martes, 20 de julio de 2010

Gerald A. Cohen

Mi precario conocimiento de la obra de G. A. Cohen se debe a Philippe Van Parijs y mi retrasada información de la muerte del filósofo canadiense también. No sobra advertir que la precariedad y el retraso son mi responsabilidad, mientras las noticias se deben a la acuciosidad de Van Parijs. El “In memoriam” de Van Parijs puede leerse en: http://www.uclouvain.be/cps/ucl/doc/etes/documents/2010.Cohen.All_Souls_final.pdf

Si me pareció que la famosa “La teoría de la historia de Karl Marx” (1986) no le hacía ningún homenaje al magisterio de Isaiah Berlin –de quien Cohen fue discípulo en Oxford–, su “Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?” (2001) me afectó profundamente. El título de esta obra se comprende inmediatamente por el del capítulo final: “Filosofía política y comportamiento personal”.

Cohen rescata la indicación cristiana de que debe existir congruencia entre las convicciones éticas y la conducta individual, y exige que la defensa de una determinada pauta normativa –en este caso el igualitarismo– sea acompañada de actos personales que la satisfagan o sean compatibles con ella. ¡Cómo nos hace de falta un poco de esto en nuestras sociedades!

sábado, 17 de julio de 2010

Cuando volvimos a ser españolistas

La bondad del triunfo de España en la Copa Mundo no trasciende al fútbol. La selección española lleva cuatro años fascinando, como fascinan el Barcelona, sus jugadores y su técnico. Y su atractivo en Sudáfrica residió en la estructura del juego, la limpieza, la frescura y la habilidad. En la gloria se mostraron humildes, espontáneos y festivos como muchachos, lo que les ganó más simpatía.

En un arranque de fervor, Jorge Barraza afirmó que la grandeza de los países se manifiesta en los triunfos futbolísticos. Una tontería que ya Isaiah Berlin había desmontado: en medio de las peores circunstancias florecen el arte y el talento. España lo ha demostrado. Su equipo gana la Copa en un contexto de crisis económica y pesimismo. Con un empresariado ahogado por la corrupción y una clase política torpe, dedicada a convertir al país en una república bananera.

En este contexto, la selección de fútbol es más un ideal que un reflejo. Una muestra de cooperación, afecto, cordialidad, planeación, seriedad. Todo lo contrario de lo que exhibe el mundo político español, carente de líderes y náufrago en un mar de babosadas. 200 años después hemos vuelto a ser españolistas, pero en fútbol, no en política.

miércoles, 7 de julio de 2010

De dios a porrista

Para las generaciones que vimos jugar a Pelé, Cruyf y Beckembauer; incluso a Bochini, Falcao y Platini, siempre resultó incomprensible el encumbramiento futbolístico de Maradona. Una puesta en su lugar no impide comprender el amor que le tienen los argentinos; al fin y al cabo es mejor tener una Copa Mundo de cuenta del Pelusa que debérsela al dictador Videla.

Con el paso del tiempo y mientras Maradona hacía todo lo posible para convertirse en un outsider antipático, el mito fue creciendo gracias a la fuerza argentina en los canales de deportes por cable y al majaderismo criollo. En el colmo, se creó una iglesia y medios serios le hicieron eco a la consigna de que Diego era dios.

Todos los que saben algo de fútbol, pronosticaron la caída de Maradona desde que Julio Grondona –el capo de la Afa– lo nombró técnico. En pleno Mundial algunos se arrepintieron creyendo que el caos argentino era pura creatividad y que tener una divinidad en el banco haría correr a una defensa lenta y torpe y le haría llegar balones a unos buenos delanteros.

Cuando llegaron los alemanes –que no son charlatanes– la farsa quedó a la vista y Maradona pasó su meteórica carrera de dios, técnico, amuleto y mascota para terminar como porrista de un equipo de malos perdedores.

domingo, 4 de julio de 2010

El deseo secreto

Hace cuatro meses, en un avión, me contó un diplomático brasilero algo que no pretendía ser un secreto de Estado sino la confidencia brotada del alma de un pueblo. Uno no puede estar cinco minutos con un brasilero sin hablar de fútbol, ni se diga cinco horas. “A Dunga lo han elegido técnico para que pierda el Mundial”, dijo.

La frase tenía el mal sabor de las teorías de la conspiración, pero enseguida quedó claro que lo que latía en el fondo no era tanto el deseo increíble de perder un torneo en el que Brasil siempre es candidato –no en vano esta selección se gana la Copa Mundo una de cada cuatro disputas. Lo que latía en esa mezcla de pronóstico, preferencia, excusa, era otra cosa. “Brasil no puede ganar en Sudáfrica, porque tiene que ganar en el 2014”, continuó.

Apenas se percata uno de que cualquier brasilero cambiaría de buena gana todos los laureles de los próximos cuatro años con tal de dar la vuelta olímpica en casa cuando termine la vigésima Copa Mundo. El deseo secreto de perder en 2010 estribaba en la ilusión de celebrar en casa y olvidar para siempre la tragedia de 1950. Si es así, se debe suponer que el 2 julio –después de la derrota ante Holanda– hubo más suspiros de tranquilidad que pena.