miércoles, 26 de septiembre de 2012

Nómina e inhabilidad

Un viejo conocido decía con el sarcasmo y la rudeza propia de los paisas más vernáculos que la mejor fórmula para educar a los hijos era “palo y lata”. Habrá que investigar la procedencia de estos localismos, pero es una traducción basta del universal lema “garrote y zanahoria”. Se sabe que es el lema del paternalismo que luce, a la vez, bueno y autoritario.

Estamos ante un gran tema explorado en las teorías de acción social, las relaciones laborales y la política. Cualquier historia de dictadores tropicales, desde el vanguardista patriarca de García Márquez hasta la presencia fugaz de Trujillo en Junot Díaz, le hace honor a esta visión. Imaginemos un análisis síquico de los admiradores de Fidel Castro o recordemos simplemente que el apelativo popular de Stalin era “padrecito”.

Quién creyera que en pleno siglo XXI en Colombia íbamos a tener nuestro propio “padrecito”. El apoyo que reciba en algunos sectores el procurador Alejandro Ordóñez puede explicarse como reedición de una tradición que dormitaba en el espíritu de muchos colombianos, la tradición paternalista. Pero el éxito de todo paternalismo descansa en la comprobación de una honestidad intachable y la demostración de que todo acto, por severo que parezca, se realiza por el bien del otro.

Eso nunca sucede. Al final todo paternalista devela un espíritu retorcido, como el de Abraham que iba a sacrificar a su propio hijo para cumplir un mandato de Yahvé. Lo mismo hemos descubierto con nuestro procurador. En una columna pasada (“Las preferencias del procurador”, El Colombiano, 8 de abril) creo haber demostrado que no estamos ante un juez imparcial. Recientemente Rodrigo Uprimny (El Espectador, 8 de septiembre) concluyó que si realmente el procurador obrara de acuerdo a la ley debería autodestituirse.

Desde entonces –y una vez desmontada la falacia de que la Corte Suprema era el súmmum de la sabiduría– diversos columnistas han venido desnudando la red clientelista que existe entre los magistrados y la procuraduría. Y que cada elogio proveniente de los círculos judiciales está bien respaldado por un puesto con salario suculento para esposos, hijos y hermanos.

El procurador no posee entereza moral ni legal. La única lógica perfecta que explica su administración es la clientelista y la única lógica de sus actuaciones es la sectaria. Su lema sería nómina (para mis amigos) e inhabilidad (para mis adversarios).

En este punto la pregunta del millón es por qué los partidos de la unidad nacional lo apoyan unánimemente (y a escondidas el partido liberal), por qué el presidente Santos lo ensalza, por qué estamos ante la reedición del misterio teológico de tener una terna compuesta por un solo individuo. La respuesta es sencilla: la procuraduría procura la zanahoria para los magistrados y la burocracia de la unidad nacional, y a la vez es el garrote para la ya de por sí débil oposición.

El Colombiano, 30 de septiembre

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