lunes, 3 de diciembre de 2012

Nunca estuvo el mar

No estuvo en los libros de geografía, los que ayudan a conocer y querer el territorio. Al menos no en el tratado de Ernesto Guhl “Colombia, bosquejo de su geografía tropical” (1975) donde se consolida el modelo interpretativo de las cinco regiones naturales, ninguna de las cuales corresponde al país insular y marítimo. Tampoco en la última edición del Atlas de Colombia (2002) del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, en el que se repite la idea de las cinco regiones y el mapa del Archipiélago se reduce a cartografías de las pequeñas islas, sin ninguna plasmación del mar territorial.

No ha estado el mar en la política estatal. San Andrés y Providencia siempre fue como la selva: sepultado, nivelado e ignorado bajo el letrero de “Territorios nacionales”. Y no había manera de ejercicio de soberanía en un país que hasta hace poco careció –de hecho– de armada. La armada colombiana es ridícula al lado de nuestros pares suramericanos (Argentina, Chile, Perú y Venezuela): menos fragatas y una gran desventaja en alcance de radares y sonares, velocidad y capacidad de desplazamiento de los equipos (Poder militar, 2011). En equipos apenas nos comparamos con Ecuador y Uruguay, aunque Ecuador tiene dos veces y media más aviación naval y Uruguay nos aventaja en un 50% (The Military Balance, 2010).

No ha estado el mar en la iniciativa del sector privado, si exceptuamos como tal la apropiación ilegal de pequeños islotes cercanos a la costa Caribe. El mejor dato para aproximarse a la actividad privada en el mar es el de la pesca, porque exploraciones de minerales e hidrocarburos resulta demasiado exigente para nuestra capacidad emprendedora. Perú pesca 54 veces más que Colombia, Chile 39, Argentina 11 y Brasil 10 veces más. Colombia pesca un quinto de lo que pesca Ecuador y un 29% de lo que pesca Venezuela. Uruguay pesca lo mismo que nosotros teniendo 5 veces menos costa (FAO, 2010).

El mar estuvo en el espíritu talasofílico de José Prudencio Padilla, a quien después el terrícola Bolívar hizo fusilar. Estuvo en la imaginación heráldica del envigadeño Alejandro Vélez Barrientos (1794-1841) quien, como senador de la República, propuso en 1833 el proyecto de lo que hoy es el escudo de Colombia, con el dibujo primoroso en la franja inferior del istmo de Panamá con lo que se ve de los dos océanos: el de abajo que enseñorean los narcos y el de arriba que ahora es de Nicaragua.

El mar estuvo allí y en el corazón y los ojos de los raizales y los isleños. En ninguna otra parte. No en la visión de las élites. Ni en la mente de Andrés Pastrana cuando nos sometió a la jurisdicción de la Corte, ni en las de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos que nos defendieron con un servicio diplomático clientelar y poco profesional.

El Colombiano, 25 de noviembre

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