lunes, 30 de septiembre de 2013

Diálogo IV: Literatura

Cuarta parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).

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CVT: Hay algo que es gratificante para mí y seguramente para las personas que nos están siguiendo, y es que en la palabra de Jorge Giraldo hay una terminología muy natural, no se tiene que estar apegando a clichés como teórico y tampoco a esas frases que están excesivamente ideologizadas, expresiones tipo lucha de fuerzas, confrontación, toda esa metáfora bélica que ha terminado por abrumar nuestro lenguaje cotidiano, se puede hablar de otra manera y quizás hablando de otra manera se pueda empezar a vivir de otra manera. Esa idea de que el lenguaje es la casa, es la morada, es como la tierra, no es una idea gratuita ni una especie de poetización de la filosofía, es una cosa completamente real, uno vive como habla y uno habla como vive. Esa unidad pensamiento – acción – palabra – acción es muy clave. Pero yo no puedo desaprovechar a Jorge Giraldo pues es un hombre polifacético. Antes de empezar esta emisión con Luis Germán Sierra, nos dio risa porque hablando de su trayectoria en la universidad nos dijo “muchos años después” e inmediatamente recordamos el que esa frase, es el inicio de la epopeya prodigiosa de la nacionalidad colombiana en la literatura y entonces celebramos ese hecho de cómo los escritores van creando frases que también se van volviendo memoria y formas de decir para todos. Sé del amor de Jorge Giraldo por la literatura, ha declarado hace un momento su devoción –una devoción que comparto– por la novela Cien años de soledad y por García Márquez; sé también que tiene un amor incondicional por Herman Melville y particularmente por su novela Moby Dick, y aunque este es un cambio en la conversación tengo que tratar de aprovechar al máximo esa condición polifacética de Jorge y hablarle de ese amor por la literatura o más bien pedirle que nos hable de su manera de ver la literatura, de comprenderla en relación con la condición del ciudadano político y en general la responsabilidad que tenemos todos los ciudadanos con la creación de cultura.

JGR: Bueno, pasamos a un tercio que es muy difícil. Yo realmente estoy lejos de ser un especialista. Degusto la literatura como cualquier persona del común, sin embargo, como estudiante de filosofía que soy, creo que la literatura ofrece digamos, una de las fuentes más ricas para la reflexión filosófica, la literatura creo que ayuda como pocas cosas a reinterpretar la realidad y a reinterpretarla con la distancia que se requiere. Vuelvo a Cien años de soledad, que para mí –con el perdón de los especialistas– es la obra más grande escrita en nuestra lengua y creo que con Cien años de soledad he aprendido más de Colombia que en todos los libros de historia que he leído. Me parece que ese es el poder que tiene la literatura. A propósito del tema de la guerra, por ejemplo, creo no haber leído menos de 10 veces Cien años de soledad y la última vez fue a propósito de la edición que publicó la Real Academia Española de la Lengua y me resultó supremamente impactante encontrar que estaba leyendo una novela distinta, encontrar que cuando la leí en la segunda edición de Suramericana –que la compré con mi sueldo de mensajero en 1972– Aureliano Buendía parecía un héroe y cuando la volví a leer hace cuatro años se me parecía a cualquier cosa menos a un héroe, me parecía un personaje supremamente antipático, deplorable, y eso me lleva pensar en lo que estábamos hablando ahora. Digamos, como es de difícil aprehender las personalidades, las características de estos guerreros que unas veces te parecen atractivos, otras veces te parecen repulsivos y sin embargo, son miembros de tu comunidad y son unos alguienes con los que hay resolver los problemas que tiene la comunidad política.
En suma, para mí la literatura es un gusto pero también una fuente para la reflexión filosófica y no solo las obras de ese tipo cosmogónico como Cien años de soledad, Moby Dick, La odisea, El silmarillion, La carretera, que ofrecen esa posibilidad de manera inmediata. Probablemente sea una enfermedad profesional del estudiante de filosofía. Hay algunas cosas en las que perdemos el goce puro, porque además tenemos que estar pensando qué implicaciones tienen esas metáforas o esos pasajes que encontramos allí.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Ciudad

Desde antiguo se sabe que una ciudad no es simplemente un montón de casas pegadas una a la otra, que se construyen alrededor de una plaza, un centro de oración y varios puntos comerciales. Las ciudades se hacen por la convivencia, por el sentido de pertenencia y por una fuerte noción de lo público, de lo que es de todos y todos comparten equitativamente. Básicamente las ciudades se distinguen por tener ciudadanos; estas dos categorías son inseparables.

Sócrates nos dejó la lección del sentido de pertenencia, sometiéndose a un juicio injusto antes que preferir la huida que le aconsejaban. Aristóteles demostró que las ciudades tienen que ser lugares de amistad y equidad. Epicuro planteó –fuerzo el sentido– que la única seguridad posible en la ciudad depende de su gente antes que de sus murallas.

El siglo XXI abrió la época de las ciudades. Por primera vez en la historia más gente vive en las ciudades que en el campo. Y las ciudades pueden tener un rumbo relativamente autónomo en el mundo. En Estados Unidos es posible que al mismo tiempo florezca Nueva York y se hunda Detroit. Bogotá pudo convertirse en un ejemplo en medio de los cataclismos que provocó Ernesto Samper en el país. La suerte de las ciudades de hoy depende en buena medida de sus propios esfuerzos, sin que se pueda despreciar el rumbo estatal.

La ciudad depende –eso sí– de un triple protagonismo: el de la administración, el del sector privado y el de los ciudadanos. Políticas asertivas en materia de seguridad, construcción espacio público, tránsito y ambiente son indispensables por parte de los gobernantes. De la empresa privada se espera que desarrolle su actividad de manera compatible con el bienestar general, esto es, contribuyendo a la seguridad, respetando el espacio público, facilitando la movilidad de la gente, protegiendo el ambiente. Y después, pero con gran impacto están los ciudadanos. Las personas tienen un gran poder acumulativo y cada persona siempre hace una pequeña diferencia. En todas partes hay atarbanes, bandidos, antisociales. Lo importante para que una ciudad florezca es que estos sean una minoría ínfima.

Finalmente. No hay ciudad sin centro. El centro es el corazón de cualquier ciudad, no se puede prescindir de él. Si Medellín quiere dar otro salto en su proceso de reinvención tiene que recuperar el centro. Allí se concentran las principales plagas de la ciudad: homicidio, criminalidad, informalidad, incultura, mendicidad. Por el centro pasa la posibilidad de construir ciudadanía en Medellín.

Noticia: Buenos Aires inauguró hace un par de meses su Metrobus por la Avenida 9 de Julio. Embelleció una vía enorme con andenes amplios y arborizados (no como el Metroplús de Envigado) y con separadores inspirados en las pirámides de la Avenida Oriental (para desconsuelo de nuestros profesionales del gadejo).

El Colombiano, 22 de septiembre

martes, 24 de septiembre de 2013

Deterioro institucional

Es razonable que la atención sobre los resultados de las encuestas de los últimos días se haya concentrado en la gestión del gobierno y en la favorabilidad de la imagen del Presidente. Al fin y al cabo, el poder y la influencia del Ejecutivo sobre la marcha del país en casi todos los aspectos son determinantes y vivimos bajo un sistema que suele llamarse presidencialista.

Sin embargo no conviene perder de vista qué pasa con otras instituciones del Estado y con temas fundamentales de la vida nacional. Para hacerlo me baso en los resultados de la encuesta de agosto de Gallup Colombia.

Empecemos por lo sabido, el congreso y los partidos políticos. Ya parece natural que tengan una muy mala imagen ante los ciudadanos. La noticia es que la desconfianza en el congreso (67%) es la peor desde mayo del 2000 y la de los partidos políticos (74%), es la peor de los últimos 7 años. Lo que ya era malo ha empeorado.

La calificación global sobre el sistema judicial colombiano es negativa en un 74%, la peor en 14 años. La imagen de la Corte Suprema de Justicia cuenta con un 53% desfavorable, y el gobierno Santos ha sido el único periodo desde que se sabe en el cual la imagen negativa supera la positiva. La joya del sistema judicial, la Corte Constitucional, tiene la peor imagen desde el 2000 (47%), y lo mismo le pasa a la Fiscalía (51%). Sin duda, es el resultado de un problema viejo que el gobierno no fue capaz de resolver cuando intentó promover la reforma a la justicia.

Los organismos de control se desfondaron. La desfavorabilidad de la procuraduría (32%) y la de la contraloría (31%) son las peores de lo que va del siglo. Incluso un organismo autónomo y relativamente lejano para el ciudadano del común, como la Junta Directiva del Banco de la República, vive su peor momento de las últimas dos décadas (desaprobación del 35%).

La mayoría de las mediciones realizadas por Gallup durante el gobierno Santos muestran que la gente cree que no hay garantías para la oposición democrática. Actualmente este registro negativo es del 51%, pero durante el 2011 osciló entre el 49% y el 59%. Durante el 2013 vemos el único periodo consistente en el que la mayoría de las personas (51%) dice no estar dispuesta a perder algunas libertades en aras de mejorar la seguridad. Importante dato para congresistas y ministros que quieren judicializar y penalizar toda conducta inapropiada.

El paro agrario fue un florero de Llorente, y los problemas del campo son apenas un ámbito entre otros. Desde una perspectiva institucional puede decirse que la situación es precaria. Y la tentación de salirse por la fácil con la mezcla de populismo punitivo, regalos sectoriales y exaltación patriótica no parece el indicado.

El Colombiano, 15 de septiembre

lunes, 23 de septiembre de 2013

Diálogo III

Continuación (tercera parte) de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo, 09.10.12.

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CVT: Entre tanto, Jorge Giraldo, la sensación que tenemos los ciudadanos, lo digo, pues, obvio, desde mi propio sentir, pero también convidando el sentir de personas con quienes mantengo contacto y conversación, es que pertenecemos a una generación y ya varias generaciones, que hemos aprendido a construir realidad y a hacer real nuestra existencia en la patria colombiana en la guerra, todos nuestros códigos están digamos como inmersos dictados, codificados, enlazados, por eso que ha terminado siendo, desgraciadamente, como el estado natural de la vida en Colombia, de tal modo que pensar en una convivencia en que se vuelvan valores determinantes la cultura, el desarrollo científico, grados altos de calidad de vida en las ciudades y en el campo, buenas condiciones en el trato de los recursos naturales, exigiría como todo un aprendizaje, aprender a vivir en paz, no hacer algo que se derive mecánicamente de seres que no hemos sabido sino vivir en guerra, ¿Cuáles son para Jorge Giraldo las claves de ese aprendizaje?, claves que tendría que saber encarnar individuo por individuo y grupo por grupo para que este proyecto que tenemos en el horizonte no termine siendo fallido.

JGR: Carlos, yo creería hoy que el principal problema que tenemos nosotros es la dificultad de transmitir los aprendizajes de unas generaciones y de unas personas concretas a las nuevas generaciones. Al cabo de reflexionar sobre este tema no soy tan pesimista respecto a la condición del ser colombiano -si es que es alguna cosa eso de ser colombiano- porque en los últimos 50 años, en lo que tengo de vida, he visto, y en algunos momentos he participado también de unas actividades, de unas agrupaciones humanas que ensayaron estos caminos digamos contestatarios, conflictivos y que hicieron aprendizajes. Fruto de eso yo creo que son –bueno, no me tocó– los acuerdos que dieron lugar al Frente Nacional, y después los acuerdos que se hicieron a lo largo de la década del noventa, luego los que se hicieron a principios de la década pasada.
Ahora estamos presenciando un nuevo intento y encuentro de otras generaciones de personas que se están acercando hoy a unas conversaciones con el gobierno colombiano -que probablemente estén llegando con cierta tardanza a estas conclusiones- y empezando a transitar un recorrido conocido por aquellos otros grupos que mencioné. Mi pregunta es, ¿cómo hacemos para transmitir esos aprendizajes que tuvimos unas generaciones –unas pasadas, otras con cierto presente– a las generaciones actuales y a las venideras para dejar de tener la sensación de vivir en una vida circular, como la que García Márquez describe en Cien años de soledad, y para sentir que podemos pasar a una nueva fase de la vida colombiana? ¿Cómo hacemos para que las preguntas y los retos de las personas y de las comunidades sean distintos a esta cosa que hemos estado ensayando con muchas frustraciones durante los últimos 50 años? Entonces, yo creo que la principal pregunta es esa, o el principal problema, ¿cómo instalamos en las nuevas generaciones unos aprendizajes que ya hicieron –para mencionar nombres propios, personajes como Antonio Navarro Wolff, por decir algo, o estos señores que participaron en las negociaciones con los grupos de autodefensas, o estos señores que van a entrar en las negociaciones de ahora– cómo hacer que esa trayectoria vital no se repita en las próximas generaciones y haya un aprendizaje social eficaz de lo que esos grupos y esos personajes vivieron en su experiencia personal y política?

lunes, 16 de septiembre de 2013

Diálogo II

Segunda parte del Diálogo con Carlos Vásquez Tamayo, Emisora Cultural Universidad de Antioquia, 09.10.12.

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CVT: Entre tanto, compartir con los oyentes que Jorge Giraldo ejerce como intelectual en el más responsable y bello sentido de la palabra. Además de su labor como profesor es un columnista habitual no solo en temas de política, de actualidad política, sino en temas de cultura, de ciudadanía en el periódico El Colombiano y tiene además, un muy atractivo blog que estuve consultando también, que se llama Amaranto; es decir, también se está moviendo en las redes sociales que me parece una forma de copar espacios, comprometerse con la ilustración ciudadana, con la inteligencia de los ciudadanos, abrirse a las opiniones de ellos e intercambiar conversaciones. También quiero contarles que estamos en medio del ambiente universitario, los estudiantes están en la biblioteca estudiando, conversando, trabajando y estamos acá con Luis Germán Sierra nuestro anfitrión de la tarde de hoy.
Yo quiero que engrosemos, Jorge Giraldo, algunas ideas que me llamaron poderosamente la atención en esta comprensión suya de la guerra posmoderna que son ideas que por demás cobran una vigencia tremenda y que deberían ser tenidas en cuenta en los momentos por los que estamos pasando en esta Colombia que busca nuevas comprensiones de la relación entre la guerra y la paz. Primera idea: la idea de recuperar al enemigo para traerlo al campo político y, segunda idea, tratar a los individuos guerreros en condiciones de igualdad moral. Por favor Jorge Giraldo estas dos ideas tan subjetivas quiero que las comentemos.

JGR: Carlos, digamos que una de las cosas más terribles que sucedieron a partir de 1991, y sobre todo con las guerras de los Balcanes y las posteriores, fue la expulsión de los enemigos bélicos del campo político. De buenas a primeras se borró la idea clásica en Occidente –de que los guerreros situados en el otro lado, es decir, aquellos distintos a nosotros, aquellos que nos combaten, están en un plano político y que hay que tratar de mantenerlos siempre en ese plano político para que la paz sea posible. Esta es una cosa que desapareció durante la década de los noventa y durante la década siguiente, en el mundo y rápidamente llegó a Colombia. Hoy todavía en el Norte es difícil entender que se trate a los enemigos combatientes como agentes políticos. Como lo acabas de mencionar, en Colombia estamos tratando de darnos una oportunidad ahora en pleno año 2012 y volvemos a tener alguna expectativa, cierto grado de –yo diría con mucho recato– de esperanza. Eso lo veo bien; veo bien que la ciudadanía haya recibido estas negociaciones del gobierno y las Farc con mucha calma y con cierta dosis de escepticismo, que me parece sano.
Pero digamos que la idea fundamental es tratar de entender que al otro lado hay algunas lógicas, hay algunas explicaciones que es posible comprender, y que si bien podemos tener unas diferencias políticas, incluso podemos sentir unos agravios morales muy fuertes, ese es un camino que nunca debimos haber cerrado y que cualquier oportunidad de volver abrirlo creo que tiene que ser, primero, bienvenida y, después, acompañada de tal manera que estos esfuerzos no redunden en un fracaso. Y la segunda idea, está asociada con ella, es la idea de cómo tratar estos individuos. Es comprensible que haya dolor, que haya rabia -son emociones que expresan sentimientos morales- pero es muy importante no perder de vista que al frente tenemos seres humanos y que hay que hacer todo lo posible por mantener esa relación en el plano humano. Yo creo que hay que abandonar los caminos de estigmatización y de repugnancia que a veces hemos acostumbrado en nuestra sociedad; que los hemos vivido recientemente con el proceso de reinserción a la vida civil de grupos paramilitares, de guerrilleros que se han desmovilizado individualmente. Creo que ese es otro plano también muy importante del problema.

CVT: Hay en estas afirmaciones de Jorge Giraldo pistas que alimentan la conversación, de hecho este programa radial como le comentaba antes de comenzar, surge como un espacio para cultivar la conversación, explorar la conversación, tocar sus límites, ampliar sus límites, medir sus responsabilidades y al mismo tiempo su capacidad de riesgo y creación. A mí me gusta mucho esa idea de que si queremos buscar la paz tenemos que volvernos a preguntar que se requiere para conversar, que es uno de los artes más arraigados en la condición de humanidad y al mismo tiempo de los mas difícilmente practicables. Cuán difícil es conversar auténticamente, que la conversación no sea, digamos una especie de operación que enmascara relaciones de jerarquía, o formas de mando odiosas, o espacios para darle órdenes a los otros y cosas así. La igualdad de condiciones, el derecho igualitario a la palabra, la capacidad de réplica, la oportunidad de no ponerse de acuerdo, el que el desacuerdo no se convierta necesariamente en motivo de conflicto o de aniquilación de la otra persona, son artes dificilísimos que involucran no solo la vida privada sino la política.
Como estamos ad portas de una conversación y yo soy de quienes piensan que esa conversación con todo y que debe ser prudente, tiene que estar a la vista y al oído de la opinión pública, porque no hablamos, Jorge Giraldo, de las que son para ustedes condiciones de la conversación, en particular de la conversación de los hermanos colombianos que durante años por no decir siglos, nos hemos estado aniquilando unos a otros y hemos demostrado, casi, la incapacidad dramática de habitar como hermanos, cooperantes y fraternos la tierra colombiana. Hay otras dos frases muy hermosas suyas, usted dice: “ni dioses ni bestias, solo seres humanos que viven en comunidad”, y dice también: “ni héroes ni mártires, solo personas falibles”. Qué cosa más hermosa en una época en que nuestro lenguaje se contaminó totalmente y hablamos del contendiente como infrahumano, bestia, y en ese término terrorista prácticamente incluimos todo aquello que no se no parecía, y que no podíamos controlar, de tal modo que uno piensa que una conversación tendría que empezar por decir, vamos efectivamente a conversar, es decir, habitar el lenguaje.

JGR: Sí Carlos, yo creo que nosotros tenemos una herencia o, mejor dicho, tenemos una configuración cultural que nos ha hecho muy propensos a la idea de la verdad y a la idea de que es posible que esa verdad resida en un solo hombre o resida en un solo grupo humano, llámese un grupo social o un grupo político, y me parece que al cabo esto ya es un sino. Usted que conoce muy bien la filosofía contemporánea, sabe que tenemos que empezar haciéndonos un cuestionamiento a esas pretensiones de verdad unilaterales, pensar en que no puede haber una verdad distinta a la verdad que sea construida entre toda la comunidad política, que no es posible que exista una verdad alrededor de la cual no existan acuerdos de las personas de carne y hueso y de los agentes sociales que efectivamente están operando en una sociedad concreta, como en este caso la sociedad colombiana. Yo creo que la idea de la falibilidad es una idea fundamental para poder abordar cualquier conversación que pretenda ser una conversación constructiva o que pretenda ser una conversación con pretensiones de eficacia, es decir con pretensiones de modificar la realidad en algunos de los aspectos y, por eso, cuando uno se sienta con otro, tiene que admitir que el otro tiene razones, que tiene argumentos, que tiene sus propias convicciones y que, a lo mejor, ese ángulo desde donde está hablando el otro arroja una luz nueva o distinta frente a nuestras convicciones; entonces esa idea de la falibilidad que, de alguna manera, también es la idea de adoptar una actitud, digamos una disposición a dejarse permear por los demás, es fundamental para que cualquier conversación pueda proseguir. No sé si lo leí de alguien o me lo estoy inventando en este momento, alguien decía que la vida en comunidad era una conversación, o bueno creo que esto lo decía Nietzsche a propósito del matrimonio, creo que se podría aplicar a la vida política igual, la comunidad política tiene que posibilitar una conversación que, por supuesto, debe tener contingencias como cualquier conversación pero que lo más importante en la comunidad política es garantizar que esa conversación se pueda llevar a cabo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Hace 36 años

Para los que ya no somos jóvenes es inevitable el recuerdo del Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977. Tengo la impresión de que el paro que está viviendo todavía el país es más nacional, largo y masivo que aquel. Como lo dijo hace poco Alfonso Gómez Méndez, “ahora se produjeron las movilizaciones más grandes de nuestra historia reciente” (El Tiempo, 04.09.13). Habrá que esperar estudios comparativos más pausados y rigurosos.

Hay muchísimas tentaciones comparativas: las acusaciones (falsas) del Ministro de Gobierno Rafael Pardo Buelvas a Misael Pastrana y a Carlos Lleras por apoyar el paro, los ataques del alvarismo de entonces a los que tenían intereses electorales en la protesta, la diatriba contra el diario La República por editorializar a favor del paro, la posición de Lleras condenando “los atentados terroristas y la estúpida destrucción de bienes que pertenecen a la comunidad” (Nueva Frontera, 14.09.77).

Me limitaré a recordar el editorial firmado por Luis Carlos Galán en Nueva Frontera, titulado “Llamamiento a la paz” (21.09.77). El argumento general de Galán ayuda a entender el título y fue este: Colombia ha recorrido un largo y doloroso camino construyendo la paz política y esa paz está amenazada por los problemas sociales. Galán valoraba positivamente los acuerdos de 1957 y los logros del Frente Nacional. Todo esto se puede perder, anuncia, “poniendo en peligro la paz social y dejándose arrastrar a un enfrentamiento agresivo, rencoroso e incontrolable entre las clases sociales”.

Lleras Restrepo había escrito pocos días antes del paro que prefería los “mecanismos preventivos” antes que “decretos de intimidación propicios a generar reacciones coléricas” (Nueva Frontera, 14.09.77). Pero Galán, en su editorial, transformó ese argumento eficaz en una postura reformista. Dijo: “la evolución social del país será pacífica si los colombianos acometemos reformas de fondo, concientes de que la igualdad de oportunidades es un derecho y una necesidad imprescindible de las sociedades modernas”.

Quien luego fuera fundador del Nuevo Liberalismo, termina: “todos los colombianos tuvimos la oportunidad de escuchar una voz de alarma; si sabemos atender cuidadosa y responsablemente su significado, podremos conseguir todavía, que la justicia social se realice entre nosotros sin necesidad de construirla sobre el sacrificio y el dolor de miles de víctimas inocentes de todos los sectores de nuestra Nación”.

El reto de hoy es entender. Hay que interpretar las señales que envía la protesta, hay que comprender las consignas que parecen extrañas, hay que prever las consecuencias posibles de esa furia. Si los dirigentes se siguen tapando los ojos, y se contentan solo condenando a los “vándalos”, pagaremos el precio.

Medios. A los que creyeron que mi columna sobre los medios de comunicación era un cuento viejo les va este dato: según Gallup los medios tienen la mayor imagen desfavorable (37%) en lo que va del siglo.

El Colombiano, 8 de septiembre

lunes, 9 de septiembre de 2013

Diálogo con Carlos Vásquez Tamayo

El 9 de octubre de 2012, el filósofo y poeta Carlos Vásquez Tamayo tuvo la deferencia de invitarme a su programa en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia llamado "Diálogos". Un año después, me decido a publicar esta entrevista, apenas depurada de las muletillas y repeticiones coloquiales más protuberantes.

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JGR: Carlos, muchísimas gracias por la invitación, me toca tomar un poco de aire porque me resultan muy conmovedoras las dos páginas que leíste de Foucault sobre esta condición tan paradójica, tan contradictoria, tan problemática del intelectual, pero bueno, sobre todo porque las hayas escogido precisamente para abrir esta conversación.

CVT: Si Jorge Giraldo, en realidad las escogí porque con todo y lo problemático como usted dice de este término, es un término al mismo tiempo muy atractivo, atrayente, porque apunta en buena medida, pienso yo, a algo que podríamos llamar la responsabilidad de un profesor universitario que ha tenido ocasión de formarse en los más altos niveles de la espiritualidad, de estudiar a fondo los problemas. Yo conocí a Jorge Giraldo durante su formación como doctor en filosofía, y me llamó mucho la atención que hubiera escogido para su tesis doctoral, un tema que podría ser considerado tabú para la academia, un tema que él asumió con entera franqueza intelectual, sin tapujos, sin falsas sutilezas, pero desprovisto también de cualquier intención escandalosa o provocadora cual es el tema de la guerra. Es la primera temática que yo quiero abordar con usted. Yo estuve leyendo, Jorge Giraldo, para esta conversación, una bella conferencia suya titulada: "Guerra posmoderna: de tiranos y piratas" y en esa conferencia usted se plantea la pregunta acerca de las nuevas formas de la guerra que ya no están digamos inspiradas al abrigo del humanismo ilustrado y de la modernidad, hablemos de esa idea de la guerra postmoderna de sus figuras, sus tiranos y piratas unas nuevas figuras y unas nuevas condiciones.

JGR: Sí Carlos. Digamos que, cuando yo empecé a estudiar de una manera sistemática la filosofía, que no fue en mi pregrado –mi pregrado es en filosofía e historia, es una licenciatura– sino en la maestría, precisamente en el Instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia y después en el doctorado, yo sentía la obligación de pensar el tema de la guerra, precisamente por la situación colombiana, y en la mitad de las reflexiones entre la maestría y el doctorado vino aquella cosa de las Torres Gemelas y una situación contemporánea muy especial. En primer lugar una exasperación, pudiéramos decir casi que global. Nosotros teníamos nuestros propios motivos locales para estar desesperados o atemorizados, pero había una situación muy particular en Europa y en los Estados Unidos –que de todas maneras siguen siendo el centro de la cultura occidental– y esto estaba aunado con una conmoción muy profunda porque parecía que la palabra guerra había desaparecido del diccionario, que la condición de guerreros, de combatientes, había desaparecido del derecho público y con ello la posibilidad de hacer la paz.
La paz es una idea muy cara –ya que vos la mencionaste– a la Ilustración. Pero, además de la ilustración alemana del famoso texto de Kant, también hay que recordar la ilustración del Renacimiento, tanto a Erasmo como a los escolásticos españoles tan preocupados por el tema de la paz, que parecía en vías de extinción. Entonces, por eso mi reflexión. Mi idea es tratar de repensar el fenómeno de la guerra y las categorías que están asociadas a ese fenómeno, y de manera muy importante, el de la paz para una condición nueva en la que ya no hay ejércitos.
Ayer leíamos en la prensa local una cosa que ya dejó de ser ciencia ficción y es que las guerras del futuro serán guerras de robots, de máquinas y esto tiene una implicación muy profunda para la filosofía y el humanismo, y es qué pasa cuando el medio de destrucción se despersonaliza, cuando el objeto de la destrucción se despersonaliza y se deshumaniza, entonces esas eran las preguntas que yo me estaba haciendo hace 15 y 10 años, y que después tuve la oportunidad de expresar en la conferencia corta en la Cátedra Héctor Abad Gómez, a al que te referís.
Estas figuras del tirano y del pirata se usaron empezando el segundo milenio, las usó Juan de Salisbury, y me parecieron muy propicias porque en la condición de comienzos del tercer milenio eso era lo que me parecía que estaba imperando. Estaba imperando la idea de un poder muy avasallante en el Norte –claramente en Estados Unidos, pero también en Europa– y de una contestación a ese poder suprema o aparentemente carente de racionalidad, como era la que suponía el llamado terrorismo islámico y que después fue el mote que se usó en todos nuestros países. Digamos que dejamos de tener guerreros y pasamos a tener terroristas de un día a otro sin que mediaran una reflexión, una interrogación, acerca de qué significaba ese desplazamiento conceptual.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Medios demediados

Los medios de comunicación están en barrena. Uno tiende a creer que se trata de una postura intelectual, pero no. Es una opinión ampliamente difundida.

En un trabajo realizado recientemente bajo mi dirección por la Universidad EAFIT (por iniciativa de la Gobernación de Antioquia y con el apoyo de Sura) se halló que en Antioquia el 51% de la gente no confía en los medios de comunicación, porcentaje que sube al 54% en el Valle de Aburrá, al 55% entre los jóvenes de 16 a 24 años, al 58% de las gentes de estratos altos y se dispara al 61% en el grupo con edades entre 25 y 34 años.

La más reciente encuesta de Invamer-Gallup para Colombia (agosto de 1013) muestra una desfavorabilidad del 37%, la más alta desde el 2000. Pero la desfavorabilidad de abril pasado (33%) también había quebrado el récord. La opinión desfavorable hacia los medios de comunicación durante este gobierno nunca ha descendido desde la primera medición de septiembre de 2010 cuando fue del 21%.

Que los propios medios no divulguen este dato habla de su baja capacidad autocrítica.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Medios diezmados

La evolución de los medios de comunicación en Colombia –especialmente de los que tienen mayor penetración como la televisión y la radio– puede retratarse a través de ciertas trayectorias individuales, como las de un miembro de la audiencia y o un agente mediático.

No tengo más referentes para la audiencia que mis cercanos y yo mismo. Digamos que esta es una trayectoria de arrinconamiento. Por tradición yo escuchaba Caracol pero la fatiga me envió una temporada no más larga que tres días a RCN. Entonces decidí pasarme a los noticieros locales, cuya pobreza en la edición, repetitividad y falta de imaginación me espantó de nuevo. En televisión hubo alternativas antes de que Caracol y RCN monopolizaran el espectro, pero ya no existen. Esto hace que en ambos medios, uno no se mantenga; básicamente lo que uno hace es huir de una emisora a otra: los lentos huimos periódicamente, los rápidos huyen cada 30 segundos.

Si vamos a hablar de referentes periodísticos, lo que encontramos es la enorme diferencia entre el periodista y el empleado. Aquí hay dos parábolas parecidas. Una como la de Juan Gossaín: magnífico reportero de El Heraldo y El Espectador, director inocuo y a veces inicuo de un noticiero de radio, hoy otra vez lúcido y atrevido como periodista independiente. Otra como la de Yamit Amat: columnista audaz en El Espacio, vocero de palacio en Caracol, innovador en Radio Net y ahora trastocado otra vez en agente de prensa del gobierno.

Perece ser que el problema no son los periodistas, su calidad o idoneidad. Parece que el problema está en otra parte. La conversión de las grandes cadenas de televisión y radio en departamentos de comunicación de grandes grupos económicos; verdadera desgracia para las libertades de expresión y de opinión que también ha caído sobre periódicos tradicionales como El Tiempo y El Espectador. Esta es una auténtica maquinaria de producción que devora cualquier talento intelectual. Otra cosa son los vergonzosos eventos coyunturales en los que los anunciantes determinan la calidad de la noticia y las relaciones de parentesco conducen la línea editorial del medio.

Pero el problema no es solo de dinero. Tal vez el tema principal sea de cultura democrática. Es lamentable que en la segunda década del siglo XXI, más de 20 de años después de la promulgación de la Constitución de 1991, en Colombia todavía haya tan poco espacio para la deliberación, el disenso y la controversia. Medios de comunicación, periodistas, otros generadores de opinión, a veces parecemos acogotados por lo que Erich Fromm llamó “el miedo a la libertad”.

Queda algo de oxígeno en portales alternativos como La silla vacía y Razón Pública, en la prensa escrita y la televisión regionales. Otra cosa, es la dispersión y exuberancia sin pausa ni análisis que caracteriza a las redes sociales.

El Colombiano, 1 de septiembre