lunes, 30 de diciembre de 2013

No es tiempo de celebraciones

Es mejor siempre corregirse que confirmarse, especialmente cuando aquello que se revisa tiene un aspecto negativo, pero a veces la realidad se empecina por más que intentemos refrescar la mirada. Hace dos años, en esta misma columna, afirmé, dando cuenta de la situación nacional, que “estamos viviendo en una burbuja llena de una autocomplacencia que no tiene justificación” (El Colombiano, 26.12.11). Hoy debo reafirmar mi pesimismo respecto a la situación del país.

De parte del gobierno nacional, solo un dato: acaba de anunciar con bombos y platillos que el 2014 será el “año de la gran ejecución por la ola invernal” (El Tiempo, 13.12.13). ¡Una vergüenza! Tres años después, 300 muertos después, 3 millones de damnificados después, el gobierno se ufana haciendo otra promesa con fuerte ingrediente electoral.

De parte de la sociedad, el país presenció el alzamiento social más importante del último medio siglo durante las jornadas que recibieron el nombre de “paro agrario”. La gravedad del acontecimiento radica en que mostró que en Colombia existe una gran inconformidad en la población y que esa inconformidad no encuentra canales de expresión ni en el congreso, ni en los partidos, ni en las organizaciones sociales tradicionales. Y la historia enseña que ese tipo de expresiones tienen consecuencias. Hoy nadie está pensando en ellas.

Así que debo insistir en una visión gris de la situación del país y me viene a la mente, entonces, una obra del gran artista que murió este año: Lou Reed. En 1988 cuando todo parecía inmóvil y tranquilo publicó un disco (New York) que expresaba la desazón que se desbordó después en los hechos de 1989 que cambiaron la historia y el rumbo de todo el mundo, incluyéndonos a nosotros.

En ese elepé hay una canción que se titula “No es tiempo”. Ella dice cosas que, imagino, tenían destinatarios particulares. Por ejemplo, señores políticos: No es momento para palmaditas en la espalda, para felicitaciones; no es momento para discursos memorizados ni para venganzas particulares; no es momento para ignorar los avisos.

O tal vez, señores intelectuales: No es momento para pensamientos interminables, para circunloquios, para búsquedas introspectivas. Para los empresarios: no es momento para beneficios particulares ni para limpiar las joyas. O, con seguridad, un mensaje para los ciudadanos: no es momento para dedicarse a beber ni para actuar con fragilidad, no es momento para celebraciones.

Claramente, “no es momento para el optimismo”. Sin embargo, el mensaje de Lou Reed no es de cinismo ni de inmovilidad. Es una invitación al compromiso y a la acción. Algo muy oportuno ahora que se avecinan las elecciones, cuando parece que no hubiera alternativas creíbles y muchos están tentados a votar por inercia. “No dejemos que el pasado se convierta en nuestro destino”, es una buena divisa para el 2014.

El Colombiano, 29 de diciembre

martes, 24 de diciembre de 2013

Equívocos en el debate sobre la destitución de Petro

En un ambiente tan pugnaz como el que se vive hoy en Colombia, con tantas muestras de intolerancia política –que ratifican nuestra posición 18ª. en América en este rubro (Lapop 2012)–, no puede resultar extraño que el debate público esté plagado de sofismas y equívocos, algunos tan protuberantes que no parecen inocentes.

La discusión nacional sobre la destitución del alcalde de Bogotá Gustavo Petro por parte de la Procuraduría es un caso ilustrativo de esta baja calidad de la deliberación y de la forma apresurada, parcializada y, en algunos casos, proterva como han intervenido formadores de opinión y funcionarios gubernamentales. Reseñaré algunos:

1. Criticar el fallo del procurador es apoyar a Petro. Falso. Gran parte de los críticos de la Procuraduría somos, a la vez, críticos de la gestión ineficiente del alcalde y de su política megalómana y errática.
2. El fallo de la Procuraduría es una decisión judicial, se repite por parte de funcionarios y comentaristas. El procurador no es autoridad judicial sino administrativa y, por tanto, sus decisiones carecen de la majestad y de la trascendencia en el Estado de derecho que tienen las que producen los jueces.
3. La intervención de la Fiscalía desconoce la separación de poderes. La Procuraduría General de la Nación no es una rama del poder público, es un organismo de control, y es absurda la pretensión de que carezca de posibilidad de vigilancia o de freno alguno por parte de otros entes estatales. Esto supondría aceptar la existencia de una autoridad omnímoda y soberana en este organismo.
4. Los errores de enfoque, planeación o ejecución de las políticas públicas son castigables por los organismos de control. Se trata de un precedente peligroso e ilegal pues las normas son claras en asegurar que solo deberían serlo las actividades que infrinjan la ley penal. Las malas políticas públicas las juzgan los ciudadanos en las urnas.
5. El procurador es inmune. Falso. La procuraduría no es organismo diseñado para legislar, interpretar la ley o crear jurisprudencia, por lo tanto sus fallos deberían ser controvertibles por naturaleza. El vacío que dejó la Constitución de 1991 respecto a la posibilidad de abuso por parte del procurador más bien avala la posibilidad del control ciudadano que la omnipotencia del funcionario.
6. La movilización ciudadana contra el fallo del procurador o la simple crítica al mismo supone un mal comportamiento ciudadano. Falso. La democracia garantiza la libertad de expresión y de movilización. La ciudadanía activa de algunos sectores de la población afirma mejor la democracia que el sectarismo de sus críticos.

Ahora bien, en medio de tanta algarabía, ¿dónde están los partidos? ¿cuál es la posición de los liberales y de la U sobre el asunto? ¿y los congresistas? Tal y como pasó con el paro agrario, todos comen callados.

El Colombiano, 22 de diciembre

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La Habana, acuerdo sin reconciliación

Todo indica que en La Habana habrá acuerdo y también que la fecha del mismo depende de las Farc porque el gobierno perdió el reloj de la negociación. El acuerdo se dará porque las Farc necesitan maquillar su derrota y su desmovilización con frases grandilocuentes y porque Santos debe culminar la tarea estratégica de Uribe con una cereza diplomática.

Los analistas concuerdan en que una cosa es el acuerdo con las Farc y otra muy distinta es la finalización de la violencia. Pero ya va siendo claro, también, que el acuerdo no basta para se produzca la reconciliación. Más aún, dados los últimos hechos –que expresan procesos más profundos– podríamos decir que se están incubando nuevas arenas de conflictividad desde varios flancos.

El primero son las propias Farc. El alevoso ataque a Inzá en la madrugada del 7 de diciembre demuestra que a esta guerrilla no le interesa en lo más mínimo la posibilidad de reconciliarse con sus conciudadanos. Cuando Nelson Mandela les explicó a sus jueces su actividad subversiva, hace 50 años, dijo que había elegido acciones que produjeran el mínimo resentimiento posible. Las Farc hacen exactamente lo contrario esparciendo sufrimiento a los más humildes en Cauca, Arauca y el norte de Antioquia (la última contra Reforestadora El Guásimo).

El segundo flanco proviene del gobierno nacional. El gobierno de Juan Manuel Santos está llevando sus relaciones con nuestra variopinta oposición al punto de convertirla en la nueva encarnación de la enemistad política. Álvaro Uribe, Jorge Robledo y Gustavo Petro han sido los blancos preferidos de los ataques de escribanos, ministros y del propio presidente. Quien tiene la responsabilidad de mantener las diferencias en un plano conciliador es el Presidente, pero Santos se ha decidido a sacrificar los acuerdos con sectores institucionalizados, llegando a la indeseable situación de un acuerdo con las Farc sin consenso nacional.

El tercer flanco proviene de las autoridades, de las cuales la más dañina es el procurador Alejandro Ordoñez. La manera fanática y tiránica como ha conducido la gestión en la Procuraduría General de la Nación abrió ya una grieta institucional y política que, probablemente, no será fácil de cerrar. La destitución del alcalde de Bogotá es un despropósito jurídico como lo demostró hace poco el exmagistrado Luis Fernando Álvarez (El Colombiano, 13.12.13), y es una amenaza contra la democracia y el pluralismo político como lo argumentó Kevin Whitaker, nominado a la embajada de Estados Unidos en Colombia.

En estas condiciones la ciudadanía y la opinión pública se desconciertan, se fragmentan y alimentan sentimientos de crispación, desánimo y descrédito en los dirigentes y en las instituciones. Aún se pueden enderezar algunos entuertos y del único que se tiene que esperar algún viraje es del Presidente, pero las adulaciones inverosímiles de los asesores y la prensa no le ayudan.

El Colombiano, 15 de diciembre

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pablo Escobar y el agente Smith

Medio mundo sabe quién fue Pablo Escobar. Quedó demostrado por la cobertura mediática internacional en el vigésimo aniversario de su muerte. Menos popular es el Agente Smith, personaje de la película The Matrix (Hermanos Wachowski, 1999). El Agente Smith tiene varios poderes entre ellos el de la ubicuidad incorporándose en cualquier humano que esté al pie de una línea telefónica y el de destruir a sus enemigos invadiendo sus cuerpos. El Agente Smith es el malo de la película.

Pablo Escobar se convirtió en el enemigo más temible de la sociedad colombiana a mediados de los años ochenta del siglo pasado y lo hizo a través de una declaración –como en las guerras viejas– y también mediante el ataque más masivo, urbano e intenso que haya vivido el país en cualquier época. Escobar emergió como enemigo y el Estado y una parte de la sociedad lo asumió y lo enfrentó así.

Pero antes de ser el enemigo público número uno, intentó ser el mejor amigo: fue concejal de Envigado y representante a la cámara por el Partido Liberal, financió campañas presidenciales, fue socio de algunos sectores de la iglesia católica, sustento de los mayores triunfos futbolísticos del país, hizo obras públicas y ofreció pagar la deuda externa. No interesa aquí volver a contar de qué modo ocurrió esta transformación.

Escobar murió y el cartel que lideraba fue desmantelado, así como otras grandes organizaciones criminales, pero el problema no ha desaparecido. Una voz autorizada –el general retirado Óscar Naranjo– dice que “la mafia se fue volviendo prácticamente invisible, pero no por ello dejó de existir o de ser peligrosa… el narcotráfico sigue siendo una de las principales enfermedades de la sociedad contemporánea” (“Del terror a la esperanza”, Semana, 23.11.13).

A mí la afirmación de Naranjo me parece optimista. El Estado logró sortear la peor amenaza de su historia, superando el riesgo del colapso. Pero, ¿y el sistema democrático? ¿Hemos evitado –como dice Naranjo– que Colombia se convierta en una narcodemocracia?

La profesora Julieta Lemaitre de la Universidad de Los Andes sostiene la tesis de que la Constitución de 1991 se puede entender como parte de la paz con los narcotraficantes (La paz en cuestión, 2011). Tres años después de la Asamblea Nacional Constituyente el cartel de Cali logró poner a Ernesto Samper en la presidencia de la República. Ocho años más tarde los grupos de autodefensa y paramilitares se ufanaban de tener una tercera parte del congreso.

Esto significa que en Colombia la cuestión de si hacemos una democracia para los ciudadanos o para las mafias todavía no está resuelta, y que más bien se está definiendo siempre en cada elección. Pablo Escobar murió, pero el narcotráfico nos sigue atacando como el Agente Smith de The Matrix, ahora desde el interior del sistema político.

El Colombiano, 8 de diciembre

domingo, 8 de diciembre de 2013

Antropoceno

El debate sobre el cambio climático o, ampliamente, sobre la huella de la población humana sobre la tierra está empezando a evidenciar en los últimos años ha adquirido unas aristas insospechadas. Antes que aceptar las evidencias científicas, los sectores negacionistas se han resguardado en tesis poco fundadas para hacer valer su ideología y sus intereses. Por el contrario, en la orilla científica la alarma sigue creciendo.

En 2002 el premio Nobel de química Paul Crutzen acuñó el término antropoceno para resaltar los cambios gigantescos que ha propiciado la humanidad sobre el clima, las demás formas de vida que habitan el planeta y la geología misma y que repercutirían en los próximos decenios. El antropoceno sustituiría al holoceno como época más reciente del periodo cuaternario, según la disciplina de la estratigrafía. Sigo en esta información al escritor Roy Scranton (“Learning How to Die in the Anthropocene”, The Stone, 10.11.13).
      
En el antropoceno las consecuencias de la intervención humana sobre el planeta emergen como el principal problema no solo en campos obvios como el clima o la salud, sino también en otros como el desarrollo, la economía, la política y la seguridad. Sí. Scranton cita al Almirante Samuel J. Locklear III afirmando que el principal reto de seguridad de Estados Unidos es el cambio climático, por encima del terrorismo o el riesgo chino. El antropoceno hará obsoleta la antigua distinción filosófica entre catástrofes naturales y calamidades humanas. En esta era no hay desastre en el que no intervenga el ser humano.

Entre nosotros también se vive esta disputa entre advertidos y negacionistas. En medio de problemas acuciantes, la conciencia ambiental se viene abriendo paso. Según el estudio sobre valores en Antioquia –Gobernación de Antioquia, Sura y Universidad Eafit– la confianza en las organizaciones ambientalistas es del 71%, la más alta para cualquier tipo de organización superando a la iglesia (69%), las grandes empresas (60%) y las fuerzas armadas (58%). Más aún, el 70% de los antioqueños considera más importante el cuidado del medio ambiente que el crecimiento económico, así este se asocie con promesas de empleo.

Puede ser una mezcla de información, sentido común y reacción momentánea ante las catástrofes que presenciamos tanto en lugares lejanos como en la propia casa. El caso es que los efectos climáticos, ambientales y paisajísticos son inocultables, y los desastres ocasionados por la depredación ocasionada en las grandes ciudades por el complejo “político-constructor” ya no distinguen entre clases sociales. Hoy son tan graves los desórdenes derivados de la pobreza como el daño social que produce el afán por el estatus.

Nuestros negacionistas son los administradores públicos, políticos y empresarios, que siguen predicando que el desarrollo económico y el “progreso” son más importantes que el ambiente. Más temprano que tarde, la ciudadanía y la naturaleza pasarán su cuenta de cobro.
 
El Colombiano, 1 de diciembre

Reprobando

La democracia colombiana siempre ha sido considerada ejemplar en Latinoamérica, por su continuidad, estabilidad y coherencia formal. Hay que decir, que esos elogios se han pronunciado teniendo en cuenta los parámetros latinoamericanos –que no son los mejores del mundo– y desde una perspectiva histórica de largo plazo –más que de comparaciones sincrónicas.

La reelección inmediata del presidente de la república ya está cambiando esa situación en tanto se está convirtiendo en un factor distorsionador de la estructura estatal, un catalizador de  las perversiones del ejercicio de la política y un rasgo distintivo que nos desliza hacia el peor grupo de América Latina. Y todo por cuenta de la paz: la reelección como figura constitucional se aprobó en 2005 bajo la ansiedad de la paz por medio de la victoria y la reelección gubernamental se justifica en 2013 bajo la inminencia de la paz por medio de la negociación.

La reelección alteró el sentido de la arquitectura institucional que se creó en 1991, al desarticular el engranaje de periodos y alternación en las nominaciones, produciendo un desmesurado desbalance hacia el ejecutivo y deteriorando la precaria división de poderes que existía en el país.

La reelección hizo que el gobierno dejara de actuar como el representante del interés general y se perfilara como un partido más, representante de un grupo de facciones que han puesto sus intereses por encima de cualquier objetivo común. En particular, el presidente y sus ministros se pronuncian como jefes de grupo y han desatado una sañosa campaña contra los líderes de la oposición, llámense ellos Uribe o Robledo, y atacado a los gobernantes locales díscolos, abiertamente como a Petro o disimuladamente como a Fajardo.

Finalmente, si uno mira el mapa institucional latinoamericano, ¿dónde queda Colombia? Yo creo que en cuanto a seguridad jurídica estamos más cerca de Bolivia que de Chile. Creo que nuestra retórica política se parece más a la que predomina en Venezuela que a la que existe en Uruguay. Veo más equilibrio de poderes en México y Costa Rica que acá.

Siempre quedará el recurso a la soberanía popular. La posibilidad de cambiar en las urnas el destino que se nos quiere imponer desde el gobierno y su manguala de medios y de mediocres. Pero, al menos desde los debates fundacionales de los Estados Unidos, plasmados en El federalista, sabemos que las democracias modernas no se alimentan sólo de voluntad popular sino de también de una indispensable estructura institucional de contrapesos.  

Todo esto está pasando en medio de un profundo silencio de los académicos y los intelectuales que se dejaron atrapar en la trampa del dilema entre Uribe y Santos. Valga la pena reconocer el esfuerzo mesurado y profundo de Eduardo Posada Carbó, quien desde su columna en El Tiempo ha sido una luz en este túnel de confusión.
 
El Colombiano, 24 de noviembre

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Pasión única y centenaria


Cuando una multitud renueva una tradición alrededor de una divisa. Abajo, en la cancha no hay fútbol, ni espectáculos, ni mesas con trofeos, ni autoridades. Está claro que tampoco hay farándula, ni dinero (el precedente fue una marcha larga, roja y ruidosa, que se quisieran otras causas). Solo el espíritu de la pasión que nombra nuestra ciudad. Inigualable, inolvidable.

(14 de noviembre del 2013, Estadio Atanasio Girardot -el héroe de la bandera-; en primer plano, Carlos Giraldo).

Déjame gritar

A caballo entre una historia de la vida cotidiana en Medellín, una muestra de casos ilustrativos de las disfuncionalidades de la cultura amorosa y matrimonial a lo largo del siglo XX y una ilustración de la violencia sorda y episódica del tiempo aquel en que no nos matábamos por montones, “Déjame gritar” es el libro que Jorge Mario Betancur presentó hace poco en la Fiesta del Libro.

Las seis historias que se cuentan allí trascurren en Medellín –así se entrelacen con Sopetrán o Rionegro, por ejemplo– entre finales del siglo XIX y los años sesenta. Corresponden al siglo de la industrialización y la urbanización del valle de Aburrá y al apogeo del proyecto antioqueño. La crisis del proyecto regional, que se analiza en la obra de María Teresa Uribe o en el reciente libro de Nicanor Restrepo, apenas se insinúa. Ciertamente el descuartizamiento de Ana Agudelo en 1968 corresponde a la vieja época, mientras el secuestro de Diego Echavarría Misas en 1971 tal vez haya inaugurado otro periodo. En este sentido, “Déjame gritar” retrata la cultura de la Medellín de antes.

“Déjame gritar” se puede leer de muchos modos. Algunos leen básicamente la faz terrible de una sociedad machista (Arcadia 98). El autor cuenta que su puerta de entrada fueron los archivos del manicomio de Bermejal y se autorretrata –en la presentación del libro y en la entrevista de Arcadia– como un relator de la opresión sobre la mujer. Puede ser.

Yo encuentro dos asesinatos: uno de un hombre y otro de una mujer; veo la manipulación hasta el suicidio de una mujer sobre otra; hallo un hombre encerrado en el manicomio para proteger una fortuna familiar; otro hombre que tortura a su esposa y una madre que discrimina y destierra a su hija; un juez decimonónico preocupado por la violencia doméstica como si su mente fuera del siglo XXI y su visión jurídica superara a nuestros contemporáneos.

Esa es la riqueza de estos relatos que se cuentan como cuentos buenos y se sustentan como narraciones históricas, respaldadas por archivos judiciales, periódicos, entrevistas, obras de contexto. Y que se reciben con la tranquilidad con la que pasan las horas porque nada en “Déjame gritar” parece espectacular y todo se aparece como propio de la normalidad, la naturalidad, de una época. Hasta que cerramos el libro y nos damos cuenta que esos caballeros honorables, esos tipos normales, esas señoras de bien que se mantenían en La Candelaria o en la Catedral Metropolitana, encarnaban un mal grande.

O hasta ahora, cuando pienso que la sociedad de ese entonces se desentendió de las dislocaciones entre la modernización y los valores tradicionales, acalló y ocultó el malestar que se propagaba en las familias, las parejas, la amistades y que no conocía clase social ni color de piel.

El Colombiano, 17 de noviembre

jueves, 14 de noviembre de 2013

Leyendo encuestas

Nada más equívocamente sintomático que la presentación de las encuestas preelectorales en los medios de comunicación. Sintomático del diablo de los números (antes los periodistas hablablan del diablillo de la imprenta para justificar los errores); sintómatico de lecturas planas y apresuradas; sintomático del wishful thinking que se ha apoderado de los medios en Bogotá, que quieren hacer presentar a Santos como el gobernante que no es.

Nadie dijo que Vargas Lleras le gana a Santos, ¿por qué? ¿no quieren infundirle malos pensamientos? Nadie dijo que una probable coalición entre el Centro Democrático y el conservatismo estaría en condiciones de disputar seriamente la presidencia, ni que una eventual coalición del Polo Democrático y Alianza Verde tendría hoy cerca del 20% de la intención de voto. Sobre todo, nadie dijo que la mayoría relativa del voto en blanco implica que Santos tiene hoy la reelección más perdida que ganada y que la ciudadanía -especialmente de Bogotá, centrooriente y la región antioqueña y caldense- está esperando mejores propuestas.

Lo que no se dice es que el anumerismo o el simplismo o el amiguismo de algunos medios condena al país a una política sin alternativas, entregada a las viejas familias bogotanas y condenada a cuatro años más de ineficiencia y descalabro institucional.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Metro bizarro

Gracias a la circulación cultural nuestro léxico sufre transformaciones asombrosas. En la mente de alguien de mi generación –que leía a Lope de Vega y a Calderón de la Barca en el colegio, y las revistas de dibujos en las peluquerías– la palabra bizarro es una de las más engañosas.

Definida por la Real Academia de la Lengua Española como “generoso, lucido, espléndido”, bizarro parecía ligada siempre a palabras como noble, honorable, caballeroso, incluso valiente. En inglés el significado es muy distinto. “Grotesco, inesperado”, en el sentido de extraño, dice el Webster, cosa que no aprendimos en el salón de clases sino por las revistas de Supermán. Bizarro era una especie de mutante caracterizado por ser errático, torpe y descontrolado.

Este desdoblamiento léxico ocurre a veces institucionalmente, al menos eso creo que nos está pasando en Medellín con el Metro.

El Metro de Medellín es una de las empresas más admiradas, eficientes y constructivas de la ciudad. El mero proyecto se convirtió en un desafío en la peor época de la región y su finalización supuso un triunfo y un momento de reconocimiento comunitario. El Metro convirtió los extramuros en centros de ornato y nuevos espacios públicos. Se dirá con justeza que el Metro es bizarro en el sentido castizo de la palabra.

Cosa distinta ocurre con Metroplús. Hace poco el diario El Tiempo publicó un reportaje sobre siete “obras inútiles en Colombia” (29.10.13) que comienza con la estación San Pedro de Metroplús, que no fue recibida a satisfacción por el Metro de Medellín y que está siendo objeto de investigación por parte de la Contraloría. La movilización ciudadana en Envigado contra la construcción del tramo 2B puso en evidencia la forma inconsulta y antitécnica como se ha tratado de construir esa obra. Metroplús ya tuvo la destrucción de una estación en una refriega pública, cosa que nunca le ha pasado al Metro.

Basta visitar el trayecto construido desde los límites con Sabaneta hasta la calle 40 sur para ver de qué se trata. Una larga cuneta que constriñe a los peatones entre la vía y altos muros de concreto (el sueño de los bandidos), andenes con menos de dos metros de ancho con cuadrados de tierra para pequeños arbustos, vecindarios completos con su paisaje amputado. Donde Metroplús encontró belleza ahora solo hay losas de concreto y esa es la amenaza para toda la Avenida El Poblado hasta la calle 30.

En los próximos días el Tribunal Superior de Antioquia se pronunciará sobre las acciones interpuestas por los ciudadanos, en un caso que en Estados Unidos se llamaría “Metroplús versus el pueblo de Envigado”. Una empresa pública que está contra la opinión ciudadana es una empresa bizarra en el sentido inglés del término. Esperemos que la Alcaldía de Medellín sí escuche a sus ciudadanos.

El Colombiano, 10 de noviembre

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Space, calamidad y acontecimiento

Respecto al colapso de la torre 6 de la unidad residencial Space en El Poblado, podemos caer en dos situaciones peligrosas para la ciudad y para el país: la trivialización y el olvido.

La trivialización pasa por la idea de que lo que allí pasó no fue tan grave. Un periodista de televisión –afanado y consternado– alcanzó a decir en una trasmisión en directo que “solamente” se había caído una torre. Por supuesto, fue un lapsus, pero corremos el peligro de que se quiera convertir ese lapsus en una valoración social del asunto.

El caso concreto es que nunca antes había pasado en Medellín o en el resto del país que se cayera una torre de veintipico de pisos, habitada, que se llevara consigo otra torre similar. Y no se puede trivializar porque es evidente que se trata de un desastre originado en causas humanas. Que a nadie sensato se le pueda ocurrir que se trata de una acción voluntaria no excluye que los orígenes del daño están en decisiones y acciones humanas. Ya se verá luego lo que dictaminen las diversas autoridades respecto a la individualización y tipificación de las responsabilidades que concurrieron en la producción de esta calamidad.

El olvido es también un ejercicio problemático. El drama de Space no se puede reducir al dolor de los deudos y a las pérdidas de todo tipo de los propietarios. Esto ni es ni se puede reducir a un asunto privado. Por eso es indispensable que se convierta en un acontecimiento.

¿Qué significa que un hecho cualquiera se convierta en acontecimiento? Significa elevarlo a una condición magnífica que impida que se olvide y que obligue a que las cosas conectadas con él cambien radicalmente a partir de ese momento. Que el colapso de Space se convierta en un acontecimiento quiere decir que en adelante la cadena de producción del sector de la construcción tiene que cambiar, que los procesos regulatorios y de control de las entidades estatales sobre la construcción deben reformarse y que los patrones culturales y económicos de consumo de vivienda deben modificarse.

De esta manera comprendo la intervención del alcalde Aníbal Gaviria el lunes 29 de octubre. La claridad del mandatario trasmite el mensaje de quien tiene la intención de que a partir de esta calamidad muchas otras cosas cambien: la legislación nacional, los criterios del plan de ordenamiento territorial, la vigilancia pública sobre el desempeño de los constructores, la prioridad de las personas sobre las empresas.

Entre tanta amargura, los gremios agravan las cosas. Los directivos nacionales de la Lonja y Camacol han sacado a relucir su falta de sensibilidad y civismo; el cinismo de culpar al regulador y exculpar todo error propio. Corroboran las críticas de Gabriel Harry a la dirigencia gremial del país (El Colombiano, 20.10.13).

El Colombiano, 3 de noviembre

miércoles, 30 de octubre de 2013

Pujanza con legalidad

Con ocasión del bicentenario del Acto de Independencia de Antioquia, la Gobernación tomó la iniciativa de indagar por las características culturales de las gentes que hoy pueblan el departamento. Sura respaldó la propuesta y en la Universidad Eafit desarrollamos una parte importante del trabajo, en asocio con Invamer. Los resultados están a punto de publicarse.

Uno de los asuntos identificados fue el que llamamos “reto fundamental de la sociedad antioqueña: combinar pujanza con legalidad”. Tratándose de valores y preferencias un estudio sobre Antioquia tenía que incluir eso que aquí llamamos pujanza, berraquerra (a veces con v), empuje, contemporáneamente emprendimiento, innovación, etc. En tanto cualidad se destaca como la primera (52%) con mucha diferencia respecto a la segunda (amabilidad, 28%).

Sin embargo, la pujanza por sí sola es ambigua. Se pueden tener iniciativa y creatividad tanto para el bien como para el mal, para construir o para destruir, para el beneficio propio exclusivo o para aportarle a la sociedad. La pujanza sin la observación de las reglas sociales conduce a comportamientos que pueden ir desde la temeridad hasta el crimen. Por esa razón, quisimos cruzar la preferencia por la pujanza con la expectativa de cumplimiento de la ley. La matriz nos mostraría subregiones pujantes y legales, pujantes e ilegales, menos pujantes y menos legales, menos pujantes y más legales.

La expectativa de cumplimiento de la ley en Antioquia es baja, apenas 31%. Es decir, el parámetro no es muy exigente. El resultado no es sorprendente pero sí descorazonador: ni el departamento como conjunto ni las subregiones logran combinar pujanza con legalidad. El cuadrante “muy pujante y muy legal” quedó vacío. En la categoría “más pujante y menos legal” solo se ubicó una subregión: Valle de Aburrá. Una pista sobre la ubicación de nuestros problemas con la economía ilegal.

El único trabajo que conozco, similar a este, lo hizo el Pew Research Center en países que integraron la antigua Unión Soviética (Global Attitudes Project, 2011). Allí se consultó si se cree que el progreso de la gente se da por el esfuerzo propio (pujanza) o a costa de los demás (ilegalidad). En Rusia y Ucrania predominó este segundo aspecto. La conclusión de los investigadores es que esta característica debilita la democracia y el capitalismo en estos países.

Un empresario que no cumple la ley no es un capitalista en el sentido weberiano de la palabra, ya que este implica respeto de la ley y de la lógica del mercado. Es un rentista, alguien que acumula riqueza gracias a la corrupción, el incumplimiento de las normas, las relaciones clientelares con las instituciones públicas, la obtención de privilegios y prebendas por parte del Estado.

Nuestro reto sería una sociedad predominantemente pujante con alto respeto por la ley, de lo contrario seguiremos viendo casos como los de Interbolsa y Space.

El Colombiano, 27 de octubre

lunes, 28 de octubre de 2013

Lou Reed, la pérdida

En domingo, en octubre, Lou Reed se encontró con una vieja conocida. La muerte es tan familiar al rock como a cualquier otro arte, pero en el caso de Lou Reed parecía su impronta personal, en su trayectoria vital y en su obra.

Las generosas reseñas de la prensa culta se han concentrado en su primera década como artista, la que va entre 1967 y 1976, si se hace caso omiso a la prehistoria de The velvet underground. Sin embargo, el propio Reed en la introducción a Pass Thru Fire. The Collected Lyrics le presta más atención a otra época, la que va entre 1989 y 1996. Alguien pudiera decir que está reivindicando el periodo más cercano a la edición de sus letras (2000), pero él lo deja claro: “muchas de mis líneas favoritas están en el álbum Magic and Loss”.

Pocas veces las preferencias del artista coinciden con las del espectador, pero en este caso estoy con Lou Reed contra sus críticos. Magic and Loss (1992) es su gran obra así apenas se haya mencionado en los obituarios. Magic and Loss es el abordaje más ambicioso y conmovedor que el rock haya hecho sobre la enfermedad y la muerte. Su profundidad fue intuida por los productores que publicaron el disco con las letras en cinco idiomas, algo inusual para cualquier género de la música.

Si la selección 1001 discos que escuchar antes de morir fuera congruente, el único álbum que ameritaría estar allí es este, pero no está. Si la expresión “antes de morir” no se trivializara con el tipo de actitud que puede hacer que en un ataque de furor alguien se imagine a sí mismo pidiendo en su lecho de muerte La vida es una carnaval, Magic and Loss sería el disco para escuchar y leer como propedéutica para dejar el mundo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Pacto por la ciudad

Fue el pensador argentino José Luis Romero (1909-1977) quien postuló la tesis de que los países están moldeados por sus élites. Esa tesis resulta plausible, al menos para el caso de al configuración de las ciudades colombianas.

La pauta residencial de las élites colombianas –en Bogotá o Medellín– siempre ha sido la de abandonar el centro y deambular cada dos décadas abriendo el perímetro urbano, para terminar en las laderas. En Medellín las élites dejaron La Candelaria en la cuarta década del siglo pasado para irse a Prado, y después abandonarlo en los cincuentas por Laureles, para cambiarlo por El Poblado en los setentas y Envigado en los noventa.

Esta pauta de las élites explica la fisonomía general del urbanismo de nuestras ciudades: ciudades para carros y no para personas, prioridad al espacio privado sobre el público, sobreestimación del lucro a corto plazo y subestimación del impacto ambiental. Las ciudades en las que vivimos hoy –es cierto– son el fruto de una red compleja de arreglos legales pero también informales, una combinación frankesteniana de algo de interés público con muchos intereses privados.

Hasta aquí nada que no ocurra de manera pública y que no sea relativamente común en otras latitudes. Lo particular de nuestro caso es que la configuración de la política pública en el país haya estado desproporcionalmente afectada por los intereses del sector de la construcción, que históricamente ha tenido una gran capacidad de presión sobre las decisiones de los gobiernos locales y nacional. Véase, si no, la influencia de Pedro Gómez Barrero en el Palacio de Nariño y de Álvaro Villegas Moreno en Antioquia, para poner dos ejemplos.

Lo peor. A buena parte del sector de la construcción no le ha bastado la existencia de una ley benévola y ha recurrido a mecanismos ilegales. Es un hecho ampliamente reconocido que algunos constructores trabajan con dos planos: uno para la curaduría y otro el real; cuando no con tres, porque a veces lo que venden no coinciden con las especificaciones técnicas que el comprador no tiene por qué conocer.

La tragedia de Space hoy, como la de Alto Verde hace cinco años, debieran llamar a un pacto de ciudad sobre las políticas de urbanismo y construcción. Y deben ampliarse claramente a los valles de Aburrá y San Nicolás. Los desastres que se vienen con la voracidad urbanística en Envigado, Sabaneta y La Estrella pueden ser mucho mayores. Los únicos muertos nos serán los tigrillos lanudos ni los túneles verdes.

En ese pacto las voces de los ciudadanos deberían tener más peso que las de los gremios, y los gremios deberían llegar con el compromiso previo de adoptar un código ético superior a la ley. No hay opción, porque como dijo el poeta Cavafis: “No hallarás nuevas tierras… la ciudad te seguirá”.

El Colombiano, 20 de octubre

miércoles, 16 de octubre de 2013

Moralistas

En un país donde los argumentos no abundan, los expedientes más habituales para cancelar el razonamiento y los debates son la calumnia, el insulto y la descalificación. Pareciera que esto hubiera ocurrido en un abrir y cerrar de ojos; que la dirigencia nacional y los medios de comunicación hubieran adoptado el léxico de un viernes a medianoche en cualquier bar popular.

No es así. Desde siempre, vocablos como “godo” o “chusma” han sido comunes entre nosotros; qué después se hayan sustituido por “ultraderecha” o “terrorista” no hace ninguna diferencia. Insultar mediante calificativos que se consideran negativos por ideología o por tradición, se entiende aunque sea inaceptable. Más incomprensible es que en Colombia empiecen a usarse como insultos adjetivos que por sí mismos y universalmente son positivos.

Mi caso: No hay que hacer muchos esfuerzos para demostrar que el principal problema del país hoy es la corrupción y que crece exponencialmente con los años. Y queda una sensación de desesperanza cuando los generadores de opinión hacen mutis por el foro, cuando el congreso le hace paro al país (porque nadie dijo que eso era un paro) ni cuando el gobierno sale a comprar al congreso con un cheque de ocho millones mensuales (porque nadie dijo que ese era el precio de volver a sentar a los congresistas).

Pues bien. Resulta que en un contexto como estos, está haciendo carrera un nuevo insulto: moralista. Todo aquel que denuncie la corrupción, que hable de cultura ciudadana, que invite a la autorregulación, la sobriedad o el buen decir, que pregone el respeto a la ley y el comportamiento recto, es despachado sumariamente con el sambenito de ser un moralista.

Pero, ¿quién es un moralista? Hace poco encontré un libro del filósofo español Aurelio Arteta titulado “Tantos tontos tópicos” (Ariel, 2012). El propósito de Arteta es desmontar lugares comunes que resultan inaceptables a la luz de una reflexión detenida. Todo un manual para educar comunicadores y maestros. El libro comienza con “Eres un moralista”.

Según Arteta, moralista es aquella persona que posee la “conciencia de constituir un ser moral”, no un simple individuo que come, duerme y se reproduce; alguien que tiende a juzgar los actos de la vida cotidiana bajo el cristal de lo “bueno y lo malo”; alguien a quien “no le avergüenza hablar de virtud” y que “antepone el punto de vista moral a cualquier otra perspectiva”. El filósofo defiende al moralista porque “la excelencia moral es la que más vale”. El moralista vive haciendo un compromiso público y personal de comportarse correctamente.

Una sociedad donde la trasgresión de la ley es constante, donde se vulnera el valor de la vida detrás de un arma o de una cabrilla, donde el robo se considera destreza y la corrupción sagacidad, necesita moralistas. Cuando tengamos suficientes, veremos como los moderamos.

El Colombiano, 13 de octubre

lunes, 14 de octubre de 2013

Diálogos VI: Medellín, fútbol

Sexta y última parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).

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CVT: “Factor de identidad urbana. En el Medellín pasea el espíritu de universal de la ciudadanía. Ser hincha del Medellín es una forma de ser ante de la vida, una forma de ser democrática, ser hincha del Medellín es tener un gran sentido de la estética”, he ahí algunos de los piropos que le dedica Jorge Giraldo a una de sus pasiones. Yo voy a emplear una palabra que él me autoriza, porque leí en su blog eso, es un fanatismo. Jorge Giraldo dice que es el único fanatismo que él se permite, y ahí la palabra fanatismo se suaviza, casi se dulcifica y se vuelve un gesto del humor. Jorge Giraldo no es, a mi modo de ver, un sociólogo del juego, del deporte, Jorge Giraldo es un filósofo, pero al mismo tiempo, Jorge Giraldo es un hincha del Medellín y yo creo que a él, esa definición de hincha de Medellín le interesa tanto como la definición de doctor en filosofía o la definición de decano de una facultad o incluso más; hablemos de eso ser hincha no de cualquier equipo, no se puede generalizar, sino ser hincha del poderoso DIM.

JGR: Carlos, claro que no se puede generalizar –no sé si lo digo en ese escrito, pero sí lo digo en la calle– porque hinchas no tiene sino el Medellín; los demás equipos tienen admiradores o seguidores, ese es mi decir. Esta es una pasión que se trata de racionalizar, de verbalizar que, después, se convierte en un propósito de construir una identidad alrededor de ello. De pronto viste en mi blog, que hace ocho años (y más) me metí en la idea loca de editar un libro sobre esta condición de ser hincha del Medellín. Puedo decir con cierta razón de que el Medellín es un equipo de poetas, de escritores. En ese libro colaboran Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca, Darío Ruiz Gómez, Juan José Hoyos, hasta Carlos Mario Aguirre (El águila descalza). Tuve la gran dicha de que lo prologara el escritor argentino Roberto Fontanarrosa. Es una reflexión sobre la condición de ser hincha, porque creo que –aunque tengamos otras urgencias más grandes– el fútbol es una parte muy importante de la cultura popular contemporánea. Por eso es tan triste la incursión de la violencia en el fútbol que –esto sonará a queja de viejito– impide que podamos ir al estadio en familia, con los hijos pequeños, como cuenta (en ese mismo libro) Héctor Abad Faciolince que hacía con su papá a quien no le gustaba el fútbol y mientras Héctor veía jugar al Medellín, su padre se llevaba todas las revistas y los periódicos de la semana para leerlos mientras duraba el partido.
Indudablemente que en el fútbol –a propósito del gran historiador Eric Hobsbawm, que murió la semana pasada– hay arte, pasión, belleza, que son cosas que nos ayudan a hacer comuniones. Debo aclarar que mi esposa y mis padres son hinchas del otro equipo (cuyo nombre no se debe mencionar) y que estas comuniones no son obligatorias y no nos impiden convivir, ni siquiera en las relaciones más íntimas y fuertes que tenemos.

CVT: Ahora que hablaba Jorge Giraldo, mencionaba a los poetas y al equipo de los poetas, hay una anécdota que él cuenta que es muy hermosa. El poeta Tartarín Moreira, poeta popular en el bello sentido de la palabra se fugaba del manicomio para ir al estadio para ir ver a jugar al Medellín, me interesa mucho esa figura del hincha, así como me interesa esa idea suya de que el Medellín o el fútbol en general, es una religión pagana y me interesa mucho porque la figura del hincha podría ser una de esas figuras que propicie formar comunidades en el sentido más lúdico de la palabra, más pleno, más de bendición del presente que no implique competencia odiosas o movimientos de segregación y por eso preocupan fenómenos, por ejemplo, como las denominadas barras bravas que son fenómenos contemporáneos muy inquietantes a nivel mundial, como piensa esa figura del hincha como forma de comunidad y las ventajas que tiene en relación con otras formas segregadoras de formar comunidades sociales.

JGR: Carlos, de esto sabes más vos que yo. En muchos sentidos, yo me siento aristotélico y creo que el juego y el arte cumplen una función catártica, una función sublimadora; ayudan a comprender, pero por cierta desgracia, nuestra sociedad se va fragmentando también, tenemos unas comunidades de platónicos que quieren desterrar la poesía, también el fútbol y los fervores que se viven alrededor del arte y del deporte. Me parece que una de las cosas importantes es tratar de entender que allí hay otras cosas distintas al atletismo, la competencia, el folclor (porque una de las cosas interesantes que tiene el fútbol es el folclor). Yo veía aquí a nuestros dos acompañantes con una risa un poco irónica cuando oían mis expresiones acerca del Deportivo Independiente Medellín; eso hace parte de ese folclor revitalizante en el deporte. A parte de eso, creo también alrededor del fútbol hay muchas posibilidades de diálogo, conversación, en fin, de comunicación. Creo que cada vez hay más países del mundo en los que este es uno de los principales motivos de acercamiento con otra persona. Allí hay otro lenguaje universal, distinto a la música, distinto a los lenguajes formales de las matemáticas. El fútbol se volvió un lenguaje universal, en cualquier lugar del mundo donde vas te podés encontrar con un taxista, con una persona totalmente ajena y podés encontrar un objeto que une a las personas. Si se mira de esa forma también podemos hacer relaciones más constructivas alrededor del deporte y de las pasiones futbolísticas, no sólo las de los clubes, también las de las selecciones. Esta es una semana en la cual que juega la selección Colombia, con la cual estamos muy animados otra vez y que por fortuna tiene nuestros colores en la pantaloneta y en las medias. Eso es algo que no debemos abandonar los llamados intelectuales, académicos y filósofos.

CVT: Jorge Giraldo dice también que el fútbol es quizás el único espectáculo que uno paga para ir a sufrir, en Medellín sabemos que hay piropos, por ejemplo, el Poderoso o la Danza del sol, que no sé qué poeta se inventó ese calificativo, pero también hay expresiones que son un poco del humor popular, el equipo que da lástima o el equipo del año entrante. Vamos a cerrar esta conversación por desgracia se nos fue yendo el tiempo como en los partidos de fútbol que están muy buenos y se le van a uno como nada, con dos preguntas puntuales, que serían algo así como dos dilemas éticos ligados a este asunto del deporte, en relación con los cuales quiero una opinión lo más precisa o lo más puntual de Jorge, lo primero, este asunto que se volvió a mover ahora de la presencia de dineros ilegales en los equipos de fútbol en Colombia y el planteamiento que hizo un directivo de devolver títulos que se llaman en el lenguaje futbolístico “estrellas” que fueron conseguidas con esos dineros ilegales, eso generó a mi parece un debate saludable porque toca el corazón de los dilemas éticos, que es el corazón siempre más rico de la ciudadanía, ¿cuál es la postura suya ante ese dilema, devolver o no devolver la estrella y por qué?. El segundo dilema ético implica el Medellín, pero aunque de una manera retrospectiva, en la selección Colombia se produjo un cambio de técnico, él que ahora es el técnico del Medellín, Hernán Darío Gómez porque en su conducta privada hizo algo absolutamente negado con lo que debe ser el ejemplo de un hombre público ante los niños, la ciudadanía, la juventud, etc., cual es el maltratar a una persona, particularmente a una mujer; eso le significo salir de la selección Colombia en su calidad de técnico, que hubiera planteado en ese momento o a lo mejor lo planteó Jorge Giraldo, dos dilemas éticos para un intelectual como cierre de esta conversación con Jorge Giraldo.

JGR: Bueno sobre la primera escribí una columna, entonces me queda muy fácil responder. Mi planteamiento es que estos problemas éticos tienen que servir siempre hacia el futuro, a mí me parece que hacer justicia para atrás es muy difícil y sobre todo hacer justicias con cosas que son intangibles, cosas que los economistas tienen una denominación que son bienes preferentes, yo preguntaba en esa columna ¿de quién es una estrella que simboliza un campeonato, de un administrador, de un dueño o de una afición? Yo creo que eso es un bien preferente que no es posible expropiárselo a nadie, así se borre una estrella, esos logros deportivos están en el corazón de los aficionados, mi equipo no ganó ninguna estrella en esos años por fortuna aunque tampoco está libre de esas malas relaciones, pero me parece que el dilema de las discusiones éticas sobre hechos pasados tiene que servir para alimentar hechos futuros y no para tratar de enderezar algo que ya no se pueda enderezar, que ya pasó. En lo segundo, aunque me coge un poco de sorpresa, yo diría que la decisión que se tomó en su momento era razonable por una razón, porque los líderes deportivos, los emblemas deportivos son –junto con los artistas de música popular– los héroes contemporáneos y yo creo que esa figura de héroe contemporáneo sí requiere ciertas salvaguardas. Creo que hay unos prototipos que son imitables por nuestra juventud y creo que hay que escoger esos prototipos; me parece que en ese caso la decisión que se tomó era sana, aunque hubiera podido perjudicar después los logros deportivos del país –lo que afortunadamente no ha pasado– pero me parece que ahí hay que mantener un cuidado sí queremos tratar de hacer una educación ética y estética que tenga impacto en nuestras comunidades.

CVT: Soy Carlos Vásquez y ustedes tienen ahora la palabra.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Populismo punitivo

Cárcel larga y sin piedad. Tal es el lema de nuestros políticos desde hace algunos años y una de las frases preferidas del gobierno y sus funcionarios: cárcel para los conductores borrachos, para el cartel de los vándalos, para los hinchas violentos. Ya hace algunos años la fallecida senadora Gilma Jiménez había ganado prestigio con la simple idea de encerrar perpetuamente a los pederastas.

El fenómeno ni es nuevo ni es colombiano. Ha sido estudiado por el sociólogo David Garland quien lo ha llamado “giro punitivo en el derecho penal contemporáneo” (Crimen y castigo en la modernidad tardía, Universidad de Los Andes, 2007). Dice además, que se trata de una tendencia populista. De allí que el término populismo penal o populismo punitivo se haya extendido entre los expertos.

El supuesto básico de los políticos que se decantan por el populismo penal es que la opinión pública es dominantemente partidaria de toda retaliación y, por tanto, que prometer condenas expeditas y largas da popularidad y, sobre todo, votos. Los populistas punitivos están convencidos de que la sociedad está aprisionada por el miedo –que los medios de comunicación alimentan cotidianamente– y que la vida de la gente está llena de “microfascismos emocionales”.

Pero ese supuesto es falso. Por lo menos así lo demuestra un trabajo de grado en maestría de la Escuela de Derecho de la Universidad Eafit. El ahora magíster Juan Pablo Uribe encontró que para el 40% de la gente la criminalidad debe enfrentarse, primero, desde la familia y las instituciones educativas; otro 30% piensa en medidas de tipo socioeconómico; mientras solo el 10% opta por el derecho penal. Otras dos conclusiones del estudio son interesantes: la gente parece pedir más imaginación a la hora de tratar el delito y no limitarse a la rutina de busque, capture y encarcele; y parece pensar en penas menos severas que las que aplican los jueces.

Sin embargo, las discusiones sobre populismo punitivo suelen dejar de lado otros aspectos no menos importantes.

Uno, es el sesgo clasista que tiene. El populismo punitivo se enfoca básicamente en los delitos menores (como la violencia callejera) o en los eslabones más débiles de la cadena (como el robo de celulares). Los populistas punitivos se hacen los de la vista gorda con los delitos de mayor impacto como la corrupción o el contrabando, y eluden tocar los factores más eficaces y menos costosos de las cadenas criminales. Por ejemplo, el robo de celulares se combatiría más eficientemente con el control desde las compañías operadoras que buscando rateros en las grandes ciudades.

El segundo aspecto son los problemas que entraña para la cadena penal. El populismo punitivo somete a un enorme degaste a la fuerza pública, especialmente a la policía en materia de legitimidad, y se olvida del terrible problema que supone el régimen carcelario.

El Colombiano, 6 de octubre.

lunes, 7 de octubre de 2013

Diálogos V: Medellín, ciudad

Quinta parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).

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CVT: Estamos inmersos en la conversación y lo digo porque a medida que oigo a Jorge Giraldo su concisión, su tranquilidad eso se va contagiando. Estamos en esta querida Universidad Antioquia, leo en la puerta de la biblioteca, el alma de la universidad. Este espacio está recién digamos recuperado, digámoslo así, actualizado, y los muchachos están entregados ahí, a sus propias derivas, sus quehaceres, la universidad está completamente tranquila, cada individuo, cada pareja, cada grupo en lo suyo. Como debería ser siempre.
Yo lo digo en este momento porque estoy con personas que quieren y que queremos profundamente a la universidad pública, privada, es lo mismo en realidad aunque haya diferencias y sé que Jorge Giraldo es estudiante de filosofía como él dijo, con todo y que es doctor en filosofía, sigue siendo estudiante y ha querido siempre mucho su Universidad de Antioquia. Ahora es decano de la facultad de humanidades de la Universidad EAFIT que es una universidad hermana. Hablemos Jorge de la ciudad de Medellín, porque sé que también usted la ha querido, es su ciudad, la ha pensado, la ha sufrido. Nosotros en los últimos años siento yo, Jorge, Luis Germán, hemos hecho como ciudadanía un esfuerzo muy grande por comprendernos como ciudad. A esta ciudad le han ocurrido avalanchas culturales, políticas; muy buenas unas, muy terribles otras. La ciudad ha cambiado vertiginosamente y hay cosas al mismo tiempo que por desgracia se resisten a cambiar, por ejemplo, sigue siendo una ciudad en que miles y miles de personas siguen reducidas a la miseria, sin oportunidades. Jóvenes completamente volcados en la calle y la ciudad cerrándoles toda puerta de acceso a la cultura, a la educación, a la convivencia creativa y eso nos sigue pues, digamos, preocupando, doliendo y debería también, motivar mucho nuestra imaginación y compromiso. Esta ciudad, se ha pensado por ejemplo en lo que tiene que ver con disposición de comunas, los flujos de jóvenes, los problemas de las bandas, el tema del micro y el macro tráficos de sustancias ilícitas. Al mismo tiempo hay unas culturas de barrio, por ejemplo, unos movimientos de grupos musicales, grupos de teatro, talleres de literatura. Medellín para Jorge Giraldo, su rápida visión de los que es esta ciudad hoy.

JGR: Carlos, el tema de Medellín es muy importante. Y abordándolo no dejo la filosofía; mi manera de ver la filosofía es muy telúrica. Yo creo que uno está instalado en un lugar, en una cultura. Eso supone un peso de la tradición, pero también una responsabilidad hacia el futuro. Una visión como esta no necesariamente tiene que ser conservadora y por eso he mantenido una preocupación por la ciudad hace muchos años. Prácticamente desde antes de la mayoría de edad, he estado involucrado en movimientos estudiantiles, cívicos, sindicales, en el mundo de las organizaciones no gubernamentales y creo que el cambio de Medellín es una cosa indudable. En mis funciones universitarias, no recibo no menos de tres o cuatros visitas mensuales de estudiosos o administradores que vienen de distintos países del mundo porque quieren conocer la experiencia de Medellín.
Creo que la experiencia de Medellín, en buena medida se anida en esta conversación de la que estábamos hablando ahora. En particular, recuerdo el año 1991 cuando se creó en Medellín un espacio que se llamaba Alternativas de futuro para Medellín, que fue un espacio inédito porque a él llegaban empresarios, organizaciones cívicas, grupos juveniles, sindicatos, academia. De eso quedó una memoria, cinco libros, fruto de cinco encuentros que se hicieron entre 1991 y 1994. Yo quisiera creer que ese ejercicio ha sido uno de los elementos más decisivos de la transformación de Medellín. Creo en el optimismo que hay en la ciudad, a pesar de los problemas que mencionaste –y que son esos y otros más– precisamente porque ha logrado hacer una transformación más importante que la que se ve por los ojos, que también es importante, y es que hemos logrado transformar un poco también nuestra alma. Eso hace que podamos ser optimistas. Cierto que hay unos consensos que están relativamente amenazados y que cada cuatro años sufrimos tratando de revitalizarlos en la lid política, pero lo que vivimos en Medellín obedece a eso, y ya que estamos en la Universidad de Antioquia que bueno sería, que ese espíritu que se vive fuera del campus pudiera impregnar y convertirse también en característica distintiva del campus universitario.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Espejo de nuestras pesadillas

La historia completa del narcotráfico en Colombia –negocio, complicidad, farándula, violencia– es perfectamente paralela con la historia del fútbol en los últimos 35 años. Basta leer los libros “Pena máxima” (1995) de Fernando Araújo Vélez y “El 5-0” (2013) de Mauricio Silva o la novela de Ricardo Silva Romero “Autogol” (2009) o escarbar los archivos de prensa.

La diferencia entre el narcotráfico y el fútbol consiste en que los carteles desaparecieron, sus jefes murieron o están extraditados, pero en el fútbol las cosas siguen casi iguales, con un poco más de cosmética. Las declaraciones de esta semana de ministros y funcionarios, los dirigentes de la Dimayor y la prensa son muy parecidas a las de 1980 cuando todo el mundo fingía que no pasaba nada. Ahora se quieren inventar el cuento de que el único problema son las barras bravas; que ni los clubes ni la dirigencia tienen velas en el entierro, y que los agentes de la prensa deportiva no saben nada, y que los políticos no tienen nada qué ver (dos senadores son dueños de sendos equipos).

Dejemos a un lado las interpretaciones del pasado y vengamos a los tiempos recientes.

Hace un par de años escribí una columna sobre la ley del fútbol. Se tituló “Ley boba para fútbol avispado” (El Colombiano, 18.04.11) y sostenía que la ley no cambiaría nada en el panorama de los equipos de fútbol y que la intención punitiva que sembró Vargas Lleras en ella no daría resultados. Dos años después nadie da cuentas del esperpento, todos se hacen los de las nuevas y todos eluden sus responsabilidades.

Volvimos a escuchar las letanías leguleyas de Luis Bedoya, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, diciendo que el Estado tiene la obligación constitucional de proteger la vida de los colombianos y que, por tanto, la dirigencia deportiva no está llamada a responder por la violencia. En otra columna (“Violencia en el fútbol”, 29.05.13) intenté demostrar que los clubes tienen una relación directa con el fenómeno de las barras y su gestión. La única diferencia significativa entre el andamiaje político y violento de la organización Hinchadas Unidas Argentinas, la AFA y el gobierno de Cristina Fernández con el caso colombiano es que allá eso es más visible y opresivo.

El expediente del fútbol está abierto y nadie se atreve a tocarlo. Hay muchos intereses económicos y políticos en juego. Unos legales, aunque no necesariamente legítimos, otros claramente ilegales. Además están los fueros de impunidad con los que la Fifa suele amparar a sus afiliados. Después, la coyuntura de un gobierno que bufa mucho y hace poco.

Todo ello hace que hoy –en palabras de Carlos González Puche, director de la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales– el fútbol sea menos “el reflejo de nuestras alegrías” que “el espejo de nuestras pesadillas”.

El Colombiano, 29 de septiembre

lunes, 30 de septiembre de 2013

Diálogo IV: Literatura

Cuarta parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).

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CVT: Hay algo que es gratificante para mí y seguramente para las personas que nos están siguiendo, y es que en la palabra de Jorge Giraldo hay una terminología muy natural, no se tiene que estar apegando a clichés como teórico y tampoco a esas frases que están excesivamente ideologizadas, expresiones tipo lucha de fuerzas, confrontación, toda esa metáfora bélica que ha terminado por abrumar nuestro lenguaje cotidiano, se puede hablar de otra manera y quizás hablando de otra manera se pueda empezar a vivir de otra manera. Esa idea de que el lenguaje es la casa, es la morada, es como la tierra, no es una idea gratuita ni una especie de poetización de la filosofía, es una cosa completamente real, uno vive como habla y uno habla como vive. Esa unidad pensamiento – acción – palabra – acción es muy clave. Pero yo no puedo desaprovechar a Jorge Giraldo pues es un hombre polifacético. Antes de empezar esta emisión con Luis Germán Sierra, nos dio risa porque hablando de su trayectoria en la universidad nos dijo “muchos años después” e inmediatamente recordamos el que esa frase, es el inicio de la epopeya prodigiosa de la nacionalidad colombiana en la literatura y entonces celebramos ese hecho de cómo los escritores van creando frases que también se van volviendo memoria y formas de decir para todos. Sé del amor de Jorge Giraldo por la literatura, ha declarado hace un momento su devoción –una devoción que comparto– por la novela Cien años de soledad y por García Márquez; sé también que tiene un amor incondicional por Herman Melville y particularmente por su novela Moby Dick, y aunque este es un cambio en la conversación tengo que tratar de aprovechar al máximo esa condición polifacética de Jorge y hablarle de ese amor por la literatura o más bien pedirle que nos hable de su manera de ver la literatura, de comprenderla en relación con la condición del ciudadano político y en general la responsabilidad que tenemos todos los ciudadanos con la creación de cultura.

JGR: Bueno, pasamos a un tercio que es muy difícil. Yo realmente estoy lejos de ser un especialista. Degusto la literatura como cualquier persona del común, sin embargo, como estudiante de filosofía que soy, creo que la literatura ofrece digamos, una de las fuentes más ricas para la reflexión filosófica, la literatura creo que ayuda como pocas cosas a reinterpretar la realidad y a reinterpretarla con la distancia que se requiere. Vuelvo a Cien años de soledad, que para mí –con el perdón de los especialistas– es la obra más grande escrita en nuestra lengua y creo que con Cien años de soledad he aprendido más de Colombia que en todos los libros de historia que he leído. Me parece que ese es el poder que tiene la literatura. A propósito del tema de la guerra, por ejemplo, creo no haber leído menos de 10 veces Cien años de soledad y la última vez fue a propósito de la edición que publicó la Real Academia Española de la Lengua y me resultó supremamente impactante encontrar que estaba leyendo una novela distinta, encontrar que cuando la leí en la segunda edición de Suramericana –que la compré con mi sueldo de mensajero en 1972– Aureliano Buendía parecía un héroe y cuando la volví a leer hace cuatro años se me parecía a cualquier cosa menos a un héroe, me parecía un personaje supremamente antipático, deplorable, y eso me lleva pensar en lo que estábamos hablando ahora. Digamos, como es de difícil aprehender las personalidades, las características de estos guerreros que unas veces te parecen atractivos, otras veces te parecen repulsivos y sin embargo, son miembros de tu comunidad y son unos alguienes con los que hay resolver los problemas que tiene la comunidad política.
En suma, para mí la literatura es un gusto pero también una fuente para la reflexión filosófica y no solo las obras de ese tipo cosmogónico como Cien años de soledad, Moby Dick, La odisea, El silmarillion, La carretera, que ofrecen esa posibilidad de manera inmediata. Probablemente sea una enfermedad profesional del estudiante de filosofía. Hay algunas cosas en las que perdemos el goce puro, porque además tenemos que estar pensando qué implicaciones tienen esas metáforas o esos pasajes que encontramos allí.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Ciudad

Desde antiguo se sabe que una ciudad no es simplemente un montón de casas pegadas una a la otra, que se construyen alrededor de una plaza, un centro de oración y varios puntos comerciales. Las ciudades se hacen por la convivencia, por el sentido de pertenencia y por una fuerte noción de lo público, de lo que es de todos y todos comparten equitativamente. Básicamente las ciudades se distinguen por tener ciudadanos; estas dos categorías son inseparables.

Sócrates nos dejó la lección del sentido de pertenencia, sometiéndose a un juicio injusto antes que preferir la huida que le aconsejaban. Aristóteles demostró que las ciudades tienen que ser lugares de amistad y equidad. Epicuro planteó –fuerzo el sentido– que la única seguridad posible en la ciudad depende de su gente antes que de sus murallas.

El siglo XXI abrió la época de las ciudades. Por primera vez en la historia más gente vive en las ciudades que en el campo. Y las ciudades pueden tener un rumbo relativamente autónomo en el mundo. En Estados Unidos es posible que al mismo tiempo florezca Nueva York y se hunda Detroit. Bogotá pudo convertirse en un ejemplo en medio de los cataclismos que provocó Ernesto Samper en el país. La suerte de las ciudades de hoy depende en buena medida de sus propios esfuerzos, sin que se pueda despreciar el rumbo estatal.

La ciudad depende –eso sí– de un triple protagonismo: el de la administración, el del sector privado y el de los ciudadanos. Políticas asertivas en materia de seguridad, construcción espacio público, tránsito y ambiente son indispensables por parte de los gobernantes. De la empresa privada se espera que desarrolle su actividad de manera compatible con el bienestar general, esto es, contribuyendo a la seguridad, respetando el espacio público, facilitando la movilidad de la gente, protegiendo el ambiente. Y después, pero con gran impacto están los ciudadanos. Las personas tienen un gran poder acumulativo y cada persona siempre hace una pequeña diferencia. En todas partes hay atarbanes, bandidos, antisociales. Lo importante para que una ciudad florezca es que estos sean una minoría ínfima.

Finalmente. No hay ciudad sin centro. El centro es el corazón de cualquier ciudad, no se puede prescindir de él. Si Medellín quiere dar otro salto en su proceso de reinvención tiene que recuperar el centro. Allí se concentran las principales plagas de la ciudad: homicidio, criminalidad, informalidad, incultura, mendicidad. Por el centro pasa la posibilidad de construir ciudadanía en Medellín.

Noticia: Buenos Aires inauguró hace un par de meses su Metrobus por la Avenida 9 de Julio. Embelleció una vía enorme con andenes amplios y arborizados (no como el Metroplús de Envigado) y con separadores inspirados en las pirámides de la Avenida Oriental (para desconsuelo de nuestros profesionales del gadejo).

El Colombiano, 22 de septiembre

martes, 24 de septiembre de 2013

Deterioro institucional

Es razonable que la atención sobre los resultados de las encuestas de los últimos días se haya concentrado en la gestión del gobierno y en la favorabilidad de la imagen del Presidente. Al fin y al cabo, el poder y la influencia del Ejecutivo sobre la marcha del país en casi todos los aspectos son determinantes y vivimos bajo un sistema que suele llamarse presidencialista.

Sin embargo no conviene perder de vista qué pasa con otras instituciones del Estado y con temas fundamentales de la vida nacional. Para hacerlo me baso en los resultados de la encuesta de agosto de Gallup Colombia.

Empecemos por lo sabido, el congreso y los partidos políticos. Ya parece natural que tengan una muy mala imagen ante los ciudadanos. La noticia es que la desconfianza en el congreso (67%) es la peor desde mayo del 2000 y la de los partidos políticos (74%), es la peor de los últimos 7 años. Lo que ya era malo ha empeorado.

La calificación global sobre el sistema judicial colombiano es negativa en un 74%, la peor en 14 años. La imagen de la Corte Suprema de Justicia cuenta con un 53% desfavorable, y el gobierno Santos ha sido el único periodo desde que se sabe en el cual la imagen negativa supera la positiva. La joya del sistema judicial, la Corte Constitucional, tiene la peor imagen desde el 2000 (47%), y lo mismo le pasa a la Fiscalía (51%). Sin duda, es el resultado de un problema viejo que el gobierno no fue capaz de resolver cuando intentó promover la reforma a la justicia.

Los organismos de control se desfondaron. La desfavorabilidad de la procuraduría (32%) y la de la contraloría (31%) son las peores de lo que va del siglo. Incluso un organismo autónomo y relativamente lejano para el ciudadano del común, como la Junta Directiva del Banco de la República, vive su peor momento de las últimas dos décadas (desaprobación del 35%).

La mayoría de las mediciones realizadas por Gallup durante el gobierno Santos muestran que la gente cree que no hay garantías para la oposición democrática. Actualmente este registro negativo es del 51%, pero durante el 2011 osciló entre el 49% y el 59%. Durante el 2013 vemos el único periodo consistente en el que la mayoría de las personas (51%) dice no estar dispuesta a perder algunas libertades en aras de mejorar la seguridad. Importante dato para congresistas y ministros que quieren judicializar y penalizar toda conducta inapropiada.

El paro agrario fue un florero de Llorente, y los problemas del campo son apenas un ámbito entre otros. Desde una perspectiva institucional puede decirse que la situación es precaria. Y la tentación de salirse por la fácil con la mezcla de populismo punitivo, regalos sectoriales y exaltación patriótica no parece el indicado.

El Colombiano, 15 de septiembre

lunes, 23 de septiembre de 2013

Diálogo III

Continuación (tercera parte) de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo, 09.10.12.

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CVT: Entre tanto, Jorge Giraldo, la sensación que tenemos los ciudadanos, lo digo, pues, obvio, desde mi propio sentir, pero también convidando el sentir de personas con quienes mantengo contacto y conversación, es que pertenecemos a una generación y ya varias generaciones, que hemos aprendido a construir realidad y a hacer real nuestra existencia en la patria colombiana en la guerra, todos nuestros códigos están digamos como inmersos dictados, codificados, enlazados, por eso que ha terminado siendo, desgraciadamente, como el estado natural de la vida en Colombia, de tal modo que pensar en una convivencia en que se vuelvan valores determinantes la cultura, el desarrollo científico, grados altos de calidad de vida en las ciudades y en el campo, buenas condiciones en el trato de los recursos naturales, exigiría como todo un aprendizaje, aprender a vivir en paz, no hacer algo que se derive mecánicamente de seres que no hemos sabido sino vivir en guerra, ¿Cuáles son para Jorge Giraldo las claves de ese aprendizaje?, claves que tendría que saber encarnar individuo por individuo y grupo por grupo para que este proyecto que tenemos en el horizonte no termine siendo fallido.

JGR: Carlos, yo creería hoy que el principal problema que tenemos nosotros es la dificultad de transmitir los aprendizajes de unas generaciones y de unas personas concretas a las nuevas generaciones. Al cabo de reflexionar sobre este tema no soy tan pesimista respecto a la condición del ser colombiano -si es que es alguna cosa eso de ser colombiano- porque en los últimos 50 años, en lo que tengo de vida, he visto, y en algunos momentos he participado también de unas actividades, de unas agrupaciones humanas que ensayaron estos caminos digamos contestatarios, conflictivos y que hicieron aprendizajes. Fruto de eso yo creo que son –bueno, no me tocó– los acuerdos que dieron lugar al Frente Nacional, y después los acuerdos que se hicieron a lo largo de la década del noventa, luego los que se hicieron a principios de la década pasada.
Ahora estamos presenciando un nuevo intento y encuentro de otras generaciones de personas que se están acercando hoy a unas conversaciones con el gobierno colombiano -que probablemente estén llegando con cierta tardanza a estas conclusiones- y empezando a transitar un recorrido conocido por aquellos otros grupos que mencioné. Mi pregunta es, ¿cómo hacemos para transmitir esos aprendizajes que tuvimos unas generaciones –unas pasadas, otras con cierto presente– a las generaciones actuales y a las venideras para dejar de tener la sensación de vivir en una vida circular, como la que García Márquez describe en Cien años de soledad, y para sentir que podemos pasar a una nueva fase de la vida colombiana? ¿Cómo hacemos para que las preguntas y los retos de las personas y de las comunidades sean distintos a esta cosa que hemos estado ensayando con muchas frustraciones durante los últimos 50 años? Entonces, yo creo que la principal pregunta es esa, o el principal problema, ¿cómo instalamos en las nuevas generaciones unos aprendizajes que ya hicieron –para mencionar nombres propios, personajes como Antonio Navarro Wolff, por decir algo, o estos señores que participaron en las negociaciones con los grupos de autodefensas, o estos señores que van a entrar en las negociaciones de ahora– cómo hacer que esa trayectoria vital no se repita en las próximas generaciones y haya un aprendizaje social eficaz de lo que esos grupos y esos personajes vivieron en su experiencia personal y política?

lunes, 16 de septiembre de 2013

Diálogo II

Segunda parte del Diálogo con Carlos Vásquez Tamayo, Emisora Cultural Universidad de Antioquia, 09.10.12.

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CVT: Entre tanto, compartir con los oyentes que Jorge Giraldo ejerce como intelectual en el más responsable y bello sentido de la palabra. Además de su labor como profesor es un columnista habitual no solo en temas de política, de actualidad política, sino en temas de cultura, de ciudadanía en el periódico El Colombiano y tiene además, un muy atractivo blog que estuve consultando también, que se llama Amaranto; es decir, también se está moviendo en las redes sociales que me parece una forma de copar espacios, comprometerse con la ilustración ciudadana, con la inteligencia de los ciudadanos, abrirse a las opiniones de ellos e intercambiar conversaciones. También quiero contarles que estamos en medio del ambiente universitario, los estudiantes están en la biblioteca estudiando, conversando, trabajando y estamos acá con Luis Germán Sierra nuestro anfitrión de la tarde de hoy.
Yo quiero que engrosemos, Jorge Giraldo, algunas ideas que me llamaron poderosamente la atención en esta comprensión suya de la guerra posmoderna que son ideas que por demás cobran una vigencia tremenda y que deberían ser tenidas en cuenta en los momentos por los que estamos pasando en esta Colombia que busca nuevas comprensiones de la relación entre la guerra y la paz. Primera idea: la idea de recuperar al enemigo para traerlo al campo político y, segunda idea, tratar a los individuos guerreros en condiciones de igualdad moral. Por favor Jorge Giraldo estas dos ideas tan subjetivas quiero que las comentemos.

JGR: Carlos, digamos que una de las cosas más terribles que sucedieron a partir de 1991, y sobre todo con las guerras de los Balcanes y las posteriores, fue la expulsión de los enemigos bélicos del campo político. De buenas a primeras se borró la idea clásica en Occidente –de que los guerreros situados en el otro lado, es decir, aquellos distintos a nosotros, aquellos que nos combaten, están en un plano político y que hay que tratar de mantenerlos siempre en ese plano político para que la paz sea posible. Esta es una cosa que desapareció durante la década de los noventa y durante la década siguiente, en el mundo y rápidamente llegó a Colombia. Hoy todavía en el Norte es difícil entender que se trate a los enemigos combatientes como agentes políticos. Como lo acabas de mencionar, en Colombia estamos tratando de darnos una oportunidad ahora en pleno año 2012 y volvemos a tener alguna expectativa, cierto grado de –yo diría con mucho recato– de esperanza. Eso lo veo bien; veo bien que la ciudadanía haya recibido estas negociaciones del gobierno y las Farc con mucha calma y con cierta dosis de escepticismo, que me parece sano.
Pero digamos que la idea fundamental es tratar de entender que al otro lado hay algunas lógicas, hay algunas explicaciones que es posible comprender, y que si bien podemos tener unas diferencias políticas, incluso podemos sentir unos agravios morales muy fuertes, ese es un camino que nunca debimos haber cerrado y que cualquier oportunidad de volver abrirlo creo que tiene que ser, primero, bienvenida y, después, acompañada de tal manera que estos esfuerzos no redunden en un fracaso. Y la segunda idea, está asociada con ella, es la idea de cómo tratar estos individuos. Es comprensible que haya dolor, que haya rabia -son emociones que expresan sentimientos morales- pero es muy importante no perder de vista que al frente tenemos seres humanos y que hay que hacer todo lo posible por mantener esa relación en el plano humano. Yo creo que hay que abandonar los caminos de estigmatización y de repugnancia que a veces hemos acostumbrado en nuestra sociedad; que los hemos vivido recientemente con el proceso de reinserción a la vida civil de grupos paramilitares, de guerrilleros que se han desmovilizado individualmente. Creo que ese es otro plano también muy importante del problema.

CVT: Hay en estas afirmaciones de Jorge Giraldo pistas que alimentan la conversación, de hecho este programa radial como le comentaba antes de comenzar, surge como un espacio para cultivar la conversación, explorar la conversación, tocar sus límites, ampliar sus límites, medir sus responsabilidades y al mismo tiempo su capacidad de riesgo y creación. A mí me gusta mucho esa idea de que si queremos buscar la paz tenemos que volvernos a preguntar que se requiere para conversar, que es uno de los artes más arraigados en la condición de humanidad y al mismo tiempo de los mas difícilmente practicables. Cuán difícil es conversar auténticamente, que la conversación no sea, digamos una especie de operación que enmascara relaciones de jerarquía, o formas de mando odiosas, o espacios para darle órdenes a los otros y cosas así. La igualdad de condiciones, el derecho igualitario a la palabra, la capacidad de réplica, la oportunidad de no ponerse de acuerdo, el que el desacuerdo no se convierta necesariamente en motivo de conflicto o de aniquilación de la otra persona, son artes dificilísimos que involucran no solo la vida privada sino la política.
Como estamos ad portas de una conversación y yo soy de quienes piensan que esa conversación con todo y que debe ser prudente, tiene que estar a la vista y al oído de la opinión pública, porque no hablamos, Jorge Giraldo, de las que son para ustedes condiciones de la conversación, en particular de la conversación de los hermanos colombianos que durante años por no decir siglos, nos hemos estado aniquilando unos a otros y hemos demostrado, casi, la incapacidad dramática de habitar como hermanos, cooperantes y fraternos la tierra colombiana. Hay otras dos frases muy hermosas suyas, usted dice: “ni dioses ni bestias, solo seres humanos que viven en comunidad”, y dice también: “ni héroes ni mártires, solo personas falibles”. Qué cosa más hermosa en una época en que nuestro lenguaje se contaminó totalmente y hablamos del contendiente como infrahumano, bestia, y en ese término terrorista prácticamente incluimos todo aquello que no se no parecía, y que no podíamos controlar, de tal modo que uno piensa que una conversación tendría que empezar por decir, vamos efectivamente a conversar, es decir, habitar el lenguaje.

JGR: Sí Carlos, yo creo que nosotros tenemos una herencia o, mejor dicho, tenemos una configuración cultural que nos ha hecho muy propensos a la idea de la verdad y a la idea de que es posible que esa verdad resida en un solo hombre o resida en un solo grupo humano, llámese un grupo social o un grupo político, y me parece que al cabo esto ya es un sino. Usted que conoce muy bien la filosofía contemporánea, sabe que tenemos que empezar haciéndonos un cuestionamiento a esas pretensiones de verdad unilaterales, pensar en que no puede haber una verdad distinta a la verdad que sea construida entre toda la comunidad política, que no es posible que exista una verdad alrededor de la cual no existan acuerdos de las personas de carne y hueso y de los agentes sociales que efectivamente están operando en una sociedad concreta, como en este caso la sociedad colombiana. Yo creo que la idea de la falibilidad es una idea fundamental para poder abordar cualquier conversación que pretenda ser una conversación constructiva o que pretenda ser una conversación con pretensiones de eficacia, es decir con pretensiones de modificar la realidad en algunos de los aspectos y, por eso, cuando uno se sienta con otro, tiene que admitir que el otro tiene razones, que tiene argumentos, que tiene sus propias convicciones y que, a lo mejor, ese ángulo desde donde está hablando el otro arroja una luz nueva o distinta frente a nuestras convicciones; entonces esa idea de la falibilidad que, de alguna manera, también es la idea de adoptar una actitud, digamos una disposición a dejarse permear por los demás, es fundamental para que cualquier conversación pueda proseguir. No sé si lo leí de alguien o me lo estoy inventando en este momento, alguien decía que la vida en comunidad era una conversación, o bueno creo que esto lo decía Nietzsche a propósito del matrimonio, creo que se podría aplicar a la vida política igual, la comunidad política tiene que posibilitar una conversación que, por supuesto, debe tener contingencias como cualquier conversación pero que lo más importante en la comunidad política es garantizar que esa conversación se pueda llevar a cabo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Hace 36 años

Para los que ya no somos jóvenes es inevitable el recuerdo del Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977. Tengo la impresión de que el paro que está viviendo todavía el país es más nacional, largo y masivo que aquel. Como lo dijo hace poco Alfonso Gómez Méndez, “ahora se produjeron las movilizaciones más grandes de nuestra historia reciente” (El Tiempo, 04.09.13). Habrá que esperar estudios comparativos más pausados y rigurosos.

Hay muchísimas tentaciones comparativas: las acusaciones (falsas) del Ministro de Gobierno Rafael Pardo Buelvas a Misael Pastrana y a Carlos Lleras por apoyar el paro, los ataques del alvarismo de entonces a los que tenían intereses electorales en la protesta, la diatriba contra el diario La República por editorializar a favor del paro, la posición de Lleras condenando “los atentados terroristas y la estúpida destrucción de bienes que pertenecen a la comunidad” (Nueva Frontera, 14.09.77).

Me limitaré a recordar el editorial firmado por Luis Carlos Galán en Nueva Frontera, titulado “Llamamiento a la paz” (21.09.77). El argumento general de Galán ayuda a entender el título y fue este: Colombia ha recorrido un largo y doloroso camino construyendo la paz política y esa paz está amenazada por los problemas sociales. Galán valoraba positivamente los acuerdos de 1957 y los logros del Frente Nacional. Todo esto se puede perder, anuncia, “poniendo en peligro la paz social y dejándose arrastrar a un enfrentamiento agresivo, rencoroso e incontrolable entre las clases sociales”.

Lleras Restrepo había escrito pocos días antes del paro que prefería los “mecanismos preventivos” antes que “decretos de intimidación propicios a generar reacciones coléricas” (Nueva Frontera, 14.09.77). Pero Galán, en su editorial, transformó ese argumento eficaz en una postura reformista. Dijo: “la evolución social del país será pacífica si los colombianos acometemos reformas de fondo, concientes de que la igualdad de oportunidades es un derecho y una necesidad imprescindible de las sociedades modernas”.

Quien luego fuera fundador del Nuevo Liberalismo, termina: “todos los colombianos tuvimos la oportunidad de escuchar una voz de alarma; si sabemos atender cuidadosa y responsablemente su significado, podremos conseguir todavía, que la justicia social se realice entre nosotros sin necesidad de construirla sobre el sacrificio y el dolor de miles de víctimas inocentes de todos los sectores de nuestra Nación”.

El reto de hoy es entender. Hay que interpretar las señales que envía la protesta, hay que comprender las consignas que parecen extrañas, hay que prever las consecuencias posibles de esa furia. Si los dirigentes se siguen tapando los ojos, y se contentan solo condenando a los “vándalos”, pagaremos el precio.

Medios. A los que creyeron que mi columna sobre los medios de comunicación era un cuento viejo les va este dato: según Gallup los medios tienen la mayor imagen desfavorable (37%) en lo que va del siglo.

El Colombiano, 8 de septiembre

lunes, 9 de septiembre de 2013

Diálogo con Carlos Vásquez Tamayo

El 9 de octubre de 2012, el filósofo y poeta Carlos Vásquez Tamayo tuvo la deferencia de invitarme a su programa en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia llamado "Diálogos". Un año después, me decido a publicar esta entrevista, apenas depurada de las muletillas y repeticiones coloquiales más protuberantes.

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JGR: Carlos, muchísimas gracias por la invitación, me toca tomar un poco de aire porque me resultan muy conmovedoras las dos páginas que leíste de Foucault sobre esta condición tan paradójica, tan contradictoria, tan problemática del intelectual, pero bueno, sobre todo porque las hayas escogido precisamente para abrir esta conversación.

CVT: Si Jorge Giraldo, en realidad las escogí porque con todo y lo problemático como usted dice de este término, es un término al mismo tiempo muy atractivo, atrayente, porque apunta en buena medida, pienso yo, a algo que podríamos llamar la responsabilidad de un profesor universitario que ha tenido ocasión de formarse en los más altos niveles de la espiritualidad, de estudiar a fondo los problemas. Yo conocí a Jorge Giraldo durante su formación como doctor en filosofía, y me llamó mucho la atención que hubiera escogido para su tesis doctoral, un tema que podría ser considerado tabú para la academia, un tema que él asumió con entera franqueza intelectual, sin tapujos, sin falsas sutilezas, pero desprovisto también de cualquier intención escandalosa o provocadora cual es el tema de la guerra. Es la primera temática que yo quiero abordar con usted. Yo estuve leyendo, Jorge Giraldo, para esta conversación, una bella conferencia suya titulada: "Guerra posmoderna: de tiranos y piratas" y en esa conferencia usted se plantea la pregunta acerca de las nuevas formas de la guerra que ya no están digamos inspiradas al abrigo del humanismo ilustrado y de la modernidad, hablemos de esa idea de la guerra postmoderna de sus figuras, sus tiranos y piratas unas nuevas figuras y unas nuevas condiciones.

JGR: Sí Carlos. Digamos que, cuando yo empecé a estudiar de una manera sistemática la filosofía, que no fue en mi pregrado –mi pregrado es en filosofía e historia, es una licenciatura– sino en la maestría, precisamente en el Instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia y después en el doctorado, yo sentía la obligación de pensar el tema de la guerra, precisamente por la situación colombiana, y en la mitad de las reflexiones entre la maestría y el doctorado vino aquella cosa de las Torres Gemelas y una situación contemporánea muy especial. En primer lugar una exasperación, pudiéramos decir casi que global. Nosotros teníamos nuestros propios motivos locales para estar desesperados o atemorizados, pero había una situación muy particular en Europa y en los Estados Unidos –que de todas maneras siguen siendo el centro de la cultura occidental– y esto estaba aunado con una conmoción muy profunda porque parecía que la palabra guerra había desaparecido del diccionario, que la condición de guerreros, de combatientes, había desaparecido del derecho público y con ello la posibilidad de hacer la paz.
La paz es una idea muy cara –ya que vos la mencionaste– a la Ilustración. Pero, además de la ilustración alemana del famoso texto de Kant, también hay que recordar la ilustración del Renacimiento, tanto a Erasmo como a los escolásticos españoles tan preocupados por el tema de la paz, que parecía en vías de extinción. Entonces, por eso mi reflexión. Mi idea es tratar de repensar el fenómeno de la guerra y las categorías que están asociadas a ese fenómeno, y de manera muy importante, el de la paz para una condición nueva en la que ya no hay ejércitos.
Ayer leíamos en la prensa local una cosa que ya dejó de ser ciencia ficción y es que las guerras del futuro serán guerras de robots, de máquinas y esto tiene una implicación muy profunda para la filosofía y el humanismo, y es qué pasa cuando el medio de destrucción se despersonaliza, cuando el objeto de la destrucción se despersonaliza y se deshumaniza, entonces esas eran las preguntas que yo me estaba haciendo hace 15 y 10 años, y que después tuve la oportunidad de expresar en la conferencia corta en la Cátedra Héctor Abad Gómez, a al que te referís.
Estas figuras del tirano y del pirata se usaron empezando el segundo milenio, las usó Juan de Salisbury, y me parecieron muy propicias porque en la condición de comienzos del tercer milenio eso era lo que me parecía que estaba imperando. Estaba imperando la idea de un poder muy avasallante en el Norte –claramente en Estados Unidos, pero también en Europa– y de una contestación a ese poder suprema o aparentemente carente de racionalidad, como era la que suponía el llamado terrorismo islámico y que después fue el mote que se usó en todos nuestros países. Digamos que dejamos de tener guerreros y pasamos a tener terroristas de un día a otro sin que mediaran una reflexión, una interrogación, acerca de qué significaba ese desplazamiento conceptual.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Medios demediados

Los medios de comunicación están en barrena. Uno tiende a creer que se trata de una postura intelectual, pero no. Es una opinión ampliamente difundida.

En un trabajo realizado recientemente bajo mi dirección por la Universidad EAFIT (por iniciativa de la Gobernación de Antioquia y con el apoyo de Sura) se halló que en Antioquia el 51% de la gente no confía en los medios de comunicación, porcentaje que sube al 54% en el Valle de Aburrá, al 55% entre los jóvenes de 16 a 24 años, al 58% de las gentes de estratos altos y se dispara al 61% en el grupo con edades entre 25 y 34 años.

La más reciente encuesta de Invamer-Gallup para Colombia (agosto de 1013) muestra una desfavorabilidad del 37%, la más alta desde el 2000. Pero la desfavorabilidad de abril pasado (33%) también había quebrado el récord. La opinión desfavorable hacia los medios de comunicación durante este gobierno nunca ha descendido desde la primera medición de septiembre de 2010 cuando fue del 21%.

Que los propios medios no divulguen este dato habla de su baja capacidad autocrítica.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Medios diezmados

La evolución de los medios de comunicación en Colombia –especialmente de los que tienen mayor penetración como la televisión y la radio– puede retratarse a través de ciertas trayectorias individuales, como las de un miembro de la audiencia y o un agente mediático.

No tengo más referentes para la audiencia que mis cercanos y yo mismo. Digamos que esta es una trayectoria de arrinconamiento. Por tradición yo escuchaba Caracol pero la fatiga me envió una temporada no más larga que tres días a RCN. Entonces decidí pasarme a los noticieros locales, cuya pobreza en la edición, repetitividad y falta de imaginación me espantó de nuevo. En televisión hubo alternativas antes de que Caracol y RCN monopolizaran el espectro, pero ya no existen. Esto hace que en ambos medios, uno no se mantenga; básicamente lo que uno hace es huir de una emisora a otra: los lentos huimos periódicamente, los rápidos huyen cada 30 segundos.

Si vamos a hablar de referentes periodísticos, lo que encontramos es la enorme diferencia entre el periodista y el empleado. Aquí hay dos parábolas parecidas. Una como la de Juan Gossaín: magnífico reportero de El Heraldo y El Espectador, director inocuo y a veces inicuo de un noticiero de radio, hoy otra vez lúcido y atrevido como periodista independiente. Otra como la de Yamit Amat: columnista audaz en El Espacio, vocero de palacio en Caracol, innovador en Radio Net y ahora trastocado otra vez en agente de prensa del gobierno.

Perece ser que el problema no son los periodistas, su calidad o idoneidad. Parece que el problema está en otra parte. La conversión de las grandes cadenas de televisión y radio en departamentos de comunicación de grandes grupos económicos; verdadera desgracia para las libertades de expresión y de opinión que también ha caído sobre periódicos tradicionales como El Tiempo y El Espectador. Esta es una auténtica maquinaria de producción que devora cualquier talento intelectual. Otra cosa son los vergonzosos eventos coyunturales en los que los anunciantes determinan la calidad de la noticia y las relaciones de parentesco conducen la línea editorial del medio.

Pero el problema no es solo de dinero. Tal vez el tema principal sea de cultura democrática. Es lamentable que en la segunda década del siglo XXI, más de 20 de años después de la promulgación de la Constitución de 1991, en Colombia todavía haya tan poco espacio para la deliberación, el disenso y la controversia. Medios de comunicación, periodistas, otros generadores de opinión, a veces parecemos acogotados por lo que Erich Fromm llamó “el miedo a la libertad”.

Queda algo de oxígeno en portales alternativos como La silla vacía y Razón Pública, en la prensa escrita y la televisión regionales. Otra cosa, es la dispersión y exuberancia sin pausa ni análisis que caracteriza a las redes sociales.

El Colombiano, 1 de septiembre

miércoles, 28 de agosto de 2013

Maquiavelo

En una posada del pequeño poblado de Novilara –sito camino al mar Adriático, entre Pesaro y Fano– la dinámica de los poderes italianos habría hecho posible que se encontraran los dos hombres del Renacimiento más influyentes, tal vez, en el medio milenio subsiguiente.

El hacinamiento de la gente que huye del frío y busca unirse al séquito de César Borgia obliga a reacomodar a los huéspedes y un amable Leonardo da Vinci alberga en su recinto al atrayente Nicolás Maquiavelo, a quien ha visto la noche anterior. Una noche en la que el artista intentaba demostrar a un grupo de personas el funcionamiento de un asador que cambiaba de velocidad con las variaciones de la temperatura, mientras el secretario de Florencia aseguraba a otro grupo haber descubierto un método matemático para ganar los juegos de dados.

Entre septiembre y diciembre de 1502 estos dos hombres habrían tenido la oportunidad de encontrarse varias veces, en distintos lugares y discutir sobre varios asuntos; en realidad sobre política. Esta es la plausible ficción que desarrolla Dimitri Merezhosvki en el capítulo 12 de El romance de Leonardo. Es difícil imaginar un encuentro más grandioso. El observador Leonardo da Vinci identificó en Nicolás Maquiavelo a alguien poseído por “el afán de no pensar como el mundo, el odio a los lugares comunes”, y se dio cuenta de que esas pasiones también le eran comunes.

“Me quedaría sin comer por poder hablar de política con un hombre inteligente. Pero esa es mi desgracia. ¿Dónde encontrar las gentes inteligentes?”. Maquiavelo, le dice a Leonardo, hablando de la política como ciencia, de la que se le reconoce como el fundador en los tiempos modernos. No de la política como acción social, de la que cree, al contrario, que en el pueblo es donde reside la sabiduría. “Hay que estar entre el pueblo para conocer al soberano”, le hace decir el escritor ruso a Nicolás.

De esta manera se configura el triángulo fundamental de la política: el estudioso, el pueblo y el soberano. El mismo que desveló a Max Weber en los últimos años de su vida: el científico, el ciudadano y el político profesional. Un triángulo cuyos vértices operan con lógicas diferentes, lenguajes diferentes y cuyas comprensiones mutuas no se pueden dar por sentadas, por más que operen sobre los mismos asuntos.

Once años después de este encuentro novelesco entre Leonardo y Maquiavelo, hace exactamente 500 años, escribió El príncipe, una obra que se publicó varios años después de su muerte. El príncipe, con su brevedad y severa concisión, sacudió al mundo e hizo de Maquiavelo un clásico y del maquiavelismo una palabra corriente y aceptada en los diccionarios, a veces, un insulto. Después tendría la suerte de los clásicos: popularidad, prohibiciones, mala fama, después buena (entre los estudiosos), lecturas audaces, otras anacrónicas.

El Colombiano, 25 de agosto