lunes, 30 de julio de 2012

Introducción a la Lección Inaugural del Doctorado en Humanidades, Universidad EAFIT

Seguimos preguntándonos qué son las humanidades. Como con tantos otros conceptos, nos vemos obligados a dar rodeos para responder esa cuestión.

El camino más habitual ha sido el de tratar de establecer ciertas ejemplaridades: Sócrates, Séneca, Abelardo, Leonardo, después, tal vez, Milton, John Donne, Wilhem von Humboldt, Emerson, Ortega. Cuando los nombres propios son más cercanos en el tiempo y en el espacio los consensos desaparecen. Muchos pueden polemizar con mi idea de humanistas criollos como Sanín Cano –cuyo centenario acaba de pasar desapercibido– o Fernando González –tan amado y tan denostado.

A veces el rodeo pasa por establecer quienes no son humanistas. Los técnicos y los especialistas –técnicos de más alta autoestima. Los científicos que aspiran a remplazar a los sacerdotes. Los cultivadores de disciplinas, porque no creo que los politólogos, filósofos, historiadores, literatos, puedan considerarse sin más humanistas. Haciendo un amago de pensar a la enemiga, diré que no creo que García Márquez –tal vez el mayor escritor vivo al lado de MacCarthy– sea un humanista.

Después se puede tratar de identificar unos rasgos muy generales: la búsqueda del sentido de las cosas y los hechos; el ejercicio permanente de la reflexión que modula, critica, recompone; una curiosidad visceral y casi patológica; la inclinación por pergeñar nuevas interpretaciones y modos de ver el mundo; la actividad del pensamiento vinculada con los sentimientos, las emociones y la empatía con nuestros semejantes.

A veces confundimos al humanista con el intelectual público pero, de nuevo, un ejemplo nos puede disuadir. Tal vez el humanista se parezca mucho al zorro que Isaiah Berlin teorizara a partir de la metáfora de Arquíloco.

Pero por elusiva que resulte la definición de las humanidades y de los humanistas lo que parece estar seguro es que los necesitamos. A uno de mis maestros –Carlos Alberto Calderón–le gustaba poner los ejemplos del amor o la fe para demostrar que hay cosas que son, a la vez, inefables e imprescindibles.

Creo que los tiempos inciertos, transitorios y fluidos que vivimos han suscitado un clamor angustioso por las humanidades. La autosuficiencia del científico y la temeridad del corredor de bolsa, la hibris de los poderes económico y político, no han impedido y, más bien, han contribuido a la actual crisis de la civilización, que algunos bienpensados ven solo como una crisis económica.

En esas cosas estaba pensando en estos tres años en los que, en compañía de un puñado de colegas inteligentes y voluntariosos, estuvimos trabajando en el diseño de esta propuesta de doctorado. Un programa que pretende ser contemporáneo y situado, y que quiere establecer conexiones entre saberes y disciplinas, para contribuir a la formación de investigadores y académicos terrenales.

Pero cuando llegó la hora de organizar los detalles, y en particular esta Lección Inaugural, las preguntas eran otras, también complejas pero más personales. ¿Cómo aprovecharla para realzar la consagración de esta institución, con sus profesores a la cabeza, a una propuesta arriesgada, alternativa y crítica? ¿A quién invitar para que efectuara este bautizo intelectual?

A nadie debe escapársele que este acto es también un reconocimiento a Jorge Orlando Melo porque cuando pensábamos en el titular de esta lección, estábamos respondiendo implícitamente la pregunta qué son las humanidades, a la que nos sigue ayudando el rodeo de decir este es un humanista.

27 de julio de 2012

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