitivamente, que la convergencia perpendicular desde las laderas hasta el río era el esquema más lógico. Y nadie ha demostrado que la circulación en U entre Itagüí y Envigado sea estratégica desde el punto de vista de la movilidad en el sur del valle de Aburrá.

Y empeora cuando contrapone paisaje y emociones a cálculos y planos. Según Trinidad Jiménez –dirigente política española– para Charles Baudelaire el problema urbano de nuestro tiempo sería que “las ciudades cambian más deprisa que el corazón de sus habitantes”. Cuando un funcionario público se impone autoritariamente contra la ciudadanía lo que está haciendo es ampliando la brecha entre la ciudad y el corazón de los ciudadanos.

Por eso Jiménez dice que es imperativo ganar la adhesión de la gente “implicando al ciudadano en un relato colectivo capaz de crear un consenso interno –algo que podría definirse como patriotismo local– lo que también nos dotaría de una imagen mejor definida hacia el exterior” (“Una nueva política para las ciudades”, El País, 16.10.02). Los maestros contemporáneos de las políticas públicas exigen que la vida cotidiana de los ciudadanos sea equiparada a las razones técnicas y políticas como criterio adicional de las decisiones sociales.

Hace años un alcalde de Envigado quería demoler la casa de Débora Arango porque obstaculizaba la prolongación de una calle, su justificación era perfectamente técnica pero era una propuesta tan descabellada que ni siquiera tuvo apoyo de su grupo político. Así que sí, señores alcaldes, junta y gerente de Metroplús, somos pasionales y paisajísticos, y esas son mejores razones que las motosierras, los buldócer y los articulados.

El Colombiano, 16 de febrero.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Partidos partidos

Hace tiempo que uno de los temas habituales es la crisis de los partidos aunque las razones de ella y sus efectos son relativamente variados. Lo que parece muy unánime es el lamento por este fenómeno y una profunda nostalgia por el modelo del partido moderno –con estructura, programa y estrategia– un invento de Lenin, hay que recordarlo.

La crisis partidaria tampoco es igual para todos. Colombia tiene los niveles más bajos del continente: ante la pregunta si los partidos escuchan a los ciudadanos nos ubicamos en el puesto 19 entre 24 países y en cuanto a simpatía por algún partido 1 de 4 colombianos dice tenerla, lo que nos pone en el lugar 21 entre 26 países (Lapop, 2012). En Antioquia es peor aún. Apenas el 14% dice ser miembro de un partido y solo el 2% activos (estudio Gobernación-Sura-Eafit, 2013).

El respiro colombiano consiste en que el sistema político se ha mantenido abierto a las alternativas de movimientos e iniciativas ciudadanas que impiden que los partidos monopolicen las opciones de poder y representación. Y es que el gran error es pensar que la única manera de hacer política es a través de los partidos políticos realmente existentes. En el artículo Movimientos y campañas (1995), el filósofo estadounidense Richard Rorty mostró las bondades de la intervención en política a través de actividades más concretas y coyunturales como las campañas. Los movimientos, a su vez tienen la flexibilidad de la que carecen los partidos.

Si miramos el estudio sobre cultura en Antioquia desde la perspectiva de los partidos, el panorama es pesimista. Los jóvenes tienen aún menos nexos con los partidos que el bajísimo promedio departamental, pero la cosa cambia cuando hablamos de política. El 21% de los jóvenes entre 16 y 24 años están interesados en la política, muy por encima del antioqueño medio. Estos datos parecen darle la razón a Rorty.

Si uno mira las tragicómicas convenciones partidarias de los últimos meses en el país, desde la clandestina del Partido de la U hasta la ridícula de Alianza Verde, puede condolerse de la falta de democracia y unidad, pero no de la diversidad dentro de ellos. Todos los candidatos a la presidencia pueden aspirar a obtener un número significativo de votos en todos los partidos, con excepción de los fundamentalistas como Mira o la Marcha Patriótica.

Aunque algunas listas para senado se parecen más a un combo de amigos desconocidos y otras a la planilla de una cárcel, prácticamente todas incluyen nombres de aspirantes respetables que bien merecen un voto. Hay que recordar que para los clásicos del pensamiento político los partidos son las partes reales que conforman la sociedad. Y ellas existen, actúan y se expresan de múltiples maneras. Por eso no me parece razonable el voto en blanco.

El Colombiano, 9 de febrero

viernes, 7 de febrero de 2014

Rage against Bruce

Fernando Navarro, el autor del buen blog La ruta norteamericana adjunto a El País, se vino lanza en ristre contra High Hopes, el último disco de Bruce Springsteen (“High Hopes: Todo menos esto, Bruce”, 24 de enero de 2014).

El texto es extenso pero eso no significa que los argumentos sean muchos. No le parece que sea “un álbum con todas las de la ley”, un álbum conceptual, que es un parámetro para medir a Springsteen y probablemente, en la mayoría de los casos a Tom Waits o Nick Cave. Pero no se trata de un criterio sólido: muchos álbumes de canciones son buenos. Personalmente, creo que hay un concepto claramente atado por los cortes (1, 6 y 12), las grandes esperanzas, y los demás que marcan las oscuridades del mundo de hoy. Y de países como el de Bruce y el de Navarro.

A lo mejor el hecho de que por primera vez en su vida Springsteen haya hecho un álbum de estudio que incluye versiones avale esta desvalorización. Pero, ¿quién de los grandes no ha incluido covers en sus álbumes de estudio? Bob Dylan, The Rolling Stones, The Beatles, Jimi Hendrix, ¿quién? Son válidas o no o no esas versiones, es la cuestión.

Piensa Navarro que el álbum está hecho de afán porque fue hecho en medio de una larga gira –como lo fue Darkness of the Edge of Town– y sin una banda fija –como fue Born to Run. El argumento es contraevidente. Le molesta la grandilocuencia de The Ghost of Tom Joad, pero con mis ojos vi (Los Ángeles, 2012) la manera como maravilló al público esta traducción rockera de una canción folk. Y sentí después la necesidad de poder disfrutar de esta revisión en disco. High Hopes tiene este y otros regalos para los fans; mala suerte para los críticos apocalípticos.

La perla de la nota de Navarro, el último recurso, es afirmar que “High Hopes es la excusa sacada de la chistera para mantener la gigantesca maquinaria de la caja registradora (disco+gira) funcionando”. Que trata de ser un insulto. No sé qué dirá ahora que el adorado Bob Dylan –el baremo que le quiere poner a Bruce– salió a vender carros y yogures en el superbowl.

Hubiera ahorrado fuerzas Navarro diciendo simplemente que High Hopes no le gusta (aunque parece que salva tres canciones en un párrafo, dos más en otro y una adicional en un tercero, ¡lo que da la mitad del disco!). Vale. Así no hubiera deslucido su habitual agudeza.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Cárceles

Hablar de crisis carcelaria en Colombia se volvió una banalidad. Ingresar esas palabras clave en Google reporta inmediatamente 177 mil resultados. Hace un año Rodrigo Uprimny –director del Centro de estudios de derecho, justicia y sociedad– publicó una columna titulada “Crisis carcelaria” (El Espectador, 10.02.13). Y cada que ocurre alguna calamidad en las penitenciarías no pasamos de una destitución para la galería o de la citación de un ministro al congreso.

Las cifras son alarmantes. Ante todo el hacinamiento en las cárceles que pasó del 32% en 2010 al 52% en 2012 (Uprimny), un escandaloso incremento del 62,5%. Durante 2013, hasta mayo, la población carcelaria seguía creciendo a una rata del 0,6% y el hacinamiento era ya del 56,2% (“Informe estadístico”, Inpec, 06.13). En Antioquia y la costa Caribe la cifra se trepa al 80%. Uprimny cita a una jueza de la república que caracterizó la situación carcelaria como un “estado de cosas inconstitucional”, pero el asunto es más grave: realmente se trata de un estado de cosas inhumano.

Claro que la cárcel no es igual para todos. Como demostró Carolina Bernal en una columna titulada “¿Mejor parapolítico que raponero?” (Semana, 10.02.11), las cárceles están estratificadas y, como suele, don dinero hace milagros, trátese de narcos, estafadores o políticos. Desde las cárceles se extorsiona y se dirigen empresas criminales y se gobiernan municipios y se planean campañas electorales.

El hurto es el delito que más le aporta presos al sistema carcelario (18,2%) y en cuarto lugar está el “tráfico, fabricación o porte de estupefacientes” (14,2%). El 31% de la población carcelaria no ha sido juzgada ni condenada. Más de 25 mil personas están en situación domiciliaria, es decir casi el 22% del total de los reclusos. La cárcel produce casi todos los reincidentes (Inpec, 2013). Los datos colombianos no son muy distintos a los latinoamericanos, lo que habla muy mal de la región, como pasa con los indicadores de criminalidad. Ni siquiera países modelo como Chile o Uruguay escapan a esta caracterización.

El Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 recomienda “abandonar la idea de la cárcel y el aumento de penas como la alternativa para los problemas de seguridad”, disminuir la detención preventiva, adoptar penas alternativas, crear programas de reinserción y mejorar las condiciones en las cárceles. Sin embargo, tanto frente al delito como a la prisión, lo fundamental son las estrategias preventivas (PNUD, 2013).

Recojo información sobre esta tema y la organizo durante una semana en la que se han escapado varios jefes de una banda criminal de una cárcel de máxima seguridad en Medellín, ocurrió una tragedia en la cárcel Barranquilla que se cobró más de una decena de muertos y medio centenar de heridos, y supimos de la petición de los Nule para que les den detención domiciliaria en sus casas de Cartagena.

El Colombiano, 2 de febrero