miércoles, 29 de febrero de 2012

Parábola de Montecasino

Durante décadas Montecasino no fue, para los habitantes del suroriente del Valle de Aburrá, más que un largo muro de piedra, cubierto de árboles, detrás de los cuales se insinuaban apenas las lomas habituales de la zona. Desde el año pasado el lugar cobró vida. Se abrieron las dos puertas laterales de hierro, se colgaron los avisos de Telemedellín y en el último semestre se pregonaron mediante vallas las realizaciones de la Alcaldía.

Que la administración municipal se apropiara de Montecasino fue posible gracias a que alguien hizo notar la displicencia con que la Dirección Nacional de Estupefacientes manejó el predio. Una década de ociosidad de un terreno de 30 mil metros cuadrados en la zona más valorizada de Medellín y encargo de los bienes a personas cercanas a los expropiados. Pasa en el corazón de la modernidad política y económica, ¿qué no habrá pasado en los predios rurales bajo extinción de dominio en el país?

Cuando Telemedellín entró a Montecasino la opinión pública se enteró de qué se trataba. Ese lugar fue durante dos décadas residencia de Fidel Castaño, primero, y de su hermano Carlos, después. En su momento los medios se entretuvieron con extravagancias como los baños enchapados en oro y las cajas fuertes camufladas en las alacenas, pero lo más simbólico de todo pasó desapercibido: las rejas de un antejardín que replican las del Palacio de Nariño y unos cuartos subterráneos que podían ser celda o sala de torturas. Según las narrativas mafiosas, Montecasino fue lugar de entrenamiento sicarial y sede de la reunión que dio origen a Los Pepes.

Al parecer Fidel Castaño compró esa casa a una prestigiosa familia local. El caso es que el origen de la misma se remonta al empresario William Halaby. Tampoco sabemos el porqué del nombre. Montecassino (con doble s) es el lugar de fundación de las órdenes monásticas por parte de San Benito y medio milenio después Tomás de Aquino estudió allí. En las mentes contemporáneas es más recordado por las batallas de 1944, pero más aún por las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Ni industria, ni mafia, ni Estado, están relacionados con el nombre.

La trayectoria de Montecasino podría ser una parábola de la evolución de la sociedad y el Estado colombianos. Señorío de la iniciativa privada, acrecentada en la etapa de acumulación originaria de capital y formalizada antes de mediados del siglo pasado. Coto privado de narcotraficantes reconvertidos en guerreros y usados como puño de hierro contra Escobar primero y la guerrilla después. Dominio del Estado con usos para dependencias de la administración municipal y espacio público abierto a la ciudadanía. Consecutivamente.

Una parábola con un remate ideal, a saber, el monopolio de la dominación legítima del Estado. Ya sabemos que los tipos ideales y los periodos son estilizaciones, y que siempre encontraremos mezclas y enturbiamientos. Pero esta parábola que se corona en la civilización que supone un Estado fuerte y legítimo quisiéramos verla realizada en toda Medellín y toda Colombia.

El Colombiano, 26 de febrero

jueves, 23 de febrero de 2012

Glosas sobre la justicia

Cuando alguien interrogó a Isaiah Berlin sobre la celebrada obra del filósofo estadounidense John Rawls, su respuesta fue que este había olvidado que no solo existía la justicia, sino también la compasión, la benevolencia, la piedad, y un etcétera, que puede multiplicarse a gusto. Básicamente Berlin se estaba afincando en lo que llamó “pluralismo de valores” y coligiendo que había otros valores tan importantes o más que la justicia.

Ni Berlin ni Rawls estaban hablando de la justicia en general. Se referían a la justicia entendida como equidad. Si les pusieran el tema colombiano del día, donde la justicia parece entenderse sólo como justicia retributiva, como castigo, retaliación o venganza, ambos estarían de acuerdo en criticar tan estrecha visión. Nunca los filósofos de la justicia privilegiaron la retribución sobre las demás formas de justicia. De hecho, en la famosa argumentación de Perelman sobre la justicia, la retribución ni siquiera aparece.

Del mismo modo, son extrañas las sociedades históricas en las que se creyera que la justicia retributiva fuera el fin supremo. Eso se pensó de la ley o la libertad, de la soberanía o la paz, pero no puedo recordar una época o país en los que ese lugar lo ocupara la retribución. O tal vez sí, el pueblo de Israel que tenía como legislador un dios inclemente y un profeta justiciero como Isaías. El cristianismo es una insurrección contra los tipos dominantes del Antiguo Testamento y por eso postula un dios bondadoso y un profeta del amor.

A otro campo totalmente distinto se pasa cuando dejamos de hablar de la justicia como valor o como fin de las comunidades políticas y nos referimos al diseño institucional que permite realizar ese valor. En las sociedades demoliberales la fórmula clásica es la división del trabajo en la elaboración de la ley, la garantía en el cumplimiento de la norma y su aplicación a casos particulares presuntamente desviados, que son las atribuciones del legislativo, el ejecutivo y el judicial. En ese orden de ideas, toda sociedad aspira a que cada uno haga lo suyo y sea, por tanto, un legislador, un gobernante y un juez justos.

Así que no se puede suponer que la justicia sea deber exclusiva del juez. Decir rama judicial no significa decir que el valor de la justicia sea una propiedad exclusiva de quienes ejercen esa función. Y decir “separación de poderes” es una barbaridad. Eso no existe. De hecho, la Constitución de 1991, recogiendo casi literalmente la reforma constitucional de 1945, usa la expresión “poder público” en singular, separa las funciones –no el poder– y ordena la colaboración “armónica” para realizar los fines del Estado.

La historia moderna está llena de tensiones entre quienes fungen como servidores públicos en las distintas funciones. Y la deformación más habitual ha sido la imposición del gobernante sobre el juez. Pero eso no significa que no se pueda dar una dictadura judicial, ni que la pretensión de imponer al juez sobre los demás sea una arbitrariedad. Con toga, pero arbitrariedad.

El Colombiano, 19 de febrero

sábado, 18 de febrero de 2012

Aquí sí hay amor

Entra al patio donde estamos charlando y nos lo presentan. La música de fondo está suficientemente alta como para no entender uno de esos nombres seudo-gringos que abundan las generaciones nuevas. Es un tipo joven, motilado al rape, con un rostro dominado por las mejillas y cuerpo dilatado. Es como un modelo a escala de un luchador de sumo japonés.

Estamos en una casa grande y relativamente vieja de San Javier en la Comuna 13. El contexto es el lanzamiento oficial de Parcharte. Parcharte es una red en la que se integran jóvenes dedicados a la música, el breakdance y a expresiones plásticas como el graffiti y la animación digital. Quisieron unir sus esfuerzos y los apoyos de Mi Sangre (Juanes), la Casa de las Estrategias y la Alcaldía para darle más orden y visibilidad al “arte joven y popular”.

El luchador empieza a hablar y el grupo se va poniendo de pie y formando un círculo para escucharlo. Ahora veo su camiseta a la media luz. Es amarilla con una frase estampada en un punto grande que dice “Aquí sí hay amor”. Está hablando de La Élite, un frente que integra diversos grupos musicales de la Comuna 13 y ya no lo veo como un gladiador de sumo sino como un cantante de hip-hop.

Cuenta la historia del C15. Aviones de caza fabricados por España cuya fabricación se retrasó, “llegaron tarde a la guerra”, dice. Entonces fueron utilizados para trasportar heridos, médicos, alimentos. Ignoro de qué guerra está hablando, pero inmediatamente me doy cuenta que ese no es el tema. Está explicando el nombre de su grupo musical. Se llama C15 y quiere servir también para reconstruir y restañar heridas.

Le pregunto por un disco. No existen. Se descargan canciones. A veces se copian para ciertos eventos. En diciembre copiaron 200. La buena noticia es que lo vendieron todos y la mala es que no quedan. Habla de su éxito y comprendo lo de la camiseta. La canción se titula “Aquí sí hay amor”. Y explica la intención de la misma. Quieren mostrar que en la Comuna 13 hay amor, que el 90% del tiempo hay alegría, trabajo, vida comunal, arte. Que a veces hay dolor, sangre y que ha visto muertos (“¿quién no?”).

Habla de sus conciertos en Bogotá y Barcelona, de las preguntas bobas de la gente que lo único que ha visto de la Comuna 13 son los titulares de prensa y lo único que había oído antes de C15 eran los alaridos sensacionalistas de los presentadores de las cadenas nacionales de televisión.

Me queda muy fácil entenderlo. Un habitante de San Javier se siente hoy como todos los habitantes de Medellín nos sentíamos hace 10 años. Una muchedumbre estigmatizada por la ignorancia, la incomprensión y el miedo: “Según los males que apetecen las malditas sociedades / Se cree culpable el asfalto de mis calles”. El drama es que con una experiencia tan fresca, los demás repitamos con ellos esa historia de repudio.

El Colombiano, 12 de febrero 2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

Aviso (muy) parroquial

Mis columnas en El Colombiano pasarán -a partir del próximo 12 de febrero- a ser publicadas semanalmente los domingos. Durante los años anteriores aparecían quincenalmente los lunes.

Desde enero de 2012 he dejado de poner el vínculo de las columnas en la sección correspondiente, para publicarlas como entradas.

Dada la exigencia de la columna semanal, solo eventualmente publicaré entradas diferentes.

Colgaré eventualmente otros artículos en las demás secciones.