jueves, 30 de agosto de 2012

Porque te quiero te aporrio

Se está cumpliendo un año exacto de la doctrina que pretendió establecer la senadora Liliana Rendón de que si un hombre le pega a una mujer es porque lo tiene merecido (El Tiempo, 10.08.11). Este “aniversario” está rodeado de polémicas de diversos alcances.

Primero el gobernador de Antioquia decidió eliminar los reinados de las escuelas oficiales, después el congresista estadounidense Todd Akin planteó la tesis de la “violación legítima”, ahora el diario El País de España publica (23.08.12) una foto que muestra a muchachos egipcios persiguiendo y tocando mujeres en un mediodía callejero. Una encimita. Nuestra muy calmada canciller acuñó otra máxima a propósito del escándalo de Cartagena: donde hay hombres hay prostitución (El Espectador, 24.04.12).

Todas las discusiones que generaron estos hechos deben responder la pregunta ¿existe alguna relación entre estas cuatro (o cinco) expresiones públicas relacionadas con el trato a la mujer o son casos aislados? Mi respuesta es que son hechos conectados. Las conductas individuales siendo como son ejercicio de la libertad, la autonomía y la responsabilidad personal, también son resultado de unos patrones culturales heredados y reforzados, de unas normas de conducta existentes en las comunidades. La nuestra es la cultura del porque te quiero te aporrio.

Problemas serios de nuestras sociedades como la violencia contra la mujer y la discriminación sexual están asociados claramente con la vigencia de una cultura centrada en el varón y legitimadora de su agresividad. No hay que ser feminista para creer esto; de hecho yo no lo soy. Y frente a eso la educación puede hacer algo.

Algunas buenas conciencias se espantaron con la decisión del gobernador, pero nadie habló de lo principal. En un país con una educación mediocre en sus resultados, una de las jornadas escolares más cortas del mundo e inversión ineficiente en educación, las directivas escolares y los profesores se gastan los recursos públicos organizando reinados de belleza para estudiantes menores de edad.

Me parece que se equivoca mi buen amigo Alejandro Gaviria (El Espectador, 18.08.12) cuando cree que frente a esto solo hay dos opciones: la liberal, que respeta la libertad individual y la paternalista, que “pretende regular el comportamiento privado”. Hay al menos otras dos.

La primera es la dominante en la práctica. El corporativismo que hace que los funcionarios fomenten sus gustos particulares con los recursos públicos. No solo reinados de belleza, también equipos de fútbol, corridas de toros y otros. Finalmente está el gobernante educador del paradigma republicano que deja que los particulares sean libres pero que orienta las actividades que se hacen con recursos públicos. Fajardo no ha prohibido los reinados, ha dicho que no permitirá que los recursos públicos se destinen a reinados. Son dos cosas distintas.

El republicanismo respeta la libertad individual, pero promueve unas virtudes cívicas que contribuyan a mejorar la convivencia y a lograr mayores niveles de equidad, razonabilidad y autogobierno.

El Colombiano, 26 de agosto

viernes, 24 de agosto de 2012

Atrasado y aturdido

Como el protagonista de La copa rota, casi, solo atrasado y aturdido, pero no avergonzado.

Atrasado porque Secret South de 16 Horsepower salió hace 12 años y yo apenas lo escucho ahora, 2012. Entre conversaciones hace un par de meses -otra vez gracias a Juan Antonio Agudelo- y con calma, soledad y todos los oídos, ahora mismo. Sin vergüenza porque incluso Metacritic sólo alcanzó a recoger dos reseñas en más de una década y ni siquiera la banda sale en el directorio de artistas de la página de Rolling Stone.

Aturdido porque Secret South de 16 Horsepower es como un rayo de luz clara en medio de un crepúsculo moribundo. Durante una tarde lluviosa de agosto, Secret South puede aproximarlo a uno a la sensación que tuvieron los apóstoles durante el pentecostés. Y esto hay que contarlo en caliente. Una semana después se toma distancia y se recuerdan las lecciones de escepticismo de Sexto Empírico, que tan útiles son, y termina uno emitiendo juicios taciturnos y anodinos.

¿Quiénes eran 16 Horsepower? Ahí está la señora Wikipedia.

Ya no más atrasado. Solo aturdido y que mi Marantz vuelva a tocar Secret South.     

martes, 21 de agosto de 2012

Olímpicas

Los resultados de los juegos olímpicos siempre suscitan inquietudes. ¿Por qué el éxito? ¿Por qué en ciertas disciplinas? Estamos hablando de países y de banderas, por más que les pese a los enemigos de las patrias que se sienten, como lo confesó hace poco Paul Kennedy, como marcianos.

La mayoría de las especulaciones políticas se van al suelo. Les va tan bien o tan mal a las democracias como a las dictaduras, a los órdenes liberales como a los populistas. China supera por mucho a Japón, pero Corea del Norte apenas hace un tercio de su vecina del sur. Veintiún años después de la disolución de la Unión Soviética esta le hubiera ganado los juegos a Estados Unidos. Pero lo cierto es que los Estados fallidos tienen malos desempeños deportivos ya que entre los primeros 15 países del ranquin de Foreign Policy solo Afganistán se ganó un bronce.

La economía nos despista un poco. A Brasil le va peor que a la Italia en crisis, la mediocre Colombia le gana por mucho al exitoso Chile y la riqueza mexicana no tiene nada que hacer con la dieta de cupones de los cubanos. Pero es diciente que en la lista del Banco Mundial de los 30 países más pobres, según el producto per capita, sólo haya tres medallistas, mientras entre los 30 primeros sólo hay 4 países sin preseas.

Algo muy parecido ocurre con las tasas de alfabetización. De los 30 países menos alfabetizados del mundo, de acuerdo con los datos del Pnud, apenas 2 subieron al podio en Londres, mientras entre los 30 países con mejor tasa de alfabetización sólo 4 países no tuvieron medallas, pero entre ellos están Tonga y Antigua & Barbuda, cuya población acumulada es inferior a la de Itagüí.

Se puede hallar cierta correlación inversa entre éxito olímpico y violencia. La segunda región más violenta que es Centroamérica apenas se ganó una medalla de plata, la más violenta que es África del sur ganó 7, pero 6 son de Suráfrica. Surámerica que es la tercera en este indecoroso ranquin obtuvo 30 medallas, una cifra muy inferior a sus dimensiones y en conjunto perdería las olimpíadas con Australia.

Sin embargo, hay excepciones. Jamaica que tiene la cuarta tasa de homicidios más alta del mundo tuvo un desempeño brillante en las dos últimas olimpíadas. Casi todas sus preseas son en atletismo, quizás debido a que –como dijo una velocista jamaiquina– “cuando escuchamos una pistola echamos a correr”.

Al final hay cosas que dan más certidumbre. Una fuerte disciplina individual, apoyada por la familia y rodeada, aunque sea, por un pequeño grupo de profesionales, puede redundar en una hazaña deportiva. Si existe apoyo estatal, como el que surgió en Colombia en los dos gobiernos anteriores, se puede obtener un balance mejor. Pero parece que un factor crítico es la formación deportiva en el sistema educativo.

El Colombiano, 19 de agosto

miércoles, 15 de agosto de 2012

El retorno de Pablo

Mi amigo Pablo se fue del país en 1991, llorando por sus familiares y vecinos muertos o metidos hasta el cogote en la empresa narco, desesperado por la guerra entre el Estado y el cartel de Medellín. Se fue por la afrenta que le suponía sentir el triunfo de los narcotraficantes. No solo porque atrajeran a los jóvenes a su candil o por el respeto e incluso la admiración que despertaban entre los más viejos, la gente de bien de toda la vida. También porque le chocaban profundamente las manifestaciones de la cultura narco, la ostentación, la ordinariez, la prepotencia.

Hace poco volvió, en parte apurado por la crisis en el Norte, en parte atraído por la resurrección de Medellín y la felicidad de vivir esta etapa de la ciudad. Condenado a trabajar de sol a sol, a sumergirse en la subsistencia, se aisló de la realidad colombiana, como los inmigrantes que describe Junot Díaz en “Los boys”.

Cuando lo encontré estaba consternado. Creí, me decía, que el narcotráfico estaba derrotado, que los traquetos ya no se paseaban impunemente por la ciudad, que la destrucción del Cartel era también la recuperación de la sociabilidad común. Pero no, siguió, estamos peor que antes. Me llené de paciencia para explicarle los avances del país en la lucha contra el narcotráfico, la desarticulación de los carteles, el destino final de los capos famosos, lo poco que duran los sucesores, las estimaciones de Alejandro Gaviria y Daniel Mejía sobre el peso modesto o bajo de la economía de la coca, y otros datos.

Él reaccionó: pero si lo que veo todos los días son carros lujosos de vidrios polarizados, cuatrimotos, muchachos tusos y gordos con ropa de marca, muchachas llenas de silicona y de tedio, discotecas más atortolantes que las de Nueva York, estallidos de pólvora a medianoche de miércoles, mucha gente que saca el índice para decirle a uno como Merlano, “es que usted no sabe quién soy yo”.

Ya entiendo, le dije. Estás confundido. La mayoría de los tipos que andan escondidos tras vidrios negros, de los muchachos con pinta chirrete y mal hablados, de los habituales de discotecas y diversiones hardcore, son buenas personas. Tengo compañeros, vecinos y familiares que caen en esa norma.

Ah, me dice, o sea que no son traquetos pero parecen. Sí, acepté resignado, el narco no la tiene fácil pero en el campo cultural está fuerte. La presión por el éxito y por la plata, la ansiedad por el estatus, mantienen a mucha gente atrapada en esa candileja. Otra razón es que hoy hay más gasto, la clase media es más numerosa y los ricos menos austeros. Además, lo único que hicieron los narcos fue recargar viejas tradiciones: aguardiente más pólvora y revólver, cagajón más Vicente y burroteca, y de ñapa unas dosis adicionales de machismo y reguetón.

El Colombiano, 12 de agosto

lunes, 6 de agosto de 2012

El gobierno en su tobogán

RCN y Semana acaban de publicar la encuesta que contrataron con Ipsos-Napoleón Franco. Era necesaria después de los que parecían sorpresivos resultados de la de Invamer Gallup. La encuesta reciente confirma la anterior en las cosas que cualquier ciudadano de la calle siente. El 54% está insatisfecho con la gestión del Presidente; que el gobierno se raja en empleo, corrupción, seguridad y manejo de la economía, que hay más gente con una imagen desfavorable de Santos que con una favorable, ningún ministro tiene satisfecho a la mitad de los ciudadanos. De hecho, un ministro serio como Echeverry dice que el Gobierno está atorado.

No es bueno para el país que al Ejecutivo le vaya mal; al fin y al cabo el nuestro es un régimen presidencialista, y la ineficiencia del gobierno central aunada a la desconfianza que produce, tiene un efecto multiplicador sobre el Estado. Y es muy mal consejo hacerle creer al Presidente que el problema es de imagen (ya se apuró a contratar a J. J. Rendón). Le pasará lo que ya le pasó en Antioquia esta semana: que vino a celebrar en Itagüí mientras en el Bajo Cauca mataban a un coronel y aterraban a Toledo con un par de bombas en el parque principal.

Tampoco es bueno personalizar el análisis. En la política hay momentos en que las personas son claves, pero lo que es importante cotidianamente son las instituciones. Y es muy lamentable que el gobierno se esté llevando consigo algunas instituciones, en el tobogán de su descrédito. Que el congreso y los partidos políticos tengan mala reputación, no es bueno pero tampoco es nuevo. Pero que un tercio de la gente no confíe en la justicia, es más preocupante sobre todo cuando se han cerrado las puertas de un cambio cercano en la rama judicial. No contento con esto, el Presidente, en la misma semana decidió que no era importante una reforma en el sistema de salud y que era mejor hacer otra reforma constitucional (ya lleva 7) para eliminar la vicepresidencia.

La encuesta sigue reflejando la convicción colombiana de que sus instituciones más fiables son las fuerzas militares, la policía, la iglesia católica y los medios de comunicación. Pero con excepción de la comandancia de las fuerzas militares, ninguna de las cabezas visibles de las principales instituciones del Estado goza de más del 50% de favorabilidad. Sin embargo, lo más preocupante es el ambiente de pesimismo que expresan dos de cada tres colombianos. Preocupante porque todavía no hay Niño, ni desaceleración económica.

En este contexto resulta determinante optimizar el manejo político, económico y social en la región. Cuando el país político se trenza en batallas biliares y el gobierno central se enreda en su propio ovillo, es fundamental que los gobiernos de Antioquia y Medellín, acompañados del sector privado y demás agentes sociales de la región, acrecienten su coordinación para preservar la confianza regional.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Pasajero dos mil millones

Hubo celebraciones la semana pasada a raíz del arribo del Metro de Medellín a la cifra simbólica de los dos mil millones de pasajeros. Es como si el 40% de la humanidad hubiera transitado por el centro del valle del río Aburrá.

El Colombiano publicó una foto con uno de los gestos festivos del personal del Metro. Le hacían paseo de honor a un pasajero que salía de uno de los vagones del tren. Casi una decena de empleados aplaudían al supuesto pasajero dos mil millones mientras este caminaba de frente al fotógrafo. El pasajero no oía; llevaba audífonos en ambas orejas. El pasajero no veía; sus ojos estaban fijos en un dispositivo que llevaba en la mano. Y eso que salir de un tren en una estación está acompañado de varias señales auditivas y visuales de advertencia, por los riesgos que supone esa sencilla operación.

No me interesa el ensimismamiento del pasajero dos mil millones. Todo el mundo tiene la posibilidad de estar absorto, introspectivo, alienado o solipsista, según una perspectiva sicológica. En nuestro lenguaje común no es raro que alguien tenga sus modos de estar elevado, enchuspado, engrupido, convertido en un auténtico zurumbático.

Tampoco voy a pelear con la tecnología y el uso portátil y frenético de múltiples adminículos para conversar, escribir mensajes, oír música y radio, leer mensajes y periódicos, tomar fotografías y hacer videos, o los varios aparatos que hacen varias de estas cosas, lo que no obsta para que muchas personas quieran tenerlos todos a la vez. Todos sabemos que el 90% de las actividades que se realizan con estos aparejos son superfluas y absolutamente inútiles, por lo que el enser termina convirtiéndose en un objeto de obsesión.

Lo que me preocupa hoy es cerciorarme de que estas prácticas están conduciendo a olvidar la principal responsabilidad que tiene toda persona: el cuidado de sí, bien justificado por Aquino, Foucault y Boff. Todos estos personajes deambulan por recintos, parques, calles, ignorando deliberadamente al prójimo, los vehículos, las voces, los ruidos, las múltiples advertencias que adornan y afean los espacios públicos y, también los menos públicos, de las ciudades contemporáneas.

Se pierden el cielo azul, los árboles y las aves, cada vez más diversas, que surcan nuestro cielo, las situaciones que humanizan la urbe, la particularidad de cada transeúnte; pero esa es su libertad. Lo que no pueden eludir son sus deberes. Corren muchos riesgos, se caen, atropellan, y cada minuto del día y cada día de la semana están dándole oportunidades de lujo a los ladrones y otros pillos.

Indolentes respecto a la obligación de cuidarse a sí mismos, se han vuelto plañideras respecto a la crueldad del mundo que no los cuida ni mima ni protege, y claman por todos los medios para que el Estado les ponga al pie un policía. Pronto pedirán nodriza.

El Colombiano, 29 de julio