domingo, 8 de diciembre de 2013

Reprobando

La democracia colombiana siempre ha sido considerada ejemplar en Latinoamérica, por su continuidad, estabilidad y coherencia formal. Hay que decir, que esos elogios se han pronunciado teniendo en cuenta los parámetros latinoamericanos –que no son los mejores del mundo– y desde una perspectiva histórica de largo plazo –más que de comparaciones sincrónicas.

La reelección inmediata del presidente de la república ya está cambiando esa situación en tanto se está convirtiendo en un factor distorsionador de la estructura estatal, un catalizador de  las perversiones del ejercicio de la política y un rasgo distintivo que nos desliza hacia el peor grupo de América Latina. Y todo por cuenta de la paz: la reelección como figura constitucional se aprobó en 2005 bajo la ansiedad de la paz por medio de la victoria y la reelección gubernamental se justifica en 2013 bajo la inminencia de la paz por medio de la negociación.

La reelección alteró el sentido de la arquitectura institucional que se creó en 1991, al desarticular el engranaje de periodos y alternación en las nominaciones, produciendo un desmesurado desbalance hacia el ejecutivo y deteriorando la precaria división de poderes que existía en el país.

La reelección hizo que el gobierno dejara de actuar como el representante del interés general y se perfilara como un partido más, representante de un grupo de facciones que han puesto sus intereses por encima de cualquier objetivo común. En particular, el presidente y sus ministros se pronuncian como jefes de grupo y han desatado una sañosa campaña contra los líderes de la oposición, llámense ellos Uribe o Robledo, y atacado a los gobernantes locales díscolos, abiertamente como a Petro o disimuladamente como a Fajardo.

Finalmente, si uno mira el mapa institucional latinoamericano, ¿dónde queda Colombia? Yo creo que en cuanto a seguridad jurídica estamos más cerca de Bolivia que de Chile. Creo que nuestra retórica política se parece más a la que predomina en Venezuela que a la que existe en Uruguay. Veo más equilibrio de poderes en México y Costa Rica que acá.

Siempre quedará el recurso a la soberanía popular. La posibilidad de cambiar en las urnas el destino que se nos quiere imponer desde el gobierno y su manguala de medios y de mediocres. Pero, al menos desde los debates fundacionales de los Estados Unidos, plasmados en El federalista, sabemos que las democracias modernas no se alimentan sólo de voluntad popular sino de también de una indispensable estructura institucional de contrapesos.  

Todo esto está pasando en medio de un profundo silencio de los académicos y los intelectuales que se dejaron atrapar en la trampa del dilema entre Uribe y Santos. Valga la pena reconocer el esfuerzo mesurado y profundo de Eduardo Posada Carbó, quien desde su columna en El Tiempo ha sido una luz en este túnel de confusión.
 
El Colombiano, 24 de noviembre

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