jueves, 19 de febrero de 2009

Apariencias: hipocresía y política IV

Existe un adagio viejo que se refiere a los tributos que el vicio le hace a la virtud. Hannah Arendt se extraña por la obsesión de la Revolución Francesa con la verdad detrás las apariencias y la suspicacia generalizada que emanó de esa actitud. La Revolución se dedicó a desenmascarar a sus hijos y una vez puesto en marcha este proceso empezó a devorarlos. ¿Por qué ensañarse en la hipocresía si, además de ser un vicio menor, constituye un tributo a la virtud? ¿No había acaso vicios peores en tratándose de enderezar moralmente a la nación y a la humanidad?

El filósofo argentino Alberto Buela también recuerda, a modo de petitio principii, que “en política lo que aparenta, lo que aparece es lo que existe”. Acá no puede procederse de otra manera que aceptando ese aserto. Dado que lo político sólo puede manifestarse en una esfera que llamamos “pública”, es aquello que se da a la publicidad no sólo lo relevante para lo político, sino su única y auténtica materia. Que en la política funcione el secreto es una cosa y que la esencia de lo político sea lo público es otra.

Dice Buela que “en política los símbolos no sustituyen a la realidad sino que son la realidad… No hay acción, hecho o pensamiento político si no aparece, si no se muestra”. La política vive de las apariencias, no hay una realidad política distinta de la que aparece. Cuando el político profesional se enmascara, se adorna con la ley y con la virtud cívica se obliga a cumplir la ley y conservar la conducta a que esas apariencias obligan. La hipocresía no es tributo formal a la virtud, la hipocresía genera obligaciones y vínculos.

No deja de ser divertido –aunque muchas veces sea irritante– que los espíritus contestatarios de hoy jueguen cotidianamente a la intriga palaciega, el rumor de coctel y la picaresca de club. Que traten de hacer política con el “se dice”, “me dijeron”, “es de buena fuente”. Y que conviertan en comedia aquello que las cortes y los consejos de príncipes en los siglos XVII y XVIII encarnaban como parte importante de la seriedad de la política.

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